El primer combate de la guerra

Seguimos con la línea narrativa de Clements Markham, que respeta básicamente la secuencia cronológica de la guerra del guano y el salitre. En este capítulo se trata de lo que siguió a la ocupación de Antofagasta -territorio boliviano- y del primer enfrentamiento naval serio del conflicto.

 

Eduardo Avaroa, natural de Calama, héroe boliviano.

 

Las conquistas chilenas comenzaron el 14 de febrero de 1879, con la repentina ocupación del puerto boliviano de Antofagasta por el coronel Sotomayor al frente de 500 hombres. De aquí prosiguió ese jefe al interior, y el 16 ocupó el pingüe asiento argentífero de Caracoles. Este ataque efectuado sin declaración previa de guerra sorprendió a los bolivianos completamente indefensos. Su provincia litoral es en su mayor parte un desierto arenoso entrecortado por cadenas de estériles cerros, escasamente poblados y sin defensa alguna.

Sabedor de la invasión, el general Daza, presidente de Bolivia, declaró la guerra a Chile el 1° de marzo del citado año.

El prefecto de la provincia, Dr. Zapata, y las demás autoridades bolivianas huyeron a Calama, villorrio ubicado en las márgenes del río Loa, a cosa de ochenta millas del mar y casi a igual distancia al norte de Caracoles. Queda sobre la ruta al interior, que parte del puerto de Cobija y llega a Potosí y está poblado principalmente por familias de arrieros. Allí se unieron al prefecto el subprefecto, Dr. Cabrera, y unos pocos oficiales que huyeron de Caracoles a la aproximación de los chilenos; y, al cabo, se logró congregar en el villorrio unos 135 paisanos, incluso los funcionarios y oficiales de la costa. Sorprendido lejos de todo auxilio por el obstáculo de los inmensos desiertos y las cadenas de montañas, ese puñado de patriotas parapetóse en aquel lugar, resuelto a luchar por su provincia antes de perderla.

El coronel Sotomayor salió, entretanto, el 16 de marzo de Caracoles en dirección a Calama, al frente de una fuerza de 600 soldados, entre infantería, caballería y artillería. La distancia que separa a ambos lugares es casi de cincuenta millas, por lo que seguían a las tropas veinte carretas cargadas con vituallas, forraje y madera para construir un puente sobre el Loa. El coronel viajaba en un cómodo carruaje tirado por cuatro fuertes muías, en tanto que los soldados se turnaban en las carretas. En la noche del 22 llegaron a la cabeza de la quebrada que desciende al valle del Loa, casi frente a Calama, que queda en la margen norte del río. El vado de Topater da acceso a la aldea. El puente había sido volado. Aguas arriba hay otro vado que se llama Huaita.

Al rayar el alba, la caballería se dividió en dos cuerpos: uno, al mando del abanderado Quesada, partió hacia el vado de Huaita; el otro, hacia el de Topater. al mando del capitán Vargas y el teniente Parra. Siguióles la infantería, en dos columnas. La artillería se emplazó en el cerro que mira al vado (lugar de un río, arroyo o corriente de agua con fondo firme y poco profundo, por donde se puede pasar.) de Topater. El plan consistía en que la caballería expulsase al enemigo de sus refugios de tapias, casas y hacinas de forraje, para que le cargase la infantería.

El Dr. Cabrera, jefe de la pequeña fuerza boliviana, apostó a sus hombres en el camino que subía del valle, a una altura que le permitía dominar todo avance que partiera de los vados. Apenas divisó a los invasores avanzando al de Topater, a las 6 a.m., ordenó a un valeroso joven llamado Eduardo Avaroa, natural de Calama, que bajase al río y abriese fuego contra ellos, al amparo de las chozas. El infeliz Avaroa acababa de casarse y de establecer su dichoso hogar en los plantíos de Calama. Cruzó el río con doce hombres y se aprestó a defender el paso. Vio acercarse a la abrumadora fuerza enemiga, mas no pensó un instante en abandonar el puesto que se le había confiado.

Allí cayó peleando y, una vez caído, su cuerpo fue atravesado por una espada chilena. La caballería comandada por Vargas cruzaba entretanto el vado, pero fue recibida por una certera descarga hecha por veinticuatro hombres, parapetados en la orilla opuesta, que derribó a siete jinetes chilenos. El resto desmontó y fue arrojado hacia la aldea. En aquel instante, el grueso de la infantería dirigido por el coronel Ramírez pasaba sobre el cadáver del héroe Avaroa y atravesaba el río bajo los fuegos de su artillería. Durante tres horas la pequeña banda de patriotas soportó el desigual combate, y, al cabo, se retiró por el camino que conduce a través de los Andes a Potosí, dejando veinte muertos en el campo. Calama es una de las dos únicas aldeas en que todavía se habla la casi extinta lengua atacama.

Tal fue el primer encuentro habido durante la guerra, timbre de honor para el puñado de patriotas que procuraron defender a su país contra la tremenda fatalidad.

Terminada la acción, el coronel Sotomayor, con una escolta, bajó por el valle del Loa a Tocopilla, encontrando a ese puerto lo mismo que el de Cobija ocupados por la flota del contralmirante Williams.

El 29 regresó a Antofagasta, dejando a Ramírez como gobernador de Calama.

La demora en declarar la guerra al Perú, obra del juego diplomático en que envolvieron al Sr. Lavalle el presidente de Chile y su ministro, dio tiempo a los agresores para apoderarse de todos los puertos bolivianos y preparar su escuadra.
De suerte que, cuando arrojaron el antifaz el 5 de abril, la flota de Williams pudo iniciar al punto el bloqueo de lquique, puerto mayor del Perú en la provincia de Tarapacá y empezar las hostilidades en el litoral. Imprevistamente surgiéronlos navios chilenos delante de los diversos puertos, destruyeron faros y lanchas, destrozaron la maquinaria embarcadora de guano y arrasaron muelles y dársenas. Si se advertía alguna resistencia, como ocurrió el 17 de abril en Moliendo, los cañones rompían fuego sobre las casas.

En la mañana del 18 de abril, el acorazado “Blanco Encalada”, acompañado por la “O’Higgins”, procedió a bombardear la indefensa ciudad de Pisagua, situada en la costa de Tarapacá, ciudad que a la sazón encerraba 4,000 habitantes, en su mayoría extranjeros, que trabajaban en el embarque de nitrato de soda. Sin notificar a las autoridades del puerto, los chilenos despacharon sus botes con el objeto de destruir las numerosas lanchas empleadas en el carguío de salitre, que estaban acoderadas frente a la aduana, al extremo sur de la ciudad. La mayor parte de ellas eran de extranjeros y constituían, por ende, propiedad neutral. Al darse cuenta sus propietarios de las intenciones de los agresores, abrieron fuego sobre estos con sus rifles, fuego que les fue contestado. Unos cuantos soldados peruanos, pertenecientes a la guarnición de la ciudad, que hasta entonces había permanecido en la aduana, corrieron a buscar abrigo entre las rocas, desde donde rompieron también fuego contra el enemigo. Los acorazados contestaron con sus cañones de grueso calibre, una de cuyas granadas incendió la ciudad.

Entonces los chilenos intentaron un desembarco que los soldados peruanos impidieron. Pero el bombardeo prosiguió. Las banderas neutrales, izadas en algunos edificios, fueron inútiles, y bombas y granadas llovieron al azar sobre la ciudad. En la sala de la casa del vicecónsul británico penetró una bomba, dando muerte a una pobre mujer e hiriendo a una niñita que yacía en sus brazos. Otro proyectil entró en el dormitorio de la esposa del vicecónsul en momentos en que esta recogía algunos objetos indispensables, para abandonar la casa, mientras otros estallaban aquí y allá, sembrando la muerte y la destrucción en derredor. Al mediodía, la mayor parte de la ciudad era presa de las llamas, mientras los chilenos, satisfechos al parecer de su obra, zarpaban de la bahía. AI día siguiente, entre las cenizas de la residencia del vicecónsul inglés, que fue completamente demolida, encontráronse restos de tres mujeres.

Las excusas alegadas en defensa del bombardeo de dos ciudades mermes, como Pisagua y Moliendo, consistieron en afirmar que sus habitantes procuraron impedir la destrucción de las propiedades.

El 16 de mayo de 1879 el presidente del Perú, general Prado, salió del Callao para ir a ponerse al frente del ejército en campaña, que se reunía al sur en Tacna. Formaban su convoy el “Huáscar”, que comandaba el heroico marino Miguel Grau; la “Independencia”, que obedecía al capitán More, y tres transportes.

Por curiosa coincidencia, el almirante chileno Williams que izaba su insignia en el acorazado “Blanco Encalada”, había resuelto practicar un reconocimiento hacia el norte, hasta el Callao y, en consecuencia, zarpó de Iquique el mismo día en que la división naval peruana se encaminaba al sur. El bloqueo de Iquique quedó encomendado a dos pequeños buques, la “Esmeralda” y la “Covadonga”. Como los chilenos navegaban muy mar adentro, a fin de que no se observasen sus movimientos desde la costa, y los peruanos iban apegados a esta, en su rumbo contrario, los escuadrones navales no lograron avistarse.

Después de desembarcar en Arica al presidente, el comandante Grau, que había tenido noticia de la partida del almirante chileno, resolvió poner proa a Iquique inmediatamente, con el “Huáscar” y la “Independencia”, con el propósito de atacar a la pequeña corbeta de madera y a la goleta que habían quedado en ese puerto, manteniendo subloqueo. Al despuntarla mañana del 21 de mayo, los cruceros peruanos aparecieron frente al puerto de Iquique y al aclarar el día divisaron a la corbeta chilena “Esmeralda” que comandaba el capitán Arturo Prat, y a la goleta “Covadonga”, al mando del capitán Condell. Grau enderezó el rumbo hacia la “Esmeralda” para atacarla, mientras la “Independencia” daba caza a la goleta. A cosa de las 8 a.m., viendo el capitán Prat el peligro que lo amenazaba, izó su insignia al tope de su buque en señal de combate y procuró atraer a su enemigo superior a aguas bajas, navegando hacia la costa; pero, en tan crítico trance, una de las calderas de la nave estalló, lo que redujo su velocidad, de seis nudos a menos de tres.

No se puede dejar de sentir admiración ante la bravura desplegada por los comandantes de entrambos pequeños buques chilenos, quienes, sin mirar la superior fuerza de la escuadra enemiga, enviaron a su gente a los cañones y aprestaron sus buques a la acción, resueltos a todo evento a sacrificarse por la honra de su bandera antes que ceder a la fatalidad abrumadora. La “Esmeralda” inició la acción, disparando una andanada contra el “Huáscar”, mientras la “Covadonga” contorneaba la costa de Iquique, manteniéndose pegada a las rompientes hasta donde se lo permitía su seguridad, perseguida de cerca por la “Independencia”. Por espacio de dos horas se mantuvo el cañoneo entre el “Huáscar” y la “Esmeralda”, a distancia que fluctuó entre 800 y 1,000 yardas, no pudiendo el “Huáscar” acercarse más a su contrario por impedírselo las aguas bajas. El fuego de algunas baterías de tierra obligó al cabo a la “Esmeralda” a salir fuera, en cuyo instante una bomba del monitor la alcanzó justamente sobre la línea de flotación, matando a varios hombres e incendiando el buque. El fuego fue prontamente sofocado y, en general, pocas averías sufrieron ambos contendientes durante el largo duelo de artillería, sin duda por falta de pericia en sus artilleros.

Al fin, fuele preciso al capitán Grau, para dar término al combate, usar de su espolón. La “Esmeralda” fue espoloneadá por su adversario por la banda del portalón, frente al palo de mesana, pero al parecer recibió poco daño del choque.

Al juntarse ambas naves, el capitán Prat, con su espada en una mano y su revólver en la otra, saltó a bordo del “Huáscar”, ordenando a sus oficiales y marineros que le siguiesen; pero los buques se desasieron tan pronto que apenas un sargento tuvo tiempo de obedecer a las órdenes de su comandante. Prat se precipitó por la cubierta del “Huáscar” y el capitán Grau, viendo el peligro que corría y ansioso de salvarle la vida, le gritó:

“¡Ríndase, capitán! ¡Queremos salvar la vida a un héroe!”. Mas él no quiso escuchar, mató a la única persona que encontró en el puente (un oficial de señales llamado Velarde) y al fin hubo de caer victimado a su vez, para impedir que hiciese nuevas víctimas. Entonces recayó el comando de la “Esmeralda” en el teniente Luis Uribe.

Muerte de Prat y Sargento Aldea herido de muerte

El capitán Grau atacó por segunda vez con su espolón a la “Esmeralda”, acertando a tocarla nuevamente e hiriéndola en el arco de estribor, en un ángulo de casi 45o. Esta vez el efecto fue ostensible, pues el agua se precipitó por el boquete de la brecha; inundáronse las máquinas, apagáronse los fuegos, sumergióse la santabárbara, ahogándose los tripulantes sin lograr escaparse. Antes de que el “Huáscar” se zafase, la hazaña de Prat fue imitada por el teniente Segundo Serrano, seguido por dos hombres, quienes saltaron abordo del monitor, pero fueron inmediatamente muertos por los hombres apostados en la torre de comando y en la batería.

Ala sazón, apenas media tripulación de la “Esmeralda” quedaba ilesa. Esta nave estaba completamente inservible, era un despojo náufrago sacudido por las olas, con maquinaria y cañones por entero inutilizados, semihundido en el mar. Como no se rendía, Grau no pudo menos que espolonearlapor tercera vezy la embistió de lleno por estribor frente a las cadenas principales, ala vez que le descargaba una andanada. Dos minutos después, la “Esmeralda” desaparecía bajo las olas. De sus 200 tripulantes, entre oficiales y marineros, 50 se salvaron, gracias a las hamacas y despojos flotantes, que los sostuvieron en la superficie hasta que fueron recogidos por los botes del “Huáscar”. Media hora después del hundimiento de su buque, fue recogido el teniente Uribe, a quien se halló exhaustísimo, con un leño bajo cada brazo. El combate duró cuatro horas; mas, una vez hecha la primera resistencia, la obstinada y tenaz continuación de la lucha causó innecesarios sacrificios de vida, de los que no fue responsable, por lo demás, el capitán Prat, pues pereció al principio de la acción.

El hundimiento de la fragata «Esmeralda» (21 de mayo de 1879).

El capitán Grau envió una carta a la viuda de su valeroso adversario, el 2 de junio. “El Capitán Prat”, le decía allí, “fue víctima de su excesiva intrepidez, luchando en defensa y por la gloria de la bandera de su patria”. Grau había recogido cuidadosamente todas las prendas que pudiesen tener algún valor del cadáver de Prat y, aludiendo a ellas, prosigue:

Deploro sinceramente el desgraciado suceso y, al expresarle mi simpatía, aprovecho la oportunidad para remitirle las preciosas reliquias que llevaba consigo cuando cayó, con la esperanza de que ellas darán a usted algún ligero alivio en medio de su gran dolor”.

Complace, entre tales hechos de horror y destrucción, encontrar rasgos tales de reflexiva ternura en el carácter del gran héroe peruano. Él también, pronto, demasiado pronto, iba a encontrar la muerte, en lid con fatalidades superiores.

Aunque el “Huáscar” fue tocado repetidas veces por bombas y granadas, sufrió escasas averías. El fuego de la “Esmeralda” fue deficiente, porque sus proyectiles no podían perforar la coraza del crucero peruano. Cuando la “Esmeralda” fue espoloneada por tercera y última vez, el choque fue tan rudo que causó ligeros desperfectos en las cuadernas del monitor, que hicieron que se inundasen las cámaras de agua exteriores. Atribuyóse la falla de los dos primeros espolonazos del “Huáscar” a que este se detuvo prematuramente, porque sus máquinas se pararon poco antes de efectuarse la colisión de ambos barcos, con lo que se amortiguó sensiblemente la fuerza de los choques.

Mientras el “Huáscar” empeñaba lucha con la “Esmeralda”, la goleta “Covadonga” veíase perseguida furiosamente por la “Independencia” y cambiaba con su perseguidora fuego desmayado. El comandante de la “Covadonga”, llamado Carlos Condell, era hijo de un capitán mercante escocés. Su madre era peruana, perteneciente a la familia piurana de La Haza, y sus tíos y primos matemos servían en la marina del Perú. Atrayendo astutamente a sí al buque peruano, el capitán Condell navegaba pegado a la costa, cerca de Punta Gruesa, a cosa de diez millas al sur de Iquique, internando a la pequeña goleta por entre un dédalo de oscuros arrecifes rocallosos que aquel cabo desparrama en el mar. Tal estratagema surtió el efecto previsto. El capitán More, excitado por la caza, lanzó aturdidamente, sin reparar en que su calado era mayor que el de la “Covadonga” a su precioso y en realidad inapreciable buque a encallar en las rocas.

Entonces Condell viró en redondo su buque y lo colocó de suerte que los cañones del crucero varado no lo alcanzasen, mientras él le asestaba a corta distancia el irretornable fuego de sus dos cañones. Tan terrible andanada duró hasta que la aparición del “Huáscar” advirtió al agresor que llegaba el caso de zarpar y buscar refugio en la huida. Logró escapar porque el “Huáscar” se vio obligado a poner todo su esfuerzo en salvar a los sobrevivientes de la desdichada “Independencia”, que se perdió totalmente.

Tan fatal accidente fue golpe de gracia para la causa del Perú. El poder de la flota chilena hasta entonces superior, tomábase aplastante. Y su absoluta preponderancia sólo iba a aplazar por un tiempo las brillantes hazañas del capitán Grau. Cambió algunos disparos con el “Blanco Encalada” el 3 de junio, pero logró esquinarlo fácilmente, y el 7 del propio mes llegó sano y salvo a la rada del Callao.

El capitán More, infortunado comandante de la “Independencia”, quedó agobiado de dolor y vergüenza. Procuró virilmente pagar un instante fatal de aturdimiento, consagrando su vida al servicio de su patria adoptiva, y poco después ganó la muerte del héroe en el asalto y toma del morro de Arica.

 

Combate naval de Iquique ( 21 de mayo 1879)

Eduardo Avaroa Hidalgo