El León del Pacífico

Así llamó el historiador italiano Tomás Caivano a Miguel Grau. Este es el relato que hace sobre el combate de Punta Angamos, en la costa de Antofagasta.

El texto a continuación… Está transcrito del libro de Caivano:

Desde que el «Huáscar» se dio a la mar el 16 de mayo de 1879, hasta la época a que nos referimos, primero de agosto, y después, hasta el mes de octubre, los transportes de guerra del Perú surcaron libremente el Pacífico, sin que jamás uno de ellos cayese en poder de la formidable y numerosa escuadra chilena. Viajando continuamente del Callao a Arica y de Arica a Pisagua y a Iquique, escoltados por el «Huáscar» y por las dos pequeñas corbetas de madera, los barcos peruanos trasportaron sin descanso todo el armamento para el ejército de Bolivia, y todos los materiales de guerra necesarios para la fortificación de Arica; movilizaron y abastecieron el ejército del Perú, y jamás uno solo, repetimos, fue capturado por la numerosa escuadra chilena, la cual llegaba siempre tarde detrás de ellos, a pesar de que no ignorase que uno solo fuese el puerto de salida, y uno también el de arribo de aquellos; de manera que, bastaba que ella se hubiese sabido mantener en observación delante de uno de dichos puertos, Callao y Arica, para impedir todo movimiento a dichos transportes o capturarlos.

Y esto no hubiera sido tampoco un obstáculo a otros servicios, la caza del «Huáscar» inclusive; pues el número y la fuerza de sus naves le permitían dividirse en varias secciones, cada una de las cuales hubiera sido indudablemente superior a toda la escuadra peruana, sobre todo las dos secciones principales compuestas de los blindados «Blanco Encalada» y «Lord Cochrane«, separadamente, contra cada una de las cuales toda la escuadra peruana, reunida, no hubiera presentado más que un contingente bastante inferior de fuerzas.

El Gobierno chileno, de consiguiente, más que motivo, tenía verdadera necesidad de desconfiar de su escuadra, y de adoptar las prudentes medidas que hemos relatado; las cuales, dada la intrínseca pobreza de las fuerzas navales del Perú y las infaustas condiciones que atravesaba aquel país, tarde o temprano tenían forzosamente que dar los apetecidos resultados.

Pero ¿hubiera sido lo mismo si el Perú hubiese poseído nada más que una sola nave de la fuerza de uno de los dos blindados chilenos? Todo nos autoriza a suponer que no.

Más todavía: las lógicas consecuencias de los hechos nos dicen que, sin el fortuito naufragio de la «Independencia«, quizás no hubiera sido difícil al Perú salir, sino victorioso, por lo menos ileso de la lucha desigual a que había sido con tan premeditado estudio llamado, y que probablemente se hubiera limitado a una larga, fatigosa y estéril campaña naval.

 

Aunque muy débil en su género, el blindado «Independencia» hubiera concurrido poderosamente al lado del «Huáscar«, coadyuvando a la enérgica acción de este, a mantener en jaque, quizás por un tiempo indefinido, la escuadra y toda la relativamente formidable potencia militar de Chile:

Juicio nada aventurado, si se considera que tal resultado, como hemos visto, fue conseguido por el solo «Huáscar» durante casi cinco meses.

Y aun suponiendo lo peor, es decir que no hubiera conseguido más que prolongar algún mes más la situación creada por el «Huáscar«; situación que, mientras debilitaba a Chile con el inútil agotamiento de sus escasos recursos económicos, y con el cansancio producido por la inacción de sus fuerzas con tantos sacrificios y tan de antemano preparadas, daba al Perú el tiempo de armarse y de organizar convenientemente la defensa de su territorio; es muy seguro que el Perú habría mejorado enormemente sus condiciones, con notable perjuicio de las de Chile; el cual, perdidas las ventajas con las cuales y por las cuales provocara la guerra, hubiera quizás acabado por dar un paso atrás, y retirarse de la lucha.

Bien poco nos queda ahora que decir del resto de la campaña naval. El «Huáscar«, continuando todavía por espacio de dos meses a prestar a su país los grandes servicios hechos hasta entonces, y a cumplir de cuando en cuando alguna de sus atrevidas excursiones a los puertos enemigos, fue siempre al alcance de la numerosa escuadra chilena, que toda unida, como para cortejarle, batía las olas, adelante y atrás, sin más objeto que darle caza.

Pero llegó también para él la hora en que su estrella palideciera: y él, que llevaba el nombre del ilustre hijo del Sol, que un hermano usurpador hollaba en Quipaipampa, cayó como cayera aquel…. ¡grande, majestuoso, terrible!.

Al amanecer del 8 de octubre, regresando de una expedición sobre las costas chilenas con la corbeta «Unión«, y precisamente al salir del puerto de Antofagasta, donde había entrado a practicar un reconocimiento, el «Huáscar» cayó en la red de la escuadra chilena que, formada en dos divisiones, cruzaba desde pocas horas antes entre Antofagasta y Mejillones.

El blindado «Blanco Encalada«, la cañonera «Covadonga» y dos transportes armados componían la primera división; el blindado «Cochrane«, la corbeta «O’Higgins» y un transporte armado, la segunda.

Los dos buques peruanos dieron en la primera de las dos divisiones, que procuraron esquivar, en la certidumbre de que el resto de la escuadra debía encontrarse no muy distante, y que empeñando el combate con aquella, pronto se hubieran visto rodeados por toda la numerosa flota enemiga. Pero precisamente cuando se creían próximos a salir del círculo de la emboscada, encontraron cerrado el camino por la segunda división.

El combate se hizo inevitable y el valeroso Comandante del Monitor peruano, con el fin de prevenir la concentración de las fuerzas enemigas, con la llegada de la primera división dejada algo atrás, tomó la iniciativa, y abrió inmediatamente el fuego contra el blindado «Lord Cochrane«.

 

A las 10 de a mañana el «Huáscar» quedo entre los fuegos del «Cochrane» y el «Blanco Encalada»

 

El intrépido Contralmirante Grau, sin embargo, no dejó de apercibirse desde el primer momento que muy difícil, por no decir imposible, le habría sido deshacerse del poderoso enemigo que tenía enfrente, antes que llegase el segundo acorazado con el resto de la escuadra, en cuyo caso su situación sería de las más desesperadas; y sin temor, a la par que sin esperanza, su primer pensamiento, con la nobleza de ánimo que le distinguía, fue para las difíciles condiciones de su país, al cual quizás iba a faltar con él su principal apoyo; y sin dejarse seducir por ninguna cobarde ilusión sobre la ayuda que hubiera podido prestarle la frágil corbeta «Unión«, pensó por el contrario en salvarla de una cierta e infructuosa ruina, para que pudiese más tarde prestar más útiles servicios a su patria; y dio, por medio de las señales de uso, al Comandante de aquella, la orden siguiente:

«salve usted su buque: yo me quedo aquí cumpliendo mi deber».

3 naves ligeras se destacaron, una de la primera y dos de la segunda división de la escuadra chilena, a perseguir a la «Unión«; pero esta, hábilmente dirigida por su inteligente Comandante Aurelio García y García, pudo llegar salva e ilesa a Arica en la siguiente mañana del 9 am.

¿Qué diremos del «Huáscar«?

Para describir la última lucha de este «León del Pacífico» nos sería necesaria la pluma de Dante u Homero. Confesamos que la nuestra es incapaz para tamaña empresa y nos abstenemos.


Comandante Aurelio García y García

 

Referiremos solamente, por obligación de historiadores, que después de un encarnizado combate con el blindado «Lord Cochrane«, entró en acción también el otro blindado «Blanco Encalada«, sin hablar de los buques menores; y que puesto entre dos fuegos, el «Huáscar«, casi a tiro de pistola, se batió esforzadamente todavía una hora más, contra entrambos los poderosos acorazados chilenos, hasta que, muerto el valeroso Comandante Grau, muertos sucesivamente después de él, un segundo y un tercer comandante, hecha pedazos la torre, inutilizados sus cañones y todas las armas de fuego, diezmada muchas veces la tripulación, lleno de ardientes escombros, ya sin gobierno por la repetida rotura de los aparatos del timón, y reducido a la impotencia más absoluta, tanto para la ofensa como para la defensa, el «Huáscar» abrió las válvulas de sumersión, y esperó…

Esperaba sumergirse de un momento a otro, bajo aquellas ondas sobre las cuales imperara por tanto tiempo cual generoso y temido rey; y le tocó por el contrario la única suerte que podía intimidarlo; ¡la vergüenza del pie enemigo, que profanó soberbio su puente, convertido en cementerio de héroes!

Sobre este acontecimiento tan largamente esperado, y de tanta importancia para Chile, el Comandante de la escuadra chilena G. Riveros enviaba dos partes a su Gobierno: el uno en el mismo día 8 de octubre, y dos días después, el 10 am.

Copiamos de ellos los siguientes párrafos:

Parte del día 8:

A las 9 a.m. se trabó un combate entre el «Cochrane» y el «Huáscar«.

A las minutos  entró al combate el «Blanco«.

A las 10:50 minutos  el «Huáscar», hecho pedazos, se rindió.

El Comandante Grau muerto; igualmente el 2° y el 3° comandante.

La tripulación del blindado peruano resistió tenaz y heroicamente.

Por el estado en que ha quedado el buque creo que no podrá servir….

Segundo parte del día 10:

«El Huáscar, después de sostenido cañoneo con el «Cochrane» dirigió su proa hacia el «Blanco«, haciendo algunos disparos sobre este blindado, que fueron inmediatamente contestados.

Hubo un instante en que dejó de verse izada la bandera del «Huáscar«, y se creyó concluido el combate; pero la bandera peruana volvió a levantarse en la nave enemiga, y la lucha continuó.

Las distancias se acortaron de tal manera, que se creyó llegado el momento de emplear el espolón, evitando el del buque contrario. Hubo un instante en que el ‘Huáscar‘ pasó como a veinticinco metros de distancia del «Blanco«, disparando sus cañones y haciendo nutrido fuego con las ametralladoras de sus cofas. El «Cochrane«, alejado por algún trecho del «Huáscar«, por el movimiento que este monitor hizo sobre el «Blanco«, volvió otra vez sobre él, y maniobrando con oportuna destreza colocó al enemigo entre dos fuegos.

En esos momentos, el «Huáscar», bajo una lluvia de proyectiles de nuestros blindados, se vio obligado a rendirse…»

Parte oficial del teniente Pedro Gárezon, cuarto y último Comandante del «Huáscar», después de la muerte sucesiva de los tres primeros:

«En este momento (cuando en cuarto lugar tomó Gárezon el mando del monitor) el «Huáscar» se encontraba sin gobierno por tercera vez, pues las bombas enemigas penetrando por la bobadilla habían roto los aparejos y cáñamos de la caña, lo mismo que los guardianes de combate y varones de cadena del timón.

Estas bombas, al estallar, ocasionaron por 3 veces incendio en las cámaras del comandante y oficiales, destruyéndolas completamente. Otra bomba había penetrado en la sección de la máquina, por los camarotes de los maquinistas, produciendo un nuevo incendio…. También tuvimos otros dos incendios, uno bajo la torre del comandante y el otro en el sollado de proa.

En este estado, y siendo de todo punto imposible ofender al enemigo, resolví, de acuerdo con los tres oficiales de guerra que quedábamos en combate, sumergir el buque antes de que fuera presa del enemigo, y con tal intento mandé al alférez de fragata D. Ricardo Herrera para que en persona comunicara al primer maquinista la orden de abrir las válvulas, la cual fue ejecutada en el acto, habiendo sido para ello indispensable parar la máquina, según el informe que acompaño de dicho maquinista«.

Teniente Primero
Pedro Gárezon

 

Eran las lo cuándo se suspendieran los fuegos del enemigo. El buque principiaba ya a hundirse por la popa, y habríamos conseguido su completa sumersión, si la circunstancia de haber detenido el movimiento de la máquina no hubiera dado lugar a que llegaran al costado las embarcaciones arriadas por los buques enemigos, a cuya tripulación no nos fue posible rechazar, por haber sido inutilizadas todas las armas que teníamos disponibles.

Una vez a bordo, los oficiales que la conducían obligaron a los maquinistas, revólver en mano, a cerrar las válvulas, cuando ya teníamos cuatro pies de agua en la sentina, y esperábamos hundirnos de un momento a otro: procedieron activamente en apagar los varios incendios que aún continuaban, y nos obligaron a pasar a bordo de los blindados, junto con los heridos.

El número de proyectiles que ha recibido el buque no se puede precisar, pues apenas ha habido sección que no haya sido destruida…Debo manifestar igualmente, que cuando los oficiales y tripulación de los botes subieron a la cubierta del buque, se encontraron el pico caído por haberse roto la driza de cadena que lo sostenía, de manera que el pabellón que pendía de él, y que había sido izado por segunda vez, se encontraba en la cubierta, cuya circunstancia hice notar al teniente 1° señor Toro, del «Cochrane«, y a otros oficiales cuyos nombres no recuerdo.

Entre las muchas cosas que el lector verá de por sí, de los citados partes se desprende que, mientras el Comandante en Jefe de la escuadra chilena afirma que el «Huáscar» se rindió, el oficial peruano que ejerciera el último el mando de dicho buque relata diferentemente los hechos, excluyendo absolutamente toda sospecha de rendición.

¿Quién dice la verdad?

Al llegar los prisioneros del «Huáscar» a Chile, hubo una concurrencia no interrumpida de gente alrededor de ellos.

Todos querían verlos, todos querían conocer de cerca a los heroicos defensores del legendario monitor peruano, todos querían escuchar de sus labios algún episodio más o menos conmovedor de los muchos que necesariamente debieron tener lugar en el puente y en los costados del atleta del Pacífico, durante las dos horas de suprema lucha con los dos blindados chilenos, con un enemigo por lo menos seis veces más fuerte.

Los periodistas, fácil es suponerlo, no fueron últimos en esta concurrencia; y por espacio de mucho tiempo los periódicos de Santiago no hicieron más que repetir conversaciones más o menos largas e interesantes, tenidas con los prisioneros del «Huáscar«, con los oficiales, con los artilleros, con los marineros, y hasta con los simples grumetes. Entre tantos, todas más o menos unánimes en el fondo, copiamos los siguientes párrafos:

«Al emprender el «Huáscar» la última expedición, sabían que ya nuestros blindados (los chilenos) habían limpiado sus fondos, y que tenían mayor andar«.

El presidente Prado fue el único que dudó de esta ventaja del «Blanco» y del «Cochrane«:

«Grau, no».

«Dicen que ni se ha arriado la bandera peruana, ni se ha izado bandera de parlamento. Confían en que el señor Riveros (Comandante en jefe de la escuadra chilena) dirá esto mismo en su parte oficial (!)«.

«Las balas rompieron por dos veces las fuertes drizas que sujetaban el palo de la bandera, y esta cayó. En la primera vez la volvieron a izar el teniente Gárezon y el soldado Julio Pablo«.

Fragata blindada «Cochrane»

«El teniente Gárezon, cuando vio que toda resistencia era imposible, llamó al alférez de fragata D. Ricardo Herrera, y le dio en silencio la orden de abrir las válvulas a fin de que el buque se hundiese. Ya los blindados (chilenos) estaban como a 5o yardas de distancia.

El alférez Herrera dio la orden al jefe de los maquinistas, y este hizo parar la máquina para poder cumplir lo que se le mandaba. Abrió en efecto las válvulas, pero los chilenos, viendo que el «Huáscar«, ni disparaba ni se movía, lanzaron como siete botes para que lo abordaran, lo que se efectuó. La tripulación del «Huáscar» no hizo resistencia; primero, porque las armas menores tanto de la cámara como de la torre estaban inutilizadas por las balas de los blindados; segundo, porque a los oficiales se les pasó desde la máquina la voz de que ya el buque se estaba yendo a pique. El mismo alférez Herrera vio en la sentina de la máquina tres y medio pies de agua. Aseguran todos que encino minutos más el buque se habría ido indudablemente a pique; y en prueba de ello Citan el testimonio de los oficiales del «Blanco» y del «Cochrane«que hicieron tapar las válvulas».

Además de las numerosas conversaciones tenidas con los prisioneros del «Huáscar», todas poco más o menos del mismo tenor de los pequeños párrafos que hemos copiado, los periódicos chilenos publicaron también no pocas descripciones del último combate del monitor peruano, escritas por corresponsales que se encontraban a bordo de los acorazados y otros buques chilenos, que tomaron parte en dicho combate. De una de las muchas que encontramos en el periódico «El Mercurio» de Valparaíso, copiamos las siguientes palabras:

«A las 10 a.m. hizo el `Blanco’ su primer disparo, y desde ese instante el combate fue sostenido por ambos blindados contra el ‘Huáscar‘ que se defendía valientemente«.

Una granada del «Cochrane» cortó los guardianes del timón, y para poder gobernar tuvieron los peruanos que hacerlo con aparejos desde la cámara del Comandante, que ya había recibido un balazo del mismo «Cochrane». Una granada del «Blanco» hizo explosión dentro de la cámara concluyendo de destrozarla y matando a todos los que manejaban los aparejos del timón, con lo cual quedó el buque sin manejo alguno… El teniente Gárezon abandonó la cubierta para hacer abrir las válvulas de la máquina… llegados los chilenos a bordo del ‘Huáscar‘, el ingeniero señor Werder marchó a la máquina, y con revólver en mano hizo se le indicase el lugar de las válvulas, por las que empezaba a llenarse el buque de agua…».

De estas diversas relaciones y de las muchas semejantes que por amor de brevedad no reproducimos, todas directa o indirectamente de origen chileno, lo que excluye toda sospecha de parcialidad en favor del Perú, resulta, pues, que el «Huáscar» no se rindió; y que el parte del teniente Gárezon, que en cuarto y último lugar tuvo el mando, es exacto en todas sus partes. En una carta de familia (publicada por los periódicos peruanos) del guardiamarina D. Domingo Valle Riestra, joven de 16 años que hacía sus primeras armas en el «Huáscar«, leemos:

«Tres veces fue volado el pabellón a cañonazos: ya sin gente, sin armas, sin nada, fuimos tomados…». Y fueron tomados por el enemigo, cuando, cumplido su deber más allá de lo necesario, esperaban impertérritos la próxima sumersión del «Huáscar«, esta es la verdad.

Un pequeño monitor de mil toneladas y 300 caballos de fuerza, con dos solos cañones de a 300 y una débil coraza de cuatro pulgadas y media en el centro que disminuye hasta dos y media en sus extremos, lucha animoso contra dos poderosos blindados de dos mil toneladas, con mil caballos de fuerza, seis cañones de a 30o y una coraza de nueve pulgadas cada uno.

Él, casi invisible al lado de los sólidos acorazados que tenía enfrente, se lanza valiente en medio de ellos, desafiando impertérrito sus doce cañones que hacen llover sobre él a quemarropa sus gruesos proyectiles por todos lados, con tal de acercarse tanto a ellos que pueda esperar de perforar sus gruesas corazas de acero, con tal de embestirlos con su espolón, que aquellos consiguen fácilmente esquivar gracias a la doble hélice de que se hallan provistos.

Él, sin retroceder un instante, sostiene valerosamente la desigual batalla durante dos horas consecutivas, hasta que reducido a la impotencia, inutilizado tanto para la lucha como para la resistencia, fija la mirada en los abismos del océano buscando el único medio de escapar a las inevitables cadenas enemigas… Y ¡vosotros que luchasteis con la proporción de diez contra uno, vosotros que triunfasteis únicamente por la inmensa superioridad de fuerzas materiales, quisierais también quitarle la triste gloria del intentado suicidio, quisierais mostrárnoslo envilecido y humillado pidiendo perdón!.

No, el «Huáscar» no se rindió. ¡El «Huáscar» sucumbió como viviera, en una aureola de gloria imperecedera!

Con la pérdida del «Huáscar«, acabaron los combates navales. Al Perú no le quedaban más que 2 débiles corbetas de madera, la «Unión» y la «Pilcomayo«, absolutamente incapaces de toda lucha con la escuadra chilena; y esta, no teniendo competidores, quedó dueña de los mares. 

 

 

Blindado «Blanco Encalada»

 

 Fuente:

  • Historia de la guerra de américa entre Chile, Perú y Bolivia Tomas Caivano Vol. I.