Desastre que pudo evitarse

 

Quizá el más fiel relato de la batalla final de Miraflores fue el que el 5 de enero de 1884 apareció en el diario limeño «La Tribuna». Conmueve todavía leer estas líneas y sigue causando indignación la absoluta falta de liderazgo de ese farsante llamado Nicolás de Piérola.

El 14 de enero de 1881 se había ajustado un armisticio entre los ejércitos de Chile y la reserva del Perú, único resto de los desastres de nuestras armas, mediante la intervención del cuerpo diplomático congregado en Miraflores. A pesar de esto se notó, en la mañana del 15, activo movimiento en el campo enemigo, cuyas fuerzas avanzaban sobre las situadas a las inmediaciones de ese pueblo, acercándose de manera que llegaron a ponerse al habla. La consecuencia general de esta aproximación tenía que ser un choque que, como una chispa en un polvorín, había de producir un gran incendio.

Eran las dos y minutos de la tarde, cuando se oyeron disparos aislados, que sucesivamente fueron arreciando hasta convertirse en nutridas descargas de fusilería, a las cuales siguieron casi inmediatamente los fuegos de la artillería de tierra y mar del enemigo.

La batalla estuvo, pues, empeñada, aunque de un modo imprevisto; las fuerzas de la reserva apenas tuvieron espacio para tomar sus posiciones de combate en zanjas, a las que pomposamente Piérola y el enemigo daban el nombre de reductos.

Estas zanjas o reductos eran 6 y se encontraban unas de otras distantes de 800 a 1,000 metros, partiendo desde las inmediaciones del Barranco, de Miraflores, hasta la hacienda de La Calera, pero de estos reductos solamente 4 detuvieron el empuje del enemigo, que concentró sus esfuerzos sobre los tres primeros, que, naturalmente, ocupaban la línea que cubría el camino que conducía a esta capital; quedando, por lo tanto, los reductos de la izquierda, así como los demás batallones de la reserva sin tomar parte en el combate.

Este, que desde el principio se empeñó de una manera tan vigorosa, se sostuvo con ardimiento todo el resto de la tarde, por cuatro horas.

El reducto N° 1 fue ocupado y defendido por el batallón N° 2 de la reserva, al mando del comerciante y prior del consulado D. Manuel Lecca, compuesto en su mayor parte de comerciantes distinguidos, entre los que se encontraron los señores Barrón y Richardson,  y los señores Aurelio y Pedro Denegrí, Joaquín Bolívar, Daniel Igarza y otros.

Entre este reducto y el N° 2 se encontraban los restos informes del ejército de línea, despedazados en San Juan y el bizarro batallón Marina, al mando del capitán de navio D. Juan Fanning, batallón que no sólo en ese campo sino en cualquiera del mundo habría causado la admiración y el entusiasmo más grande por su intrepidez y por la bizarría con que hizo retroceder, constante y casi matemáticamente, a una división del enemigo, hasta quedar literalmente aniquilado, pues de un cuerpo de más de 500 plazas con 30 oficiales, quedaron en el campo 400 soldados y 24 oficiales, incluso su coronel.

Entre tanto el bravo coronel Cáceres recorría desesperadamente las filas de los dispersos y desmoralizados restos del ejército de San Juan, sin que su entusiasmo y energía, ni la actitud del batallón Marina, los hiciera entonarse y avanzar. Esta fuerza se dispersó al fin y su triste ejemplo contagió a la de línea que, en iguales condiciones, ocupaba el claro o trayecto entre los reductos 2 y 3, a pesar de los esfuerzos inauditos de sus comandantes generales, D. César Canevaro y coronel D. Buenaventura Aguirre.

Desde ese momento, cuatro y media de la tarde, la defensa de la línea quedó, exclusivamente, a cargo de los batallones de reserva que ocupaban los reductos y cuyo efectivo no pasaba en ninguno de 350 plazas.

Su resistencia se prolongó hasta las seis de la tarde, hora en que sucumbieron los reductos N° 2 y 3, que fueron flanqueados, el primero por la derecha, después de ocupar el enemigo el reducto N° 1, de que hemos hablado; y, el 20, por la izquierda después de tomar posesión de la hacienda de La Palma, defendida por el bizarro batallón Guardia Chalaca, que quedó en cuadro y cuyo coronel D. Carlos Arrieta, rindió la vida.

El batallón N° 6, que ocupaba el reducto N° 3, no fue menos valeroso en el combate que los dos primeros. Su primer jefe, D. Narciso de la Colina, sucumbió al pie de su estandarte y quedaron en el campo Carlos Alcorta, Samuel Márquez, y muchos otros jóvenes distinguidos de la sociedad de Lima.

En los reductos N° 4, ocupado por el batallón N° 8, al mando de D. Juan de Dios Rivero, jefe de una de las secciones del ministerio de Hacienda, y N° 5, defendido por el batallón N° 10, comandado por D. José M. León.

Se puede decir que no hubo combate, como lo prueba la vergonzosa inacción de las divisiones de la reserva que, compuesta de 12 batallones, se extendían desde la hacienda de La Calera hasta la hacienda de Vásquez, al mando del improvisado coronel del ejército D. Juan M. Echenique y del jefe de Estado Mayor D. Julio Tanaud, no recibiendo de ambos otra orden que la de desbandarse, miserablemente, a las 6 de la tarde, cuando aún quedaban haciendo prodigios de valor y de resistencia los cuatro batallones 2, 4 y 6 y el Guardia Chalaca, y, en menor escala, por estar distantes, los batallones 8 y 10 de la reserva.

Como estos son puramente recuerdos de aquel memorable combate, volvamos nuestra memoria a lo que sucedía a la derecha de la línea.

Esta, a las tres y media, sufrió el primer rechazo, tan vigoroso y completo, que retrocedió en desorden y confusión hasta Chorrillos, donde se rehízo apoyada por una nueva división que entró fresca al combate.

Este primer rechazo fue tan decidido que las bandas del ejército peruano tocaron diana. Mas duró poco la ilusión de la victoria, pues, como acabamos de decirlo, rehechas las columnas enemigas volvieron al ataque con más ardor y encarnizamiento.

Recibidos con el mismo brío (energía) y entereza que en el primer ataque, empeñóse rudo y cruento combate que, después de una hora, dio por resultado un nuevo rechazo de las columnas chilenas. Estos fueron los momentos en que la victoria habría coronado al Perú si una inteligencia capaz, previsora y serena hubiese enviado refuerzos oportunos a los tres reductos que, formando el objetivo del ataque, detuvieran, rechazaran y desmoralizaran al enemigo después de cuatro horas de tenaz defensa.

Desgraciadamente, faltaron estas condiciones de unidad y previsión y el número tuvo fatalmente que vencer al valor y heroicidad de unos pocos ciudadanos.

Durante las 4 horas que duró el combate, en estos reductos no se vio una sola vez ni al Dictador ni al comandante en jefe de reserva, ni al jefe del Estado Mayor General.

Pero la resistencia opuesta al enemigo, en esta ala de la derecha, fue causa de que el combate se prolongara hasta las 6 de la tarde, hora que impidió que el ejército chileno se presentase ante las puertas de Lima, enorgullecido por el triunfo y en disposición de repetir los excesos cometidos en Chorrillos.

Juan Fanning: hijo del ciudadano norteamericano John Fanning y de la dama chidayana Micaela Garda, nació en Lambayeque el 3 de abril de 1824. Murió el 16 de enero de 1881.