Los proyectiles que necesitaba el Huáscar para hacer prácticas de tiro llegaron tarde

Es verdad. Nos lo confirma el historiador Julio Elías Murguía en el célebre libro ya citado en esta edición y que fuera reimpreso por el Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú. Hasta ese punto de indefensión (situación) había llegado el Perú tras ia prédica del nefasto Manuel Pardo y Lavalle, que, en nombre del civilismo, impidió al Perú la compra de dos blindados que ya habían sido encargados por el gobierno de Balta.

 

Monitor Grau
El glorioso monitor no tenía los proyectiles requeridos para hacer prácticas de tiro.

El teniente general inglés C.E. Callwell asegura:

«La causa de los Aliados quedó perdida no bien sucumbió la débil cuanto bien manejada escuadra peruana a la superioridad abrumadora del enemigo«.

En la Historia de la Guerra de América, expone Tomás Caivano:

Los oficiales de Marina, debiendo poseer una instrucción especial desde jóvenes en escuelas adecuadas, no pudieron salir y no salieron jamás, sino del seno de la mejor raza y clase social… En ellos se encontraron instrucción, valor y patriotismo verdaderos, no de palabras, y ciertamente el éxito de la guerra hubiera sido otro, si hubiesen tenido una buena o, por lo menos, regular escuadra que mandar.

En las Crónicas de la Marina Peruana, por nuestro historiador el comandante Manuel I. Vegas, leemos:

Cuando nuestros imprevisores gobiernos posibilitaron la guerra con Chile por no sostener la fuerte escuadra que era, es y será nuestra principal salvaguardia, se encontraron los marinos a cargo de las débiles y anticuadas naves que si, como dice Callwell, mantuvieron noblemente el honor de su bandera, en nada influyeron a la postre pues el resultado ya estaba descartado. Historiadores más o menos capacitados han estudiado las causas de nuestra derrota según su criterio estrecho siempre y desviado, pues todos buscan la culpa en algún político por tales o cuales errores (menos los navales) cometidos en la época misma de la guerra o en tiempos muy próximos a ella.

No somos por cierto nosotros los marinos los que podamos ahondar en estos asuntos; pero algún día vendrá el imparcial, documentado y práctico historiador que examine, no sólo el estado social indisciplinado y restringido de nuestro pueblo, su incultura en las ideas generales y directoras de la política, sino también sus miras, si las tuvo, y si ellas se encaminaron hacia la solución del primordial problema patrio.

¿Y cuál más si después de la persistente costumbre chilena de mezclarse en todos nuestros asuntos (tendencia evidenciada en 1834, 35 y 36, en 1838, en 1866 con cínico descaro y en todas nuestras disensiones de modo poco cubierto), sabíamos que el principal enemigo era Chile y que su ataque ¡ sería por el mar! Previsión hubiera sido acrecentar nuestra escuadra según el testamento de Castilla, dedicando algo del enorme caudal de oro, perdido en orgías criminales, a la compra de buques y, sobre todo, al eficiente, mantenimiento de ellos. No lo hicimos y el enemigo nos venció en casi todos los encuentros, a pesar de heroicos y múltiples sacrificios.

Mil otras pruebas podíamos ofrecer de la competencia de nuestros marinos, pero creemos suficiente lo anterior. Asimismo, no se puede ocultar que en todo momento dio la nota de eficiencia la Comandancia General de la Marina y sus colaboradores, quienes realizaron sus funciones con honor y brillo.

El mismo Mariano Felipe Paz Soldán lanzó ciertos dardos que indignaron a nuestro historiador naval capitán de fragata Manuel Ignacio Vegas García, que replica en sus Crónicas de la Marina Peruana:

«El señor Mariano Felipe Paz Soldán en su Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia dice, al estudiar el estado del Ejército y de la Marina, que:

«Los Comandantes del Huáscar habían olvidado aquel solícito cuidado que se requería para conservar en buen estado las calderas».

Esta afirmación podría pasar como prueba de la ignorancia del historiador en ciertas materias y además en la generación de ciertos hechos; pero no es posible que estas y otras frases infundadas que ya se dirán sigan ocupando el lugar de la augusta verdad, base de la Historia. Ante todo preguntémonos, ¿quiénes tienen el solícito cuidado de las calderas a bordo?

Claro que en último término los comandantes. Ellos son responsables de la conservación del buque en estado eficiente. Deben velar por que se mantenga listo para el combate que es el objeto principal de toda la vida de un buque de guerra; pero de ahí a exigir que un comandante
mantenga siempre al buque en ese estado es ignorar la organización de las escuadras.

¿Cuándo se pusieron las calderas que el Huáscar llevaba el día que se declaró la Guerra con Chile? Pues sencillamente el año 1877. Luego las calderas tenían menos de dos años de uso y por consiguiente, dado lo que hizo el Huáscar en la campaña, no hubo tal descuido. Ahora bien, el deber del comandante cuando, por la edad u otras causas, una parte de su buque ya no responde a sus cualidades primitivas, es participar a la superioridad que el estado del buque es tal o cual, y pedir, dentro de lo permitido, que se atienda a la reparación.

¿Hicieron esto los comandantes del Huáscar?

Ahí está la Memoria del Ministro de Marina en el año de 1878; dice en lo pertinente:

«El Huáscar se halla expedito para desempeñar cualquiera comisión militar, pues tiene además calderas nuevas, y su máquina, recientemente recorrida, funciona con regularidad y precisión».

De donde se desprende que los comandantes del Huáscar cumplieron con su deber, pues por ellos se supo que las calderas del Huáscar, después de doce años de trabajo continuo, necesitaban cambiarse y se cambiaron. El Huáscar mantuvo buen andar durante toda la campaña naval del 79 y sólo al final de ella fue disminuyendo; por lo que el Almirante Grau pidió su entrada a dique antes de su última expedición; pero no por el estado de las calderas sino por la suciedad del casco.

Un jefe de Marina, por más ignorante que se le suponga, sabe que su más elemental deber es pedir que se ejecute lo necesario para mantener listo a su buque. Así lo han hecho siempre los comandantes peruanos. Decir lo contrario, es decir lo que no se sabe; hablar sin fundamento. También afirma el señor Paz Soldán que en los buques se dejaba de hacer ejercicios por descuido de sus comandantes o por el continuo estado de reparación en que aquellos se hallaban. Lo primero es falso y lo segundo una de las causas por las que no se hacía ejercicio.

Desde 1878 pedía el Ministro de Marina que se renovara el material de artillería del Huáscar y la Independencia, por lo menos (Memoria citada) y es de saber que el señor don Pedro Bustamante no pidió eso de motu proprio (propia iniciativa), sino por las representaciones del Cuerpo de Marina. Ya se ocupaban, pues, de las cuestiones artilleras mucho antes de la Guerra. Sin embargo, los proyectiles que necesitaba el Huáscar llegaron al Perú después de que este buque sucumbió en Angamos ante el poder artillero de sus contrarios.

Si pidiéndolos llegaron tarde, ¿qué habría sucedido si no los hubiesen pedido?

Sencillamente: a nadie se le hubiese ocurrido que los necesitaba. ¿Creyó el señor Paz Soldán que sin dinero se hacen ejercicios?

Y si no lo creyó, ¿a qué clase de ejercicios se refería? No hay más sino que en estos asuntos nuestro historiador habla solo de oídas. Si no hicieron ejercicios, de todos pudo ser la culpa menos de los marinos. Habla el señor Paz Soldán del estado de las Fortalezas del Callao. Sin duda no leyó el documento que ha estado en mis manos y que regalé al malogrado capitán de navío Carlos Tizón y en el cual consigna Grau, en la época en que fue Comandante General de Marina, las necesidades premiosas de esas fortalezas. Que no se hiciera lo que él pidió es cosa que tampoco tiene que ver con los marinos.

Mientras tanto otros puntos que toca el señor Paz Soldán y algunos que omite son la verdadera causa del glorioso desastre de nuestra Marina, a saber: que se pidió con apremio, por todos los marinos, que se robusteciese el poder naval peruano y esto fue pedido mucho antes de la Guerra. Que un Gobierno obtuvo del Congreso la cantidad o autorización necesaria para comprar dos acorazados y que otro Gobierno gastó ese dinero en otras cosas. Que se mantuvieron apontonados los buques y no ciertamente por culpa de los marinos, sino por no gastar el dinero necesario.
Que jamás se dio un solo real para ejercicios de tiro.

Que sólo en 1878 se formó la Escuela de Condestables con el reducido número de 25 alumnos y nada se hizo para formar maquinistas nacionales. Todo por la miseria del erario o por la intelectual de los llamados a ocuparse del asunto.

¿Acaso se opusieron los Marinos a ninguna de esas necesidades?

¿No las hicieron ver?

Conocemos cuanto sucedió al proseguir la Guerra del Salitre perdidos los buques capitales,
arrebatadas nuestras costas del extremo sur del litoral, de modo que cayó bajo los fuegos de la escuadra enemiga casi todo el Perú costanero, siendo bombardeados y puestos a contribución nuestros ricos y hermosos puertos meridionales, viéndose arruinado nuestro comercio e impedido casi nuestro tráfico marítimo, salvo por operaciones de suma audacia.

Se llegó a la conclusión de que los puertos comerciales que alimentaban enormes zonas interiores y contaban como vía de aprovisionamiento sólo a la marítima, necesitaban de defensas instaladas en sus playas y alturas para proteger el acceso al fondeadero a los buques peruanos o amigos; pero ¿cómo se improvisaría, en las circunstancias de tales momentos, defensas?, ¿acaso cualquier sistema de efectiva protección de Ilo, Mollendo, Islay, etc. no debía haber sido el resultado de una organización cuidadosamente planeada desde mucho antes de la contienda?

Ya no había más cañones, ya no había cómo llevar más baterías así se hubiese conseguido bocas de fuego, ya no se contaba con más personal de artillería… Arica constituía una de las últimas esperanzas para mantener nuestra posición castrense en el sur, las naves auxiliares peruanas se abrían paso lo mismo que fantasmas, por entre los poderosos buques enemigos, a fin de dejar los pocos elementos bélicos que remitía el Gobierno; mientras tanto los chilenos, conseguido el pleno dominio del mar, tomaban posesión de los puntos más favorables y al amparo de sus cañones desembarcaban las tropas que querían, organizándolas en grandes cuerpos de invasión, los cuales se metieron en el territorio nacional y fueron por la retaguardia a batir a nuestro ejército en Tacna.

Nuestros defensores, separados en tres lejanos sectores, no pudieron agruparse porque las condiciones geográficas hicieron casi imposible una concentración rápida; los desiertos impusieron
sus particularidades: no había agua, no había lluvias, no: había recursos de ninguna especie. Fue
entonces que hasta el fondo del ánimo de los más indiferentes se vio conmovido y todos los pechos
saltaron de coraje y rabia. Nadie vaciló en sacrificar su sangre. El Estado pretendió, entonces, con el
poco dinero que había y con mucho del que tomó de la población, conseguir naves, buscando un remedio que era imposible de improvisar.

Formado un clima como el que acabamos de puntualizar en líneas anteriores, tuvo la Marina nacional que sentir el impacto de pleno. Y nació la utopía, porque fue quimera debido a que la fuerza debe ser eso a fin de enfrentarla a la fuerza y el poder enemigo; pero si no es tal, en cualquier otra forma, sin apoyo será mero fantasma imaginativo, algo que no poseerá realidad, como no la tiene en mecánica la fuerza si no hay punto de apoyo que reaccione e impulse. No puede a punta de metafísica resolverse los problemas navales.

En 1879 con un fenómeno de óptica profesional y de espejismo patriótico, resolvieron nuestros marinos tratar de ocultar una realidad insuperable y de suplantarla por un sueño. Entonces triunfó la teoría de sus majestades el torpedo y el torpedero, pidiéndoles a estas, entonces flamantes armas, verdaderos milagros, mientras los que las manejaban debían efectuar un esfuerzo algo más que heroico, quizá mucho mayor del que era realizable con las fuerzas humanas. Claro está que se encontraron quienes se lanzaron en la aventura, pero no se produjo el portento. Comprendemos exactamente que el estado mental correspondía a una rebeldía heroica de no darse por vencido; empero, esto también podía aparecer como significando el no apreciar que la nación sin escuadra de combate estaba sencillamente vencida y que no había defensa posible sin buques acorazados.

¿Y las defensas litorales?

Presentar la sola resistencia de dos grupos de defensas litorales, Arica y el Callao, era la impotencia absoluta peruana, sin resistencias de conjunto, con el poco vigor de núcleos locales autónomos y lejanísimos entre sí, fáciles de ser destruidos en detalle por el poder abrumador e incontrastable de la escuadra chilena, que podía traer ejércitos y apoyarlos. La idea que manifiesta esa dispersión de potencialidad peruana, tal como quedara después de la pérdida de la escuadra, era de negación de uno de los principios de la guerra: el de la concentración; esa reunión de las fuerzas en tiempo y espacio, esa coordinación de los esfuerzos, esa superioridad de orientación, esa continuidad de los esfuerzos con comunicación y enlace, con unidad de dirección y de comando; sólo da resultado la masa reunida en tiempo y espacio, coordinando los esfuerzos de sus distintas partes y fracciones, asegurando la continuidad en los esfuerzos, estando las partes y fracciones en perfecta comunicación y enlace. No puede existir la masa si no existe coordinación de esfuerzos, como no es posible obtener el éxito positivo en ninguna actividad de la vida cuando los esfuerzos no se encuentran adecuadamente coordinados, como no puede obtenerse el éxito en cualquier actividad militar cuando no se asegure esa coordinación.

Si estudiamos a fondo ese momento histórico peruano, sin dejarnos llevar por otra pasión que una
crítica serena, honorablemente se desprende que ahí mismo estaba el final de la guerra, que hubiéramos debido buscar, costara lo que hubiera costado; que ahí estaba el origen de un tratado de paz, inmediato, a fin de salvar a la República de peores y más dolorosas calamidades.
Empero, la misma desesperación de la derrota, el mismo nacimiento de falsas esperanzas nos hundieron hasta el fondo mismo del abismo.»

 

Miguel Grau Seminario: la falta de precisión de sus artilleros fue un hecho notorio.Ahora ya sabemos el porqué.