Captura del Rimac: Versión directa del capitán Gana

Parte oficial sobre la captura del»Rímac», pasado desde Arica por su comandante militar el capitán de fragata don Ignacio Luis Gana.

Arica, julio 25 de 1879

Señor comandante general de marina:

Paso a dar cuenta a usted del apresamiento del transporte Rímac por la corbeta peruana Unión y el monitor Huáscar, en la mañana del 23 del actual.

 

El teniente coronel Manuel Bulnes, jefe del batallón «Carabineros de Yungay», estaba en la nave con todo su regimiento. La iconografía chilena ha borrado la imagen del tragicómico capitán del «Rímac» Ignacio Luis Gana.

 

Cumpliendo la orden de usted el Rímac zarpó de Valparaíso para Antofagasta, sin escala, el 20 a las 12 del medio día, llevaba a su bordo el escuadrón Carabineros de Yungay, parte de la caballada y varios otros artículos para el ejército y armada.

Navegamos distante de la costa, según instrucciones de esa comandancia general, hasta el amanecer del 23 sin accidente de ninguna especie. La noche había sido oscura y de niebla, sin vista de tierra.

Al tomar la rada de nuestro destino avistamos un humo de vapor a corta distancia, que supusimos fuera el Cochrane y que usted me había anticipado cruzaría este buque en esas aguas en espera del Rímac.

Un cuarto de hora después, y cuando ya empezaba a aclarar, se distinguieron las cofas blindadas de un buque de tres palos, circunstancia que reúne el Cochrane; y que no distinguiéndose bien el casco por la falta de luz y de la distancia, no había razón para desconfianzas, tanto más cuanto que usted decía en carta que no había temor de enemigos, pues así se lo escribían de Antofagasta.

Dicho buque se dirigió al S.O. para reconocernos. Al damos su costado, pues nosotros quedábamos al norte, vimos que no era ninguno de nuestros blindados y que era una corbeta enemiga, tal vez la Pilcomayo, por lo pequeña que se presentaba. Apuramos la máquina a toda fuerza para tomar a Antofagasta, navegando al este o ganar la tierra en cualquier parte, creyendo cortarla fuera de cañón. Por precaución se cargaron los cañones con grande entusiasmo y la marinería se colocó en sus puestos de combate.

El buque enemigo varió rumbo sobre nosotros y empezó a avanzar con rapidez, y ya con mayor claridad reconocimos a la Unión. En esos momentos se avistó otro humo y en breve nos persuadimos de que era el Huáscar, que nos salía al través con manifiesta intención de cruzarnos, dejándonos por la popa la Unión y por la proa él. En el acto hicimos rumbo al N.O. con todo el poder de la máquina para alejamos del Huáscar y burlar a la Unión, si la noche nos lo permitía, arrastrándole hacia Iquique, punto fijado para nuestra recalada, y avistar a nuestra escuadra.

Pero a las 6:25 a.m. la Unión nos tenía bajo sus fuegos y nos hizo un disparo en blanco de intimación, enarbolando a la vez su bandera, contestando el Rímac con una bala, que no salvó ni la tercera parte de la. distancia; pues usted sabe que la artillería lisa de a 32 de estos transportes tiene un alcance máximo de a 900 yardas, inferior al fusil en uso.

Desde ese momento se vio que no había más defensa que el buen andar; y que ofrecer el costado del transporte al enemigo era perder camino, para disparar con unos cañones inútiles a esa distancia.

La Unión continuó sus fuegos sobre el Rímac con su artillería gruesa, y notando que la caza podía ser larga, los prosiguió con su cazador de proa.

Nuestra máquina funcionaba con el mayor poder posible, expuesta a romperse: tal era la orden dada al ingeniero, pues que forzando también la Unión esperábamos tuviese algún accidente en la suya. Pero el enemigo seguía cerrando la distancia y aumentando la rapidez de sus disparos, que sobrepasaban al Rímac a gran distancia.

El número total de cañonazos de la Unión, según cuenta de un sargento que se ocupó en tarjarlos, ascendió a 52.

El Huáscar se había perdido de vista, y su último rumbo pareció sobre Antofagasta.

El Rímac fue gobernado procurando describir círculos prolongados a la Unión, y estos variaron hasta quedar con rumbo al sur, consiguiendo con ello que la Unión con la mar de proa cabecease y sus tiros fuesen inciertos y su andar menos despejado. El andar del Rímac, según el primer ingeniero, en esa posición permaneció en trece millas.

A las 8:45 a.m., viendo que el enemigo ganaba siempre sobre nuestra marcha, nos reunirnos en consejo pedido por el infrascrito. Aparte del que firma, asistieron el señor comandante don Manuel Bulnes, el señor mayor don Wenceslao Bulnes, el capitán del Rímac y otros señores oficiales.

Se propusieron las cuestiones siguientes:

1° Qué temperamento se seguiría si la Unión llegase a cerrar la caza presentándonos sus baterías de costado; y

2° Si el buque tomaría más arranque aligerándolo de los caballos y demás pesos de cubierta, puesto que abrir las escotillas era inutilizar los cañones, circunstancia imperdonable ante las peripecias de un combate.

A la primera se resolvió correr con todo riesgo la máquina y recibir los tiros del enemigo hasta el momento en que se perdiese la esperanza de salvación.

La segunda, después de una deliberación tranquila sobre la posibilidad de llegar al costado de la Unión para abordarla, pues habría sido la única agresión eficaz, con el mayor personal que poseíamos sobre ella, se reconoció que era materialmente imposible, vista las poderosas baterías de la Unión, compuestas de doce cañones de a 70 y otros accesorios, sus ametralladoras y a la fragilidad de los costados del Rímac con su máquina descompuesta, que no fue posible defenderla con sacos de carbón a causa de la numerosa caballada que llevaba en sus pesebreras en los lados de los cilindros, y lo que es más, a causa de la mayor agilidad de la corbeta enemiga sobre el transporte, que no lo habría recibido sino con sus baterías.

En cuanto a aligerar el buque, se desechó la idea atendida la buena estiba en que estaba y la circunstancia de que los caballos habrían ido a chocar contra la hélice, rompiéndola tal vez, o imposibilitando la marcha rápida que llevaba el buque.

Se acordó arrojar el armamento al agua y las municiones y cuanto pudiera servir al enemigo sobre cubierta.

El fuego proseguía poco certero, aunque el casco recibía de cuando en cuando algunas granadas, que rompiendo las cámaras lanzaban astillas. Alas 9 a.m. se volvió a avistar el Huáscar al sur con dirección a cortar nuestro rumbo. Había llegado la Unión a tan corta distancia, que un movimiento en el timón le daría grande entrada y había posibilidad de dejar por la banda al Huáscar.

A las 11:15 a.m. nos interceptaba este la carrera y rompía el fuego sobre el costado de babor, mientras que la Unión que había acortado la distancia a seiscientos metros próximamente, nos lo hacía sobre estribor con mucho acierto. Cortada la retirada y estrechado por la popa el Rímac, el conflicto había llegado a su término, después de cuatro horas de caza y de estar bajo el fuego de granadas.

Ordené al capitán hiciera romper las válvulas de vapor, arrojar la correspondencia, el armamento y las municiones al agua y a la vez hice alistar bandera de parlamento.

Un instante después fue izada, y el fuego cesó en el acto.

La bandera de Chile no fue arriada y el buque fue entregado bajo parlamento.

Un bote de la Unión llegó a bordo, y entre varios jefes se creyó una deslealtad, impropia de las leyes de la guerra, hundir el buque, mientras se izaba bandera de paz condicional, y se suspendió la orden.

Esta medida, tomada en la desesperación de la impotencia, habría traído la muerte cierta de trescientos cincuenta hombres; puesto que no habiendo en el buque embarcaciones para salvar, con la mar de ese día, cien hombres, estos mismos embarcados no habrían sido recogidos prisioneros de guerra y la catástrofe habría sido brutal; puesto que a 25 millas de la costa, frente al morro de Jara, los oficiales y tropa del ejército, única llamada por la ley a embarcarse con preferencia, no habría llevado a surgidero.

Desgracias a bordo ha habido siete: uno muerto y seis heridos, todos soldados del escuadrón, los cuales se curan por una ambulancia.

El número de proyectiles recibidos en su casco por el vapor llegó a diez, seis más que la Covadonga en Iquique.

Tal ha sido este día funesto para las operaciones de nuestra guerra, en que hubo que entregar un transporte importantísimo al enemigo; aunque por el medio más honroso marcado por las leyes militares, y que se conservó impasible mientras se abrigó una leve esperanza de salvarlo. El honor de las armas de Chile se ha salvado incólume.

Cada uno ha cumplido en particular con el desesperante deber de recibir inerme, sin poder rechazarla, la agresión de dos naves poderosas. Los señores jefes del Huáscar y de la Unión han manifestado sus respetos al que suscribe por la impasible tenacidad de la resistencia del Rímac al momento de ser prisionero, y de tratar a mis compañeros de desgracia con toda consideración y humanidad. Ello ha sido cumplido con una elevación tal, que honra al presidente del Perú, a sus subalternos y al pueblo de Arica que nos vio desembarcar a las 2 p.m. sin la más leve demostración de júbilo ni de enojo.

La tropa se halla en un cuartel, los marineros repartidos en varias partes. Los oficiales han sido alojados en el cuartel de la guardia de honor. A petición de los señores oficiales de este cuerpo y los jefes, hemos sido detenidos en casas particulares cuyos moradores se empeñan con sus atenciones por aliviar nuestra mala fortuna.

Antes de terminar expondré a usted que la conciencia de cuantos había a bordo, está tranquila. Se ha hecho lo mejor en tan odioso trance.

Dios guarde a usted Ignacio Luis Gana.

Al señor comandante general de marina.

 

Fuente:

Hildebrandt en sus trece, 17 junio  2016, pag. 26