EL GUANO, MANZANA DE LA DISCORDIA

Tres aves marinas han sido las principales responsables de la inmensa acumulación de guano en la parte central de las costas de Sudamérica:

  1. El guanay, en un 85 por ciento,
  2. El piquero, en un 10 por ciento, y
  3. El pelicano, en un 5 por ciento.

Dos factores contribuyeron a su multiplicación:

La soledad de la región, que les permitió convertirla en un santuario en el que podían vivir sin peligro alguno, y el inagotable festín de anchoveta que la corriente Humboldt hacía flotar en miles y miles de toneladas delante de su hábitat.

Casi todos los promontorios de los desiertos de Tarapacá y Atacama y los islotes próximos se cubrieron con el excremento expelido por los hartados guanayes, que no tenían escrúpulos en defecar en sus propios nidos y sus alrededores.

El guano fue formando capas sobrepuestas, blanqueadas al sol, libres de erosión pluvial por la ausencia de lluvias en la zona, ganando en espesor constantemente, hasta alcanzar en algunos lugares, como las islas Chincha del Perú, una altura hasta de 30 metros.

Cada día, mediante un ciclo biológico muy complejo, a la vez que muy simple, toneladas y más toneladas de anchovetas flotantes en la corriente Humboldt, eran engullidas por las grandes bandadas de los voraces guanay y sus dos competidores, y en gran proporción depositadas como estiércol en los bordes del océano.

Se calcula que el proceso tuvo una duración de más de un millón de años, logrando una acumulación de guano realmente fabulosa.
Durante siglos sólo los indígenas que vivían cerca aprovecharon de las virtudes fertilizantes del producto, utilizándolo para mejorar los cultivos de papa y maíz en sus parcelas de los contrafuertes occidentales de los Andes. Los españoles, durante la época colonial, no le dieron ninguna importancia. La revolución industrial ocurrida en Inglaterra y otros países del Viejo Mundo, que provocó la despoblación de los campos y la concentración de grandes masas humanas en las ciudades, haciendo urgente el incremento de la producción de alimentos con una agricultura más científica e intensiva, dio actualidad a los estudios que décadas antes habían hecho varios hombres de ciencia sobre las muestras de guano que el sabio alemán, Alejandro Humboldt, llevó de Suramérica a Europa en 1804.

El guano de aves marinas se convirtió en el remedio regenerador de las cansadas tierras británicas, francesas, alemanas y holandesas.

Barcos de carga lo buscaron en las orillas de África y Australia, encontrándolo en limitadas proporciones. Su precio alcanzó la cotización de 25 libras esterlinas la tonelada. Los negociantes
volcaron los ojos hacia los desérticos litorales de Bolivia y el Perú.

El establecimiento de un servicio de buques a vapor, hecho por el norteamericano William Wheelwright (que comenzó su fortuna negociando con legumbres y aves en el puerto boliviano de Cobija), con la organización de la «Pacific Steam Navegation Company»  en 1840, que acortó distancia, facilitando la travesía del estrecho de Magallanes, pese a los peligrosos vientos que obligaban a las embarcaciones a vela a dar la vuelta por el cabo de Hornos, facilitó en gran manera la extracción del guano en las costas sudamericanas del Pacífico.

Los primeros explotadores del guano boliviano actuaron clandestinamente, robando el fertilizante al amparo del aislamiento de las covaderas y la escasa vigilancia que podían ejercitar las autoridades establecidas en Cobija o con su complicidad. Un informe del Cónsul de Francia en ese puerto, a su gobierno, dijo en noviembre de 1841:

«Desde el año pasado el guano de este litoral ha adquirido mucha importancia, al igual que el del Perú. El Prefecto, señor Gregorio Beeche, ha hecho muy provechosas concesiones«.

Entre los favorecidos con las especulaciones de Beeche figuraron el francés Latrille, el inglés Lamb, el peruano Ulloa y el chileno Garday.

En el Perú el negocio tuvo carácter más formal desde un principio y las arcas fiscales se llenaron con el oro aportado por los concesionarios nacionales y extranjeros.

Según el señor Belisario Liosa, profesor de Literatura de la Universidad de Arequipa:

«El Perú, libre y joven, dueño del polvo maravilloso que los pájaros de la costa depositaban sin cesar en sus islas del Pacífico, se dio a vivir como un príncipe. Creó empleados para todo y para todos, llegando hasta a aceptar plazas supuestas a fin de darse el placer de pagar honorarios falsos. Convidó a los forasteros para que recogieran primero las migajas y después los más suculentos
platos del opíparo banquete. Fue el Alcibíades de América, el Montecristo del mundo».

Si el desierto de Atacama no hubiera contenido nada más que arena su destino habría sido el de constituir una amplia zona de separación entre Bolivia y Chile, evitando todo roce fronterizo. Posiblemente el contraste entre el boliviano ingenuo, apático e introvertido y el chileno pícaro, vivaz y volcado al mundo exterior, habría cuajado una amistad inalterable.

Por culpa del guano se inició la malquerencia. Al gobierno de Santiago se le antojó extender la soberanía chilena sobre parte del desierto de Atacama, a fin de tener acceso a la riqueza que su legítimo dueño no estaba atinando a controlar debidamente. Envió una comisión a estudiar la riqueza de las covaderas bolivianas.

El 31 de octubre de 1842, el Congreso dictó una ley «declarando propiedad nacional las guaneras de Coquimbo, del desierto de Atacama y de las islas adyacentes«. (Su política expansionista actuó también en el extremo opuesto. Se fundó el fuerte Bulnes sobre una de las márgenes del estrecho de Magallanes, iniciándose las desinteligencias con la República Argentina).

De nada le sirvieron a Bolivia los reclamos que formuló en Santiago contra la citada ley, por medio de su plenipotenciario don Casimiro Olañeta. El canciller Ramón Luis Larrazábal  respondió a las argumentaciones y presentación de pruebas sobre el derecho territorial boliviano hasta el río Paposo, con el sofisma de que el Ejecutivo no podía alterar las decisiones del Poder Legislativo.

En su informe al Congreso de ese año (1843) el señor Larrazábal expresó:

«Sin perjuicio de títulos positivos y una antigua posesión, que pudieran dar a Chile señorío sobre todo el desierto, podría dividirse en dos partes iguales, por analogía con lo que sucede cuando un río caudaloso separa dos estados y ninguno puede alegar convenciones expresas o actos posesorios que le confieran dominio de toda su anchura«.

Esto puso muy claras las intenciones chilenas: adueñarse de una mitad del desierto de Atacama, dejando la otra mitad a Bolivia. El informe de la comisión exploradora de 1842 había establecido que la mayor abundancia de guano se encontraba en el área de Mejillones, ubicada en la parte que pertenecería a Chile.

La idea de una partición salomónica era la prueba más fehaciente de que Chile nunca consideró que la expresión «hasta el despoblado de Atacama«, con la que se describía el extremo norte de su territorio en sus constituciones políticas de 1822 y 1828, incluía el desierto de ese nombre, como lo iban a afirmar sus publicistas, tan enfáticamente, en años posteriores. De haberse considerado así, jamás sus gobernantes habrían propuesto que una parte quedase en poder de Bolivia.

Fuente:

Roberto Querejazu Calvo, «Aclaraciones historicas sobre la Guerra del Pacifico», pag 2 al 5.