Será beneficioso para Chile apropiarse de Tarapacá

Este es el editorial del diario londinensen «Times» publicado a pocos días de la derrota peruana en las batallas de San Juan y Miraflores. Inglaterra, como se sabe, estuvo siempre a favor de nuestros enemigos e hizo todo lo posible por proveerlos del mejor armamento (aun después del bloqueo y la declaración de neutralidad internacional). El secretario de estado de los Estados Unidos James Blaine lo dijo rotundamente en el senado de su país (1881):«Es un completo error hablar de dicho conflicto como de una guerra entre Chile y Perú. Es una guerra de Inglaterra contra el Perú, con Chile como instrumento… Asumo la responsabilidad de esta afirmación«.

Y en declaraciones de enero de 1882 añadió:«Chile consiguió de Inglaterra acorazados y material de guerra. Los soldados chilenos marcharon hacia el Perú con uniforme de tela inglesa, con fusiles ingleses sobre sus hombros, la simpatía inglesa respaldó a Chile en su conquista y los intereses comerciales ingleses reciben un tremendo impulso del engrandecimiento de Chile«.

 

EL TIMES DE LONDRES:

La guerra entre Chile y el Perú ha dado por resultado la derrota completa de los últimos, y la capital peruana se encuentra ahora en manos de los chilenos. Estas son las últimas noticias que tenemos sobre estos prolongados hechos. Las noticias anteriores nos habían preparado para recibir la de este supremo desastre que ha tocado en suerte a la causa peruana. Golpe tras golpe en rápida sucesión y con resultados decisivos ha sido dado por los chilenos. Se han sabido aprovechar de cada ventaja, atacando con empuje al enemigo y son ahora dueños de Lima.

Una división de 12.000 chilenos desembarcó en Curayaco y enseguida desalojó de Lurín una guarnición de 9.000 peruanos. El siguiente combate tuvo lugar en Chorrillos, hacia cuyo punto, después de atacar al Callao, parece que los chilenos dirigieron sus operaciones, y cerca de cuyo punto, según lo anunció ayer el telégrafo, se dio una gran batalla. Resultó la derrota del ejército peruano, que fue desalojado de sus posiciones con una pérdida de 7.000 muertos y 2.000 prisioneros. Una tercera batalla tuvo lugar con iguales resultados. El ejército de Chile atacó y derrotó a su enemigo en Miraflores. Su ruina parece ser completa.

Cuando empezó esta guerra desgraciada, los peruanos no dudaron de que eran superiores por mar y tierra. Su escuadra, incluyendo su famoso Huáscar, era tan formidable como la de la república rival. En tierra contaba con fuerzas más considerables; tenían aliados y, aparentemente, no se encontraban tan expuestos a los ataques por mar corno se encontraba Chile. Pero todo ha resultado al revés de lo que razonablemente se esperaba. El Huáscar fue capturado a pesar del valor del almirante Grau, y desde entonces quedaron los chilenos dueños del mar. En más de un combate se han mostrado dignos sucesores de los marineros que sirvieron bajo lord Cochrane. La lucha en tierra ha aumentado igualmente su fama. Desde el día en que los peruanos frieron incapaces de impedir el desembarque de los 1o,000 chilenos en Pisagua, no han sido sino desgraciados. Vencidos en el mar, e imposibilitados por la naturaleza misma de su país para mover sus tropas libremente de un punto a otro y poder así sacar partido de su mayor número, han tenido que ver que un puerto después de otro se rinda al enemigo.

El Callao, es verdad, ha podido oponer una resistencia tenaz cuando ha sido atacado por el mar. Parece que la escuadra chilena encontró allí una resistencia formidable en las baterías peruanas de tierra, pero es probable que las defensas por el lado de tierra hayan sido débiles, y que tan luego como Lima, de la cual dista solo como ocho millas, cayó en poder de los chilenos, la rendición del puerto ha tenido que ser inevitable. La guerra ha sido hecha con tanta ferocidad y obstinación que ha engendrado infinidad de nuevos odios, llegándose casi a olvidar el verdadero origen de la contienda. No es ya cuestión de guano y nitrato de soda (salitre).

Los habitantes de Lima y Callao han hablado mucho sobre gastar su último peso y derramar su última gota de sangre en la contienda, y sentirán repugnancia en reconocer que han sido derrotados en una lucha con un país que suponían inferior en recursos. Tendrá que ser amargo el reconocer que ellos, que han hecho tanto alarde de su valor, están a la merced de su enemigo. Los resultados de la contienda, tal como se les mira en Valparaíso y Santiago, puede que no parezcan tan sencillos como se han supuesto. Desde que la fortuna se declaró en favor de Chile, los políticos del país empezaron a discurrir sobre la conveniencia de obtener compensación territorial, y debates sobre anexión tendrán seguramente que surgir cuando se discutan las condiciones de paz. Es indudable que será ventajoso para Chile el apropiarse del territorio peruano de Tarapacá y el distrito boliviano de Antofagasta. Le daría la posesión de los depósitos de guano y terrenos salitrales; y se ha hablado sobre compensar a Bolivia a costa del Perú. En verdad se han dejado conocer muchos signos que manifiestan la existencia de una idea sobre la necesidad de una nueva demarcación de límites.

Los chilenos son, sin embargo, gente práctica, que nunca han cometido errores tan comunes en los otros países sudamericanos. Nunca han sentido inclinaciones para hacer la guerra a sus vecinos. Se han ocupado siempre con preferencia a sus propios negocios y cumplido todos sus compromisos. Han sufrido pérdidas de consideración en las últimas batallas, y puede ser que se tenga esto en cuenta en contra de las ilusiones que son susceptibles de venir después de victorias brillantes como son las que han obtenido.

Los esfuerzos de los Estados Unidos para establecer las bases de la paz entre los combatientes fueron ineficaces cuando la lucha era todavía sostenida con ardor de ambos lados y no se había decidido la cuestión de la superioridad militar. Pero una serie de victorias alcanzadas por el ejército chileno, coronadas con la toma de Lima y el Callao debía satisfacer el orgullo de uno de los beligerantes y de convencer al otro de su locura en continuar la guerra. Ambos harían bien en prestar oído atento a las sugestiones de los neutrales; y el victorioso hará bien en no humillar demasiado a su adversario insistiendo en concesiones territoriales, cuyo único resultado positivo no puede ser sino la renovación de la guerra algo más tarde.