Reconocimiento de la generosidad de Grau

El segundo comandante de la corbeta «Esmeralda» teniente Luis Uribe Orrego, reconoce en este parte oficial cómo es que los sobrevivientes del navio fueron recogidos por los botes del «Huáscar» (mientras que, casi al mismo tiempo, ios náufragos de la peruana «Independencia» eran ametrallados desde la cubierta de la «Covadonga»).

Uribe fue tratado con todas las prerrogativas del prisionero de guerra y fue liberado en noviembre de 1879. Se le dio el mando de la «Pilcomayo» que ya había sido capturada por la escuadra chilena, y participó en los bombardeos de las tropas peruanas en las batallas de San Juan y Miraflores.

Combate de Iquique

 

Iquique, mayo 29 de 1879:

Tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. que el 21 del presente, después de un sangriento combate de 4 horas con el monitor peruano Huáscar, la Esmeralda fue echada a pique al tercer ataque de espolón del enemigo. El honor de la bandera ha quedado a salvo, pero desgraciadamente tenemos que lamentar la pérdida de tres de sus más valientes defensores: el capitán Arturo Prat, el teniente Serrano y el guardiamarina Riquelme.

Como a las 07:00 a.m. del día indicado divisamos dos humos al norte.

Inmediatamente se puso el buque en son de combate. Alas 8 se reconoció al Huáscar y poco después a la fragata Independencia. Se hicieron señales a la Covadonga de venir al habla y el capitán Prat le ordenó tomar poco fondo e interponerse entre la población y los fuegos del enemigo. Al movemos para tomar la misma situación, se nos rompieron dos calderos y el buque quedó con un andar de dos a tres millas. A las 8:30  la acción se hizo general. La Covadonga se batía con la Independencia, haciendo al mismo tiempo rumbo al sur y la Esmeralda contestaba los fuegos del Huáscar y se colocaba frente a la población a distancia de 200 metros de la playa.

Desde esta posición batíamos al enemigo; nuestros tiros, que al principio eran inciertos, fueron mejorando y varias granadas reventaron en la torre y el casco del Huáscar sin causarle el más leve daño.

Los tiros de este último pasaban en su mayor parte por alto y varios fueron a herir a la población. Nuestra posición era, pues, ventajosa; pero como se nos hiciera fuego de tierra con cañones de campaña, matándonos tres individuos e hiriéndonos otros tantos, el capitán Prat se vio obligado a ponerse fuera de su alcance.

Capitán de Fragata Arturo Prat Chacón (Chile)

 

En este momento, 10:00 a.m., una granada del Huáscar penetró en el costado de babor y fue a romper a estribor, cerca de la línea de agua, produciendo un pequeño incendio que fue sofocado a tiempo. Mientras tanto el Huáscar se había acercado como seiscientos metros y a esta distancia continuó la acción cerca de una hora sin recibir otra avería que la que dejo indicada. Viendo el Huáscar el poco efecto de sus tiros, puso proa a la Esmeralda.

Nuestro poco andar impidió a nuestro comandante Prat evitar el ataque del enemigo; su espolón vino a herir el costado de babor frente al palo de mesana y los cañones de su torre, disparados a toca penóles antes y después del choque, hicieron terribles estragos en la marinería.

El capitán Prat, que se encontraba en la toldilla desde el principio del combate, saltó ala proa del Huáscar dando al mismo tiempo la voz de «al abordaje», desgraciadamente el estruendo producido por la batería al hacer fuego sobre el Huáscar impidió a muchos oír la voz de nuestro valiente comandante; y de los que se encontraban en la toldilla con él, sólo el sargento Aldea pudo seguirlo, tal fue la ligereza con que se retiró la proa del Huáscar de nuestro costado.

El que suscribe se encontraba en el castillo de proa y desde ahí tuve el sentimiento de ver al bravo capitán Prat caer herido de muerte combatiendo al pie mismo de la torre del Huáscar.

Inmediatamente me fui a la toldilla y tomé el mando del buque. Mientras tanto, nos batíamos casi a boca de jarro, sin que nuestros tiros hicieran el menor efecto. En cambio, las granadas del enemigo hacían terribles estragos; la cubierta y entrepuente se hallaban sembrados de cadáveres.

Volvió el Huáscar a embestir con el espolón directamente al centro de este buque. Goberné para evitar el choque, pero la Esmeralda andaba tan poco, que no fue posible evitarlo y recibió el segundo espolonazo por el lado de estribor. Esta vez, el teniente Serrano, que se encontraba en el castillo, saltó a la proa del Huáscar seguido de doce individuos. En la cubierta de este último no se veía ningún enemigo con quien combatir, pero de sus torres y parapetos de popa salía mortífero brego de fusiles y ametralladoras.

El valeroso teniente Serrano y casi todos los que lo siguieron sucumbieron a los pocos pasos. Desde esta posición batíamos al enemigo; nuestros tiros, que al principio eran inciertos, fueron mejorando y varias granadas reventaron en la torre y casco del Huáscar sin causarle el más leve daño. La ligereza con que se retiraba de nuestro costado la proa del Huáscar y el poco andar de la Esmeralda para colocarse a su costado, único modo como habría podido pasar todo el mundo a la cubierta del enemigo, hacían imposible todo abordaje.

Por este tiempo nuestra tripulación había disminuido enormemente. Teníamos más de cien hombres fuera de combate, la santabárbara inundada y la máquina había dejado de funcionar. Los pocos cartuchos que quedaban sobre cubierta sirvieron para hacer la última descarga al recibir el tercer ataque de espolón del enemigo.

El guardiamarina don Ernesto Riquelme, que durante toda la acción se portó como un valiente, disparó el último tiro: no se le vio más; se supone que fue muerto por una de las últimas granadas del Huáscar. Pocos momentos después de recibir el tercer espolonazo, se hundió la Esmeralda con todos sus tripulantes y con su pabellón izado al palo de mesana, cumpliendo así los deseos de nuestro malogrado comandante, quien, al principiar la acción, dijo:

«Muchachos, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo; espero, pues, que no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo esté vivo, esa bandera flameará en su lugar y aseguro que, si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber».

Los botes del Huáscar recogieron del agua a los sobrevivientes y en la tarde del mismo día fuimos desembarcados en Iquique en calidad de prisioneros. Acompaño a V. S. una relación de la oficialidad y tripulación que ha salvado y que se hallan presos en este puerto.

Al señor Comandante General de Marina.

Luis Uribe Orrego