Chile ya había encargado la construcción de los blindados que decidieron la guerra en el año de 1872

En 1872 año en el que transcurre esta historia, Chile ya había encargado la construcción de los blindados que decidieron la guerra, en la imagen, el «Cochrane».

En agosto de 1872 Chile había hecho presencia naval en Antofagasta para secundar la aventura del general boliviano Quintín Quevedo, secuaz de Mariano Melgarejo, que había sido depuesto el año anterior y a quien Chile tenía mucho que agradecer por ser el autor del tratado de 1866 que le había permitido hacerse con los salitrales bolivianos. Pues bien, al Perú le preocupó mucho el gesto de altanería marinera de Chile (que recién ese año mandaría a construir los blindados «Cochrane» y «Blanco Encalada».

Fue entonces que el ministro de relaciones del Perú, José de la Riva Agüero y Looz Corswarem, le envió un mensaje al embajador del Perú en Chile, Don Ignacio Noboa. Este, precursor de todo el gallinero de Torre Tagle que hoy se expresa a través del embajador Ponce Vivanco, contestó con una carta en la que, entre otras cosas, decía lo siguiente:

«Esta República (Chile) no vive, no adelanta ni se enriquece sino a la sombra de la paz… el Gobierno de Chile no abriga miras hostiles contra ninguna república del Pacífico, menos contra Bolivia”. Todo un profeta inverso. Las líneas que siguen provienen del libro «Chile-Perú» del diplomático chileno Juan José Fernández Valdés.

Perú no quedó tranquilo con la presencia naval chilena. El 28 de agosto de 1872 Riva Agüero instruyó al ministro Noboa en los términos siguientes:

De poco tiempo a esta parte ha cundido cierta alarma en este país, con motivo de los armamentos que, según se sabe, está haciendo el Go­bierno de Chile y especialmente por la compra de 2 buques blindados de gran poder que los agentes chile­nos han mandado construir con cier­ta reserva en Inglaterra. Esta alarma ha crecido últimamente con la noticia de la llegada del general don Quin­tín Quevedo y su cruzada al litoral boliviano, y en cuya expedición se atribuye cierta injerencia al Gobier­no de Chile.

Después de estos hechos, se ha sabido con extraordinaria sorpre­sa que la escuadra chilena se había presentado en Mejillones y Tocopilla casi al mismo tiempo que don Quintín Quevedo desembarcó en las costas de Bolivia. Las sospechas acerca de la injerencia de Chile han venido a robustecer más todavía, y no es, pues, extraño que tales hechos, que pueden tener una significación gravísima, hayan llamado la atención pública de la Cámara y del Gobierno.

Usted sabe que la cuestión de lími­tes entre Bolivia y Chile no ha llegado aún a arreglarse y presenta serias di­ficultades para su solución. En tanto que aquella República, apenas salida de una terrible crisis revolucionaria, ha estado ocupada en su organiza­ción interna, Chile se ha contraído a preparar sus elementos de guerra y fuerza naval, pues no tenía motivo ninguno especial que le aconsejara precaverse de enemigos exteriores. No es, pues, arriesgado suponer que tales preparativos hayan tenido una mirada hostil y agresiva, cuando no se explican por la necesidad de la de­fensa.

El Gobierno del Perú, en vista de estos antecedentes, y ante la gravedad de los sucesos apuntados, no puede permanecer espectador e indiferente. La situación que se viene creando en el litoral boliviano es grave; y es, por consiguiente, necesario que la bandera del Perú este allí representa­da. Con este motivo se ha dispuesto que el Huáscar y el Chalaco zarpen para el sur.

Usted señor, al recibir la presente nota, solicitará una conferencia al Excelentísimo señor Ibáñez para expresarle los vivos deseos que animan al Go­bierno del Perú de que Chile y Bolivia, ligados por tantos vínculos de común interés, arreglen sus cuestiones pen­dientes de una manera honrosa y sa­tisfactoria para ambas partes.

Así mismo manifestará usted a ese Gobierno que es del Perú, en todo caso, verá con sumo sentimiento la interrupción de las amistosas rela­ciones entre esos dos países y que no puede ser indiferente a la ocupación del territorio boliviano por fuerzas extrañas.

Si el Presidente confía en que usted, señor, interpretando fielmente las miras y el espíritu de confrater­nidad americana que lo anima, tra­tará este asunto con la sagacidad y prudencia que él requiere, y de que Ud. ha dado tantas pruebas, comu­nicando a este despacho el resultado de sus gestiones.

Veamos la respuesta de Noboa:

He recibido el importante des­pacho de V. S. N° 108, de fecha 28 del pasado, e, impuesto prolijamente de su contenido, paso a contestarle con toda la voluntad y exactitud que merecen los hechos que V. S. se sirve mencionar y que interesan vivamente a nuestra patria tanto como a las de­más repúblicas del Pacífico.

Al expresarme así me es grato ase­gurar a V. S. que he hecho un estudio atento de lo que ocurre en este país, respecto de armamentos de toda cla­se, de expedición sobre las costas de Bolivia y futuros planes de agresión contra aquella república, por parte del Gobierno de Chile.

Colocado en el centro de los acon­tecimientos, he tenido ocasión de apreciar los hechos, medir sus ten­dencias y hasta corregir mis juicios erróneos, por lo cual ruego a V. S. que, si juzga autorizada mi palabra, la acoja con las seguridades que ofrece mi celo activo para cumplir mis de­beres y mi anhelo para no trasmitir al conocimiento del Supremo Gobierno sino asertos bien arraigados en mi conciencia.

Me ocuparé primero de los arma­mentos de Chile.

En un principio el Gobierno del Sr. Coronel Balta se sintió lleno de aprensiones por las apariencias que manifestaban en este Gobierno, de un inmoderado deseo de aumentar considerablemente sus armamen­tos, tanto terrestres como navales; yo mismo concebí iguales juicios y contribuí a acrecentar los recelos del Supremo Gobierno, como parece de algunas comunicaciones mías sobre el particular, que no designo por no tenerlas a la mano.

Mas trascurrido algún tiempo ob­servé con detenimiento lo que ocu­rría, vi que se discutía públicamente en las Cámaras acerca de esas adqui­siciones, que la prensa las divulgaba y que salían comisionados para llevar a cabo las resoluciones sobre compra de armas y adquisición de dos blin­dados, como se había resuelto por el Congreso Nacional.

José Balta y Montero (Lima, 25 de abril de 1814 – Ibídem, 26 de julio de 1872)

No se ocultaba nada concerniente a este punto; los fondos para adquirir los armamentos se habían votado, se mandó levantar un empréstito de $ 1’8oo,ooo para la construcción de dos blindados y un buque de made­ra de gran porte para la navegación del Maulé.

Yo he tenido amistad con algunos de los más caracterizados que han marchado en comisión, todos esta­ban contentos en sus uniformes. Por todo lo cual me he convencido de que este Gobierno no abriga intenciones malévolas, que se arma en la estricta medida de sus necesidades naciona­les; que, ya que cambia sus armas, procura con sensatez hacerse de las de moderna invención, y que al man­dar construir dos buques blindados, que no pueden alarmar al Perú, cuya marina es superior bajo todos los as­pectos, no se propuso sino atender el deseo público siempre solícito por­que la nación no esté (como lo está en el día) completamente inerme en los mares y sin poder oponer ningu­na resistencia en caso extremo. V. S. ignora las inveteradas pretensiones de Chile para aparecer como potencia marítima…

Estas fuertes razones materiales, en pro de las tendencias pacíficas de Chile, se corroboran considerando sus circunstancias económicas. Esta república no vive, no adelanta ni se enriquece sino a la sombra de la paz. Turbada está, todo el edificio de sus decantados adelantos se viene por los suelos; así es que no hay nación más interesada en huir de los compromi­sos bélicos y en no turbar el elemento indispensable de su prosperidad ac­tual y futura.

Es un hecho que el Gobierno de Chile no abriga miras hostiles contra ninguna república del Pacífico, me­nos contra Bolivia, de la que poco hay que sacar y con la que desearía viva­mente transar la cuestión de límites que ofrece grandes dificultades para zanjar por lo mismo, que tercian en el asunto aquellas consideraciones de «interés público», de «honor nacional» que en todo tiempo sirven de obstá­culo a las soluciones definitivas.

No poco ha contribuido a alejar ese término en las negociaciones que respecto de aquel asunto han tenido lugar entre los representantes diplo­máticos de Chile y Bolivia, el carácter poco flexible del Sr. Bustillo que no ha permitido tratar la cuestión en el terreno de la confianza y de aquellas sagaces concesiones que, sin alterar el convencimiento, ceden lo pasible a la equidad. Prueba de ello es el mejor éxito que, con mucha satisfacción de este Gobierno, ha tenido la cuestión en la capital de Bolivia, entre los mi­nistros de ambas repúblicas; y ni la emergencia ocasionada por la loca expedición de Quevedo y sin el inci­dente diplomático con el Sr. Bustillo, es casi seguro que la cuestión de lími­tes estaría ya terminada. Diré, entre paréntesis, que hay con este último motivo un entredicho diplomático entre los gobiernos de ambas repú­blicas, mas no son de esperar conse­cuencias de gravedad que arrastren a ambos pueblos a una guerra inevi­table.

Paso a ocuparme de la expedi­ción de don Quintín Quevedo y me apreciaré en lo relativo a este asunto con la misma imparcialidad con que  acabo de sincerar a este Gobierno respecto de sus armamentos.

Estoy al tanto de lo ocurrido, por mis menudas indagaciones de cada día. Los comprobantes se han ocul­tado a mis miradas, mas muchos he­chos no han podido dejar de hacerse perceptibles, aún en medio de las sombras que los rodean. Así me ha sucedido con la expedición que salió últimamente para las costas bolivia­nas, capitaneada por don Quintín Quevedo. Sin poder ofrecer a V. S. pruebas tangibles, como se dice, ten­go el pleno convencimiento de que el Gobierno de Chile ha tolerado seme­jante cruzada en el puerto de Valpa­raíso de donde habría sido imposible que saliese sin su conveniencia.

 

Fragata blindada Blanco Encalada

Consideremos algunos antece­dentes.

Don Quintín Quevedo pregonaba con el mayor fervor, presentando co­municaciones de Bolivia y otras mu­chas seguridades, que no necesitaba sino poner el pie en las riberas de su patria para ser saludado por una gran parte del ejército y por las poblacio­nes adictas como el presidente de Bolivia. En su concepto no necesita­ba que el Gobierno de Chile le diese elementos de guerra ni dinero, todo lo tenía; lo único que solicitaba era la tolerancia de dicho Gobierno para ar­mar su expedición sin los obstáculos que le opondría el ministro de Boli­via, y sin las dificultades que tendría para enganchar hombres, embar­car caballos y zarpar. No me queda duda de que el Gobierno de Chile ha incurrido en la falta de tolerancia por varias causas que podrían produ­cirle algunas ventajas sin el menor inconveniente, al parecer.

Primero, tener en Bolivia un gobierno que le fuera adicto y facilitase la solución de la cuestión de límites. Segundo, deshacerse de un ministro como el Sr. Bustillo que, por su severidad y resabios en el asunto que se ventila­ba, había incurrido en el desagrado del Gabinete, y tercero, satisfacer algunas aspiraciones secretas de personas que tenían interés en que se efectuase un cambio de administra­ción en Bolivia.

Esto explicará clara­mente a V. S. cómo el Sr. Bustillo ha clamado con tanta fuerza contra la intervención del Gobierno de Chile en la expedición Quevedo; y cómo aquel Gobierno, escudado por algu­nas medidas que parecen sincerarse y apoyado por los escritos de la prensa (aquí siempre que el espíritu patrio lo reclama), tiene visos de vindicarse ante sus detractores. Ambos tienen razón, el Gobierno de Chile, porque no es reo de todas las culpas que se le imputan, y el Sr. Bustillo, porque no podía dejar de percibir las manos de una intriga que pertenecían a un cuerpo que se ocultaba. Con esta fra­se doy a V. S. una idea apropiada a la realidad misma.

V.S. colegirá, en vista de estas ocurrencias, que la expedición Que­vedo, abandonada a las únicas fuer­zas de su caudillo, no podía entrañar aquella robustez que le habría comu­nicado la intervención decidida y po­derosa del Gobierno de Chile; y que su fin debía ser tan desgraciado como eran deleznables los elementos que la constituían. Así sucedió en efecto.

Poco antes de operado el desas­tre, la diminuta escuadra de Chile, las corbetas O’Higgins, la Abtao y la goleta Covadonga, se hallaba ya en las aguas de la costa de Bolivia, no con la mira de conquista ni de ocu­pación sino so pretexto de auxiliar los intereses chilenos, con el objeto de prestar auxilio, en caso necesario, al jefe expedicionario que, en caso de un revés, corría los mayores riesgos.

Terminados los compromisos con el desastre de Quevedo, la escuadra ha recibido órdenes de volver a su fondeadero de Valparaíso, donde ya estaría si no viniese navegando a la vela.

El 18 próximo saludara al pabe­llón chileno.

He juzgado conveniente poner al Supremo Gobierno, con suma imparcialidad, al corriente de los hechos que he sometido a su consideración, ora para que esté bien orientado en todos los sucesos políticos y diplomá­ticos que ocupan por ahora la aten­ción del público y cuyo teatro está en las repúblicas de Chile y Bolivia; ora para que V. S. comprenda el papel ex­pectante que me veo obligado a asu­mir, a pesar de las instrucciones que V. S. me comunica al final del despa­cho que tengo la honra de contestar.

Habiendo cambiado las circuns­tancias por las cuales me trasmite V. S. aquellas instrucciones, no pueden ser aplicadas a los casos a que se re­fieren.

Ha sucumbido la expedición Que­vedo que V. S. suponía en actividad; la escuadra chilena ha abandonado las costas de Bolivia para volver a Valparaíso; la cuestión de límites se halla paralizada a consecuencia del incidente diplomático entre la Canci­llería de Chile y el Sr. Bustillo, luego no puede haber ya motivo alguno para darme por entendido con este Gobierno comunicándose los deseos del Supremo Gobierno tocante a la terminación del asunto relativo a lí­mites. No sólo aconseja la prudencia sino que así se conseguirá no descu­brir a este Gobierno las intenciones secretas que respecto a la cuestión puede abrigar el Perú. Si hubiese ne­cesidad de hacer uso de esas prescrip­ciones, inmediatamente las cumpliré con la circunspección debida.

No concluiré sin comunicar a V. S. que el Gobierno de Chile, con fundamento o sin él, teme mucho la intervención del Perú en sus desave­nencias con Bolivia, y creo que este saludable temor bastará para que siempre se sienta dispuesto, respecto de Bolivia, a encarrilar su conducta por el camino del deber y de la jus­ticia. La presencia de nuestra escua­dra en las costas bolivianas producirá buen efecto; y si esto basta, si se logra que el Perú salga airoso sin herir las susceptibilidades de este pueblo y de su Gobierno con exigencias formula­das (en el original), se habrá hecho una leal buena política.

Aunque Noboa se abstuvo de for­mular los reclamos antes indicados, sin embargo Ibáñez, para despejar cualquier duda ordenó a su agente en lima que informara detalladamente acerca de la expedición de Quevedo y cómo burló la vigilancia de las au­toridades de Valparaíso. También se explicaría respecto de la conducta de Bustillo. Debería enfatizar el in­terés de Chile por la conservación del orden y de la paz en las costas bolivianas, donde están radicados muy considerables intereses chile­nos y un gran número de nuestros nacionales.

 

General boliviano Quintín Quevedo Aliado de Melgarejo y usado por Chile.

El ambiente en Lima, particular­mente en la prensa, era muy hostil a Chile y favorable a Bolivia.

Godoy fue invitado a conversar por el ministro Riva Agüero antes de recibir el oficio de Ibáñez. El canci­ller pareció aceptar las informacio­nes que se le transmitían, pero estaba preocupado de que en el Congreso se acusase al gobierno de negligente. Por esta razón, enviaría el Huáscar al sur para evitar que Quevedo se sirviera de la costa peruana para su complot. Además se permitía ofrecer sus buenos oficios para evitar un con­flicto.

El agente chileno les agradeció. En respuesta, le expresó que no sabía de ningún hecho que pudiese crear un conflicto entre Chile y Bolivia. Go­doy agregó al término de su comuni­cación a Santiago que el 28 de agosto zarpó al sur el Chalaco conduciendo un batallón de infantería. Ha queda­do alistándose el Huáscar y «aún el Gobierno se empeña en poner listos los demás buques de la escuadra que, como se sabe, estaban unos en estado de completo desarme, y otros con sus tripulaciones incompletas.

Godoy celebró nuevas conferen­cias el 2 de setiembre, tanto con el presidente Pardo como con el can­ciller. En ellas les aclaró la actuación de las autoridades chilenas relativas a la expedición frustrada de Queve­do. De este modo, la situación pa­reció quedar en orden, aun cuando el oficio de Riva Agüero a Noboa demostró que Perú seguía muy de cerca la evolución de las relaciones chileno-bolivianas”.