Dos meses de conflicto y el Perú sigue desarmado

En este capítulo de su extraordinario libro el historiador venezolano Jacinto López revisa las condiciones de los contendientes en los comienzos de la guerra y no llega a explicarse cómo fue posible que Chile no precipitara el fin precoz del conflicto tomando a la escuadra peruana en el Callao y ocupando Tarapacá, que era el botín deseado. La razón fue muy sencilla: el mando militar chileno no estaba  dispuesto a librar combates y batallas sin tener garantizada una absoluta superioridad de armas y tropas.

El veto de Williams al plan fundamental del gobierno de Chile, en lo que respecta a la acción de la escuadra chilena sobre el Callao, no derribaba por completo el plan; y sin duda dejaba en pie la parte relativa a la invasión de la región salitrera. La situación militar en aquella región era tan vulnerable en mayo como lo había sido en marzo, a pesar de las medidas tomadas a principios de abril, para mejorarla con los refuerzos y elementos conducidos por los transportes “Chalaco” y “Talismán”.

Se pensó así en el gobierno de Chile, en la ejecución de la parte del plan original referente a Tarapacá, la codiciada presa objeto de la guerra. En el consejo de ministros en que se consideró y deicidio esta medida el 8 de abril, con asistencia de los principales generales del ejército, se estableció el hecho de que se podía contar para esta operación de guerra con un ejército de cinco mil hombres de las tres armas, y se tuvo en cuenta, según declaración del ministro Prats en el senado, en la sesión secreta del 1 de agosto de 1879, que “el ejército acantonado en Iquique hasta entonces no pasaba de tres mil quinientos guardias nacionales, mal armados y peor disciplinados, que no podían oponer una resistencia seria”. Se expidieron, en consecuencia, las órdenes correspondientes para la organización y despacho de la expedición militar de Antofagasta al punto que se eligiera la región salitrera para el desembarco de las fuerzas invasoras.

 

El presidente Pinto resolvió sin embargo consultar a Sotomayor, como era su costumbre en todos los casos. Esta consulta fue, como hemos visto, la causa determinante del viaje de “Magallanes” a Iquique, que pudo haber iniciado la guerra naval con la pérdida de una nave de la escuadra chilena, capturada o hundida por los buques del Perú. El presidente hacía su consulta en estos términos: “….Bloqueado Iquique, se pide con insistencia que enviemos una fuerza para ocuparlo. Se considera esto muy fácil… ¿Qué opinas tú…? ¿Será fácil esta operación?”. Se deduce de aquí que el temor del presidente era que la operación no fuera fácil y que dilucidar este punto de la facilidad con Sotomayor era el objeto de la consulta. Los viajes del “Chalaco” y el “Talismán” al sur en abril eran la causa del temor que ahora abrigaba el presidente de una operación que formaba parte del plan original chileno en los designios de la agresión contra el Perú y que para esta fecha habría estado ya consumado si el contralmirante Williams no hubiera opuesto su veto. El presidente reflexionaba que la invasión de Tarapacá no sería ya tan fácil como lo habría sido el 2 o 3 de abril, y vacilaba y no sabía por cuál partido decidirse. En sus dudas, halló su habitual salida en consultar a Sotomayor. Con fecha 22 de abril le decía:” ¿Qué haremos en adelante? Habíamos pensado en un desembarque en Iquique. Cuando decidimos esto, la fuerza que allí había eran 3.000 hombres pocos más o menos y creíamos que con 4 o 5.000 hombres podíamos ocupar ese departamento. Las cosas han cambiado después. La fuerza de Tarapacá se ha aumentado considerablemente. ¿Convendría el desembarque en Iquique? ¿Convendría el bloqueo del Callao? Dame tu opinión sobre estos puntos”.

Los temores del presidente eran falsos e inexplicables, dado el conocimiento que su gobierno tenía de la situación en el Perú. Así como el Perú no tenía escuadra, tampoco tenía ejército cuando Chile le declaro la guerra;  y el presidente Pinto, que sabía esto, no podía ignorar el estado de las cosas en Tarapacá desde el punto de vista militar apenas unos días después de la declaración de la guerra. En enero de 1879, el Perú tenía sobre las armas una fuerza de infantería de 3.539 hombres, jefes y oficiales inclusive. La caballería contaba con 800 hombres más o menos, y la artillería igual número. El armamento en parque era de 5.566 rifles, “de once clases distintas, la mayor parte inservibles por su mala calidad y por su sistema”.

Esta tropa carecía de instrucción y disciplina, porque el servicio militar era de dos años, “y porque su reducido número no dejaba al soldado tiempo para hacer el servicio de plaza y dedicarse a los ejercicios doctrinales de su arma”. No había estado mayor, y el número de fuerzas disponibles de las tres armas no llegaba a 4.000 hombres en toda la república. En vista de la ocupación de Antofagasta por fuerzas de Chile, el gobierno del Perú, siguiendo la más obvia indicación de las cosas bajo las circunstancias y los antecedentes, y por razones de orden público, porque había en Tarapacá un considerable número de chilenos, resolvió fortalecer aquella provincia; y a pesar de la absoluta impreparación en que lo sorprendió la guerra, pudo enviar allí una división a principios de marzo, con instrucciones de conservar el orden “ y hacer respetar la soberanía nacional”. Esta división constaba de 785 hombres, con cuatro piezas de artillería de campaña. Más tarde, y cuando el fracaso de la misión de paz de Lavalle en Santiago era ya conocido en Lima, el gobierno del Perú envió a Tarapacá una segunda división, fuerte de 1.500 hombres (fines de marzo). Esta era toda la defensa de Tarapacá  el 5 de abril, fecha de la declaración de guerra. A fines de abril, con los refuerzos y elementos que hemos visto del “Chalaco” y el “Talismán”, había en aquella provincia algo menos de 4.000 hombres, organizados en seis batallones de línea, dos escuadrones de caballería desmontados y dos baterías de artillería de campaña, diseminados en un desierto de cuarenta leguas, desde el Alto del Molle hasta Pisagua. Según Vicuña Mackenna, cuyo estudio de la situación militar en Tarapacá es minucioso y se funda, como Paz Soldán en documentos oficiales peruanos, en la última semana de abril, “las tropas de línea capaces de sostener el choque de una batalla alcanzaban a poco más de 3.000 hombres”. Esta fuerza estaba distribuida así: una división, la de Velarde, que fue la primera enviada en marzo, ocupaban los cuarteles y puntos avanzados de la población de Iquique; otra división, la de Suarez, que fue la segunda enviada en marzo, estaba situada a dos leguas  al sur de Iquique, en el Alto del Molle; otra división, la de La Cotera, que fue la primera enviada en abril, compuesta de dos batallones, estaba en la Noria y Pozo Almonte; y estas mismas posiciones se encontraba la posición Basada, formada por las columnas de gendarmes y de Arequipa. Esta situación militar de Tarapacá, cuya conquista, por sus riquezas salitreras, era el objeto de la guerra por parte de Chile, y cuya ocupación, por lo mismo, era el pensamiento predominante del gobierno chileno desde la declaración de guerra, hace decir a Vicuña Mackenna: “Tarapacá habría sido nuestra en abril… con solo haber destapado el portalón de nuestros blindados y echado a la playa los batallones de línea que teníamos a nuestra disposición desde mediados de febrero”. Esta fuerza que defendía Tarapacá, reunida y organizada apresuradamente en marzo y abril, bajo la urgencia y la presión de los acontecimientos, era en general bisoña, con excepción de una división, la segunda. Era una fuerza reclutada a toda prisa y sin preparación militar alguna. Su armamento era un mosaico. Algunos cuerpos estaban armados con rifles Comblain; otros con rifles peruanos; otros con Chassepot. Carecía, además, de municiones. “Consta”, dice Vicuña Mackenna, “de los estados que existen originales en la Biblioteca de Santiago, y en varios duplicados, que desde su llegada y durante la primera quincena de mayo, el ejército peruano estacionado en Iquique, en el Molle, en la Noria y en Pisagua, no contenía en los morrales de sus cuatro mil soldados y en los estanques de sus parques, sino 44 mil paquetes de diez tiros cada uno, para los diferentes calibres y calidades de sus rifles, lo que hacía un máximum de cien tiros por soldado”. Es claro que una fuerza en esas condiciones no era en realidad un ejército. El “ejercito” de Tarapacá, en mayo, no habría podido combatir media hora con el ejército invasor de chile; (de suerte), dice el citado historiador chileno (que si una división chilena de dos o tres mil hombres hubiera llegado a Iquique embarcada el 5 de abril o un mes más tarde, o… a mediados de mayo… Tarapacá hubiera caído en nuestras manos… no hay por esto figura en asegurar que hasta la jornada marítima del 21 de mayo la provincia de Tarapacá estaba de hecho indefensa y su ejército desarmado, a disposición de los chilenos”. El ministerio autor de la guerra, el ministerio Prats-Alejandro Fierro, exteriores; Joaquín Blest Gana, justicia, instrucción y culto; Julio Zegers, hacienda; Cornelio Saavedra, guerra y marina-, renunció tres días después de la sesión de gabinete en que se resolvió la ejecución de la segunda parte del plan fundamental, es decir, el 11 de abril; y un nuevo ministerio se formó el 18, con Antonio Varas, interior; Domingo Santa María, exteriores; general Basilio Urrutia, guerra y marina; Jorge Huneus, justicia, instrucción y culto; Augusto Matte, hacienda. El ministerio saliente habría nombrado el 8 de abril al general Justo Arteaga jefe del ejército. Como el ministerio Prats, el ministerio Varas no creían en el plan Williams: el bloqueo y los bombardeos; pero como su predecesor, este segundo ministerio de la guerra, que según Vicuña Mackenna, “seria completamente de guerra y para la guerra”, no se atrevería a dar órdenes al contralmirante jefe de la escuadra, y a pesar de la evidencia y la convicción de su error y de su incapacidad, se sometería a la supremacía de su dirección de la guerra naval. El bloqueo paralizaba el comercio de Iquique, es decir, impedía la exportación del salitre, y esto era todo lo que hacía, no en la teoría de privar de recursos al gobierno peruano, sino en la de hacer salir del Callao la escuadra peruana, de manera que la cuestión de los recursos, que pudo  en algún grado justificarlo, no entraba en el propósito declarado del bloqueo, que en realidad desarmaba a Chile en el mar y equivalía, para los fines verdaderos de la guerra, a la pérdida total de la escuadra chilena. El nuevo ministerio, sin embargo, concluyo por resignarse al plan de Williams, el bloqueo y los bombardeos.

Como el ministerio anterior, el nuevo ministerio pensó en el bloqueo del Callao, pero con la misma absurda expectación de Williams en Iquique, “para provocar a la escuadra peruana a buscar a la nuestra”, escribía Varas al jefe del ejército y al jefe de la escuadra el 25 de abril. Si esta expectación no se realizaba, “pasado cierto tiempo, sería el caso de deliberar si un desembarque en Iquique para combatir al ejército peruano no podría verificarse…”, agregaba. Este era todo el plan del nuevo ministerio.  Es decir, el plan antiguo o primitivo, pero con la diferencia de que el uno lo fiaba todo al ataque a las naves peruanas en los diques; y el otro se fundaba en el bloqueo del Callao, como una tentativa para un fin imposible, el mismo imposible fin que buscaba Williams en Iquique, según decía. En los hombres del gobierno de Chile prevalecía, pues, la mentalidad del contralmirante Williams. El bloqueo del Callao habría sido emporo una operación inteligente, pero por otras razones, porque de hecho habría cerrado el mar a los transportes peruanos y los puestos y las fuerzas del sur habrían quedado aislados. El desembarque en Iquique habría sido entonces todavía una operación “fácil”. Bloqueado el Callao, el ejército de Tarapacá habría muerto de hambre.

Williams opuso al plan del nuevo ministerio, respecto del Callao, su veto, como había hecho con el plan del ministerio Prats, y esto fue suficiente, también en este caso, para que fuera en el acto abandonado. Verdad es que el gobierno en realidad no hacía sino sugerir, dejando la decisión de antemano a Williams y a Sotomayor. “Ustedes son los que pueden formar juicio acertado sobre este grave negocio. Creemos que la escuadra no puede ejecutar por de pronto otra operación provechosa” (que el bloqueo del Callao), escribía Varas a Sotomayor el 25 de abril. Además, esta operación estaba sujeta, según nota de la misma fecha, “a la apreciación que debe hacerse de los elementos con que contamos para ello y de su resultado probable”. En Santiago no estaban pues seguros de nada, a pesar del conocimiento que tenían de los factores de la situación. No convenía colocarse frente a la escuadra peruana protegida por los fuertes, opino Williams, y dudaba de la efectividad del bloqueo de una bahía con dos salidas al mar. La escuadra peruana no existía todavía, como se ha visto; y cuando existiera, porque sus más importantes reparaciones hubieran terminado y su personal se hubiera conseguido y organizado, no podría jamás enfrentarse a la escuadra chilena, ni aun con el auxilios de los fuertes del Callao, cuyos cañones eran de menor alcance que los cañones chilenos y cuyos fuegos la escuadra chilena podría de todos modos evitar con la distancia. Buques suficientes tenía Chile para bloquear la bahía del Callao (como lo hizo más tarde) con sus dos salidas al mar. La importancia de esta medida era imponderable. La escuadra peruana habría sido encerrada, el desarrollo de los preparativos militares del Perú se habría paralizado y las plazas militares del sur habrían quedado entregadas a sus propios recursos. Williams opino en cambio esta vez por lo que al iniciarse la guerra había desaprobado, un ataque al Callao, lo cual era contradictorio no solo con su anterior actitud sino con las razones en que fundaba su oposición al bloqueo del Callao, que el ministro Varas consideraba como hemos visto, como la única “operación provechosa” que por el momento podía ejecutar la escuadra.

Varas no creía que la operación militar sobre Iquique pudiera ser de “ejecución inmediata”, según escribía a Sotomayor(abril 25) y calculaba que habría que esperar más de un mes para intentarla, influido como Pinto por el temor al cambio que creían ver en la situación militar de Tarapacá por los refuerzos enviados a principios de abril. La sugirió sin embargo a Williams y a Sotomayor en forma de consulta, como había hecho Pinto: “Piensen ustedes como operaciones por realizar bloqueo Callao, desembarco Iquique”.

El general Arteaga, por su parte, aprobó la operación proyectada sobre Iquique, pero diciendo que debía emprenderse “tan pronto como tengamos los elementos necesarios para acometerla”. El general estaba así de acuerdo con el jefe del nuevo ministerio en que el ejército de Antofagasta no estaba “en situación de combate”, como decía Varas en la nota citada a Sotomayor.

El 1 de abril había en Antofagasta 2.000 hombres, fuera de un número igual de nacionales repartidos entre Antofagasta, Carmen Alto y Caracoles. Cuando el general Arteaga llego el 28 de abril a asumir el mando del ejército, había en Antofagasta 4.480 hombres, según los datos del propio jefe del ejército hasta entonces, coronel Emilio Sotomayor. Con el general Arteaga llego una división de 2.700 hombres. El 1 de mayo existía así en Antofagasta un ejército de siete mil soldados. Respecto a las municiones para este ejército, los datos oficiales chilenos dicen que hasta fines de abril se habían enviado y existían en Antofagasta más de dos millones de tiros Comblain, ocho mil tiros de ametralladoras y doscientos tiros por pieza para dos baterías de artillería.

Pocos días después de esta fecha, el 9 de mayo, el subjefe de estado mayor del ejército peruano de Tarapacá, decía al jefe del ejército, general Buendía, que el ejército no tenía municiones para veinte minutos de fuego, y que a algunos cuerpos, como los de la Guardia Nacional, podía considerárseles desarmados por el exiguo número de capsulas de que estaban dotados.

En respuesta a la consulta de Varas sobre la expedición a Iquique, el general Arteaga escribió aprobándola como hemos visto, pero declaraba que no tenía los elementos necesarios para realizarla. Y pidió al gobierno 2.500 hombres más. Pidió también vestuarios, equipos, caballos, ocho millones de tiros Comblain, mil ochocientos para cañones de montaña Krupp, seiscientos de campaña Krupp, cuarenta mil de ametralladora. El gobierno no tenía el número de tiros que el general pedía. Los millones que había encargado a Europa no llegarían todavía. El general Arteaga hizo saber entonces que no se movería “sin los elementos que requiere la victoria”. Los dos mil quinientos hombres que pedía estarían listos para embarcarse en Valparaíso el 22 de mayo. El problema era los millones de municiones, que no eran sino ocho por el momento. El mínimum que el jefe del ejército decía necesitar eran 50.000.000. “Es indispensable que el encargo de tiros…sea a lo menos de cincuenta millones… y que se haga sin dilación. Las municiones nunca estarán de más”. “Sobre municiones”, escribía a un hijo suyo, “tengo pedidas a razón de 1.000 tiros por hombre, lo que quiere decir que es indispensable tener reunidos aquí ocho millones”. Y al presidente Pinto escribía: “La falta de municiones la miro yo como un obstáculo insuperable para las operaciones en proyecto”. Según el presidente Pinto (carta a Arteaga, mayo 20) había para la expedición a Tarapacá cuatro millones de tiros.

El plan del nuevo ministerio estaba pues fracasado, lo mismo en el Callao que en Iquique, allá porque Williams lo rechazaba, aquí porque Arteaga  no juzgaba suficientes los elementos de que disponía en Antofagasta; y pedía ocho millones de tiros para combatir con ocho mil hombres una fuerza colectiva de tres o cuatro mil hombres, que apenas tenía municiones para veinte minutos de fuego.

Era fines de mayo. La guerra contaba ya dos meses, y ni la escuadra ni el ejército de Chile habían podido hacer nada contra el Perú desarmado e indefenso. La incapacidad y la timidez en la dirección de las operaciones navales y militares eran iguales en todos, en Williams, en Arteaga, en Sotomayor, en el presidente Pinto y en sus ministros.

Fuente: Historia de la Guerra del Guano y el Salitre.

Autor: Jacinto López.

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