De Pisagua a la huida de Prado

Con una gran economía de palabras el marino norteamericano Theodorus Bailey Myers Masón describió para sus jefes los acontecimientos de la guerra del guano y el salitre. Su relato prescinde de simpatías y es el análisis típico de un observador militar. Por eso quizá la descripción que hace del desorden que imperaba entre los aliados resulta más dolorosa.

Theodorus Bailey Myers Masón

 

En la mañana del 2 de no­viembre llegó frente a Pisagua, procedente de Antofagasta (antes de Bolivia), una expedición formada por los bu­ques de guerra y doce o catorce transportes de todos los tipos y tamaños al mando del comodoro Riveras, llevando 7,000 hombres a las órdenes del general Esca­la.

El plan consistía en amagar( inicio de un movimiento) el puerto de Pisagua, situado al pie de irnos cerros casi perpendi­culares de 1,200 pies de altura, a los que se subía en ferrocarril o por dos angostos caminos zigza­gueantes. Pero tanto la línea del tren como los senderos estaban protegidos por trincheras y los ro­deos cubiertos de reductos. En la cima había acampado el coronel Granier con 1,200 bolivianos en la Altura del Hospicio.

La ciudad y los desembarcaderos estaban pro­tegidos por dos baterías de caño­nes R.M.L. de 100 libras situadas al norte y al sur de la bahía y por varias trincheras de fusileros que cubrían la playa. El centro de la ciudad estaba defendido por una fuerza de 300 hombres y el día del ataque, que debía efectuarse en Junín, unas millas más arriba, se hallaba allí el general Buendía. Ju­nín no estaba defendido. Después de desembarcar, la fuerza expedi­cionaria debía flanquear los acan­tilados durante la noche y atacar por atrás en un movimiento en­volvente. Estos movimientos eran perfectamente posibles por la falta de reconocimiento y de puestos de avanzada en el sistema bélico.

Tras algunas demoras, fueron embarcados setecientos hombres y llevados en botes hacia el norte de la ciudad, mientras los buques de guerra los cubrían disparando contra las trincheras y cañones. Este intento fracasó, pero un segundo contingente también de 700 hombres logró desembarcar al sur de las líneas de defensa. Lo que siguió fue una brillante hazaña militar para la marina de Chile, aunque no se señaló por su prudencia. Tan pronto como los soldados pusieron pie en tierra, los marineros que habían hecho de remeros desembarcaron con sus oficiales y se plegaron al combate. Dejaron los botes en gran peligro de ser destruidos por las rocas y el oleaje, sin pensar siquiera en que no podrían volver a los buques en busca de refuerzos. En pocos minutos las defensas y la ciudad quedaron en poder de los chilenos. Esto era todo lo que se había planeado, pero no todo lo que la tropa estaba resuelta a hacer. Paso a paso, luchando por cada pulgada de terreno continuó marchando a la conquista del acantilado en espléndido estilo. Los buques contribuyeron limpiando el camino con sus cañones delante de las tropas y dos horas más tarde la cima había caído.

Los aliados se retiraron precipitadamente por la línea del ferrocarril, dejando atrás gran cantidad de provisiones y pertrechos. La victoria había sido tan inesperada, que todo el material, locomotoras, carros y rieles, quedó en perfecto estado. Los chilenos desembarcaron el resto de su con-tingente y enviaron al punto a los transportes a buscar refuerzos. Las balsas planas amarradas a los costados ayudaron eficazmente al desembarco, y cuando la fuerza que había hecho pie en Junín llegó a su objetivo, encontró que el Alto del Hospicio estaba ya en posesión de sus compañeros y que el grueso del enemigo había huido. Los chilenos dicen haber perdido en el ataque a la cima la mitad de sus efectivos.

Los aliados se retiraron a La Noria y Peña Grande, punto ter­minal del ferrocarril. Allí se re­unieron con la mayoría de las tropas de Iquique y con las que estaban acantonadas en Molle y otros lugares cercanos, quedando la ciudad a cargo de un batallón de guardias nacionales. Los chile­nos desplazaron sus avanzadas a Agua Santa, cerca de la cabeza del ferrocarril de. Pisagua, mientras la mayor parte de las fuerzas se atrincheraba en las alturas de San Francisco a la espera de refuer­zos. El general Escala estableció su estado mayor en Las Pampas y al tener noticia de la toma de Pisagua el general Prado ordenó al general Daza que avanzara por tierra con tres mil bolivianos y se uniera al general Buendía. Esta fuerza salió de Arica y llegó hasta la quebrada de Camarones desde donde regresó desmoralizada y en pésimas condiciones. El general Buendía, viendo a su ejército falto de provisiones y teniendo noticia del avance de Daza y de su proba­ble llegada al lugar de las opera­ciones, atravesó las treinta millas de desierto que lo separaban del enemigo. El ejército de diez mil hombres estaba organizado en tres divisiones, a las órdenes de los coroneles Dávila, Bustamante y Vilegrán, este último al mando de los bolivianos. El coronel Dá­vila dirigía la vanguardia formada por dos de los mejores regimien­tos del ejército de línea peruano.

 

La avanzada chilena de Agua Santa se replegó en la mañana del 19 de noviembre ante el avance del enemigo, con lo que los alia­dos pudieron llegar hasta el pie de las alturas de San Francisco, don­de exhaustos y sedientos se detu­vieron para acampar. Mientras esperaba que llegara el agua, el general Buendía se aventuró con la avanzada peruana a reconocer al enemigo; por error cargaron contra ellos y a pesar del espléndido comportamiento de la tropa, no les fue posible resistir el fuego de las ametralladoras chilenas Gatling unido al de las trincheras.

El avance, que carecía de apoyo, fue rápidamente desbaratado. El grueso del ejército, sorpren­dido por el súbito combate y sin mando, se desmoralizó por com­pleto. Se asegura que los bolivia­nos estaban tan confundidos que abrieron fuego contra sus propios aliados, que se retiraban creyén­dolos chilenos. Esto causó mucho malestar, pero si se consideran las circunstancias, agravadas por el hecho de que los uniformes de ambos ejércitos eran similares, el error parece más justificable. Se produjo un desbande general del que los chilenos no supieron sacar ventaja.

Las pérdidas en el bando aliado llegaban, según se dice, a 4 mil bajas, pero como la división boliviana partió inmediatamente con destino a La Paz ha sido im­posible determinarlo exactamen­te. Es probable, sin embargo, que la cifra sea exacta. Durante la no­che el coronel Suárez reunió a los dispersos peruanos y los llevó a la ciudad de Tarapacá. Iquique fue evacuada e inmediatamente ocu­pada el día 22 por un regimiento chileno que estaba a bordo del “Cochrane”.

El 18 de noviembre este había apresado a la cañonera “Pilcomayo” en muy malas condi­ciones después de que el coman­dante Ferreyra había hecho todo lo posible por destruirla. La “O’Hi ggins” y la “Magallanes” aparecie­ron frente a Moliendo, cortaron el cable submarino e interrum­pieron las comunicaciones entre Arica y Lima. El 29 de noviembre el presidente Prado partió súbita­mente para la capital delegando el mando en el almirante Montero.

Al día siguiente de la batalla de San Francisco, los chilenos envia­ron una fuerza expedicionaria de dos mil hombres a reconocer el te­rritorio enemigo. Desobedeciendo órdenes traspusieron la ciudad de Tarapacá y alcanzaron las alturas sedientos y exhaustos. Tarapacá está situada en un valle rodeado de altas montañas. Los peruanos la habían evacuado y se estaban reti­rando hacia el norte cuando fueron informados de que los chilenos que habían entrado en la ciudad habían estacionado sus cañones y acampado sin establecer avan­zadas ni resguardos. Volvieron y cayeron de sorpresa y los derrota­ron por completo, capturando una batería ligera de cañones Krupp que ni siquiera estaba dentro del cuadro del campamento. Asegu­rada la victoria y como se habían agotado las municiones, reanuda­ron su marcha a Arica, donde lle­garon unos 3000 hombres, sin ser molestados, pero en andrajos, hambrientos y en su mayoría sin armas. El general Buendía y el coronel Suárez, jefe de estado mayor, fueron arrestados a la llegada.

El general Campero, que debía haber estado con su división en la línea del Loa, fue visto en La Paz en esos días. Los chilenos tenían ahora la total posesión de la rica provincia de Tarapacá. Dejando allí algunas guarniciones, el grueso del ejército regresó a Pisagua y a Iquique donde empezaban a retornar los habitantes y a reanudarse el comercio. El ejército recibió refuerzos desde el sur hasta que alcanzó los 17 mil hombres. El calor y la viruela, que se había difundido por la costa, habían causado numerosas bajas. Los buques bloquearon Arica, Islay e lio y mantuvieron bajo vigilancia a Moliendo. Este bloqueo cortó las comunicaciones de Arica con el norte, que sólo pudieron hacerse a lomo de muía desde Arequipa. El general Daza tenía casi tres mil hombres en Tacna y el almirante Montero cuatro mil en Arica.

El 17 de diciembre la “Unión” salió del Callao con municiones y aprovisionamiento para Arica con orden de desembarcar lo más cerca posible y dejar la carga. Consiguió entrar en lio desde donde se pudo enviar el material por tren a Moquegua y desde allí a lomo de muía a Arica. En la noche del 19 de diciembre el presidente Prado salió del Callao con destino desconocido; se supo después que había ido a los Estados Unidos. Su viaje suscitó toda clase de rumores y el señor La Puerta, aunque en malas condiciones de salud, asumió la autoridad suprema.

El general La Cotera, ministro de Guerra y hombre de gran valor personal, se convirtió en el principal miembro del gobierno, pero en la tarde del 21 de diciembre una revolución latente desde hacía años, llevó al poder a Don Nicolás de Piérola, doctor en leyes, exministro de gobierno, que en esos días era comandante de un regimiento con el grado de coronel. El partido oficialista, con La Cotera a la cabeza, se encontró encerrado en el palacio de gobierno con pocas tropas a su mando. El coronel Piérola, al mando de sus fuerzas y ayudado por el regimiento que dirigía su amigo el coronel Agüeras, después de atacar las tropas gubernamentales en Lima, pasó al Callao durante la noche y a la mañana siguiente tomó posesión del puerto sin encontrar resistencia. El mismo día el gobierno capituló y Piérola se declaró jefe supremo de la República con poderes dictatoriales.

Después de esta revolución en Perú se produjo otra en Bolivia que puso al general Campero en el gobierno. Poco después, aprovechando la ausencia del general Daza que había sido llamado por Montero de Tacna a Arica, las tropas marcharon a bañarse en el río dejando sus armas en el cuartel y el coronel Camacho, que había quedado al mando, se apoderó de ellas y se declaró comandante en jefe. El general Daza salió solo de Arica y fue a refugiarse en el Perú.

 

El monumento chileno en conmemoración del desembarco de Pisagua.