La lucha serrana por la dignidad del Perú

Mientras en Lima la decadencia civilista se prestaba muchas veces a hacerle el juego al ejército de ocupación, en la sierra central, al empezar julio de 1882, el ejército regular rearmado por Cáceres y la guerrilla campesina que combatía a sus órdenes obtenían en Pucará y Marcavalle los éxitos que precedieron al triunfo de Concepción. El texto que aquí presentamos procede del excelente libro «Las guerrillas indígenas en la guerra con Chile», del historiador Nelson Manrique.

La visión legendaria de Andrés Avelino Cáceres, el Brujo de los Andes.

Al iniciarse julio de 1882 se consideraba en la sierra central inminente la contraofensiva cacerista. El coronel Canto realizaba los preparativos para emprender la retirada rumbo a la capital, en una carrera contra el tiempo. Mientras tanto, las fuerzas guerrilleras, actuando a lo largo y ancho del valle del Mantaro, mantenían a las fuerzas de ocupación en permanente tensión. Las vías de comunicación con Lima eran cortadas frecuentemente por las guerrillas de Huarochirí y en las pequeñas guarniciones, que debían resguardar el paso por la cordillera, se vivía en permanente alarma, ante la amenaza de sorpresivos asaltos guerrilleros. El otrora arrogante ejército de ocupación estaba minado por la desmoralización y, ya antes de las acciones bélicas definitivas, presentaba la imagen de un ejército derrotado. Indudablemente, la guerra de guerrillas había cumplido a cabalidad con el propósito de desgastar las fuerzas del invasor. Las condiciones para emprender acciones regulares estaban dadas.

Una de las acciones decisivas concebidas por Cáceres se frustró. El asalto a La Oroya se realizó con una semana de anticipación, rom­piendo la sincronización global de las acciones, participando en la acción los guerrilleros de Chacapalpa. Por añadidura, el asalto guerrillero fue rechazado el 2 de julio, no pudiéndose cumplir con la misión de volar el puente. El camino a Lima no quedaba corta­do y las fuerzas de Estanislao del Canto se salvaban, providencial­mente, de quedar acorraladas por el Mantaro. Luego de la fracasada incursión guerrillera contra La Oroya, las represalias chilenas no se hicieron esperar. El teniente Francisco Meyer, jefe de la guarni­ción, envió un pelotón de caballe­ría al mando de Tristón Stephen, contra Chacapalpa.

Esta fuerza se enfrentó contra destacamentos guerrilleros a los que sorprendió en su retirada. Los guerrilleros pa­saron a la otra banda del río cor­tando el puente por el que habían transitado, defendiéndose a tiros, mas no pudieron replegarse por encontrarse en un desfiladero. Las fuerzas chilenas hicieron entonces una carga de caballería dejando 70 muertos; además “tomaron 48 prisioneros que a las pocas horas fueron ultimados a sable”, según narra entusiastamente el propio parte oficial chileno. Chacapalpa no pudo ser asaltada, pues esta­ba defendida por fuertes destaca­mentos guerrilleros.

Es posible que el asalto contra La Oroya terminase de decidir al alto mando chileno en cuanto a la necesidad de abandonar la región. El día 4 de julio el contralmirante Lynch enviaba un oficio al coronel Gana, jefe del Estado Mayor en ese sentido:

“Habiendo recibido noticias de los diversos ataques hechos recientemente por las fuerzas enemigas a algunas guarniciones del interior, conviene que U.S. se ponga en marcha a la brevedad posible, con dirección a Chicla, a fin de que, tan pronto llegue a este punto, despache los propios que crea necesarios, con instruc­ciones terminantes para que los coroneles Canto y Gutiérrez (este último tenía sus fuerzas en Cerro de Pasco) concentren todas sus fuerzas en La Oroya. Al impar­tirles esa orden, U.S. les recomen­dará las medidas de prudencia que deben tomar, para poner las fuerzas de su mando al abrigo de cualquier sorpresa del enemigo, previniendo al coronel Canto que si, una vez concentrada toda la división, fuese posible librar con él un combate en condiciones ven­tajosas, tome sus disposiciones y actúe en ese sentido».

La alarma de Lynch debió au­mentar cuando, fres días después, el 7 de julio, fuerzas guerrilleras asaltaron Chicla. Mas estas accio­nes eran apenas el preludio de la ofensiva total.

En Huancayo, Canto prepa­raba la evacuación de los heri­dos:

“Los encargados del bagaje estaban improvisando camillas con cueros de vacuno y pértigas arrancadas de las casas. Estas rudimentarias parihuelas serían transportadas por indios prisio­neros, los que marcharían atados con correas por los tobillos, for­mando colleras para impedir su fuga. Cada camilla sería cargada por dos colleras de indios y un sol­dado llevaría en un puño los extre­mos de las correas que sujetaban los pies de estos en caso de mucho apremio habría señalado Canto, para evitar que los indios prisioneros se aprovechasen de la ocasión para atacamos por la espalda, habrá un pelotón de fu­sileros instruidos especialmente para que los ejecuten con la mayor rapidez”.

La intención de Canto era iniciar la marcha enviando en la vanguardia a los enfermos, protegidos por algunos batallo­nes. La fecha, anteriormente pre­determinada para emprender la marcha, era el 8 de julio. Esto no fue posible por encontrarse con­gestionada la ciudad de Jauja con heridos y enfermos que era nece­sario evacuar. Se decidió entonces postergar la marcha del grueso del ejército de ocupación por un día, para el 9 de julio.

El coronel Gastó partió a fines de junio desde Izcuchaca con una columna de cincuenta hombres, conformada por los restos del Batallón Pucará notablemente mermado en el combate de Acu chimay y el destacamento irre­gular “Libres de Ayacucho”. En total llevaba 50 hombres, cada uno de ellos provistos de 60 tiros. Siendo claramente insuficientes sus fuerzas para asaltar la guar­nición de Concepción, era indis­pensable contar con la participa­ción de las guerrillas de la región, para asegurar el éxito de la acción.

Gastó se dirigió a Comas, desde donde notificó a las demás fuerzas disponibles y, el 8 de julio, se con­centraron en Chicche. Esa misma tarde se realizó una junta de gue­rra, donde se aprobó el plan ope­rativo táctico para el combate, que se debería trabar al día siguiente. Las decisiones asumidas habrían sido facilitadas por informaciones proporcionadas por monseñor Valle.

Salazar y Márquez afirma que Gastó habría sido de la idea de postergar el asalto hasta el 10 de julio, aceptando realizarlo el 9 gracias a su presión, pero esta ver­sión es simplemente inverosímil; el jefe del operativo conocía per­fectamente que el mismo 9 Cáce­res atacaría en el extremo sur del valle y que en su repliegue el grue­so de las fuerzas chilenas debería pasar por Concepción, que está si­tuada a apenas 25 km de Huanca­yo. No ignoraba, entonces, que el asalto debería realizarse en la fe­cha decidida de antemano o can­celarse definitivamente. Las fuer­zas guerrilleras que pernoctaron esa noche en Chicche junto con el destacamento del coronel Gas­tó eran los guerrilleros de Comas, organizados en la columna “Caza­dores de Comas”, bajo el coman­do de Jerónimo Huaylinos, José Mercado, Manuel Concepción Arroyo y Ambrosio Salazar y Már­quez, reforzados por un pelotón de jinetes de Andamarca, al man­do de Hipólito Avellaneda y los 32 guerrilleros apatinos que dirigían Andrés Avelino Ponce, goberna­dor de Apata, y Manuel García. En total, sumaban 200 hombres.

El 9 de julio el ejército chileno debió abrir la marcha, en la ma­drugada. Sin embargo, antes de que pudiesen recoger sus puestos avanzados de Marcavalle y Puca­rá, atacó el Brujo de los Andes.

¿Coronel peruano Juan Gastó y su homólogo chileno Francisco Gana.

El grueso del Ejército del Centro había pernoctado en las alturas que dominan Marcava­lle, posición que sigilosamente ocuparon la tarde anterior los breñeros. A las cinco de la ma­drugada las tropas habían tomado su rancho y ocuparon sus puestos de combate en el más completo silencio. Al alba una compañía del batallón “Tarapacá” iniciaba , las acciones, trabando combate con las avanzadillas chilenas de Marcavalle, e instantes después la artillería peruana (4 piezas) iniciaba el cañoneo, desde su emplazamiento en la altura de Curacán.

Tras un corto combate, la compañía del “Santiago” que resguardaba Marcavalle debió emprender una fuga precipitada, porque estaba amenazada de ser desbordada por las fuerzas de la segunda división, los guerrilleros de Acoria, Colcabamba, Huando, Acostambo, Pillichaca y tres pie­zas de artillería, por las alturas de la izquierda; y por la escolta de Cáceres, los batallones “Zepita” e “Izcuchaca”, la segunda columna de Pampas, 4 piezas de artillería y los guerrilleros de Pazos y Ton­gos, por la derecha; en tanto que al ataque frontal del “Tarapacá” se había sumado la primera colum­na de Pampas y los guerrilleros de Huaribamba. Replegado en Pucará, el destacamento chileno se reincorporó a su batallón. El “Santiago” trató de hacerse fuerte en el pueblo de Pucará contra la arremetida frontal de las fuerzas que avanzaban desde Marcavalle, más las fuerzas del comandante Gálvez, comandante general de las guerrillas, quien dirigía la colum­na “Voluntarios de Izcuchaca” y los destacamentos guerrilleros de Domingo Cabrera, Segura y otros jefes guerrilleros, le cayeron por la espalda, estrechándolo contra las fuerzas regulares que avanzaban desde Marcavalle. Desalojados de Pucará, los chilenos abandonaron en desbandada el campo de com­bate rumbo a Zapallanga, pueblo que abandonaron en iguales con­diciones, ante la persecución de las fuerzas de Cáceres, huyendo rumbo a Huancayo.

En Huancayo, el coronel Can­to recibió la noticia de la ofensiva contra el batallón “Santiago” a media mañana e inmediatamen­te corrió con el grueso de sus fuerzas en auxilio de las fuerzas comprometidas. Recibió a estas en el caserío de La Punta, una le­gua al sur de Huancayo, salvando los restos del deshecho batallón “Santiago” y contramarchando a Huancayo a media tarde. El temor de un ataque nocturno contra sus alarmadas tropas le hizo postergar el inicio del repliegue general para el día siguiente. Sin embar­go, el batallón “Chacabuco” había emprendido camino a mediodía rumbo a Concepción. Lo coman­daba Pedro César Quintavalla y, según las órdenes impartidas por el coronel Canto, debía haber par­tido en la madrugada. De haberlo hecho así, hubiese llegado aproxi­madamente a la una de la tarde a su destino… momentos antes de que las fuerzas del coronel Gas­tó emprendieran el asalto contra Concepción. Quintavalla ignoraba esto y, tras apenas 15 kilómetros de marcha, decidió pernoctar en San Jerónimo, 5 kilómetros antes de Concepción, con el grueso del Batallón “Chacabuco”. De haber seguido la marcha habría llegado al pueblo a las cuatro o cinco de la tarde, cuando el ataque guerrillero estaba en sus comienzos.

Los combates de Marcavalle y Pucará fueron un éxito rotundo para las fuerzas de Cáceres:

“Las pérdidas sufridas por el enemigo en las acciones de Marcavalle y Pucará fueron de consideración. Entre muertos y heridos pasaron de 200. Dejaron en nuestro poder unos 200 fusiles y sus municio­nes, la caja del cuerpo, una bande­ra, caballos, vestuario y otros des­pojos de guerra. Los numerosos muertos que quedaron en el cam­po fueron enterrados por nuestras tropas; entre ellos se encontraron un jefe y 5 oficiales, para quienes se dispuso darles sepultura espe­cial, rindiéndoseles los honores correspondientes”. Por su parte, en Orden del Día que el coronel Canto ordenó leer a sus tropas, re­conoció la muerte de 71 hombres del Santiago, la pérdida de la caja y de abundantes pertrechos.

Las fuerzas peruanas habían decidido esa mañana, en un con­sejo de guerra celebrado en Las- tay, emprender el asalto contra la guarnición chñena en la tarde, pues querían esperar que la fe­ria dominical terminase, para nó comprometer en el combate a espectadores desprevenidos. Se dividieron las fuerzas en fres columnas que deberían conver­ger sobre la plaza de Concepción, donde estaba emplazado el con­vento franciscano que las fuerzas chilenas habían convertido en su cuartel. Por el noroeste atacarían los guerrilleros de Apata; por el sur los de Concepción, mientras que el grueso de las fuerzas, donde se incluían las guerrillas de Comas y Andamarca, conjuntamente con la columna del coronel Gastó, ata­caría por el este.

A las 2 y 30 ded la tarde un dis­paro accidental puso sobre aviso al capitán Carrera Pinto, quien in­mediatamente sacó a sus soldados del cuartel, distribuyéndolos en las cuatro bocacalles que conducían a la plaza para contener el asalto. Los vecinos de Concepción inicia­ron la evacuación de sus familias buscando asilarse en el convento de Santa Rosa de Ocopa, mientras que el jefe chileno envió dos jine­tes rumbo al sur para pedir refuer­zos. Estos no llegaron a su destino, pues fueron sorprendidos cerca al cementerio de Concepción por francotiradores emboscados. La guarnición chilena de Concepción debería combatir sola.

Los soldados de Carrera Pinto pudieron contener las primeras embestidas gracias a su mejor armamento, recibiendo los ata­ques con descargas cerradas que diezmaban las fuerzas guerrille­ras, mayormente armadas con rejones. Mas la situación se hizo pronto insostenible, por lo cual las fuerzas chilenas se replegaron encerrándose en su cuartel. Inme­diatamente se inició el asedio gue­rrillero, estabilizándose el comba­te. Poco después la plaza quedaba sorprendentemente vacía, lo cual decidió a Carrera Pinto a realizar una salida con su compañía, posi­blemente buscando abrirse paso a la bayoneta para romper el cerco. Pero este era un ardid; tiradores emplazados en balcones y venta­nas vecinas fusilaron a los solda­dos desprevenidos, causándoles numerosas bajas. Apresurada­mente, debieron recogerse nueva­mente en el cuartel.

Aproximadamente a las 6 de la tarde la guarnición chilena izó bandera blanca y confiados gue­rrilleros se acercaron a la puerta del cuartel de los rendidos. Los recibió una descarga cerrada que derribó a la mayoría de ellos. En adelante la lucha sería a muerte. Al oscurecer, el asedio continua­ba, con el intento de penetrar por las ventanas del convento por parte de los asaltantes; mas el empeño era infructuoso. Se re­currió entonces a incendiar con querosene el techo del cuartel, lo cual exigía levantar previamente las tejas, tarea en la que cayeron 3 guerrilleros. Finalmente el fue­go se propagó provocando el de­rrumbe del maderamen, viéndose los chilenos obligados a replegar­se al patio interior del cuartel; allí fueron fusilados por tiradores pa­rapetados en la torre de la iglesia, debiendo volver a recogerse en las habitaciones interiores. Mientras, los guerrilleros esperaban que se consumiese el incendio para lan­zar el asalto final.

A las 4 de la madrugada el co­ronel Gastó se retiró del campo de batalla, pues las municiones de su destacamento se habían agotado y no disponía de bayonetas. Ade­más, eran terminantes las instruc­ciones del general Cáceres respec­to a que no debía comprometer excesivamente sus fuerzas regula­res en el combate. En adelante la lucha sería sostenida íntegramen­te por los guerrilleros. Llegaba ya la alborada y se luchaba contra el tiempo, porque se sabía que en cualquier momento el grueso del ejército enemigo llegaría a Con­cepción, huyendo del asedio del Ejército del Centro.

Surgió así la decisión de hacer un forado en la pared del convento para lanzar el asalto definitivo. Pronto estu­vo este listo y por él penetraron guerrilleros de Comas y Apata, generalizándose los combates cuerpo a cuerpo. Mas los rejones poco podían contra las bayonetas, siendo rechazados una y otra vez los asaltantes. Se hizo un nuevo forado y, en un asalto combina­do, penetraron varios guerrilleros arrinconando a los pocos sobre­vivientes en el patio interior del convento franciscano. Poco antes de las 9 de la mañana estos se rin­dieron pero su vida no fue respe­tada. Fueron ultimados todos con excepción de un soldado, casi un niño, salvado por el segundo jefe de los guerrilleros de Apata, el mayor Manuel García, y un niño de pocos días de nacido recogido por un vecino de Concepción. Am­bos vivieron el resto de sus días en la región dejando descendencia. En Concepción fueron extermina­dos 76 soldados, 3 cantineras y un niño de cinco años. Sintomática­mente, los guerrilleros mutilaron sexualmente los cadáveres de los soldados muertos. Según Salazar y Márquez las bajas peruanas as­cendieron a 40 entre muertos y heridos.

En Concepción perecieron va­rios oficiales vinculados a los cír­culos de la aristocracia chilena. El capitán Ignacio Carrera Pinto era sobrino camal del presidente Aníbal Pinto y descendiente del procer José Miguel Carrera. El subteniente Jubo Montt era hijo del ministro de Guerra. El sub­teniente Arturo Pérez Canto era sobrino del coronel Estanislao del Canto; siendo también de as­cendientes ilustres el alférez Luis Cruz Martínez. No es de extrañar, por ello, que esta acción, relativa­mente modesta, provocase una gran conmoción en Chile. El 9 de julio pasó a conmemorarse como el “Día del Recluta”, fecha cuando se jura la fidelidad a la bandera: el equivalente a la conmemoración peruana del 7 de junio, el aniver­sario de la epopeya del Morro de Arica.