Grau se niega a bombardear a pobladores indefensos en Antofagasta

Muchos han criticado la benevolencia del gran almirante Miguel Grau Seminario. ¿Qué habría pasado, por ejemplo, si hubiese destruido las plantas condensadoras que abastecían de agua a la Antofagasta capturada por los chilenos y que estaba siendo usada como el campamento base para la invasión terrestre del Perú? En este mensaje enviado a la comandancia de la marina el héroe explica sus razones y da cuenta también de las muchísimas misiones fallidas de su recorrido.

Miguel Grau a los 30 anos de edad.

 

Comandancia General de la Primera División Naval A bordo del monitor»Huáscar»

Al ancla, Ilo, mayo 31 de 1879

Señor Director de Marina en el Ministerio del Ramo

Con fecha 23 del presente, tuve el honor de dar cuenta a V. S. de las operaciones ejecutadas con la División de mi mando, desde mi salida del puerto de Arica el 20, hasta esa fecha. Hoy cábeme nuevamente la honra de participar por último a V. S. las que desde entonces hasta hoy he llevado a cabo con el monitor Huáscar conforme a las instrucciones que se dignó impartirme en el puerto de Moliendo el señor Director de la Guerra. El 24 en la madrugada, después de despachar al transporte Chalaco con destino al puerto de Arica, zarpé del de lquique en dirección del sur, observando la costa a la menor distancia posible, y reconocí en Pabellón de Pica al vapor Valdivia de la Compañía Inglesa de Vapores que venía del sur.

Continué mi derrota durante la noche algo separado de la costa, y al amanecer del 25 avisté por el sur, y. goberné en su demanda, un vapor, que al parecer era el nata de la Compañía Sud-Americana, cuyas primeras evoluciones fueron bastante sospechosas y que terminó por huir a toda fuerza.

Lo perseguí durante 4 horas sin poderle dar caza debido a que su andar era mayor que el del Huáscar y convencido de ello desistí del empeño para reconocer a su pailebot que encontré en el trayecto y que se dirigía igualmente al sur. Era el pailebot Recuperado que fue apresado por el enemigo y que se dirigía a Antofagasta con el fin de ser juzgado en ese puerto.

Comprendiendo que la comisión que iba a desempeñar no me permitía distraer hombre alguno de mi buque para poner a salvo la presa, preferí incendiarla y tomar a mi bordo a los tres individuos que componían su tripulación.

Me dirigí enseguida al puerto de Mejillones de Bolivia y mandé a tierra a un oficial para notificar al jefe militar de ese puerto que el Huáscar no llevaba a él intención alguna hostil contra sus moradores y sí sólo el objeto de destruir las lanchas que pudieran servir para uso del enemigo; no encontré la menor resistencia de parte de dicha autoridad para realizar este propósito y procedí en consecuencia a destruir todas las que habían en el agua y además otra presa, la goleta Clorinda, por existir, respecto al salvamento de esta, los mismos impedimentos que antes he manifestado.

Salí del puerto de Mejillones con destino al de Antofagasta en la noche de este día y en la mañana del siguiente, frente a este último puerto, avisté un vapor mercante, al parecer el Rímac, que salía a toda fuerza por el lado del sur. Lo perseguí durante 4 horas y convencido de que su andar, a vela y máquina como iba, era mayor que el del Huáscar me dirigí nuevamente a Antofagasta.

A mi llegada a este puerto se destacó de él otro vapor hacia el norte; era probablemente el Itata de la víspera, llevaba el pabellón chileno y huía a toda fuerza. Me dirigí sobre él forzando la máquina y perseguí durante dos horas haciéndole algunos disparos de artillería, pero tampoco pude tomarlo.

Al emprender la persecución de este último vapor se hicieron algunos disparos de las baterías de tierra contra el Huáscar, los que no contesté inmediatamente por el empeño en que me hallaba; pero, convencido de que no era posible dar caza al vapor mencionado, regresé al puerto y me mantuve con el buque sobre la máquina en el fondeadero y muy próximo a tierra. Así permanecí media hora reconociendo y estudiando las defensas del puerto.

La cañonera Covadonga, que desde el principio se movió a espía para cubrirse con los buques mercantes, terminó por introducirse en la barra del puerto para ponerse a salvo. En esta disposición podía hacer uso de su artillería en defensa del puerto. Tres baterías en tierra, situadas respectivamente en el norte, centro y sur de la población, las tres rasantes con cañones, al parecer, algunos de grueso calibre y montados a barbeta, completaban dicha defensa.

Visto que, a pesar de la proximidad en que me encontraba de ellas, no se repelían los disparos, ordené romper los fuegos sobre las máquinas condensadoras situadas en el norte de la población; y entonces fui contestado por las baterías de tierra y por la Covadonga, trabándose desde este momento el combate con ellas hasta las 7:15 p. m. en que después de sostener el fuego durante dos horas y de que el último disparo del Huáscar no fue contestado, me retiré para pasar la noche fuera del puerto.

Hubiese podido continuar con el bombardeo de la población, desde que a él había sido provocado, pero la consideración de lastimar intereses neutrales y de que este ataque se dirigía contra los pobladores indefensos, aunque no me correspondía la responsabilidad de los resultados, me decidieron a no emprenderlo.

Había hecho 16 tiros con los cañones de a 300 y 8 con los de a 4o, dirigidos alas baterías; juzgo que el enemigo hizo más de 80 tiros. En la mañana del 27 me dirigí nuevamente al fondeadero, con el intento de rastrear y cortar el cable submarino. Me aproximé con tal fin hasta 600 metros de la población para alargar las rastras y, no obstante de que en tierra se notaba mucho movimiento de tropas y preparativos de defensa, arrié mis embarcaciones y, con ellas por 1,111 lado y el buque por otro, pude tornar el cable y cortarlo sin ser absolutamente molestado durante la operación. Terminada esta y habiendo avistado un vapor por el norte, me moví en su demanda y reconocí que era el vapor inglés Ayacucho de la carrera que se dirigía al puerto, regresé y permanecí hasta las 9 p.m.; como antes, frente a las baterías y a muy corta distancia, pero no habiendo ocurrido novedad me retiré, después de la salida del Ayacucho e hice rumbo al norte.

A las 4 a. m. del 28, frente a la roca Abtao en la punta de Mejillones. avisté tres luces como de igual numero de buques que navegaban en convoy dirigiéndose al sur; me aproximé prudentemente a ellos, sin ser visto y creí que fueran buques de la escuadra chilena, la que, según los informes que había recibido, estuvo la antevíspera frente a Pisagua y se dirigió al sur.

Seguí mi derrota con destino al puerto de Cobija y en este, previa notificación respectiva, mandé destruir seis lanchas que había en el fondeadero y me dirigí en demanda de un buque de vela que se avistaba por el oeste.

En el trayecto encontré a la goleta Coqueta, nueva presa, que he remitido al puerto de Arica a cargo de un patrón y dos tripulantes de mi dotación, para que siga con ella los trámites de ley. La vela avistada era la barca Emilia procedente de la caleta de Huanillos de Bolivia, con un cargamento de metales y con destino a Lota.

Este buque, que arbolaba el pabellón nicaragüense sin tener patente legal para usarlo, había conducido carbón al puerto de Antofagasta, por cuyos motivos la he remitido al del Callao, a cargo del teniente 1° graduado D. Melitón Rodríguez, con dos aspirantes y nueve individuos de tripulación, para que allí sea juzgado ante el tribunal respectivo. El piloto, mayordomo y siete individuos de la tripulación de la Emilia fueron trasbordados y existen a bordo de este buque por precaución, por ser todos de nacionalidad chilena. Terminado esto me dirigí a Tocopilla, donde reconocí a los buques que allí se encontraban y continué mi derrota al norte, tocando en la mañana del 29 en Patillos y entrando después a Iquique. Aquí recibí a bordo al Exemo. Sr. Director General de la Guerra, le di cuenta del resultado de mi comisión y recibí las instrucciones convenientes para tomar carbón en Ilo y dirigirme al Callao, en el caso de que no fuera posible encontrarme al día siguiente en Iquique.

En efecto, después de dejar en este puerto, por orden superior, 25 rollos de alambre telegráfico, de 38 que tomé de una de las lanchas de Mejillones de Bolivia, salí para pasar la noche sobre la máquina fuera de él y en la mañana siguiente, cuando me dirigía ya al fondeadero, avisté por el norte a cinco millas de distancia, tres de los buques enemigos. Como mis instrucciones me indicaban en este caso rehuir el encuentro, hice proa al oeste y sucesivamente hacia el norte mientras era seguido, lo que duró 7 horas, después de las cuales me dirigí con rumbo a Ilo. He podido con esta ocasión apreciar que el máximo andar de ellos es de nueve y media millas. En el trayecto, a las 5 p. m. avisté un vapor que navegaba al sur, me dirigí entonces a él para reconocerlo, lo que conseguí a las 6 horas, pues igual operación practicaba él respecto al Huáscar; pero estando próximos y luego que nos reconoció al disparo de estilo, largó una embarcación que ; llevaba a remolque, dio toda la fuerza a su máquina y huyó hacia el sur. Era un transporte, lo perseguí durante dos horas sin poderle dar caza, por su mucho andar y la oscuridad de la noche, y continué mi derrota. Hoy a las 11:15  a. m. he fondeado en este puerto con el fin de tomar carbón, y saldré con destino a Arica tan luego como haya terminado esta operación.

Todo lo que me es honroso participar a V. S. para que por su órgano llegue a conocimiento del Supremo Gobierno.

Dios guarde a V. S.

Miguel Grau

 

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