Se nos hace la guerra del crimen

Luego de los primeros bombardeos navales perpetrados por la flota chilena en contra de poblaciones civiles y puertos desarmados, el general Juan Buendía lanzó al país y al mundo la siguiente proclama.

 

Juan Domingo Buendía y Noriega (Lima, enero de 1816 – 27 de mayo de 1895)

Compatriotas:

Una guerra injustificable y sin precedente en los anales de Sud- américa somete a dura prueba a vuestro patriotismo.

Ya conocéis las causas que la han motivado.

Chile, para quien el porvenir ha cerrado sus puertas y cuya vida languidece bajo el peso de errores, creyéndose poderoso e invenci­ble, se apodera a mano armada, como un recurso en sus conflictos, de una parte del territorio de la República boliviana. Llevamos nuestra palabra fraternal de paz ante el usurpador, para alejarlo de

la afrenta y del escándalo y para traerlo al camino del deber, y él no sólo nos rechaza sino que nos in­sulta y nos reta, porque no fuimos impasibles ante la usurpación.

He aquí los móviles que han guiado al conquistador soberbio para llevarnos a la guerra.

¡Puesto que es suya la culpa, caiga sobre él la responsabilidad de la sangre que se derrame!

Chile que, como Caín, ha de­sertado de la noble familia que fundaron los padres de la Repú­blica, levanta sus armas fratrici­das contra nosotros y nos provoca, no a la caballerosa lid en que las naciones civilizadas miden sus fuerzas y su valor respetando los derechos humanos y los sagra­dos fueros que deben guardarse mutuamente, sino sembrando el terror, la desolación y la ruina por todas partes, desesperado de la injusticia de su causa y de haber perdido para siempre las simpatías del mundo entero.

Ahí tenéis a Pabellón de Pica destrozado, a Pisagua  reducido a cenizas, a Moliendo cañonea­do. Esta mañana habéis visto el temerario bombardeo sobre un convoy que conducía mujeres y niños indefensos. Ahí están nues­tros hermanos contemplando, no con miedo, sino con aquella altiva indignación del patriotismo, la obra de los hijos de un pueblo sobre el cual ha caído la maldición de Dios y de los hombres.

Amigos: Pabellón, Pisagua, Mo­liendo e Iquique son los pueblos en que Chile ha principiado a saciar su ferocidad. La sangre allí verti­da por mano aleve es la primera ofrenda que colocamos en el altar de la patria.

Tarapaqueños: no se nos hace la guerra del derecho; se nos hace la guerra del crimen.

Cualquiera que ella sea, la hemos aceptado con entereza y entusiasmo, y aquí estamos para enseñar a Chi­le en lucha leal cómo proceden los pueblos que se respetan y tienen con­ciencia de su poder y del prestigio que se han conquistado.

Habitantes del departamento: la patria ha confiado a nosotros su custodia y su honra. Para cuidar de la primera hemos empuñado sin jactancioso alarde nuestra espada. La segunda la simbolizan nuestras banderas. Yo os prometo que no volverá al cinto esta espada hasta que el Perú no esté plenamen­te satisfecho de la ofensa que su gratuito enemigo le ha inferido. Yo os juro que la santa enseña de su honra conservará esplendoroso brillo, como en los días inmortales de Junín, Ayacucho y 2 de Mayo.

Peruanos: marchemos al comba­te, alentados por el poderoso estí­mulo de vuestro patriotismo; él es presagio de victoria.

El ejército lo lleva en el corazón y va seguro del triunfo.

Cuartel general en Iquique Abril 19 de 1879

JUAN BUENDÍA.

 

Fuente:

Hildebrant en sus trece.