El año más triste en la tierra de los Incas: Bloqueo y bombardeo del Callao

Así llama Clements Markham al año 1880, aquel en el que, despojado de todo poder naval disuasivo, el Perú asistió al bloqueo y bombardeo del Callao y al asedio a sangre y fuego de Arica. Y a pesar de eso, para desafiar el destino, allí está la hazaña del comandante Manuel Villavicencio a bordo de la «Unión».

Parte de la flota Chilena que bloqueo y bombardeo el Callao.

 

El año de 1880 fue el más triste que alumbró la tierra de los Incas, desde aquel año de 1532, cuando Pizarro iniciara en Tumbes su conquista.

En realidad, antes de que empezara aquel año de desolación, ya la escuadra chilena había comenzado el bloqueo de Arica. Tres buques de guerra aparecieron ante el puerto pocos días después de embarcado el general Prado para el Callao. Aquella flota se componía ahora de 3 poderosos acorazados, además de varias corbetas y de un vapor denominado «Angamos«, con que acababa de enriquecerse y que estaba formidablemente artillado, aunque con sólo un cañón. Era un Armstrong de 8 pulgadas, cargable por la culata, de once toneladas y media de peso y dieciocho pies cuatro pulgadas de longitud, montado en una base central giratoria. Su alcance era de 8,000 yardas, distancia completamente fuera de tiro de los cañones de Arica. Este puerto consiste en una rada abierta, protegida al sur por un cabo eminente denominado El Morro y por la isla roquera de Alacrán.

La ciudad se extiende a lo largo de la playa desde el Morro, entre desiertos arenosos, si se exceptúa un valle fértil, aguas arriba del Azapa, que desemboca en el mar por el norte de la ciudad. El ferrocarril a Tacna sigue la playa por corto trecho y luego se desvía algo hacia el noreste. La defensa del puerto consistía en veinte cañones rifles, diez emplazados en el Morro y el resto en los fuertes 2 de Mayo, Santa Rosa y San José, ubicados en la playa norte del puerto. El intachable capitán Camilo Carrillo, de la armada peruana, era comandante de las baterías. El monitor «Manco Cápac» que defendía la rada estaba a cargo de Don José Sánchez Lagomarsino y se amontonaba bajo la protección de los fuertes. Había también una pequeña brigada de torpedos en la isla de Alacrán a órdenes de Leoncio Prado, hijo del presidente.

No pasaron muchos días del arribo de la escuadra bloqueadora a Arica, sin que sus defensores intentaran destruir las corbetas “O’Higgins” y “Chacabuco”, mediante una lancha a vapor provista de una baliza torpedo, pero el golpe falló y la lancha regresó a la playa donde fue destrozada por la fuerte resaca que azota el litoral.

La siguiente operación hostil se evidenció completamente cuándo se ponía la costa peruana a disposición del enemigo la posesión que tenía este del mar. Podía desembarcar donde quisiera y a su merced estaban los desgraciados pobladores y sus bienes. Al amanecer del 31 de diciembre la división bloqueadora desembarcó 500 soldados, a órdenes de un ingeniero militar llamado Arístides Martínez, en el pequeño puerto de Ilo, situado al norte de Arica. Ilo está unido por ferrocarril con la ciudad de Moquegua, centro de ricos valles vinícolas, y los invasores ganárosla por tren, le impusieron cupo de provisiones y regresaron a Ilo, donde, luego de desmontar las locomotoras del ferrocarril se reembarcaron el 2 de enero. Parece que el objeto de esta expedición fue sembrar el pánico en la costa y demostrar lo súbita e inesperadamente que podía en ella desembarcar una fuerza chilena.

El 27 de febrero de 1880, el comandante chileno despachó al crucero «Huáscar» más adentro de Arica, con el propósito de reconocer los fuertes y las baterías. Al ponerse aquel a tiro de cañón, los del Morro y del «Manco Cápac» rompieron fuego contra él y trabó una acción intermitente por espacio de una hora, que acabó con la retirada del «Huáscar«. Poco después, los chilenos divisaron un tren atestado de tropas, listo para partir a Tacna, y se acercaron nuevamente a tierra para bombardearlo, reanudando así el combate. Esta vez el «Huáscar» fue tocado por una bomba que mató a siete e hirió a nueve, entre oficiales y marineros, incluso a dos tenientes. Entonces el «Manco Cápac» levó anclas y el «Huáscar» se dirigió de nuevo contra su adversario. Al acercarse al monitor, observó el capitán del “Huáscar” que aquel tenía una torpedera a su costado, por lo que desistió de su propósito de espolonearlo y ordenó al timonel que retrocediera rápidamente para alejarse de allí; pero, en el propio instante, una bomba del «Manco Cápac» cayó en el palo de mesana del «Huáscar«, estalló y voló al capitán, llamado Thomson, materialmente en pedazos. El teniente primero prosiguió el combate, auxiliado por la «Magallanes«, hasta que el «Manco Cápac» regresó a su fondeadero. En esta acción, el «Huáscar» disparó 116 proyectiles, 35 de los cañones de a 8 pulgadas de su torre y 81 de los de a 40, fuera de 600 de sus Hotchkiss y Catling.

La «Magallanes» fue tocada tres veces en su casco y el «Huáscar» lo mismo, hasta el punto de hacer mucha agua. Dos días después, el «Angamos» bombardeó la ciudad de Arica con su único cañón Armstrong de 8 pulgadas, a la inmensa distancia de 8,000 yardas, uniéndose el «Huáscar» al terminar el día. Ese bombardeo se reanudó cinco días, durante los cuales el «Angamos» disparó 100 proyectiles de su enorme cañón, aterrorizando grandemente a los habitantes, pero como las casas son hechas de ladrillos de barro secado al sol, llamados adobes, los daños que sufrieron fueron relativamente insignificantes.

Así pasó febrero, y en el mes de marzo la diminuta escuadra peruana, reducida a una corbeta de madera, sumó a sus hazañas una verdaderamente asombrosa. Arica, cuartel general del ejército aliado, hallábase estrechamente bloqueada, y el capitán Manuel Villavicencio, comandante de la «Unión«, decidió desembarcar vituallas, a despecho de la flota entera de Chile. Después de embarcar en el Callao un cargamento de seis cañones Gatling, varios miles de rifles con sus correspondientes municiones, y vestidos para las tropas, fuera de una torpedera llamada Alianza, la pequeña y heroica «Unión» zarpó a su audaz empresa en la madrugada del 17 de marzo.

Penetrando repentinamente en Arica, el capitán Villavicencio logró esquivar a la escuadra bloqueadora anclada en la bahía y desembarcó sana y salva su valioso cargamento. Viéndose burlado, el enemigo despachó un escuadrón considerable, compuesto por los acorazados «Cochrane» y «Huáscar» y la «Amazonas» a destruir a la «Unión«; pero esta poderosa división no se atrevió a ponerse al alcance de los fuegos del Morro, sino que se quedó a la muy respetable distancia de 7,000 yardas, en la que sus tiros no eran muy eficaces. Mas luego los dos acorazados se acercaron a 3,500, de donde hicieron mejor blanco. Una granada del “Cochrane” reventó en la «Unión» hiriendo a veinte hombres y matando a dos. A las 3 p.m. los buques suspendieron el fuego y se apostaron juntos hacia el norte, cre­yendo que la «Unión» trataría de escaparse por aquel rumbo. El capitán Villavicencio, que observaba cuidadosamente sus torpes movimientos, deslizarse hábilmente de su fondeadero y se lanzó a todo vapor hacia el sur, ganando a sus antagonistas una ventaja neta de cuatro millas. Estos partieron al punto en su persecución, pero con tal ventaja el fugitivo podía reírse de sus perseguidores, a los que pronto perdió de vista. Fue así como la “Unión” volvió al Callao sana y salva.

El 6 de abril una división chi­lena compuesta por el «Blanco Encalada«, que enarbolaba la insignia del contralmirante Ri­veras, el «Huáscar«, el «Angamos«, la «Pilcomayo» y el «Matías Cousiño» emprendió rumbo al Callao. Llegados que fueron y sin ser aún avistados, el día 10 a las 4 y 30 p.m. lanzaron un torpedo contra el muelle dárse­na con el objeto de destruir a la «Unión«, que se hallaba acode­rada a aquel, pero el golpe falló a consecuencia de los botalones y otros obstáculos que rodeaban al buque, corriendo igual suerte otro, intentado el día siguien­te. En la mañana del 10 la flota hostil entró en la rada y notifi­có oficialmente el bloqueo a las autoridades peruanas y a los re­presentantes diplomáticos. Des­de ese instante, el Callao quedó estrechamente bloqueado por el enemigo por espacio de nueve meses.

El almirante chileno empla­zó a los buques neutrales a que abandonasen el puerto dentro de ocho días, pasados los cuales declaraba que se juzgaría con derecho para bombardear la ciudad.

El Callao se asienta en una lengua de tierra, al borde de una ancha bahía que mira al norte y se une por dos líneas férreas con Lima, la capital, distante ocho millas y reclinada en una llanu­ra que sube suavemente hacia la Cordillera Marítima. La lengua de tierra está separada de la isla fronteriza de San Lorenzo alta y desnuda, por un canal denomi­nado El Boquerón. El Callao es la sede principal de la «English Pacific Steam Navigation Company», que posee allí obras con­sistentes en grúas a vapor de carga y descarga, fundiciones de hierro y bronce, factorías a va­por y almacenes que ocupan un área de 60,000 varas cuadradas. El puerto tiene un dique flotante capaz de levantar 5,000 tone­ladas, y en 1870 se empezó la construcción de una nueva obra de muelles y dársenas, con el nombre de Muelle Dársena. La longitud total del muro exterior de esta obra es de 4,520 pies, y encierra un espacio de cincuen­ta y dos acres, con todo lo nece­sario para el acoderamiento de buques grandes.

Tiene también dieciocho grúas a vapor, triple línea férrea, faro y aparatos para suministrar agua fresca a las na­ves, en ocho lugares. Las defen­sas del puerto consistían, en pri­mer lugar, en las dos históricas y redondas torres del Castillo, denominadas hoy «Independen­cia» y «Manco Cápac«, artilla­da la primera con dos cañones Blakeley de a 500 libras y la se­gunda con cuatro Vavaseur de a 300. En la faja de tierra había dos Rodman de a 1,000 libras de carga ligera. En la playa, dos baterías giratorias protegidas llamadas «Junín» y «Mercedes«, una al norte de la ciudad y la otra al sur, en la lengua de tierra, dotadas ambas con Armstrongs de a 500 libras. Entre ellas es­taban los fuertes “Ayacucho” y «Santa Rosa«; cada uno con ca­ñones Blakeley de a 500 libras. Además de los cañones de grue­so calibre había seis baterías pe­queñas, denominadas «Maipú«, «Provisional«, «Zepita«, «Abtao«, «Pichincha» e «Independencia«, con dos, cinco, ocho, seis, cuatro y seis cañones de a 32, respecti­vamente, cañones de ligero cali­bre, de muy poco uso.

El “Atahualpa” (monitor de­fensor de la rada) y la “Unión”, junto con tres buques escuelas y algunos transportes, hallábanse acoderados a la dársena, y había también una torpedera «Herres choff» y varias lanchas a vapor. Por grave imprevisión no se for­tificó la isla de San Lorenzo, que la división bloqueadora convir­tió en su cuartel general.

Así prosiguió la obra asolado­ra; y en lo sucesivo los chilenos extendieron la ruina y la desola­ción a tan importante y próspero puerto comercial. El 22 y 23 de abril bombardearon el Callao a distancias que fluctuaron entre 5,000 y 7,000 yardas, lanzando 127 bombas y granadas, a que respondieron los cañones pe­ruanos con 170. La lejanía hizo este bombardeo relativamente inofensivo.

Al perderse los acorazados pe­ruanos, Don Nicolás de Piérda consagrase a organizar cuidado­samente una brigada de torpe­dos. Dispuso que se echasen al mar varios torpedos mecánicos flotantes, fabricados según el plan de McEvoy, consistente en un peso vibrátil que suelta un gatillo. Colocándose algunos en el paso del Boquerón, con la es­peranza de que la corriente los arrastrase hacia los buques chi­lenos de ronda. El vapor chile­no «Amazonas» encontró dos de aquellos flotando algo debajo de la superficie. Uno fue hundido a tiros de rifle y el otro recogido y remolcado a San Lorenzo, don­de explotó al tocar tierra con tal ímpetu que la plancha de bronce que lo revestía voló a una altura mayor de 150 pies. La violencia del estallido hizo creer que estaba cargado con cerca de 1oo libras de dinamita. Tenía forma cilíndrica y su revestimiento exterior era de cobre. En un extremo se encajaba una rueda, dispuesta de modo que girase al chocar con cualquier cuerpo pesado.

En represalia por tales tenta­tivas el Almirante Riveras bom­bardeó de nuevo el Callao en la tarde del 10 de mayo. La división bloqueadora lanzó 400 proyec­tiles que fueron contestados por los fuertes y baterías de tierra. La mira principal de los chile­nos era destruir los buques que se cobijaban tras los muros del Dársena y, en efecto, lograron echar a pique un buque escuela y varios botes y barcas. En cam­bio, el casco del «Huáscar» fue tocado tres veces; una bomba averió mucho e inutilizó por al­gún tiempo su timón y otro pro­yectil de tierra lo hirió en la línea de flotación inundando uno de sus compartimentos.

Los chilenos hicieron más eficaz su bloqueo durante el mes de mayo, añadiendo a su escua­dra varias veloces torpederas. De estas, la «Fresia» y la «Janequeo» habían sido construi­das en Yarrow y despachadas de Inglaterra a Valparaíso, en piezas, en un vapor inglés, vio­lación de neutralidad que debió impedirse. Triste es pensar en el poco daño que habrían podi­do inferirse estos extraviados países a no haber dispuesto de los medios de destrucción que les suministraron Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. La «Fresia» y la «Janequeo» eran de acero, tenían cinco cámaras de agua, medían setenta pies de lar­go y podían desarrollar una ve­locidad de dieciocho nudos. La “Janequeo” estaba dotada con tres torpedos McEvoy patenta­dos, de doble gatillo, uno en un botalón, suspendido en la popa y los otros en botalones, en los costados. Ambas embarcaciones llevaban también un cañón Hotchkiss. La «Guacoldo» era otra torpedera, construida en Amé­rica para el gobierno peruano, despachada por el Istmo de Pa­namá y capturada en su travesía al Callao por el transporte chi­leno «Amazonas«. Había otras dos menores, la «ColoColo» y la «Tucapel«, construidas en el Támesis por Thorneycroft y ar­madas con torpedos sin gatillo y ametralladoras. Estas lanchas, por su gran velocidad, destinaban a rondar a los buques pe­ruanos de noche y eran como los ojos de la división bloqueadora entre la oscuridad. Comandaban los oficiales enérgicos e inteli­gentes, cuya vigilancia fue ince­sante en todo el largo bloqueo.

Mandaba la “Janequeo” el te­niente Senoret y la «Guacoldo» el teniente Goñi. Ambas naves rondaban juntas y practicaban un reconocimiento a la entrada de los muelles al amanecer del 25 de mayo, en plena oscuri­dad, cuando de improviso topa­ron con una cañonera peruana a vapor, la «Independencia«, a cargo del teniente Gálvez, tri­pulada por algunos soldados y artillada con una ametralla­dora. Viéndose descubierta, la cañonera viró para regresar a la dársena, perseguida de cerca por la «Janequeo«. Al acercarse a su adversario, el teniente Se­noret procuró destruirlo con su torpedo de popa, pero, fallando el golpe, intentó, al separarse las dos naves, utilizar el torpedo que llevaba en uno de Sus costa­dos. En aquel punto hallábanse tan juntos los dos buques, que no había sitio para que se mo­viese la berlinga. No obstante, imaginando el teniente Senoret que tocaba el casco de su enemi­go y que estaba suficientemente lejos del suyo propio, presionó el gatillo de la batería e hizo ex­plotar el torpedo.

A la vez, el te­niente Gálvez arrojaba una caja de pólvora de too libras sobre la cubierta de la «Janequeo» y la hacía estallar disparando su revólver, y ocasionando la inme­diata destrucción de la torpede­ra, que se llenó de agua y se fue a pique, salvándose el oficial y los tripulantes en un pequeño bote. La “Independencia” se hundió también, muriendo ocho de sus marineros a consecuencia de la explosión. El heroico teniente Gálvez y siete de sus hombres fueron recogidos por la “Gua­coldo”. Se ha puesto en duda la arrojada acción del teniente pe­ruano, mas el teniente Senoret dio claro testimonio de que se habían producido dos explosio­nes.

Después de este suceso, se estrechó más aún el bloqueo del Callao y de los puertos vecinos de Ancón y Chancay.