Un pedazo de pierna, un trozo de pie: eso fue lo que quedo de Grau

Este testimonio histórico concierne de modo muy peculiar a los peruanos.
En el relato, en formato de parte de batalla, de todo lo que hizo el heroico teniente primero Pedro Garezón, que asumió la capitanía del «Huáscar» cuando todos sus jefes ya habían muerto, para encontrar los restos del almirante Miguel Grau.

 

Así quedo la torre del monitor «Huáscar» tras el ataque  de los blindados chilenos «Cochrane»   y «Blanco Encalada: El cuerpo del héroe quedo prácticamente pulverizado.

 

Es la narración de una estremecedora  búsqueda en la torre de mando  de un barco vencido y al que enemigo ha capturado frustrando, al cerrar sus válvulas, su viaje al fondo  de ese mar de Punta Angamos.

Es el encuentro, al final, de un pedazo de pierna, quizá de un trozo de pie. Porque eso fue todo lo que quedo del mejor peruano del siglo 19.

 

Memorándum del Teniente Primero Pedro Garezón, escrito el 4 de setiembre de 1890:

Después de abordado el «Huáscar», por embarcaciones al mando del tenientes del «Cochrane» y «Blanco Encalada«, yo me negué a ser conducido  prisionero con los únicos 3 oficiales de Guerra de la dotación que quedaron conmigo en combate:

Tenientes Segundos SS. Canseco y Santillana  y alférez Herrera. La razón  fue por no haber hasta esos momentos (11:50 a.m.) los restos del Contraalmirante Grau, y haber sido yo el ultimo en quien  había recaído el mando del buque .

El primer teniente señor Simpson que era el jefe de los que abordaron el «Huáscar» me manifestó con su silencio que podía continuar a bordo y, en efecto, todos los demás fueron conducidos prisioneros  a  los blindados, y yo permanecí a bordo hasta las 4 o 5 de la tarde.

Cuando las 2 bombas enemigas destruyeron la torre del comandante, cayó un cuerpo en la cubierta de la torre de combate y a la voz de ¡a muerto el comandante! ese cuerpo fue llevado a la cámara. Por el humo que cubría toda la cubierta y pasajes de combate, no se pudo reconocer el cadáver,así es que durante el combate estábamos en la creencia de que el cadáver del Contraalmirante  estaba en la cámara de popa.

Cuando me quede solo me dirigí inmediatamente a la cámara de popa  y todos mis trabajos fueron inútiles: entre todos los cadáveres no se encontraba el que yo buscaba.

Momentos después se acerco a mi el 1° teniente señor Goñi (hoy comandante del Blanco); me preguntó por lo que yo con tanto interés buscaba, y le conteste:

Lo he buscado en las 2 cámaras, el cuerpo que trajeron  fue del 1° teniente Ferre, el cual se ha encontrado íntegro , vamos a la torre del comandante a buscarlo, a lo que me respondió Goñi:

«Aguardemos un momento para que acaben de apagar el incendio en la torre».

Media hora después se acercó un marinero donde su teniente  Goñi y le dijo que ya podíamos pasar a la torre. Con este aviso salimos a la cubierta; Goñi se quedo al costado de la torre y al lado de afuera, y yo penetré en ella por el lado de babor  y por el gran boquete que habían abierto las 2 bombas enemigas  que atravesaron la torre del Comandante, en la dirección del cabo de estribor a la aleta de babor.

Rebuscado los escombros dentro de la torree encontré, confundido con las astillas de madera y pedazos de fierro, que hay existían, al lado de estribor  y como a la altura de 1 metro, un trozo de pierna blanca  y velluda, sólo desde la mitad de la pantorrilla al pie, el que estaba calzado con botín de cuero; y la capellada del botín había desaparecido  como si la hubiese cortado cuidadosamente con 1 cuchilla muy fina sin dañarle la suela ni las uñas de los dedos que estaban completamente desnudos; por la situación de ellos conocí que era la pierna derecha; esto fue todo lo que encontré de 4 a 5 de la tarde.

Como el teniente Goñi se hallaba en la cubierta y al costado de la torre el único resto que quedaba de nuestro Contralmirante; él llamó entonces a un sargento y la pierna fue envuelta en un pabellón de bote.

En una falúa (pequeña embarcación destinada al transporte de las autoridades de marina) del «Blanco» nos embarcamos las tres personas que fuimos autores de esta triste escena y conducimos, a bordo de dicho buque, ese pedazo de la patria querida.

El teniente Goñi, que tanto interés manifestó porque se recogieran, fue desde ese momento el custodio de ellos, y se colocaron dentro de un aparato con alcohol a bordo del «Blanco«.

Esa misma noche nos trasladaron del «Blanco» al transporte «Copiapó«, y al día siguiente, el
jueves 9, me mandó el comandante general señor Riveros a un oficial para decirme que nombrara a uno de mis oficiales para que pusiera en tierra (Mejillones de Bolivia) las marcas correspondientes a los cadáveres que se iban a sepultar.

Yo envié en esa comisión al inteligente contador Juan Alfaro, y a su regreso me dio parte de que todos los cadáveres quedaron sepultados y que los restos del contralmirante quedaban en una cajita, habiéndose puesto como distintivo una cruz de madera con letras negras. El teniente Goñi dejó también marcado ese sitio con una banderita peruana.

Los cadáveres de Elías Aguirre 2° Comandante y de los tenientes primeros Ferré y Rodríguez quedaban igualmente sepultados y con sus nombres en sus respectivas cruces.

Yo tengo la plena seguridad de que esos restos son del Contralmirante Grau:

1° Porque yo había estado sirviendo con el 5 años y lo conocía bastante, y

2° Porque en la torre del comandante no estaban mas personas que él y su ayudante Ferré; el cuerpo de este se encontró integro: luego lo que en ese lugar encontré, tenia que ser del Contralmirante Grau.

El hoy obispe de Chile, ilustrísimo señor Fontecilla, fue el primero que lo dijo una misa en Mejillones de Bolivia al Contraalmirante.

Poco tiempo después el señor Contralmirante Viel, de la Marina de Chile, pidió a su gobierno, por medio de una solicitud, que le permitiera trasladar los restos de Grau al mausoleo de su familia en Santiago, donde se encuentran los restos del Ilustre General Viel, veterano de la Independencia.

El 22 de junio último el ministro del Perú, don Carlos Elías, fue en persona a dicho mausoleo para hacer la traslación de los restos a la urna en que fueron conducidos al Perú.

Yo hablé con nuestro indicado ministro el día siguiente de la traslación y, según todas las explicaciones que me dio en la casa delegación en Santiago, los restos que trasladó eran los mismos que yo saqué de la torre el día del combate, y son también los que existen hoy en el cementerio de Lima.

Al entrar en combate el Contralmirante vestía pantalón azul sin galón, levita-paletot de paño castor del mismo color con tres botones prendidos en las bota-mangas; llevaba prendidas las presillas de capitán de Navío, calada la gorra con placa y calzado botines de cuero con elásticos. La espada se la llevó a la torre su mayordomo Alcíbar, poco antes de entrar en combate.

El Contralmirante no llegó a usar a bordo el uniforme de su clase ni arboló su insignia de Contralmirante. Mi puesto a bordo, durante este episodio tan memorable, era el de Oficial de Derrota y Señales, y mi clase la de teniente primero.

 

Teniente primero Pedro Gárezon: la tarea más triste de la guerra la cumplió este  oficial corajudo que . años después, sería consul del Perú en París.

 

Fuente:

Hildebrandt en sus trece, 22 de junio del 2012,  pag. 14- 15