Esta es una guerra de predominio económico

José Francisco Vergara, que sería ministro de guerra y marina de Chile a poco de empezar la guerra del guano y el salitre, le escribe a su hijo Salvador, que se encuentra en Suiza, esta carta fechada el 21 de abril de 1879. Es de una sinceridad brutal respecto de las verdaderas causas del conflicto. Las últimas líneas del documento parecen haber desaparecido en el Archivo Histórico de Viña del Mar, ciudad que Vergara fundó en 1875.

 

José Francisco Vergara: confesiones significativas dirigidas a su hijo residente en Suiza.

 

Viña del Mar, abril 21 de 1879.

A Salvador Vergara,

en Ginebra, Pensionnat Tbudi- chum,

La Chatelaine.

Sentí mucho, mi muy amado hijo, no haber podido escribirte por el va­por pasado. Pero en los días de su salida venía yo de vuelta de Chiloé, a donde había ido, como te lo dije en mi cartita del catorce de marzo, a aceptar una diputación por los de­partamentos de Ancud y Quinchao, y mientras estuve allá no tenía tiempo ni comodidad para escribirte con la detención con que me gusta hacer­lo siempre que puedo. Sólo mandé unas cuantas líneas para tu mamá, dejando mi carta en Coronel para que la pusieran en el vapor que toca en ese puerto para hacer carbón.

Como debes saberlo ya por los telegramas publicados por los dia­rios, desde el 5 de abril, aniversa­rio de la batalla de Maipú, estamos en guerra con el Perú y Bolivia que se habían ligado contra Chile cre­yéndolo débil y comprometido en una complicación con la república Argentina. Como sucede siempre en toda guerra que se principia en un país donde, no la ha habido por mucho tiempo, hasta ahora hay gran alboroto y confusión, pero poco a poco nos iremos organi­zando y podremos darles a los pe­ruanos el recio golpe que merece su deslealtad e insensatez. Hay ya como cinco mil hombres en el desierto que se extiende al sur del Loa, estacionados en Antofagasta. Tocopilla, Salar del Carmen, Sa­linas, Caracoles y Calama; como dos mil más están prontos en Val­paraíso y Santiago y antes de un mes podrá haber 15,000 hombres sobre las armas, y si es preciso in­vadir el Perú se elevará el ejérci­to a una cifra de 25 mil soldados. Enormes son los sacrificios que esto impondrá a la nación, pero cualquiera que estos sean no te­nemos otra cosa que hacer que soportarlos con buena voluntad so pena de quedar arrumados por treinta o más años, porque esta es una guerra de predominio econó­mico que consiste en quién sea dueño de las enormes riquezas salinas y metálicas que contiene el desierto desde Arica a Caldera.

Por ahora todas las ventajas están de nuestra parte porque tenemos la preponderancia en el mar y podemos tener al Perú en perpetuo jaque ame­nazándolo en todas partes. Nuestra escuadra está en un pie de guerra muy superior a la del Perú que esta­ba muy descuidada y casi desorgani­zada. Sus tripulaciones, compuestas de extranjeros y en gran parte de chi­lenos, han tenido que ser renovadas, y como un marinero no se improvisa, es probable que en mucho tiempo no esté en estado de presentar batalla a la nuestra que se encuentra en un pie brillante de disciplina e instruc­ción. La manda el contraalmirante William Rebolledo, y se compone de los blindados Blanco Encalada, capitán López, y Cochrane, capitán Simpson; de las corbetas Chacabuco, Esmeralda y O’Higgins, cuyos capi­tanes son Montt, Víel y Thomson; y de las cañoneras Magallanes, Covadonga y Abtao. Por los impresos que te remito verás cómo se ha estrenado la escuadra y lo que se puede espe­rar de oficiales como el comandante Latorre, advirtiéndote que casi todos son del mismo temple.

Lo que nos falta son generales de tierra, porque no hay ninguno que tenga bastante prestigio para inspirar confianza. Casi todos son valientes, pero sin instrucción, ni teórica ni práctica, y bien pocos hay que hayan hecho una campa­ña. El general Arteaga, que ha sido nombrado General en Jefe, está ya muy viejo y jamás ha nombrado una división siquiera, así es que no se sabe de lo que es capaz como va­lor i como inteligencia estratégica. El general Escala es muy valiente y de buen carácter, pero dicen que es muy poco apto para dirigir un conjunto de tropas; sin embargo es el Comandante general de la Infantería. Baquedano mandará la caballería, pero no para de ser una brillante espada. Jefe de Estado Mayor no se ha nombrado aún y de esto dependerá en gran parte el éxito de las primeras operaciones.

De los otros generales que quedan, Urrutia desempeñará el Ministerio de la guerra, Godoy está muy viejo e inútil, Villagrán no ha querido servir porque no le dan el mando en jefe, Prieto porque está retirado, y así más o menos los otros dos o tres que res­tan. Es preciso esperar que se formen hombres nuevos, y se formarán, por­que las circunstancias son las que los hace salir de donde menos se espera.

Actualmente hay un nuevo go­bierno o, más propiamente dicho, un nuevo ministerio que se ha formado teniendo en cuenta las exigencias de la guerra. Don An­tonio Varas y don Domingo San­ta María son los dos hombres de quienes más se espera y yo creo que corresponderán a la confian­za que se pone en ellos. La situa­ción para nosotros es sumamente grave, porque si somos vencidos, arruinarán implacablemente toda nuestra riqueza industrial y co­mercial que toda entera existe en la costa, puesto que, como te he di­cho antes, las causas de esta guerra son enteramente económicas para los hombres de gobierno del Perú que aprovechan la vil envidia que nos tiene la multitud, para lanzar­se en contra nuestra inflamando los odios y el orgullo de los que no pueden conformarse con ser in­feriores a otros.

El Perú persigue el monopolio fiscal del guano, sa­litre (nitrato de soda), yodo, que se encuentra en abundancia en el desierto y que casi todo ha sido descubierto y trabajado con bra­zos y capitales chilenos, y quiere que nadie trabaje libremente sino que todos entreguen al Estado, para ser poseedor exclusivo, sus propiedades y establecimientos que han costado cada uno de ellos centenares de miles de pesos, cuyo precio reciben en papel que nada vale. Pero no contento con este despojo inaudito en ningún pueblo civilizado, como en nuestro propio territorio se descubrieron las mis­mas sustancias lo mismo que en el limítrofe con Bolivia, desde tiem­po atrás viene incitando a este país medio bárbaro para que siguiera su ejemplo, pusiera fuertes im­puestos al salitre que explotan sólo los chilenos o europeos domicilia­dos en Chile, o los despojara de sus propiedades. Así es que la causa de esta guerra se puede resumir así: Perú y Bolivia quieren borrar el derecho de la propiedad particu­lar, apoderarse de los bienes acu­mulados por el trabajo, el capital y la inteligencia para repartírselos entre los viciosos y holgazanes que gobiernan esos países. Chile de­fiende el derecho inviolable de la propiedad privada, sin distinción de nacionalidades; la libertad del trabajo para que aprovechen a to­dos las riquezas…