Los Chinos en la Guerra del Pacífico

La Guerra del Pacifico de 1879 involucró a 3 países vecinos que como ya sabemos fueron Chile, Perú y Bolivia. Pero muy pocos conocen que un cuarto participante con un rol muy importante, contribuyó en forma silenciosa el largo camino que recorrió el Ejército chileno una vez desembarcado en el puerto peruano de Chimbote en septiembre de 1880, al mando del Comandante Lynch.

 

Traslado de esclavos desde Asia.

 

El gobierno organiza una expedición con el objetivo de hostilizar al enemigo en el norte del Perú a fin de convencer al Presidente Nicolás de Pierola que aceptara las condiciones de paz.

La expedición estaba compuesta por 1,900 hombres de infantería, 400 jinetes, 3 cañones Krupp de montaña, una sección de cuerpos de ingenieros y una ambulancia. Un total de 2,600 hombres al mando del Capitán de Navío don Patricio Lynch.
El 10 de septiembre de 1880, el Comandante Lynch, con una compañía de infantería, se interna en la hacienda azucarera llamada “Palo Seco”. Luego que el Comandante Lynch impusiera un impuesto de guerra al dueño de la hacienda, don Dionisio Derteano, y ante la negativa del pago, las haciendas fueron totalmente destruidas.
En un galpón, las tropas chilenas encontraron encerrados a unos 300 esclavos chinos, a quienes el comandante chileno ordenó declararlos libres.

¿Cómo llegan los chinos al Perú?

La presencia de los chinos en el Perú se remonta al período Español. Según el censo del Marqués de Montesclaros de 1613, existían 38 chinos en Lima, los que se dedicaban al zurcido de medias y costurerías.

Los chinos arribaron al Perú desde Acapulco, puerto en el que se embarcaba la mercadería china con destino al Callao. El nombre con que fueron reconocidos estos chinos fue el de “culíes”, denominados así por su condición de esclavos o trabajadores.

Entre los años 1849 y 1874, en el auge del tráfico de culíes, arribaron al Perú entre 80,000 y 100,000 culíes chinos.
Muchos de los culíes llevados al Perú fueron secuestrados o engañados, encerrados primero en barracones y luego hacinados en barcos, casi todos con sobrecarga rumbo al Perú. Pasaron en promedio 120 días en tales “infiernos flotantes”, en los cuales acaecieron tratos crueles, intimidaciones y por supuesto motines.
La recepción de los culíes en el Callao prosiguió con una cuarentena y al examen de la Junta de Sanidad del Puerto para verificar si estaban libres de enfermedades contagiosas.

El precio de venta de un culíe en el Perú ascendía más o menos a 400 soles por cabeza y a veces subía o bajaba entre 350 y 500. El beneficio era considerable a pesar del costo del viaje y otros gastos, como el pago a los “corredores” en china.Por supuesto que no se debe olvidar que bastantes culíes morían en la travesía.

Con respecto a su distribución, varios miles de culíes fueron contratados para trabajar en las islas guaneras frente a la costa. Entre 5,000 y 10,000 participaron en la construcción de ferrocarriles, y unos 80,000 fueron llevados a las plantas azucareras y algodoneras en la costa. También se desempeñaron como sirvientes domésticos, artesanos y trabajadores no especializados.

En la costa del Perú, gracias al encuentro de la corriente de El Niño y la corriente de Humboldt, millones de peces se congregaban y por consiguiente, conviven millares de aves marinas, sobre todo una especie llamada por los indígenas guanay. Además de ser un lugar en que nunca llueve, se acumuló, por cientos de años, gran cantidad de depósitos de excremento de ave que llegaron a tener hasta 30 metros de espesor.

El guano era utilizado por parte de los Incas en la agricultura y los españoles adoptaron de inmediato su uso; y pronto organizaron la extracción y su comercio. Los profundos cambios que se produjeron en la agricultura inglesa de esa época proporcionaron un nuevo empuje a la exportación del guano.

Desde 1840 hasta los inicios de la Guerra del Pacífico con Chile en 1879, la vida económica hasta la política del Perú estuvo basada en el guano.
El guano conservó su supremacía en las exportaciones peruanas y fue responsable que el crecimiento económico anual fuera de 4,5 % en 1840, y de 5,2% entre 1852 y 1878. Su producción ascendía a las 10’804,033 toneladas durante los años 1850 y 1878, con un valor cercano a los 100 millones de libras esterlinas.

El sol ardiente, la alta humedad, la inexistencia de agua fresca y de vegetación, más la compañía de ratas, escorpiones y lagartos hacían insoportable la vida para los culíes chinos, pero el trabajo y los tratos eran más arduos aún. Tenían que extraer por lo menos 5 toneladas de guano cada día, 7 días a la semana. Los que fallaban a su cuota diaria eran azotados con látigos por los caporales y vigilantes. Los que intentaban huir eran castigados para trabajar engrillados; un inglés tras haber visitado las islas guaneras a inicios de la década de 1870, describió la vida allí: “no hay infiernos concebidos por judíos, italianos o irlandeses que puedan igualar lo horroroso del calor, el hedor, y la condenación de los que fueron obligados a trabajar allí”.
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Ley de inmigración:

El Congreso del Perú aprobó la Ley General de Inmigración el 17 de noviembre de 1849, a la cual Paz Soldan, su acérrimo opositor apodó la “Ley China”. Esta ley concedía a los ciudadanos Domingo Elías y Juan Rodríguez el privilegio exclusivo de “importar” chinos para el departamento de Lima por un período de cuatro años.
El contrato que firmaban los chinos los obligaba a trabajar ocho años consecutivos sin derecho a sueldo o compensación, luego de este tiempo el culíe quedaba libre.

En realidad más que inmigrantes, Perú buscaba mano de obra con el fin de salvar su “moribunda agricultura”.
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Además, desde la independencia, los peruanos esperaban la llegada de europeos a sus costas, pero muchos de ellos fueron comerciantes y profesionales. Es más, el campesino europeo que llegaba al Perú quería, con el tiempo, convertirse en dueño de su pedazo de tierra pues los salarios eran muy bajos y el sistema laboral, que se aproximaba a la servidumbre, no era del agrado de los europeos.

En consecuencia el esfuerzo de los gobiernos peruanos por atraer colonos europeos no tuvo éxito.

Liberación de los chinos por el Comandante Don Patricio Lynch:

La ocupación de Lurín duró cuatro días, pero nadie imaginó lo que pasaría al descubrir a los esclavos chinos. Los soldados chilenos con frecuencia les regalaban comida y los culíes se negaban a abandonar a quienes consideraban sus salvadores y los seguían lealmente hasta el campo de batalla.

Como indican algunos antecedentes  históricos, los culíes lograron adaptarse rápidamente a las tropas chilenas, e incluso una gran cantidad de soldados utilizaron grandes y cónicos sombreros orientales hechos de caña, con la finalidad de encontrar sombra ante la inclemencia del sol del desierto. Además se debe interpretar esta ferocidad de los chinos debido a las ansias de venganza que tenían contra la aristocracia y la burguesía peruana, que se encargaron de propinarles brutales golpizas, maltratos y condiciones laborales paupérrimas a las que fueron expuestos.

Un chileno en China:

Mucho antes que los chinos ingresaran a las filas del ejército, hubo un chileno en la Guerra del Opio (1839 -1842).
Al servicio de la Armada inglesa, un joven Patricio Lynch llegó a las costas de Cantón a bordo de la fragata “Calliope”, poco después que la ciudad de Cantón fuera ocupada por unos 13,000 soldados y marineros al mando del General Cough, bastión que en el comienzo era defendido por 80,000 chinos.

En todas las acciones, el entonces Guardiamarina Lynch demostró extraordinario valor, especialmente en Whampoo, por lo que fue citado en la orden del día, recibiendo una condecoración con la efigie de la reina Victoria, que siempre llevó prendida en su uniforme de parada.

Durante ese período falleció el Almirante sir Flemy Seanhause, Comandante en Jefe de la Escuadra del Oriente, sucediéndole en el mando el Capitán Herbert, que pasó a comandar el navío insignia “Blenheim”, al cual llevó trasbordado a Lynch en reconocimiento a su leal colaboración. En este nuevo buque, Herbert continuó sus hazañas, tomando por asalto las fortalezas de Amoy, Chussan y Chinghae.

En esta última acción penetró a la cabeza de 700 marineros, llevando en su lado al impertérrito oficial chileno, que había ascendido a Teniente de la Armada
inglesa en octubre de 1841. Allí debió aprender rudimentos del idioma que volvió a escuchar cuarenta años más tarde en su marcha por el norte de Perú durante la Guerra del Pacífico.

Participación de los chinos en la Guerra del Pacífico:

En la medida que el Comandante Lynch liberaba a los culíes, muchos de ellos quisieron marchar con el ejército, en agradecimiento por su liberación. Al principio hubo dudas en aceptarlos, pero finalmente fueron incorporados.
Los chinos al llegar a Lurín siguiendo al Comandante Lynch, celebraron su cónclave.
Los cronistas registraron este lugar en el cual los culíes liberados celebraron frente al templo Pachacamac una ceremonia llamada el “Juramento del Gallo”.

Juramento del Gallo:

Existe en la religión de los chinos un juramento que no se ejecuta sino en circunstancias solemnes, ante el “Kuan Yo, dios de la guerra” , y ante los peligros públicos en los grandes odios, por la patria o el amor. Los hijos del celeste imperio se habían reunido en el mejor orden, manifestando en su silencio y gravedad la seriedad del acto que se iba a poner en práctica.

Un chino viejo que era el sacerdote que presidía aquel acto religioso, vestía de traje blanco. Luego hizo un discurso que todos escucharon en el más profundo silencio, poniendo atención.

Luego se presentó otro chino con un gallo delante del altar, amarrado convencionalmente con una pala de madera.
El sacerdote lo puso en el altar y luego lo degolló, recibiendo la sangre en una palangana y bebiendo su sangre prometiendo ultimar al que traicione y beber su sangre de la misma manera que al gallo a lo que quedan todos obligados. Y ahí, por la sangre del gallo se juró unirse bajo la dirección de Quintín Quintana, quien era agricultor chino avecindado en Ica y de muy buena situación económica, el cual ofreció sus servicios al General en Jefe de Brigada del Ejército chileno Comandante Patricio Lynch y prometió obedecerle del modo que si ordena trabajar, trabajar; si matar, matar; si incendiar, incendiar, si morir, morir, según la fórmula textual del compromiso.

Desde las ruinas del templo de Pachacamac Nuevo, pasaron todos en procesión a ver al General en Jefe Manuel Baquedano.

Habló Quintín Quintana, que vestía un traje militar indefinido y entre otras frases dijo:
“…He vivido durante 20 años en el Perú, he conseguido aquí por medio de mi trabajo, es cierto, los medios de vivir, los caballeros se han portado bien conmigo y mi familia, no tengo ningún odio personal, pero me lleva a sacrificar mi fortuna y a hacer lo que hago por estos infelices, mis compatriotas, cuyos sufrimientos nadie podría imaginar. Hay aquí hermanos que durante años han estado cargados de cadenas sin ver el sol, y los demás han trabajado como burros. No quiero para ellos nada más que comida y la seguridad que no sean abandonados en esta tierra maldita; que el jefe los lleve dondequiera, que yo los mando a todos…”

 


Quintin Quintana
chino que ayudo al general chileno Patricio Lynch, durante la Guerra del Pacífico

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Batallas y combates en que participaron los chinos en la Guerra del Pacífico:
• 16 de diciembre de 1880.
El Capitán de “Pontoneros”, don Arturo Villarroel, sale de Tambo de Mora hacia Jaguay, con cuatro individuos de su cuerpo y algunos chinos voluntarios.
Serviciales, ligeros y comedidos los chinos daban noticias de los caminos, de los recursos y de los fundos que tenían provisiones de animales de servicio, también servían de asistentes de clases y soldados.
Adoraban al Capitán Villarroel, que les hablaba en su lengua, pues en sus peregrinaciones, había estado en Manchuria trabajando en las minas en el celeste imperio.
Villarroel marchaba a Jaguay a ensanchar uno o dos pozos con dinamita, durante esa misma noche estuvo a
punto de ser víctima de los montoneros peruanos, pero se impuso con sus cuatro hombres y algunos chinos armados, hasta la llegada de 160 artilleros de marina que le sirvieron de custodia.

  • 9 de enero de 1881.

Al dirigirse los chilenos hacia Ica, el líder de los chinos Quintín Quintana ordena a sus hombres seguir al ejército que estaba formado por la 1º Brigada Lynch de la 1ª División Villagrán, prestándole importantes servicios en la conducción de bagajes, transporte de heridos y provisión de agua, leña y verdura para el rancho de la 1º Brigada. Se internan centenares de kilómetros en los valles vecinos, en busca de víveres, algunos no vuelven.
Durante el trayecto se unen más culíes de las haciendas de caña llegando a un total de 1500 chinos.

Quintín implanta en sus subordinados la más estricta disciplina; divididos en centurias y decurias, obedecen militarmente y todos siguen ciegamente a su general.

  • 10 de enero de 1881:

Una vez terminada la celebración del Juramento del Gallo, los chinos formaron en la plaza dirigidos por su jefe Quintín Quintana, un segundo al mando, cuatro divisionarios, doce centuriones y 20 jefes de decurias, procediendo al reparto del personal para los diversos servicios.
500 de los más jóvenes y resueltos, pasan a los pontoneros del Capitán Villarroel, destinados a desactivar las minas, bombas automáticas y cortar los cables de las baterías eléctricas.

Esta sección saluda con entusiasmo al nuevo jefe, que les habla en su lengua nativa.
300 van a las ambulancias, para ayudar al transporte de heridos en el campo de batalla.
200 van al parque, destinados a embalar municiones.
100 van al bagaje, para distribuir forraje y cuidar del ganado.
300 van a la Intendencia General, para formar cargas para las mulas, transportar bultos, coser sacos y demás trabajos propios del movimiento interno de bodegas y almacenes.
El resto al mando de Quintana disponibles a las órdenes de las autoridades superiores.

Muchos pasan a ayudantes de los asistentes y aun de asistentes titulares de clases y soldados, y todos contentos y felices con kepis y uniformes de Brin y botas de tropa proporcionadas por la Intendencia chilena.

  • 12 de enero de 1881, marcha hacia Chorrillos.

Las divisiones chilenas comienzan a partir de Lurín iniciando la marcha la primera División Lynch y siguiendo los demás a continuación por orden numérico.
Al frente del campo se divisan tres cerros, elevados como pirámides en medio de la llanura, en cuyas cimas se escondían los enemigos detrás de sus fortalezas.

Sin embargo, a la derecha de la primera división, se divisa una masa movediza que se confunde con las arenas; son los chinos del Capitán Villarroel, que se arrastraban, encargados de cortar los alambres de las minas y hacer estallar las bombas a su momento.

  • 13 de enero de 1881, Batalla de Chorrillos.

Durante el avance pausado y silencioso de las Divisiones Chilenas, soldados peruanos se percatan que delante de ellos, se mueven bultos blancos que escarban la tierra. Son los chinos del Capitán Villarroel, que buscan la minas peruanas, señaladas por objetos brillantes, cajas de conserva, botellas y discos de lata, atados por un alambre a cubos de hierro, enterradas a profundidad, cargadas con 1,2 y a veces con 10 libras de dinamita, asentados sobre un depósito de bicromato de potasio cuyo fulminante estalla por la simple presión del pie.

Había también minas de grueso calibre, unidas por alambres a los trincheramientos peruanos, desde donde se las hacia explosar por contacto eléctrico.Estos chinos prestaban muy buenos servicios a los chilenos al entrar en la
zona minada peruana. Con la calma propia de su raza, ubicaban las señales y enseguida cortaban los hilos conductores.

No obstante, aunque se tomaban las precauciones, estallaban algunas minas. Los demás no se preocupaban del compañero, tal vez lo envidiaban, pues iría a resucitar a Cantón.

  • 14 de enero de 1881.

La primera tarea de los sobrevivientes chinos, al otro día de la batalla, fue sepultar piadosamente a los compañeros, para evitar que su espíritu deambulara por el espacio, hasta que su cuerpo no repose en el seno de la madre tierra.
El Capitán Villarroel o el General Dinamita, llamado con cariño por los soldados, después de una ruda labor del día y la noche del 13, se traslada al amanecer de este día al fuerte y muelle del puerto de Chorrillos para levantar las minas, sembradas allí con profusión por los peruanos. Extrae de los cañones enterrados la dinamita con que los artilleros peruanos rellenaron el ánima, para explosar las piezas.

Retira 39 torpedos de presión, enterrados en la meseta de la batería, 450 más diseminados en los caminos de atravieso y en la calzada de Chorrillos a Lima. De las casuchas de la playa quita las baterías eléctricas, destinadas a la explosión de minas submarinas fijas, fondeadas en la Bahía de Chorrillos.

Con el arrojo de los “Pontoneros” y la paciencia de su batallón de chinos, corta los alambres conectados desde las casetas a orillas de la playa a las minas sumergidas.

  • 15 de enero de 1881, Batalla de Miraflores.

Un batallón de Pontoneros y 300 chinos se arrastran entre las ondulaciones del suelo, cortando los alambres de las minas, que las unen a las estaciones eléctricas ubicadas en los reductos peruanos; inutiliza decenas de estas minas, algunas bastante potentes para elevar una compañía entera.
En las postrimerías de la lucha, dos tiros de rifle tienden al Capitán Villarroel al acercarse a un reducto peruano. El General Dinamita queda inválido para toda la vida.

Conclusión:

El significado real de la gran ayuda que efectuaron los chinos al Ejército chileno, tiene su cúspide en el logro alcanzado en la Guerra del Pacifico, una victoria sobre Perú, pero también cicatrices que perdurarán en el tiempo. Los culíes se vieron inmersos de manera consciente en una guerra que no era suya, pero que la hicieron parte de sí,
como una forma de retribuir el dolor, miedo y sufrimiento al pueblo peruano que dirigidos por su oligarquía, no impidieron el maltrato a sus compatriotas orientales, donde muchos no sólo murieron por los golpes y latigazos, sino que también, encontraron la muerte en sus propias manos, como una forma de arrancar de ese calvario.
De esa colonia oriental puede que ya no encontremos ninguna descendencia o que simplemente, los chinos asentados en ciudades como Iquique se nieguen a la memoria colectiva.

Hasta este momento no se ha hecho un reconocimiento del gran aporte que fueron los chinos en la Guerra del Pacífico; es justo que esta historia sea conocida por todos como parte importante de nuestra historia como nación libre y soberana.

 

Bibliografía:

Watt Stewart. “La historia de los culíes chinos en el Perú” (1849-1874).
Rafael Mellafe y Mauricio Pelayo González. “La Guerra del Pacífico”.
Rodrigo Pavez Shu. “Los chinos en la Guerra del Pacífico”.
Diego lin. Chou. “Chile y China: inmigración y relaciones bilaterales”.
Laguerradelpacifico.cl