La campaña de La Breña

La decisión de continuar la guerra no era un asunto estrictamente de emocionalidad, valentía u honor, sino requería de un argumento inteligente y posible. Requería una concepción que vaya más allá de la táctica la fricción en la teoría de Clausewitz y visualice una estrategia capaz de articular los aspectos económico, político, militar y social que, habiendo fracasado durante la campaña del Sur y la defensa de Lima, ahora estaban hipotecados por la presencia enemiga. Gracias a su conocimiento de la sierra, Andrés A. Cáceres entendería estas y otras variables. La historia seguiría escribiéndose al filo de su espada en la campaña de La Breña.

Organización del Ejército del Centro:

Cáceres tenía a favor el conocimiento de las falencias a las que se enfrentarían los chilenos si continuaban las acciones armadas. En primer lugar, el cálculo de tomar el centro del poder político del país para imponer sus condiciones no fue del todo acertado.
Con oficiales y soldados capaces de mantener una resistencia viva y un ámbito geográfico que combinaba la dureza del clima, posiciones naturales y el sostenimiento para las tropas, pronto cayeron en la cuenta de que Lima había dejado de ser el centro de gravedad.
Después de un viaje lleno de sobresaltos, Cáceres arribó a Jauja, donde Piérola lo llamó a su presencia.
El encuentro resultó un poco más amable que en ocasiones anteriores. Además, lo había nombrado general en febrero, cuando todavía se estaba recuperando. El dictador le expresó su complacencia por su asistencia y le ofreció el mando político-militar de los departamentos del Centro.

Cáceres aceptó el nombramiento y le expuso sus planes de hacer una «guerra en pequeño o de guerrillas», Organización del Ejército del Centro para dar tiempo a la formación de nuevos batallones.

Cumplida esta condición, pasaría a una «estrategia de desgaste», cuyo propósito sería buscar un espacio propicio para pasar a la ofensiva.

El 26 de abril, Piérola firmó el nombramiento, dejándole escasísimos recursos humanos y materiales para la titánica labor. La base de su
ejército, según a las investigaciones realizadas por el capitán de navío AP Francisco Yábar, fueron los pocos efectivos de los batallones Junín (antes Pichincha N° 73), Constancia, columnas de gendarmes y un escuadrón escolta. En total, 294 combatientes. La tarea de agrupar la fuerza sería ardua. Implicaba obtener armamento, enviar hombres a las localidades vecinas conminando a las poblaciones a unirse a la causa o a contribuir con recursos. Existieron algunos intentos de organizar focos militares direccionados por Piérola, que
carecieron de la suficiente potencia para conducir operaciones.

Pocos días antes, el 15 del mismo mes, había salido de Lima la expedición chilena comandada por el teniente coronel Ambrosio Letelier. Yábar Acuña refiere las actividades de los casi 1,300 hombres bajo su comando: «Y es de triste recuerdo para los peruanos por las muertes que ocasionó en poblados de campesinos desarmados, así como por el inmenso daño material que causó cuando Letelier y los suyos desobedecieron las órdenes de sus superiores y se dedicaron al más escandaloso pillaje, deshonrando así el honor del uniforme».
Sus incursiones ocurrieron en Huánuco, Tarma, Jauja y Huancayo, y arrasaron Vilcabamba, Cajamarquilla y Yurumayo. Pronto recibió noticias sobre la presencia de Cáceres en el área.

El ingenio de Cáceres comenzó a manifestarse. Un destacamento chileno al mando de Romero Roa, desprendido de la expedición Letelier, asomó por Jauja-Huancayo, lo que atemorizó a sus habitantes. Cáceres llevó su poca gente a Quebrada Honda y allí disfrazó un gran número de auquénidos con sombreros de cinta roja distintivo particular de sus cuadros y el enemigo prefirió evitar el riesgo, aunque de todas maneras asaltó Concepción. Poco después, Cáceres interceptó un cuantioso botín reunido por el alcalde de Huancayo, al que arrestó.
El monto de 60,.000 soles y 30 caballos sirvieron para hacerse de algunos fondos. Ordenó el pago de dos soles semanales para cada hombre y la confección de uniformes de tocuyo para uno de los primeros cuerpos alistados.

Letelier tuvo que regresar a Lima debido a los llamados insistentes y amenazantes del almirante Patricio Lynch, quien había asumido el puesto de comandante en jefe del ejército de ocupación. Como medida de seguridad para proteger su repliegue, dispuso que el capitán Araneda, con 100 hombres del Buin N° 1, se ubicara en Casapalca. Este, a su vez, dejó tropas en Cuevas y partió a Sangrar, donde fue sorprendido por el coronel Manuel de la Encarnación Vento. El enfrentamiento generó por primera vez más de una veintena de bajas entre los chilenos y la obtención de 50 rifles Comblain para los peruanos. Con este revés, el apuro de Letelier por abandonar los departamentos del centro fue mayor. De inmediato, Cáceres ocupó Tarma e incrementó las unidades a su disposición. El nuevo
ejército comenzaba a tomar forma.

Lo que pervivía para mal eran las rivalidades entre compatriotas. Había dos bandos bien establecidos: los que mantenían su adhesión a
Piérola y los que apoyaban al gobierno provisional de García Calderón, conocido como el gobierno de La Magdalena. Esto, sin contar otro grupo que colaboraba económicamente o a través del espionaje con las fuerzas de ocupación, por intereses personales. La Junta de Gobierno Provisorio envió un destacamento para combatir a Cáceres, el cual fue emboscado por una partida de guerrilleros, cuyo jefe era Ricardo Bentín, y detenido en Chicla.

La captura sirvió para continuar aumentando su efectivo en hombres y armas.

El Ejército del Centro inicia sus actividades:

En las memorias de Cáceres encontramos su estado de ánimo para julio de 1881, cuando el Centro estaba libre de ocupación: «Mi viaje a Cerro de Pasco y Huánuco alentó mi espíritu, confortando mi esperanza en la consecución de mi propósito.
En todos los pueblos en tránsito se patentizaba el vehemente deseo de luchar contra el invasor». Esta visión coincide con un aumento considerable de las unidades que se iban uniendo al ejército. Para fines de agosto de 1881 se contaba con un Estado Mayor, la Primera, Segunda, Tercera y Cuarta divisiones (dotada cada una de dos batallones), artillería de campaña, un escuadrón escolta y columna de
guerrilleros; además de una maestranza, secretaría y cuerpo de ayudantes.

El 28 de agosto de 1881, Lynch ordena a sus huestes abandonar Chosica debido a las dificultades y el constante acoso de los montoneros. Se instalan en Santa Clara, a medio camino de Lima. En octubre, Cáceres tomó posesión del lugar, considerándolo un lugar más adecuado para conducir sus operaciones, pues «dominaba los valles del Chillón, Rímac y Lurín, excelente posición, fácilmente defendible y desde la cual se tendría en constante alarma al adversario». A pesar de que las operaciones militares, se redujeron a las actividades de las guerrillas y a una incursión chilena en Cieneguilla, nuevamente la crisis política arremetió, retrasando la preparación de oficiales y tropa. Piérola
fue desconocido por el Ejército de Arequipa, manifestándose por García Calderón, y en el norte se tomó igual posición.

Por último, sus compañeros de armas le ofrecieron la presidencia; aunque también decidió desconocer a Piérola, no aceptó tomar el cargo. Paralelamente, sufría los embates de haberse mudado a Chosica: el tifus exterminaba los cuadros que tanto esfuerzo le costó reunir hasta reducirlos a la mitad y el coronel Vento defeccionaba alentado por Piérola, disolviendo su división.

 

Las expediciones Gana-Lynch y Gana-Del Canto:

En medio de estas peripecias, los chilenos decidieron acabar con Cáceres mediante un movimiento envolvente a inicios de 1882. Para
esta maniobra combinaron dos fuerzas: una, que iría directamente por la dirección Lima-Chosica (1,156 hombres), y otra por Lima-Canta-Chicla (3,067 hombres), por lo que Cáceres, después de apreciar el riesgo, decidió retroceder a Tarma e hizo golpear en el vacío a Patricio Lynch (1824-1886), quien tomó la ruta de Canta-Chicla. A pesar del revés y el gasto en vano, el Gobierno chileno decidió mantener la ofensiva. Después de retornar a Lima, se reenvió al coronel José Gana (1828-1894) con 2,300 efectivos hacia Junín el 23 de enero y para el 1 de febrero de 1882 sus avanzadas trababan combate con los Cazadores del Perú en San Jerónimo.

El día 3, Cáceres intuyó la intención de Estanislao del Canto (1840-1923, relevó a Gana poco antes) de cortarle la retirada a Izcuchaca e inició el repliegue. Los chilenos hicieron lo suyo, tomando una marcha forzada nocturna. Aparecieron al amanecer del 5 de febrero e iniciaron las hostilidades. El general en persona comandó las dos compañías que contenían la ofensiva en unos parapetos casi a orillas del
río, mientras el grueso continuaba su marcha.

La resistencia fue efectiva y permitió cumplir el objetivo de no ser batido por un enemigo bastante superior en número y pertrechos. Pero lo que los chilenos no pudieron hacer, lo infligió nuevamente la naturaleza. En el camino hacia Ayacucho, una terrible tempestad  sorprendió al ya diezmado ejército, perdiendo en una sola noche 412 hombres. Con esto, apenas quedaban menos de 400 combatientes para continuar la campaña.

 

La contraofensiva de 1882:

Las informaciones sobre la ubicación del enemigo disperso entre Huancayo, La Oroya, Concepción, Sapallanga, Pucará y Marcavalle, alargando su línea de comunicaciones, le sugirieron la idea de batirlo en detalle, aislando a la división de Del Canto de los apoyos que pudieran llegarle de Lima, mediante la destrucción del puente en La Oroya. Entonces, Cáceres dividió sus fuerzas en tres columnas.
La primera, al mando del coronel Juan Gastó (1824-1883), seguiría la dirección Izcuchaca-Comas-Concepción, por la margen derecha del río Mantaro.

Una segunda columna, cuyo jefe era el coronel Máximo Tafur (1816-1883), partió por la margen izquierda entre Izcuchaca-Chongos-Chacalpa y La Oroya; y la tercera, comandada por el propio Cáceres, tomó la ruta Izcuchaca-Marcavalle-Pucará. Serían días complicados para las huestes chilenas, pues fueron atacadas de forma sincronizada en varios puntos.
Para esto, el propio Cáceres hizo un audaz reconocimiento sobre Huancayo, publicado por un corresponsal del diario El Eco de Junín, del 26 de agosto de 1882: «Acompañado únicamente de su escolta, recorrió las llanuras que rodean aquella ciudad hasta el punto  denominado Chorrillos, atreviéndose a llegar hasta la altura que únicamente dista media legua de Huancayo, donde estaba el grueso del Ejército chileno. En su reconocimiento pasó cerca de todas las avanzadas enemigas».

El punto más próximo era Marcavalle. Arribaron el 8 de julio y se trabó combate a la madrugada siguiente, a través del batallón Tarapacá, secundado por los guerrilleros de Huaribamba, en el centro enemigo. El Zepita y los Voluntarios de Izcuchaca tomaron las alturas para evitar la retirada del destacamento chileno. El combate no demoró demasiado, pero fue bastante violento. Al verse perdido, el jefe de la
compañía del Santiago, se retiró hacia Pucará para unirse a las demás compañías de su batallón. Sin embargo, al tratar de cumplir su cometido le cayeron por la espalda las guerrillas de Gálvez y de Cabrera.

Cáceres apunta en sus memorias que «entre muertos y heridos pasaron 200. Dejaron en nuestro poder unos 200 fusiles y sus  municiones». El batallón Santiago fue casi totalmente aniquilado. Similar suerte correría una compañía del batallón Chacabuco en Concepción. A las tres de la tarde, el coronel Gastó, el batallón Pucará N° 4, al mando de  comandante Andrés Freyre, y el Libres de Ayacucho, con Francisco Carbajal, junto a las guerrillas de Ambrosio Salazar (a estas se unieron después las de San Jerónimo, Orcotuna, Mito, Apata y Paccha) aparecían en las laderas de los cerros Piedra Parada y León, que rodean el poblado. Rápidamente, el capitán chileno Ignacio Carrera organizó la defensa en las bocatomas de la plaza y envió tres jinetes a su comandancia para informar, los cuales nunca
llegaron a su destino. Casi de inmediato se inició el ataque, que duró hasta entrada la noche en que se sumaron otras guerrillas. El
ímpetu del ataque obliga a Carrera y sus 76 hombres a guarecerse en la iglesia local, aunque también intentaron aprovechar la oscuridad de la noche para escapar del rodeo, sin éxito. Gastó solicita al capitán su rendición, la cual es rechazada de forma estoica.

Finalmente, el coronel peruano sustrae a las tropas del ejército de línea y se dirige al fundo Santibáñez y las guerrillas se ocupan totalmente de la acción. A las 11:30 horas prenden fuego a la iglesia; los defensores perforaron las paredes y se mantuvieron en vilo
durante la noche, hasta que a las nueve de la mañana son ultimados por los propios guerrilleros.

El punto flaco de esta contraofensiva fue la fallida destrucción del puente sobre el río Mantaro en La Oroya. Sin esta obra de infraestructura, Del Canto no podría escapar ni recibir refuerzos, por lo cual resultaba estratégica. El coronel Máximo Tafur, al
mando de setenta hombres y unos 300 guerrilleros, no pudo derrotar a la guarnición enemiga que lo custodiaba: una combinación de infantería y caballería del Pisagua y Carabineros de Yungay.

Al respecto, Cáceres dijo: «Creí alcanzarle [a la división de Del Canto] en La Oroya y allí batirle. Pero al llegar jadeante, ya Del Canto había pasado el puente, haciéndole volar en seguida, para asegurar su retirada. Tafur no había cumplido la misión que se le encomendó». No solo eso. En un momento la caballería alcanzó a los guerrilleros, los cuales fueron fusilados para no demorar su travesía. Fueron 48 en
total; además de otros sesenta muertos en acción.

El día 11, Cáceres ocupó Huancayo y se lanzó a la persecución, que siguió por Jauja, Tarma y Tarmatambo, donde la vanguardia de Gastó se enfrentó al batallón Lautaro y en San Juan Cruz, donde continuaron los ataques. Finalmente, la división del coronel Del Canto huyó y dejó libre los departamentos del centro del Perú, reportándole a Lynch casi 550 bajas. Se establece la nueva comandancia en Tarma el 18 de julio y comienza una nueva reorganización.
Comprender los sucesos posteriores a la contraofensiva de 1882 requiere la lectura de los actos políticos que ocurrieron durante el periodo
en que las acciones entre el Ejército del Centro y el chileno amainaron. Para los primeros, sin embargo, significó una serie de movimientos en los contornos de Lima y para los segundos, una posición más estática, en busca de socavar a la dirigencia peruana mediante una eficaz estrategia política. El Perú tenía a la sazón dos presidentes: Montero, en Arequipa, e Iglesias, en Cajamarca. Este último proclamó la
necesidad de la paz a través del «grito de Montán», desconociendo a Montero, y los chilenos decidieron apoyarlo para aproximarse a sus fines.

Este espacio de tiempo hubiera sido mejor empleado por Cáceres para recuperar sus fuerzas y acumular medios; pero nuevamente tuvo que gastar energías en combatir al coronel Vento para recuperar Canta, que estaba bajo el control chileno. Posteriormente, apareció
en Chancay, que fue abandonada por el enemigo, y tuvo que enfrentarse a una aproximación chilena.

La campaña del norte:

El almirante Lynch tuvo en el manifiesto de Iglesias un punto de anclaje para alcanzar la paz, por lo que decidió apoyar su iniciativa. Dice Jorge Basadre:
«Conocido el gesto de Iglesias, fue recibido con indignación por Cáceres, Montero y los civilistas cuyo jefe nominal seguía siendo García Calderón, y por la opinión irreconciliable en el Perú.

Los dirigentes chilenos decidieron proteger a Iglesias y eliminar a Cáceres y a Montero». Para el cumplimiento de sus objetivos, Lynch preparó tres fuerzas:

1- La división de León García de 2,000 hombres que llegaría hasta Canta;

2- La Del Canto con 1,.500, por Lurín-Chicla; y

3- La de Urriola con 3,000, por el Rímac.

Entre otras, las instrucciones eran las siguientes:

«Este cuartel ha resuelto emprender una nueva expedición contra las fuerzas del general peruano D. Andrés Avelino Cáceres. En la persecución de Cáceres Ud. debe ser incansable y gastar verdadera tenacidad. No debe Ud. olvidar que la mayor parte de su gente, sobre no tener una verdadera organización militar, son indios armados de lanzas. Siendo aquellas tropas irregulares, compuestas por montoneros y ladrones, deberá tratar a los jefes y oficiales que caigan prisioneros con toda la severidad prescrita. Usted no tendrá el menor inconveniente en fusilarlos. Queda Ud. autorizado para ofrecer una suma prudente a la persona que entregue a Ud. al general Andrés Avelino Cáceres».

Por más que Cáceres intentó evitar el avance, tuvo que ceder terreno y replegarse a Tarma. Lo estaban cercando. Convocó una junta de guerra y decidió marchar hacia el norte y no defender el centro por la carencia de armas, medios y caballos. El 21 de mayo de 1883 salieron de Tarma los 2,300 soldados breñeros, al grito de ¡Viva el Perú!.

Lo que sucedió a continuación fue una historia de sacrificio y persecuciones sin cesar: el 25 estuvo en Cerro de Pasco, el 31 en Ambo, el 1 de junio en Huánuco, el 6 cruzó el Marañón, el 9 llegó a Aguamiro, el 12 a Chavín y el 14 tramontó la cordillera. El 15 estaba en Huaraz, el 18 en Carhuaz y el 19 en Yungay. La situación era crítica: por el norte, se acercaba la división Gorostiaga; por el sur, Arriagada; por la costa, una fuerza salía de Casma, y por el este solo quedaba la inaccesible cordillera. Ante el complicado escenario optó por una «maniobra por líneas interiores» una proeza en cualquier época. Desde Llanganuco inició la ascensión el 22, besando el nevado Huascarán por sus paredes más peligrosas. Muchos no completaron la ruta. Asimismo, Cáceres urdió un engaño para hacerle creer a Arriagada que regresaría a la sierra sur, por lo que se libró de él y se aproximó al enemigo más débil: la división del coronel Alejandro Gorostiaga.

 

Batalla de Huamachuco:

La marcha culminaría recién el 6 de julio de 1883, en las inmediaciones de Santiago de Chuco.
Cáceres decidió atacar al destacamento chileno que se uniría en refuerzo de Gorostiaga, un golpe que pudo haber sido crucial. La acción no se dio, debido a la no convergencia de las fuerzas en el paraje de Tres Cruces. Una junta de guerra resolvió que pasarían de ser atacados a atacantes. Avanzaron sobre las alturas de Huamachuco, sin tomar el camino regular y cuando asomaron por la ciudad, los chilenos, sorprendidos, subieron a toda prisa el cerro Sazón, sufriendo algunas bajas. Los peruanos tomaron Huamachuco y decidieron la ofensiva
para el 10.

La batalla se inició de improviso, cuando dos compañías de Gorostiaga intentaron hacer un reconocimiento y fueron embestidas por el
batallón Junín. Cáceres relata: «Entonces, entraron en línea todas las fuerzas contrarias en apoyo de su desfalleciente flanco, y la batalla recrudeció de nuevo: jefes, oficiales y soldados rivalizaban en valor, y ganaba trecho a trecho terreno al adversario».
Y cuando la victoria se dejaba sentir cercana, la carencia de municiones jugó una mala pasada.

En ese momento la artillería, debido a su poco  alcance, estaba siendo trasladada para acercarse al Sazón y el enemigo advirtió el cese de fuegos e inició el contraataque. Sin bayonetas, enfangados y sin reservas, el desastre se consumó. Lo que siguió después fue una cacería de hombres. Ningún herido sobrevivió.

Cáceres todavía tuvo fuerzas para retornar a Ayacucho con el fin de armar más hombres y volver a pelear. No fue suficiente. Otros elementos fuera del alcance de su valor entraban al ruedo de las circunstancias y habría de firmarse la paz en Ancón. El 12 de agosto de 1883, Cáceres envió un documento al ministro de Guerra sobre los hechos de Huamachuco, en que se puede leer: «Aunque según el parte que con fecha del mes último tuve la honra de elevar al Supremo Gobierno por el  órgano de U.S. el ejército de mi mando sucumbió
valerosamente en los campos de Huamachuco, me siento aun firmemente resuelto a seguir consagrando mis fuerzas a la defensa nacional pues el desastre sufrido, lejos de abatir mi espíritu ha avivado, si cabe, el fuego de mi entusiasmo».