La desersión boliviana narrada por el coronel Suárez

En esta carta escrita después de terminada la guerra del guano y el salitre, el coronel Belisario Suárez, de tan discutida actuación en la batalla de San Francisco, relata aspectos poco conocidos del comportamiento de las tropas bolivianas. Habría que añadir que semejante conducta tuvieron algunas unidades del ejército peruano. Nos referimos, por ejemplo, a la división entera de caballería al mando del coronel Ramírez, la que huyó del campo de batalla al igual que las tropas del «lllimani»y»Olañeta»de las fuerzas aliadas altiplánicas. No sófo eso: def escenario de San Francisco también desapareció el general en jefe del Ejército del Sur, general Juan Buendía, destinatario de esta carta. Con los años transcurridos Suárez lo trata en estas líneas con estudiada deferencia.

 

Belisario Suárez

 

Puno, agosto 12 de 1885

Señor general de división

Don Juan Buendía

Lima

Mi muy estimado general:

Con notable atraso, he recibido su estimable de 11 de julio último en la que me pide le haga una relación de los sucesos ocasionados en el cantón de Santa Catalina, el 19 de noviembre de 1879; y en contestación, le manifestaré que conforme a sus deseos y en cuanto me lo permite el recuerdo de esos sucesos, por la falta absoluta de documentos, voy a satisfacerle dando principio desde el día 3, del indicado mes, para poder asi seguir el curso que tomaron las operaciones militares desde este día hasta nuestro ingreso a Tarapacá.

El día 3 de noviembre de 1879, estando yo en Iquique, recibí y comuniqué a vuestra señoría el parte telegráfico del señor director de la guerra, en el que ordenaba que todas las fuerzas se reconcentrasen en la línea de Iquique a Pozo Almonte y ordenándome vuestra señoría en consecuencia de darle el debido cumplimiento; ese mismo día me comunicó vuestra señoría la orden, que por telégrafo se había recibido del señor general Daza, para que las fuerzas de Huatacondo y las del general Campero se replegasen al instante sobre nuestra línea de operaciones.

Dicha orden se comunicó por expreso y llegó con oportunidad, dando por resultado el ingreso a nuestro campamento de Pozo Almónte de las fuerzas de Huatacondo, pero no así las del general Campero.

El cuatro del mismo mes se recibió un parte del señor general director de la guerra, ordenando que en la reconcentración de fuerzas sobre Pozo Almonte no entraran las que guarnecían Iquique y vuestra señoría me ordenó también de darle el debido cumplimiento.

El día 9 del mismo mes, estando ya en Pozo Almonte, me comunicó vuestra señoría el parte telegráfico que había recibido del mismo señor general director de la guerra, en el que le comunicaba que dos divisiones del ejército boliviano estarían en Tacna el 16 en actitud de caer sobre el enemigo, y que se evitase atacar sin seguridad.

Con el objeto de asegurar la subsistencia del ejército en la marcha, que se iba a emprender por el desierto, telegrafié al Dr. Indalecio Gómez, contratista de la provisión de carne, que se hallaba ausente, para que fuese a Pozo de Almonte, para prevenirle, a fin de que no nos faltara este artículo, que era la vida del ejército, y que por consiguiente no podríamos emprender marcha sino con la seguridad de que no careceríamos de dicho artículo. El Dr. Gómez, que acudió a mi llamada a dicho lugar, aseguró a vuestra señoría y a mí, en presencia de casi todos los jefes, que no faltarían en la plataforma de la estación del ferrocarril de Pozo Almonte las raciones de carne para  todo el ejército, pues a más de la existencia que tenía, debía llegarle esa misma noche o al día siguiente una nueva remesa de ganado, según el aviso que por expreso hecho por sus socios había recibido. Con esta seguridad se siguió alistando todo hasta que quedamos expeditos.

El día 14 de noviembre, como estuvo ordenado por vuestra señoría, salimos de Pozo Almonte y el ejército hizo noche en las oficinas de Santa Adela y Peña Grande sin novedad. En esa misma tarde recibió vuestra señoría un telegrama del mismo señor general director de la guerra comunicándole la orden de atacar en el acto y sin trepidar.

El 15 del mismo mes continuamos la marcha de las oficinas anteriores a la de Ramírez, adonde llegamos sin novedad; allí me hizo saber vuestra señoría en esa noche, que en ese momento, acababa de recibir un nuevo parte telegráfico, modificando el anterior, del mismo señor general director de la guerra, en el que le comunicaba que la fuerza boliviana estaría en Tacna el 18 y que si podría y sería conveniente esperarla antes del ataque.

Recuerdo que con este motivo me dijo vuestra señoría que contestaba al mismo señor general director de la guerra expresándole la necesidad de esperar dicha fuerza para el ataque y que en igual sentido oficiaba al señor general Daza por un expreso seguro, y me ordenó a la vez que el ejército pasase todo el día siguiente 16 en esa oficina, para consultar así que el expreso que se mandaba al general Daza llegase con oportunidad y supiese que el 19 debíamos llegar a Santa Catalina, en conformidad con lo ordenado por el señor general director de la guerra y que asimismo era necesaria esta parada del ejército para dar aviso al subprefecto de Tarapacá y prevenirlo para que supiera que el 19 llegaríamos al cantón Santa Catalina, adonde debía mandamos el auxilio de la carne, que con oportunidad le habíamos pedido, a causa de la falta de este artículo, por no haberla podido proporcionar los contratistas, a pesar de su promesa y compromiso en Pozo Almonte.

El 17 del mismo llegamos a los cantones de Agua Santa y Negreiros, ocupando vuestra señoría la oficina de Dibujo en este último. Allí me manifestó vuestra señoría en presencia de muchos de los jefes que se hallaron allí lo contrariado que estaba por no haber recibido hasta entonces ninguna contestación, ni aviso del general Daza a los diferentes oficios que le había dirigido, para poder tener un punto seguro de partida para los movimientos que debía ejecutar el ejército, y que con el propósito de consultar el mejor acierto se proponía reunir a todos los jefes superiores, lo que se verificó el 18, resolviéndose conforme a la opinión unánime de todos continuar la marcha para ocupar el cantón de Santa Catalina, como estaba dispuesto.

Asimismo recuerdo que me aseguró vuestra señoría que por expreso seguro, y consultando la distancia que nos separaba del señor general Daza, le dirigía una nota, que para que le llegase con oportunidad fue incluida en un oficio al coronel don Gregorio Albarracín, jefe de la Vanguardia de dicho general, con el encargo de que sin la menor demora le fuera entregada.

El 18 en la tarde, estando en el cantón de Negreiros, se dio el toque de alarma por las fuerzas avanzadas y se comunicó la aproximación de fuerzas enemigas. Me ordenó vuestra señoría, con este motivo, que fuese en su alcance para reconocerlas. Verificado lo cual y cuando regresaba a darle parte, encontré a vuestra señoría poco después de las 6 p.m. a la cabeza del ejército que desfilaba por el camino que conduce al cantón de Santa Catalina.

Después de informarle que dicha fuerza no era otra cosa que una exploración que de nuestro campamento había tratado de hacer el enemigo, distribuí allí mismo los guías necesarios al ejército que se había puesto en marcha, después de cuya operación manifesté a vuestra señoría la necesidad de pasar yo al cantón de Negreiros, para dar las órdenes necesarias, a fin de que los carros de víveres y agua que se tenían listos siguieran sin demora al ejército, cuya ocupación me demoró en este punto hasta las 9 p.m. más o menos, en que marché en alcance de vuestra señoría, encontrándolo descansando, juntamente con el ejército en un calichal apartado a la derecha del camino; llegó también allí, al poco rato, todo el convoy que lo seguía.

Recuerdo que al llegar yo al punto donde encontré a vuestra señoría algunos de los jefes se me acercaron muy alarmados por creerse perdidos del camino, y que los tranquilicé, manifestándoles que, aunque efectivamente se habían apartado del camino, ello no importaba una pérdida que nos impidiera cumplir con el itinerario que llevábamos para llegar a nuestro destino en hora conveniente, y seguimos descansando hasta que, llegada la hora oportuna, se dio orden de continuar la marcha.

El 19 del mismo mes, al amanecer el día, ocupamos la alta planicie de Santa Catalina sin la menor novedad ni inconveniente. Este lugar que fue designado por vuestra señoría para la reunión de los ejércitos, porque en él están situadas muchas oficinas salitreras, con aguayalgunos recursos, y porque, consultando la dirección que traía el señor general Daza, era el más apropiado, lo ocupamos tomando posesión de las oficinas que recuerdo de Chiquinquiray, Huáscar, Santa Catalina, Bearnes, Saca si Puedes y Porvenir, que a su frente se encuentra la punta donde termina el cerro de San Francisco, a cuyo frente también está el pozo con bombas, a cuya retaguardia, en la altura y dominándolo, se situó el ejército, de donde se proveía del agua.

Después de ocupada esa posición pacíficamente, y cuando ya descansaba el ejército, llegó allí un señor Prada, de regreso de Camarones, adonde fue mandado por vuestra señoría conduciendo las comunicaciones que daban a conocer al señor general Daza nuestro itinerario; y dio la noticia de que dicho señor general de una manera violenta se había regresado de Camarones, con todo su ejército, en dirección a Arica. Recuerdo perfectamente que para evitar las consecuencias de tan funesta e inesperada noticia, encargué con insistencia a Prada la mayor reserva, que fue imposible conseguir y que, sabida por el ejército boliviano, produjo el mayor descontento y desorden que se puede imaginar, particularmente entre algunos jefes de dicho ejército, recientemente llegado de Tacna, sin colocación, y que, como se supo después, no llevaron otra misión que sublevar ese ejército contra el general Daza. Ese desorden y descontento subieron a tal punto que tanto vuestra señoría como yo fuimos asediados por esos jefes con pretensiones diversas y absurdas, viéndome obligado por esa causa a marchar yo personalmente a hablar a algunos cuerpos bolivianos, que manifestaron más descontento, para que tuvieran confianza en los jefes que dirigían los movimientos del ejército y que desecharan las vulgaridades con que los trataban de engañar y desmoralizar; a pesar de estos esfuerzos, no pudieron evitarse los efectos del cisma que aquellos jefes introdujeron en el ejército, asegurándoles que el general Daza los había abandonado regresándose a Arica para continuar su marcha a La Paz a hacerse nuevamente cargo del gobierno y que no les quedaba otra cesa que hacer que marchar armados a Oruro, por el camino de la sierra, que era el más corto, para llegar a tiempo a reunirse allí con sus compañeros de armas, que los esperaban para impedírselo.

Me encontraba ocupado en calmar ese desorden cuando recibí orden de vuestra señoría para que marchara a la derecha de nuestro campamento, donde estaba situado vuestra señoría, la división Vanguardia y seis piezas de artillería del ejército peruano y el regimiento Bolívar del ejército boliviano. Me comunicó también, dicho ayudante, que pusiera las fuerzas que me quedaron en la izquierda, en disposición de atacar al enemigo, y su señoría me designaba jefe de todas ellas mientras vuestra señoría lo sería de las de la derecha.

Cuando ya había impartido dichas órdenes, llegó vuestra señoría donde yo estaba y le informé del desorden y descontento que reinaba en el ejército boliviano, de lo que, informado vuestra señoría personalmente, me dijo que quedaba sin efecto la orden que me había comunicado a este respecto, lo que cuidé de comunicar a las fuerzas que bajo mis órdenes habían quedado en la izquierda. Vuestra señoría me manifestó el deseo de aprovechar el tiempo para hacer un reconocimiento personalmente de las posiciones enemigas, mientras yo lograba tranquilizar los ánimos de las fuerzas bolivianas y que, por consiguiente, creía que por esta causa y por haberse avanzado la hora, no podría tener lugar el ataque hasta el día siguiente, y que antes de que eso tuviera lugar, reuniría una junta de guerra que, sin duda, no pudo tener efecto, a causa de los sucesos desgraciados que sobrevinieron.

Después de todo esto marchó vuestra señoría hasta colocarse cerca del Cerro de San Francisco junto a la última bomba de la aguada, que surtía a nuestro ejército, y adonde marché en su alcance, después de dejar tranquilos y en descanso las fuerzas mencionadas con el propósito de conocer su última determinación. Con este motivo tuve ocasión de ver reunidos con vuestra señoría, en dicho punto, a muchos de nuestros jefes principales, entre los que recuerdo al coronel don Justo Pastor Dávila, jefe de la división Vanguardia; al coronel don Manuel Velarde, jefe de la primera división; al coronel don Andrés Avelino Cáceres, jefe de la segunda división, y al teniente coronel don Isaac Recabarren, jefe de Estado Mayor de la misma.

Allí resolvió vuestra señoría después de discutir con dichos jefes que el ataque no tendría lugar hasta la madrugada del siguiente día. Con este motivo y conocida por mí, que estuve allí, esa determinación, quedaban por terminadas, por ese día, las operaciones militares. Le manifesté a vuestra señoría la conveniencia y oportunidad de proceder, antes de que avanzara más el tiempo, a dar las órdenes para que se distribuyeran las raciones para el rancho del ejército; y en consecuencia me ordenó vuestra señoría de verificarlo, marchándome, enseguida, al lugar donde estaba depositada la provisión.

Apenas hube llegado al sitio indicado, cuando fui sorprendido por la detonación de descargas de fusilería que se hacían por el lugar donde dejé a vuestra señoría, y por disparos de artillería que a su vez se hacían del cerro San Francisco; tan inesperado acontecimiento me obligó a regresar al lugar donde dejé a vuestra señoría para informarme de lo que sucedía y lo encontré a poca distancia, agitado, haciendo esfuerzos para contener el desorden que se había producido en el ejército, según supe después, por las descargas de fusilería de la columna ligera de Vanguardia, motivadas por el disparo que de su rifle hizo de una manera inusitada un sargento de la compañía del ejército boliviano que formaba parte de dicha columna; vuestra señoría me ordenó entonces que hiciese los esfuerzos posibles para contener ese desorden, lo que no me fue posible cumplir, pues el ejército boliviano, disperso ya de una manera deliberada en todas direcciones, haciendo fuego indistintamente y sin conderto, no permitía la adopción en esos momentos de medida de ningún género, y en tal situación, me determiné a subir al cerro San Francisco, por donde avanzaban algunas fuerzas para dirigirlas personalmente.

Una vez allí, logramos apoderamos del primer parapeto enemigo, después de muchos esfuerzos; pero convenciendolos luego de la imposibilidad de continuar avanzando por el estrecho paso de la punta del cerro, por donde debíamos continuar y porque estaba cortado por zanjas tras de las que tenían formados parapetos fortificados, guarnecidos con tropas en número muy superior a las nuestras, con ametralladoras y artillería que barrían a la nuestra cuando intentaba avanzar por ese paso obligado; y además porque el fuego que se nos hacía por la espalda, por las fuerzas dispersas, diezmaban la poca tropa con que se acometió aquella empresa, viéndome obligado a dar la orden de que se replegasen a sus respectivos campamentos, lo que se pudo conseguir porque cuando descendimos de la altura todas las fuerzas bolivianas abandonaban el campamento y, por consiguiente, cesó el fuego que recibíamos antes por la espalda; sin que de ese ejército, desde su general hasta el último soldado, hubiese quedado uno solo, desapareciendo así también el germen del desorden y por consiguiente volviendo nosotros a ocupar pacíficamente nuestras anteriores posiciones.

Debo hacer presente a vuestra señoría, por si lo hubiese olvidado, que no hubo ningún motivo fundado que pudiera justificar la dispersión del ejército boliviano, pues el enemigo se mantuvo siempre a la defensiva en sus posiciones, sin adelantar un paso, ni siquiera dar el menor indicio de tomar la ofensiva y que no tuvo por consiguiente ni siquiera este pretexto para ocultar la verdadera causa que originó esa deserción, vergonzosa para ellos, del campo de batalla y funesta para nosotros.

De regreso a nuestro campamento, me ocupé personalmente de pasar revista por nuestro ejército y una vez en orden, lo que se consiguió entrada ya la noche, traté de indagar por vuestra señoría para que me diera las órdenes que tuviera a bien y fui informado por el teniente coronel don Bruno Abril de que vuestra señoría con su comitiva y ayudantes se hallaba en una de las oficinas inmediatas ocupado de librar órdenes para contener la dispersión del ejército boliviano, que se iba desbandando por ese lado. Como no era posible, ni prudente en esos momentos retardar un solo instante la adopción de la medida, que pudiera poner a salvo a nuestro ejército, convoqué allí sin demora a todos los jefes y se resolvió que esa misma noche, y sin pérdida de tiempo, se emprendiese marcha a Tiviliche, que era el lugar más cercano de recursos para apoderamos del telégrafo y pedir a Arica los refuerzos necesarios para reparar el vacío que nos había dejado el ejército boliviano con su incalificable deserción. Esa determinación sin demora la puse en conocimiento de vuestra señoría, por medio del ayudante, teniente coronel don Benigno Cornejo, con el mismo que me contestó vuestra señoría que lo acordado era de su aprobación, que emprendiéramos la marcha y que se reuniría a nosotros, a nuestro paso por dicha oficina, que era el camino que debíamos seguir.

A las 10 p.m. más o menos, emprendimos la marcha y como la noche fue tan oscura y la camanchaca o neblina tan densa, nos perdimos del camino a muy poca distancia, lo que nos obligó a hacer alto por no fatigar inútilmente a la tropa y para esperar que el práctico que nos conducía reconociera el lugar en que nos encontrábamos, resultando de dicho reconocimiento no ser posible, por la hora avanzada, seguir el camino que llevábamos, pues teníamos que atravesar una pampa descubierta por delante de las posiciones enemigas, lo que nos obligó a cambiar de dirección, y acordamos dirigimos a la Aguada de Curaña y de allí a Tarapacá, donde llegó el ejército el 21.

Esta nueva determinación cuidé de comunicársela a vuestra señoría, en ese mismo momento, con el mismo ayudante, indicándole que para que no siguiera el mismo camino extraviado que habíamos llevado nosotros, y para que ganase tiempo, me parecía de la mayor importancia que se adelantase sin pérdida de momento, a fin de que con oportunidad pudiese librar las órdenes convenientes para que la división, que había quedado guarneciendo Iquique, hiciera su retirada en combinación con la que hacíamos nosotros, cuyo movimiento practicado con regularidad y orden dio por resultado la gloriosa batalla de Tarapacá.

Creo, señor general, que lo expuesto es el resumen de lo sucedido, desde que se recibieron las primeras órdenes, después de la toma de Pisagua y la salida del ejército de Iquique y Pozo Almonte hasta que llegamos a Tarapacá, dejando así satisfechos los deseos de vuestra señoría manifestados en su citada carta que contesto.

Con este motivo tengo ocasión de reiterarle las consideraciones de verdadero aprecio con que me suscribo su muy afectísimo y atento S. S.

Belisario Suárez

 

 

General Juan Buendía: desapareció del campo de la Batalla de San Francisco.

Fuente:

Hildebrandt en sus trece, 18 marzo del 2016, páginas 24 – 25.