El monitor Huáscar del soldado desconocido

Entre los restos de un oficial peruano muerto a tiros en el Alto de la Alianza, los arqueólogos hallaron un libro que contenía una simbólica obra de arte: un dibujo en tinta del monitor Huáscar, que había sido capturado un año antes de la batalla.

 

 

Cuando recibió el primer disparo, «Felipe» comprobó que la sangre que brotaba de su vientre se escapaba como la victoria en el campo de batalla. Hasta ese momento «Felipe» ignoraba que esta batalla en el Alto de la Alianza se estaba convirtiendo en la más sangrienta de la Guerra del Pacífico.
Minutos antes, nuestro héroe participó en la ofensiva aliada que logró arrasar la resistencia chilena. El ataque de las tropas peruano-bolivianas rompió la férrea defensa del invasor y derivó en una sangrienta lucha cuerpo a cuerpo donde los gritos de los atacantes y los lamentos de los heridos opacaban el tronar de los disparos.
En el ala izquierda de las líneas aliadas, «Felipe» vio caer a sus camaradas tacneños, cusqueños, limeños, paceños y cochabambinos que enfrentaron hombro a hombro y arrasaron a la infantería chilena. En su avance no tomaron prisioneros ni perdonaron a los heridos.
Los charcos de sangre se mezclaban con la pólvora, el polvo y la tierra que emergía en cada explosión de los obuses sobre el desierto tacneño.
Cuando los aliados cantaban victoria fueron sorprendidos por una  feroz contraofensiva chilena que coincidió con el cansancio de las tropas aliadas y la escasez de municiones. «Felipe» intentó juntar a sus tropas para enfrentar el ataque y fue entonces cuando recibió un primer balazo en el vientre que lo dobló en dos y, por instinto de conservación, le hizo  dar la espalda al enemigo. En eso estaba cuando un segundo disparo impactó en su espalda partiendo en dos su columna vertebral. «Felipe» cayó de bruces y quizás despertó de dolor cuando sus camaradas lo arrastraban hasta una de las trincheras donde lo dejaron sentado al lado de una tronera como para no dejarlo morir tirado en medio del desierto. Agonizante y desangrado debió estar inconsciente cuando fue «repasado» de un disparo de fusil a boca de jarro que le quebró la mandíbula, le atravesó el cuello y salió por debajo de su axila. «Felipe» no vivió para comprobar la derrota aliada, ni la desintegración de la alianza peruano-boliviana, ni el posterior desastre en Arica.

La tumba en el desierto

Ciento treinta y cinco años después, a mediados del 2015, la arqueóloga cusqueña Melina Vega-Centeno Alzamora fue citada al despacho del entonces viceministro de Cultura Luis Jaime Cisneros, donde recibió el encargo de investigar el campo de batalla del Alto de la Alianza, en Tacna, por un pedido especial del Gobierno boliviano.

 

Los restos de los bolivianos fueron repatriados y recibidos como héroes de guerra en su país. Vega-Centeno fue condecorada en La Paz. De regreso en Lima recibió el encargo de estudiar los restos del oficial peruano y contó con el apoyo incondicional de los bomberos del Garibaldi Nº 6, de Chorrillos, herederos de aquellos heroicos rescatistas que fueron asesinados por la soldadesca chilena durante el incendio y posterior saqueo del balneario limeño.
Entre los restos de ropa y pertrechos militares, el equipo de arqueólogos y antropólogos forenses descubrió un pequeño libro de urbanidad y buenas costumbres –algo así como el «manual de Carreño»– escondido en el bolsillo de su chaqueta. Tras un escrupuloso trabajo de restauración, los científicos lograron rescatar algunas de sus páginas, pero la sorpresa fue mayúscula cuando hallaron una página con un dibujo en tinta del monitor Huáscar.
 
«Estamos investigando su identidad. La tarea no es fácil si consideramos que en el Alto de Alianza murieron miles de peruanos, bolivianos y chilenos», reconoce la arqueóloga. «Pero existen algunos listados y hemos encargado un estudio de su ADN para identificarlo. Por ahora solo sabemos que tuvo aproximadamente 30 años, midió 1.67 metros, era delgado y atlético. Fue mestizo con ascendencia europea, tenía barba y el cabello largo. Su cuerpo fue saqueado, no tiene su sable, cartucheras,  le quitaron hasta los botones», añade. «Pero dejaron el pequeño libro con el dibujo del monitor Huáscar y cuatro inscripciones del nombre de una mujer: Ángela Morales».
El equipo de científicos de Andean Social Group, liderado por Vega-Centeno, trabaja en el Salón de los Héroes del cuerpo de bomberos Garibaldi Nº 6, donde han implementado hasta una sala con temperatura especial para conservar el cuerpo de este soldado aún desconocido.
Con el apoyo del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas e investigadores militares están tratando de identificarlo.
Por ahora lo bautizaron «Felipe«, de cariño.
Murió un año después del desastre en Angamos y la captura del Huáscar. Los investigadores creen que «Felipe» pudo haber visto al monitor frente a las costas de Tacna o de Arica, y fue entonces cuando plasmó el dibujo.
Pero el hallazgo también ha servido para la implementación de una nueva especialidad arqueológica.
«La importancia de investigar y rescatar los escenarios de los campos de batalla es nuevo porque no son reconocidos dentro de la protección del patrimonio arqueológico histórico», sostiene Vega-Centeno.
«La idea es tener más arqueólogos especialistas en la reconstrucción de nuestra historia militar desde la arqueología. La materialidad de la guerra», dice la especialista.
Los campos de batalla prehispánicos, de los años de la conquista europea, de la Colonia e Independencia gozan de cierta protección por estar vinculados a antiguos caminos incaicos, pero no sucede lo mismo con los escenarios de la Guerra del Pacífico. Solo quedan el Alto de la Alianza,  Curayacu y el Morro Solar. Otros fueron destruidos por el avance de las construcciones urbanas.
Vega-Centeno advierte que «por un lado la ciudad crece y se destruyen los escenarios de las batallas. Otro factor son los coleccionistas. Hay mucho material de los campos de batalla, botones, medallas, fusiles, bayonetas. Ese patrimonio está descontextualizado porque se saca y se vende. Son colecciones privadas».
También es cierto que para estudiar un campo de batalla necesitamos todos los elementos de cómo funcionaba la logística de los ejércitos y cómo se modifican los paisajes antes, durante y después de las batallas.
Durante las excavaciones en el Alto de la Alianza se identificaron saqueos previos que no respetaron los cuerpos de los caídos. Solo se salvó el breve espacio donde yacían los cadáveres de «Felipe» y los dos soldados bolivianos. Nuestro héroe fue desvalijado antes de su entierro, pero logró conservar el libro con el dibujo del emblemático monitor.

Varios especialistas trabajan en la identificación de «Felipe»

Los arqueólogos hallaron en el cuello de uno de los soldados bolivianos un collar de cuentas con un crucifijo grande.
«Felipe» tenía un detente bordado con iconografía del Corazón de Jesús.
La arqueóloga Milena Vega-Centeno reconoce que estos cuerpos «no son museables. Deben descansar en el Panteón de los Héroes o en un mausoleo en Tacna. Hay interés del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas por identificar a ‘Felipe‘ y otorgarle los homenajes del caso».
El Alto de la Alianza está ubicado a ocho kilómetros de la ciudad de Tacna. Cuenta con un monumento y un museo de sitio, pero muchas tumbas de soldados han sido saqueadas.
A raíz del hallazgo de «Felipe«, hoy en día se están usando imágenes tomadas por drones para perennizar el campo de batalla.
El antropólogo forense Danny Humpire Molina, miembro del equipo Andean, está reconstruyendo el rostro de «Felipe» e investigando detalles de su muerte con el análisis de la ropa, fluidos y hasta de las tupas larvarias del cadáver.
Fuente:
larepublica.pe