Biografía parte IV

Retorno a la Marina Mercante:

De 1858 a 1863, Miguel Grau estuvo retirado de la Armada Peruana. Durante este periodo regresó a lo que sabía hacer:

«Viajar en barcos mercantes, surcando distintos mares por todo el mundo, especialmente China e India«.

A partir del 11 de abril de 1861, el nuevo Congreso promulga la Ley de Reparaciones», que ordena el regreso al servicio de los oficiales separados por haber participado en la revolución de Vivanco.

 

Famosa es la foto que llega hasta nuestros días, tomada por Eugéne Courret, prestigioso fotógrafo francés, en la que se perpetúa a los cuatro amigos.

 

El 6 de setiembre del mismo año, Grau presenta una solicitud para su reingreso a la Marina, la cual es aceptada el 14 de abril de 1862. Sin embargo, no regresa a la Armada de inmediato; toma una licencia indefinida y sigue dedicándose a la navegación comercial por los mares de la Polinesia, embarcado en buques balleneros.

En esta travesía Grau se enfrenta con una situación extrema. Sucede que cuando estaba frente a la isla Humphrey, el navío que comandaba, Grau, el Apurímac (no se trata del Apurímac de la revolución de Vivanco; este otro es un barco mercante), junto al Manuelita, soportan un fuerte e imprevisto temporal que el diario El Comercio, de Lima, registra así:

«El temporal arrojó los buques a la playa, a pesar de los esfuerzos que para salvarlos hicieron los marinos que los montaban, dándoles apenas tiempo para trasladarse a tierra en las embarcaciones menores: los diarios de navegación, el dinero y unos cuantos sacos de galleta fue todo lo que pudo salvarse de lo que el Apurímac y la Manuelita contenían, pues ambos buques resultan completamente destrozados por las olas a poco de haber encallado«.

Son palabras de Grau en el Callao cuando regresa al país.

Afortunadamente, gracias a la acertada decisión tomada a tiempo, toda la tripulación se salvó y llegó a la costa en un pequeño bote, aunque el Apurímac se perdió por completo.
A su regreso a Lima, Grau presentó a la empresa un detallado informe sobre el accidente. Poco tiempo después, el 11 de setiembre de 1863, en atención a su amplia experiencia náutica, es llamado al servicio activo y ascendido a teniente segundo.

Enseguida es destinado al vapor Lerzundi como segundo comandante, y se pone a las órdenes del capitán de corbeta Aurelio García y García, muy amigo suyo. En el grado de teniente segundo, Grau permaneció solo tres meses, ya que el 4 de diciembre es ascendido a teniente primero graduado y el 8 de enero de 1864 a teniente primero efectivo.

Así, se configura una carrera de ascensos poco común, que convierte a Grau en muy poco tiempo en oficial superior al grado de sus colegas de armas más antiguos que él. Si bien era conocida y respetada su capacidad como hombre de mar, no deja de ser un hecho excepcional, sin precedentes, en consonancia con los merecimientos del oficial capaz.

 

En misión especial:

Era 1863 y se había generado en el Perú una situación tensa con España a raíz de constantes desacuerdos. Resulta que el gobierno peruano había otorgado al hacendado Manuel Salcedo una autorización para traer al Perú a mil colonos españoles, a fin de dedicarlos a las labores agrícolas en su hacienda de Chepén (La Libertad).

Ejecutada la inmigración de los campesinos españoles, pronto se presentaron los altercados entre colonos y patrón al punto de enfrentarse en un tiroteo en el que murieron un español y un peruano, y hubo varios heridos en ambos bandos. El hecho se trasladó a los fueros judiciales. La noticia, confusa y amplificada, invadió España y se habló de horribles asesinatos de españoles en el Perú.

Coincidencia o no, lo cierto es que, simultáneamente, una escuadra española integrada por varios buques inician viaje a las costas del Pacífico, para realizar estudios científicos. Pronto esa escuadra, a solicitud de los colonos, se ve involucrada en el asunto. Los hechos mencionados, sumados al innegable interés de España por retomar y mantener presencia militar en las costas del Pacífico, convirtieron la tensión en un ambiente propicio para el conflicto armado.

En ese contexto interviene Chile, que se niega a vender provisiones a los españoles y termina declarando la guerra a España. De inmediato se unen en la misma declaración el Perú, Ecuador y Bolivia, con lo que se configura la Cuádruple Alianza frente a España.

En vista del conflicto con España, el gobierno de Pezet había enviado en 1864 a Europa dos comisiones de oficiales de Marina para hacer adquisiciones navales. Una viajó a Inglaterra, integrada por los comandantes José María Salcedo y Aurelio García y García.

El resultado de esta misión fue la compra del monitor Huáscar y la fragata blindada Independencia.

La segunda comisión la formaban los tenientes Miguel Grau y Juan Pardo de Zela, quienes en el puerto de Nantes (Francia) revisaron las corbetas San Francisco y Shanghái, construidas originalmente para los Estados Confederados del Sur.

En esta delicada misión vuelve a resaltar, una vez más, la invaluable calidad personal y profesional del joven Miguel Grau en ese entonces tenía 30 años en el protocolo de selección y compra de los buques que requería la Armada Peruana.

La historia recoge este hecho en la ponderada opinión de Enrique González Dittoni, autor del libro: «El teniente Grau y la corbeta Unión». En efecto, el diplomático anota: «Grau tiene el sentido de la mesura y de la posibilidad. Aparte del profundo conocimiento de su profesión y de la riqueza de su propia experiencia en el mar, es un hombre sereno e impávido. Se resiste a los alardes innecesarios, y su natural modestia lo lleva a no destacar en un primer plano su actuación«.

Era obvio que para cumplir la comisión asignada habían sido convenientemente aquilatadas estas cualidades de Miguel Grau.

Al pasar estas naves al servicio del Perú sus nombres les fueron cambiados por los de América y Unión, respectivamente, las cuales al mando de Pardo de Zela y Grau irían primero a Plymouth (Ciudad en Inglaterra) para enrolar las tripulaciones.

El 5 de febrero de 1865 enrumbaron hacia Sudamérica haciendo escalas en Funchal (Madeira), San Vicente (Cabo Verde), Río de Janeiro (Brasil) y Montevideo (Uruguay).

El 6 de julio de 1865, habiendo llegado Grau al fondeadero de Valparaíso (Chile), se enteró de su ascenso al grado de capitán de corbeta. Finalmente arribó a puertos peruanos. Encontró un nuevo gobierno, el de Mariano Ignacio Prado, y el conflicto bélico inminente con España.

 

En una nueva rebelión:

Mientras tanto, en el Perú, la situación con España se había agravado, al punto que el gobierno del presidente Juan Antonio Pezet se ve obligado a firmar el tratado Vivanco-Pareja, acuerdo de paz en el que se aceptan las condiciones impuestas por los españoles, hecho que el pueblo peruano repudia, y se genera un ambiente favorable a la insurrección interna.

El 8 de febrero de 1865, el coronel Prado, quien dirigía la guarnición de Arequipa, se subleva respaldado por el impetuoso Lizardo Montero, quien para ese entonces comandaba el buque Lerzundi y había logrado que se una a la causa el Tumbes.

De inmediato, Montero aprovecha el caos político del momento y captura la fragata Amazonas, sumando un buque más a la rebelión y poniendo así tres barcos a disposición de la causa del coronel Mariano Ignacio Prado, quien nombra a Montero jefe de la escuadra rebelde, cuando apenas contaba con 32 años.

Por otra parte, la Unión, después de un accidentado viaje por el océano Atlántico y el estrecho de Magallanes, llega al puerto de Valparaíso al comando de Miguel Grau. Es aquí donde nuestro personaje se entera que el presidente Pezet le había otorgado, el 31 de marzo de 1865, el ascenso a capitán de corbeta.

Sin embargo, Grau, al tener conocimiento de los detalles del conflicto, decide tomar partido contra el tratado Vivanco-Pareja. No obstante, el presidente Pezet, en su afán de impedir que Grau se uniese a la rebelión de Prado y dejará de respaldar a su gobierno, no desiste, y en un último intento, envía al anciano padre del ilustre marino, el ex combatiente por la causa libertadora Juan Manuel Grau, con la misión de tratar de convencer a su hijo.

Mas el padre no logra su cometido.

Miguel Grau había tomado conocimiento que en muchos lugares de la patria, incluida su tierra piurana, se habían sublevado contra Pezet y el tratado Vivanco-Pareja. Qué duda cabe?, él ya tenía una decisión tomada.

El 22 de julio de ese mismo año, el general Prado se apura en consolidar sus fuerzas y, entre otras acciones, asciende a Miguel Grau, quien alcanza esta vez el grado de capitán de fragata, mientras que el gobierno de Pezet le daba de baja junto a otros oficiales por insubordinación.

En ese escenario, el gobierno de Chile envía un emisario a fin de obtener el compromiso de Prado y de Montero para atacar de manera conjunta a los buques españoles que se mantenían en las costas sudamericanas.

La estrategia resultaba muy arriesgada debido a que el grupo rebelde aún no había alcanzado el poder. Sin embargo, Lizardo Montero decidió respaldar la propuesta del gobierno de Santiago de Chile.

Así, el 7 de febrero de 1866, la escuadra aliada integrada por los buques peruanos:

Unión, al mando de Miguel Grau;

Apurímac, comandado por Manuel Villar; y

América, dirigido por Manuel Ferreyros,

Mas los buques chilenos Covadonga, Lautaro y Antonio Varas, se enfrentaron en un cañoneo abierto a la escuadra española, integrada por las fragatas Villa de Madrid y Blanca.

Este encuentro bélico es recordado por la historia como el combate de Abtao. Aunque el cañoneo fue intenso entre los dos contendores, en términos materiales no hubo daño alguno de consideración, pues ninguno de los dos tenía una buena posición de tiro debido a lo accidentado y estrecho del lugar. Sin embargo, los buques españoles se retiraron de la zona, con lo que se configura una victoria naval para las fuerzas aliadas del Perú y Chile.

 

El ciudadano Grau:

Después del combate de Abtao y el posterior rechazo de la agresión española al puerto del Callao en el memorable combate del 2 de Mayo, en 1866, las fuerzas aliadas del Perú y de Chile habían demostrado que unidas podían repeler con éxito el ataque de los españoles.

Habiéndose incorporado ya a la flota peruana los flamantes buques blindados Huáscar e Independencia, que le daban al Perú gran poderío naval, el presidente Mariano Ignacio Prado, muy confiado, planificó atacar a España en su colonia de las Filipinas y contribuir con eficacia a su independencia. Casi terminaba el año 1866.

 

La rebelión contra Prado:
Para poner en práctica este plan, el presidente Prado contrató, meses después de la victoria del 2 de Mayo, los servicios del contralmirante estadounidense John Randolph Tucker, con el deseo de ponerlo al frente de la escuadra peruana, la cual, en ese momento, estaba al mando del siempre impetuoso comandante Lizardo Montero. Sin duda, Tucker gozaba de un gran prestigio, pues había destacado en las fuerzas navales de la Confederación Sudista durante la Guerra de Secesión. Aunque era un marino competente y de grandes cualidades, su nombramiento causó rechazo entre los oficiales peruanos, pues se trataba de un extranjero que venía a reemplazar y a poner a su mando a comandantes de la escuadra peruana, algunos de ellos con experiencia equivalente a la del marino estadounidense.

La reacción de Lizardo Montero, entonces jefe de la escuadra peruana, no demoró en manifestarse. De inmediato encabezó la protesta ante el Gobierno por nombrar a un extranjero como jefe de la escuadra; tildando a quien lo reemplazaría en el mando, como «El Yanqui«.

Tal como era de esperarse, sus compañeros de armas, los comandantes Aurelio García y García, Manuel Ferreyros y, por supuesto, Miguel Grau, respaldaron al jefe y amigo en su intento de evitar una tutela de Tucker que no vacilamos en calificar de humillante, en palabras de Grau, quien explicó años más tarde a un historiador chileno, con buenas razones, y por escrito, la verdad de la protesta de los marinos peruanos, conforme se verá enseguida.

En efecto, sobre este asunto, José Agustín de la Puente Candamo, en su documentada biografía de Miguel Grau, publica una valiosa carta del insigne peruano, que años más tarde dirigiría en términos muy conceptuosos al destacado historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, el 6 de diciembre de 1878, para explicar, y de paso aclarar, el proceder de los marinos peruanos ante el nombramiento de Tucker:

«La Marina peruana no estaba sublevada, como usted ha creído, porque los que estábamos a cargo de esos buques, en ningún caso hubiéramos ofrecido un espectáculo que con justicia califica usted como de fatal indisciplina y lo habríamos evitado con razón tanto mayor desde que nos hallábamos estacionados en las aguas territoriales de una nación amiga (Chile) y empeñados en una acción nacional de reivindicación y de honor, que nos imponía más severas y más augustas obligaciones

No es esta la oportunidad (continúa Grau) de traer a consideración las razones que determinaron nuestro procedimiento, al hacer observaciones a la resolución del gobierno de nuestra patria para «entregar el mando de la escuadra a un almirante extranjero» cuando todavía flameaba en el tope mayor del buque que yo tenía el honor de mandar, la insignia del almirante chileno Blanco Encalada, que tan legítimo renombre ha conquistado en Sudamérica, en momentos en que estábamos empeñados en una guerra nacional y cuando la escuadra peruana bajo las inspiraciones del honor, del patriotismo y del deber, había sabido colocar muy alto el pabellón de la República en las gloriosas jornadas de Abtao y del 2 de Mayo.

Los marinos peruanos (agrega Grau) creímos deber inexcusable hacer nuestras observaciones y manifestar nuestra resolución de rescindir el mando de los buques si se insistía en someternos a una tutela que no vacilamos en calificar de humillante.

Estando sus buques en Valparaíso, los cuatro comandantes, Montero, García y García, Ferreyros y Grau, más un grupo de oficiales y guardiamarinas, en total treinta y cinco, comunicaron su renuncia y pidieron ser relevados en el cargo.

La respuesta del presidente Prado consistió en aceptarla y envió a su ministro de Hacienda, don Manuel Pardo y Lavalle, quien, años más tarde, sería el primer civilista en asumir la más alta magistratura de la nación para respaldar oficialmente a los comandantes que reemplazarían a los que habían pedido ser relevados.

El cambio de mando se realiza sin mayores incidentes y con la digna presencia de los renunciantes. Los oficiales relevados son trasladados luego al Callao y sometidos a prisión en la isla de San Lorenzo, para ser enjuiciados por los cargos de insubordinación, deserción y traición.

Es de imaginar la desazón que este juicio causó en Miguel Grau. Era inaudito que un hombre cabal, pleno de principios y de valores positivos, como él, fuese acusado, entre otros cargos, de traición a la patria; enorme paradoja contra él, que era capaz de entregar su vida entera por ella.

Sin embargo, el futuro héroe supo mantenerse erguido, revirtiendo en su espíritu el deseo de fortalecer, una vez más, su temple de marino íntegro por sobre todas las amargas contingencias del momento. Y, como no podía ser de otro modo, aflora en Grau su grandeza personal y profesional, tan importante para él y tan inestimable en los sentimientos de sus compatriotas de todas las generaciones.

Miguel Grau permanece detenido durante dos meses en la isla de San Lorenzo y tuvo que afrontar el juicio correspondiente. Para ello no pudo tener mejor abogado que su gran amigo Luciano Benjamín Cisneros, quien, después de un excelente alegato, logra que Miguel Grau sea absuelto de todos los cargos y reivindicado como persona y como marino.

Después de este juicio, un Grau sosegado y a la vez consciente de su justa rehabilitación no se incorpora de inmediato al servicio activo; antes bien, pide licencia indefinida.

Es en esa época del infausto castigo que se fortaleció aún más la unión entre Lizardo Montero, Aurelio García y García, Manuel Ferreyros y Miguel Grau. Y si bien es cierto que las circunstancias habían colocado a los cuatro comandantes en distintos puestos en el frente de batalla, cada uno brillaba por su propio mérito.

Pero el caso expuesto evidencia que estos cuatro comandantes que defendían principios antes que intereses individuales podían tomar decisiones que exigían la demostración de un espíritu crítico y hasta cierto punto rebelde. El cautiverio y la exposición mediática sobre su accionar habían convertido a los amigos en «Los Cuatro Ases de la Marina«.

Por otro lado, tras la absolución de los enjuiciados, Tucker presenta su renuncia, después de ocho meses al mando de la escuadra peruana. De inmediato, para aprovechar sus conocimientos, el gobierno peruano le ofrece encabezar la Comisión Hidrográfica del Amazonas: explorar la Amazonia, levantando cartas de las cabeceras de las aguas de los ríos más importantes y ver sus potencialidades para la navegación a vapor.

Así, el contraalmirante John Randolph Tucker pasa siete años en la selva peruana explorando tres mil millas de vías fluviales. La expedición de este contralmirante estadounidense resulta provechosa, pues permite el trazado de «las primeras cartas del curso de los ríos Ucayali y Marañón«, hasta llegar a un lugar aparente en el que se crea, como avanzada en la Amazonía peruana, el apostadero naval de Iquitos, base de la actual ciudad del mismo nombre.