El dictador quería la derrota del Ejército del Sur

En esta carta, fechada el 31 de diciembre de 1879, Mariano Álvarez Villegas, magistrado y diplomático peruano, le advierte al contralmirante Lizardo Montero que Nicolás de Piérola hará todo lo posible por regatearle recursos al ejército acantonado en Arica con el único propósito de evitar un triunfo que elevara la figura del marino, a quien consideraba, obsesivamente, un peligroso enemigo político.

Mariano Santos Álvarez Villegas: carta premonitoria. Fue tal como lo previo.

 

Lima, 31 de diciembre de 1879

Querido amigo:

En mi última del 20 del presente que fue por el correo, le indiqué que algunos amigos nos habían pro­puesto formar una asociación para proporcionar al Ejército del Sur, a órdenes de Ud., víveres, vestuario, calzado y cuanto necesitase para su existencia, excitando la acción de los particulares para hacer ero­gaciones con ese objeto. Después de escrita mi carta tuvimos una reunión y todos aplaudieron que hubiera puesto en noticia de Ud. nuestro propósito. Al día siguiente, domingo, tuvimos otra reunión en mayor número y habíamos acorda­do los medios de sacar recursos y organizar la mano de obra repar­tiendo vestuario para coser en las casas más notables de Lima, me­diante nuestras amistades, pero mientras nos ocupamos de tan loable fin, Arguedas se sublevaba en la plaza Bolívar. Nos habíamos separado tranquilos y entusiastas; la reunión había sido en mi casa; todos los amigos yacían ignoran­tes de lo que pasaba, cuando en la puerta de la calle reciben, los últi­mos que salieron, la noticia de la sublevación. Ya sabe lo demás.

Nuestra sociedad ha recibido, pues, una interrupción en su vuelo, pero no en sus propósitos y hemos tenido ya otras entrevistas para ver cómo nos organizamos bajo el nuevo orden de cosas; entre tanto yo rogaría a Ud. que me mandase hacer una razón de todo lo que ne­cesita ese ejército y me la remitiese por buen conducto.

Me han dicho que el nuevo go­bierno piensa mandar a ese ejército dinero y vestuario pero no víveres, porque dice que allí hay bastante. Pero Ud. no haga caso de díceres que no tienen consistencia porque se recogen en cualquier parte.

Como es necesario saber las co­sas de fuente autorizada, nos sería, por lo mismo, conveniente que Ud. nos informase de lo que se necesi­ta, tanto para ver aquí si, para la acción particular que proyectamos, se le puede a Ud. mandar, cuanto para averiguar qué es lo que el go­bierno le manda. Sería necesario también que Ud. nos impusiese de lo que recibe del gobierno. Todo con carácter reservado mientras que organizamos nuestra sociedad y funciona públicamente.

No sabemos si lograremos nues­tro objeto de organizaría pero hace­mos todo esfuerzo para ello.

Le hablaré ahora de política: mi opinión es que Piérola estará desprestigiado en quince días más y que no puede durar mucho su gobierno.

Esto iba a decírselo a Ud. antes de lo que ha sucedido ayer, pero ahora lo digo con mayor razón. Ayer puso presos a todos los perio­distas, incluso al canónigo Tobar y al editor de «La Patria», Dr. Solar, porque los periódicos salieron sin la firma que exige el llamado Esta­tuto Provisorio.

Aunque algunos creen que To­bar y Solar no han hecho más que una papelada para que el golpe caiga más recio sobre los otros, es difícil creer que se hayan prestado a sufrir un vejamen por sumisiones al amo. Las facultades omnímodas han desagradado a toda la gente sensata. Piérola no tiene sino su antiguo círculo y alguna parte del pueblo pegado a él, porque cree que va a hacer la guerra; pero él ha subido con esta bandera porque no podía hacer otra cosa, no le veo ni el arranque ni el desprendimiento que, para hacerla de veras, necesita manifestar.

El que quisiera hacer de veras la guerra, no tendría tiempo para pensar en Estatutos Provisorios ni en lujo de siete secretarios ni en reformas interiores que no llevan a aquel grandioso fin. El aprovi­sionamiento del Ejército del Sur, la disciplina del de Lima, el estudio de la topografía de esta capital para el caso de combate con el enemigo, la indispensable campaña sobre Tarapacá son medidas para las que le alcanzaría tiempo a su vasto espíri­tu. El que piensa en otras cosas no puede pensar de veras en la guerra.

El nombre de Ud. se hace aquí cada día más aceptable, no sólo porque los actos de Ud., que ha revelado la prensa, han sido del agrado universal sino porque las facultades omnímodas y sus con­secuencias lo señalan a Ud. como la persona destinada a restablecer el imperio de la Constitución y de las leyes, mucho más si triunfa Ud. con su ejército sobre los enemigos. Pero Piérola, que no puede dejar de conocer que si Ud. triunfa sobre los enemigos su poder desaparecerá en el instante, hará todo lo posible por privar a Ud. de los medios de acción y retardará, por lo mismo, la guerra cuanto pueda, con gran riesgo de la causa nacional. Quiera Dios que me equivoque.

Desgraciado país en que hasta el honor nacional se sacrifica a los intereses y ambiciones personales. La conducta de Ud. es hoy recono­cida y aplaudida de todos. A Ud. lo mandaron a Arica como a un des­tierro, para no darle el mando de la escuadra y Ud. aceptó sin trepidar ni murmurar. Las circunstancias lo han elevado a Ud. en una po­sición culminante. Está Ud. a la cabeza de un ejército que ha visto Ud. formarse a su derredor, que ha formado Ud. en gran parte, que co­noce Ud., en donde tiene Ud. cré­dito, estimación y simpatía, que, por lo mismo, sabrá Ud. manejar y dirigir mejor que otro alguno: conoce Ud. el territorio en que ha de moverse y los medios de con­ducirlos; pero porque no sea Ud. quien conduzca a ese ejército a una victoria segura, se le han puesto y pondrán todas las trabas posibles, no obstante su nombramiento de general en jefe. Tales son mis te­mores.

Repito: Dios quiera que me equivoque.

Pero para el caso de no equi­vocarme, le aconsejo que esté Ud. alerta, que proceda Ud. con mucha mesura y mucha maña, a fin de ob­tener Ud. todo lo que necesite y po­der marchar cuando menos lo pien­se sobre el enemigo. Si Ud. venciese a los chilenos todas las rivalidades desaparecerían como el humo…

 

Nicolás de Piérola  en su  primer gobierno: 1879 a 1881.

 

Fuente:

Hildebrandt en sus trece