Biografía parte III

Gran personalidad:

Aunque al ingresar a la Marina como guardiamarina Miguel Grau no había cumplido aún los 20 años, ante los ojos de sus instructores mostraba una gran ventaja en comparación con sus compañeros en cuanto a formación y edad.

Y no podía ser de otra forma, pues los primeros viajes del púber Miguel realizando, simultáneamente, labores propias de los marineros y su aprendizaje no escolarizado con la tutela del capitán del barco Manuel Francisco Herrera no eran nada desdeñables, sobre todo por la adquisición de una temprana experiencia marinera.

A ello se suman las siguientes travesías, muy bien vividas en la mar hasta entonces, en diez años, había realizado doce viajes, aunque con pocas satisfacciones y mucho sacrificio, que solo una auténtica vocación puede superar.

Con este rico equipaje, en el que se incluía el uso de una amplio léxico marino, el joven Miguel Grau se había convertido en un experto conocedor de la vida a bordo, que lindaba con la excelencia. Entonces era obvio que destacara de inmediato.

Aunque se le podría considerar un «viejo lobo de mar» con solo 20 años, nunca antes había navegado en un barco a vapor, por que todos los viajes de su niñez y adolescencia los hizo en barcos de vela. Sin duda, la comprobación de este avance tecnológico tuvo que constituir una experiencia impactante para el flamante marino de la Armada Peruana.

 

 

Fragata Apurimac

 

En octubre de 1854, Grau fue trasladado al pailebote Vigilante (embarcación de vela antigua), un pequeño buque armado, donde permaneció diez meses y veinte días.

Este periodo coincidió con la etapa final de la guerra civil en el Perú, en la que el presidente Echenique fue derrocado. El pailebote realizó varias comisiones, como la persecución de la goleta chilena Flecha, la cual había escapado de Pisco con municiones y armamento para los revolucionarios.

Un hecho que los historiadores coinciden en resaltar es la serenidad y el temple que hizo gala el futuro héroe cuando una tarde, estando de guardia, se enteró que el aspirante de marina Manuel Bonilla había caído al mar. Grau, quien estaba a cargo del buque en ese momento, de inmediato detuvo todas las acciones de cubierta y ordenó echar al mar un bote e iniciar la búsqueda del caído. Los hombres del salvamento estuvieron tres horas en el mar haciendo denodados esfuerzos, luchando con la espesa niebla que apenas les permitía verse las manos. Lamentablemente el cuerpo de Bonilla nunca fue encontrado; se había hundido apenas tocó el mar, pues el infortunado aspirante no sabía nadar. Muy apenados, tuvieron que reanudar la navegación.

Primera actuación política:

El buque Ucayali es el tercer destino de Grau, donde se quedó solo durante diciembre de 1855. De inmediato, con la clase de alférez de fragata, fue asignado al Apurímac, una de las principales naves de la Armada.

Es en esta etapa que el alférez Grau se encuentra con el teniente segundo Lizardo Montero Flores, piurano también, dos años mayor que Miguel y más antiguo en la Marina. A partir de esta época se inicia una larga y estrecha amistad entre ambos hombres de mar.

Era 1856 y transcurría en el Perú el segundo periodo de gobierno del general Ramón Castilla, quien había destituido al presidente general Rufino Echenique.

Grau contaba con 22 años y tuvo que verse enfrentado a una situación que lo coloca de cara con la anarquía y lo introduce en los agitados conflictos políticos que se vivían en esa época. Veamos: el 16 de noviembre, el buque Apurímac, al cual estaba incorporado, decide unirse a la sublevación del general Manuel Ignacio de Vivanco contra el gobierno de Ramón Castilla.

El historiador De la Puente Candamo afirma lo siguiente al referirse a esta época:

«Para el país es la continuación de una larga y triste secuela de levantamientos y anarquía; para Vivanco y para Castilla, es un nuevo enfrentamiento; mientras que para Miguel Grau representa algo más profundo: una decisión personal lo lleva a unirse a la revolución y a comprometerse con los postulados y las ilusiones de Vivanco«.

En efecto, aquel 16 de noviembre de 1856, el Apurímac se encontraba en el puerto de Arica. Aprovechando la ausencia del comandante del buque, José María Salcedo quien había desembarcado para atender una invitación, el teniente segundo Lizardo Montero se apodera del navio con el apoyo de Grau y otros oficiales.

Así el Apurímac es trasladado al puerto de Islay (Mollendo – Arequipa) donde se une a los vapores de la Armada Loa y Tumbes.

Posteriormente Montero y la tripulación reciben a bordo al general Vivanco, proclamado «Supremo regenerador de la República«.

 

General Vivanco (Lima, 15 de junio de 1806 – Valparaíso, 16 de septiembre de 1873)

 

Bautizo de fuego:

La situación que le toca vivir a Miguel Grau lo obliga, casi recién incorporado a la Marina, a tomar la decisión de participar activamente en la revuelta. Este hecho tiene que haberle significado un conflicto interno, porque debido a su larga formación, durante su niñez y adolescencia en los buques mercantes, estaba acostumbrado a recibir órdenes y, en especial, a acatarlas.

Por eso sus biógrafos coinciden en que la influencia del teniente segundo Lizardo Montero sobre el alférez Miguel Grau es gravitante a partir de la rebelión del Apurímac.

El Apurímac estuvo en manos de los amotinados «regeneradores» desde el 16 de noviembre de 1856 hasta el 17 de marzo de 1858.

De este tiempo se puede concluir que ambos marinos debieron estar unidos por largas conversaciones que los llevaban a reflexionar sobre el futuro del país.
Los amotinados pusieron al Apurímac a las órdenes del general Vivanco, y habiéndose unido a la causa los vapores Loa, Tumbes e Izcuchaca, dejaban al gobierno de Ramón Castilla solo con el Huaraz y el Ucayali.

Aprovechando esta presumible debilidad del gobierno constituido, deciden atacar el puerto del Callao el 21 de abril en la noche, con la intención de capturar el arsenal y la Prefectura.

La reacción de los partidarios del presidente Castilla y de la población rechazó a los revolucionarios, con el costo de un gran número de muertos y heridos. Posteriormente los buques amotinados se retiraron hacia el sur, desembarcando a Vivanco en Arequipa.

Mientras tanto, en una estratégica acción el presidente Castilla declara piratas a las naves rebeldes y comunica la decisión al cuerpo diplomático acreditado en Lima.

Este hecho resulta decisivo, pues la corbeta británica Pearl captura los buques Loa y Tumbes. Por otro lado, en mayo de 1857, el presidente Castilla obtuvo que casi toda la flota que había decidido respaldar al general Vivanco volviera a ponerse a sus órdenes, ofreciéndosele como contrapartida el olvido de las faltas cometidas. El Apurímac fue la única embarcación que se quedó fiel a Vivanco, con Montero en el comando, y Grau, entre sus oficiales. Durante todo el año 1857 el Apurímac se dedicó, en  solitario, a realizar numerosas acciones contra diversos puertos del sur del país, hasta que el 17 de marzo de 1858, su comandante decide huir a Chile.

Como no podía ser de otra manera, la fallida rebelión tuvo por corolario que los amotinados entregaran el barco en el puerto del Callao. Lizardo Montero y Miguel Grau, junto a los oficiales José Mariano de los Reyes, Ricardo Pimentel y Germán Astete, fueron dados de baja del servicio.

Asimismo, al buque rebelde, Apurímac, se le cambió el nombre por Callao en honor a la decisiva gesta del pueblo chalaco, en 1857 (debido a esta valiente actitud del puerto del Callao en defensa de la constitucionalidad, la Convención Nacional lo nombró, el mismo día de la victoria, 22 de abril, Provincia Constitucional, que hasta hoy ostenta, con las prerrogativas de un departamento del Perú).