Un crimen perpetrado a mano armada y con alevosía

El 4 de marzo de 1879 el diario limeño «La Patria» difundió esta histórica posición editorial frente a la agresión chilena en contra de Bolivia. En ella no hacía sino confirmar con grande indignación lo evidente: desde 1842 Chile había codiciado los ricos llanos desérticos de Atacama y se había armado para robárselos a la paz de América.


Desierto de Atacama, antes de la guerra le perteneció a Bolivia.

Todavía hay quien discute el derecho en la cuestión o, mejor dicho, en el escándalo ofrecido por Chile al mundo. Todavía se traen al debate los documentos de las cancillerías contendientes y todavía hay quienes aconse­jan moderación, reserva y neutralidad supo­niendo remediables por ese medio los males ya causados.

Opinamos que la cuestión no está en este terreno; opinamos que es menester estar cie­gos para no ver ya con toda la claridad apete­cible y fallar con toda la seguridad del buen criterio.

La conquista de la costa de Atacama se ha consumado pura y simplemente porque debía consumarse, porque estaba decretada desde 1842, porque era una necesidad de existencia para Chile y porque era el sueño dorado de sus hombres públicos, de sus diplomáticos, de sus capitalistas, de sus industriales y de sus rotos.

El pretexto escogido para dar comienzo a la obra preparada durante largos años ha sido el impuesto de los diez centavos sobre el salitre; pudo ser otro cualquiera, como lo ha sido después el decreto supremo de Bolivia, en cuya virtud desaparecía aquel impuesto, es decir, desaparecía la primitiva razón para dar pretexto a un fingido ultraje inferido a Chile.

Discutir, pues, las razones, los motivos que impulsaron o hubieran impulsado a Chile es caer en el lazo, es aceptar una inocente com­plicidad en un crimen premeditado,

prepara­do y perpetrado sobre seguro, a mano armada y con alevosía.

Esta es la verdad verdadera; verdad que, inclusive, no se puede ocultar en el manifiesto del Gobierno de Chile, y que el desarrollo de los sucesos está comprobando sin dejar duda en la conciencia más incrédula.

La costa de Atacama era, pues, el ideal de los estadistas chilenos. Su adquisición, el obje­to permanente de sus meditaciones.

Soplando la discordia entre el Perú y Boli­via, excitando la codicia de esta para tomar en el Perú la costa que les falta para su comercio conseguía dos cosas:

1- Aliarse a Bolivia reco­giendo en la partija la parte que ambicionaba en el Atacama y

2- Amenguar la preponderancia peruana en el Pacífico.

Pero ese plan no halló secundadores en la República vecina. Chile no escuchó nunca un eco simpático a sus proposiciones, y vio, por ese lado, perdidos sus afanes.

Para el Perú aquella táctica no era del todo desconocida; actos oficiales muy significativos así lo demuestran y la prensa peruana no se ha engañado en ningún tiempo.

Después de esto, ¿es posible dudar, ni por un instante, de que la conquista del territorio boliviano fuese un hecho meditado y prepa­rado desde mucho tiempo y que se hubiese llevado a cabo ayer, hoy o mañana, precisa y necesariamente?

¿Era posible detener a los argonautas del sur en su fanática empresa de buscar el ve­llocino de oro en las costas del rico Atacama?

¿Para qué crearían de antemano, como crea­ron no ha mucho, la provincia de Atacama legislando sobre el desierto y teniendo sus lí­mites de demarcación en el cielo?

Inútil es, pues, seguir fingiendo nosotros en punto a creencias y estímulos más nobles de aquella parte, cuando ella misma se encar­ga de arrebatamos toda ilusión, y se declara abierta y francamente usurpadora.

Ha creído que sus fuerzas eran ya suficien­tes y ha empleado sus fuerzas.

El guante está arrojado sin cumplimiento.

Ensayó entonces los pasos más seguros en su concepto; favoreció la emigración a esos territorios, empleó sus capitales en los traba­jos de las regiones guaneras y mineralógicas, consiguió preponderar por su población y por el apoderamiento de todas las industrias y, mientras se preparaba el terreno por ese lado, se redondeaba por el pensamiento aprestando tropas, armas, buques y elementos de guerra, cuyo destino se ocultaba bajo la forma de las reclamaciones con otros vecinos a quienes ja­más tuvo intención de buscar en el campo de batalla.

Entretanto, se arrancaba a los movedizos gobiernos de Bolivia concesiones más o me­nos escandalosas y al de Melgarejo la cesión de tres grados de territorio y el goce común del cuarto. Se entretenía el tiempo hablando de prácticas de fusión y confraternidad, de respeto a los débiles y deseo de inaugurar una política americana esencialmente.