Grau el Peruano del Milenio: Prólogo

Este trabajo ha sido elaborado con mucha devoción y admiración ante un personaje, cuya vida desde su triste infancia hasta su glorioso fin, constituye una historia subyugante.

Grau es con toda razón y justicia, el Héroe Máximo del Perú, el Peruano del Milenio, el Caballero de los Mares admirado por el mundo entero. Pero cuando se interioriza en su vida, y se le llega a conocer mejor, es posible pensar en que Grau el Hombre, fue aún más grande que Grau el Héroe Máximo. En realidad no hubiera llegado a la grandeza de la heroicidad en tan alta expresión, si previamente no hubiera existido la grandeza humana.

 

 

Fue un verdadero producto de esa conjunción norteña de hombre y tierra, soleada y tropical, de arenas ardientes y de límpidos cielos, que parecen comunicar la fuerza telúrica de sus elementos, a sus gentes. Grau fue el símbolo de la tierra piurana y en su alma llevaba el fuego de los trópicos, a la vez que la diafanidad de su cielo azul y la  exuberancia de sus valles teñidos de esmeralda.

Desde que era niño, el destino le  señaló un camino: el mar y a él llegó tras de una serie de  enmarañadas circunstancias. Fue pues un predestinado y había nacido para la heroicidad y el martirio..

A una edad en que la mayoría de los niños balbucean las primeras oraciones aprendidas de los labios de la madre y van a la escuela para conocer las primeras letras, y se entregan a los juegos infantiles; y cuando ensimismados oyen los cuentos de la abuela, Grau se lanza a la azarosa vida del mar en un buque a vela.

Desde entonces, el barco fue su escuela y su hogar. Sus ojos  se embriagaron de horizontes infinitos, de mar y de cielo. y en las noches serenas, rodeado de una sinfonía extraña de silencios, se encontró a sí mismo

Templado en la adversidad y en la dura vida del marino, Grau forjó  y formó  su carácter, y en un marco de espacios infinitos vivió en intima comunión con los elementos y su alma melancólica y sensitiva, se asomaba a esos ojos tristes los suyos, que eran el trasunto de su espíritu y parecían unas aguas quietas, llenas de paz como su alma. El  bronco rumor del mar  arrulló sus sueños adolescentes, el afectuoso compañerismo de los marinos afianzaron su espíritu de solidaridad y la grandeza inconmensurable del mar y del cielo ennoblecieron su innata nobleza con que Dios lo había adornado  Todo lo noble, todo lo bueno y lo alto se dan en Grau. Pocas veces se ha visto en un héroe, tantos atributos, tantas virtudes cívicas y tanta nobleza como persona, en forma tal, y como ya lo hemos dicho antes,  no se sabe si admirar más al Héroe o al Hombre.

Y fue en la guerra cuando se pusieron más de manifiesto sus nobles cualidades Pero en Grau, Hombre y Héroe forman un todo indisoluble y es así como nace el mito.

Cuando en 1879 estalló la guerra, nos encontró inermes y desprevenidos, por la ceguera culpable de nuestros gobernantes. En cambio Chile se había estado preparando desde años atrás, formando una poderosa escuadra con tripulantes cuidadosamente adiestrados y, armando y disciplinando un ejército con armas muy modernas. Por eso los chilenos creyeron que la guerra sería una especie de paseo militar, que en pocos días destruirían a la escuadra peruana y de inmediato  ocuparían Tarapacá. El error de Chile, fue confiar sólo en el poder material de su escuadra y sus cañones, sin tener en cuenta la calidad humana de sus contrincantes que muchas veces se sobrepone a las limitaciones materiales.

El pueblo peruano, sumido en la más completa ignorancia de nuestra debilidad, acogió con entusiasmo la declaratoria de guerra y se lanzó a las calles pidiendo la inmediata intervención de la escuadra.

Grau se encontraba representando a Paita en el Congreso. De inmediato, se puso al servicio de la Patria. Grau tomó a la guerra  con un gran sentido de humanidad, como una lucha franca, al estilo de los caballeros medioevales y en medio de las pasiones y odios desatados, siempre supo poner una nota de humanidad y de nobleza.

Durante cuatro meses, hizo el solo la guerra contra Chile y detuvo la invasión del territorio nacional.

Cuando trascendieron las exitosas incursiones del «Huáscar» en las costas de Chile, las gentes se volcaron a las calles presas de delirante y peligroso frenesí, perdiendo la noción exacta de la realidad. A los ojos de las multitudes, Grau dejó de ser un simple hombre, y pasó a convertirse en un ser mitológico para el que no habían imposibles y se le exigían más y más victorias.

Cuando llegó el momento de la definición, fue consciente al sacrificio, porque sabía que estaba en inferioridad de condiciones con respecto al enemigo, pero lo hizo sin temor, ni petulancias, ni aspavientos y tiene en Angamos su Gólgota, donde su muerte redimió a los peruanos de sus errores y pecados. En Angamos  no se combatió por la Victoria que era imposible, sino por la Gloria.

Allá va solitario entre las brumas, podríamos decir con el poeta argentino   que cantó su gloria y lloró su muerte. Había llegado  la hora. El Hombre y el Destino tienen su cita con la Eternidad. ; pero en modo alguno podemos pensar que ese día es totalmente aciago y funesto. En el calendario, el 8 de Octubre  comienza a tener significación  y se convierte en símbolo. Desde ese momento el héroe se sublimiza y se convierte en mártir, Su espíritu purificado  se desprende de su corpórea prisión  y al liberarse entra a la morada de los Inmortales. Angamos era un punto perdido en el océano, y desde entonces se convierte en el escenario grandioso de un drama. Estamos ante el holocausto. Jamás pudo montarse para la inmolación  de un hombre, un escenario más grandioso que Angamos. Nunca imaginó Wagner, motivos, ni recursos, ni panorama semejante para sus dramas y tragedias. La realidad supera en Angamos a la fantasía.

El rugido de los cañones, el grito de los combatientes, los ayes de los moribundos forman el fondo musical de esta sinfonía dantesca y alucinante. Como telón de fondo un cielo y un mar que han perdido el azul y verde y tomado la coloración esfumada que da la niebla y el humo. Y sobre las olas, la espuma blanca y la sangre de los peruanos, parecen formar fugaces banderas nacionales. En el drama, como primer personaje, un barquito, que se revuelve soberbio, altanero y retador,  como león herido, que se agazapa y ataca, que se lanza para embestir a la feroz jauría, que lo acosa y le demanda rendición. La bandera se ha desprendido del mástil en el fragor de la batalla, pero no como ave herida que busca la quietud de la muerte, sino para servir de mortaja al Almirante. Y cayó otra vez más para ser sudario de tanto héroe y luego de empaparse en sangre  y ser más roja que nunca, volvió al tope hecha jirones, más altiva, más gallarda y más bandera. Ahí se mantuvo al tope de la nave solitaria,  como símbolo sagrado, como consuelo del caído  hacía donde van las midas angustiadas, como visión postrera del moribundo que en un ultimo aliento de su vida, parece que le dice, por ti muero oh bandera roja y blanca.

El cuerpo de Grau ha volado en mil pedazos, y los elementos, el cielo y el mar, se disputan  el privilegio de tener sus despojos y al traspasar los linderos de la inmortalidad  entra en íntima comunión con la Historia. La bandera cae nuevamente, para ser sudario de sus hijos, pero no arriada ni rendida. El barco es un cementerio flotante. Ante tanta grandeza, su Victoria envidiosa nos arrebata el Triunfo, pero la Fama y la Gloria, con sus etéreas alas, nos entregan sus laureles.

En el «Huáscar» el comando ha ido cayendo uno a uno  y se toma la decisión suprema: hundir el barco. Cuando el «Huáscar» es abordado, era un sarcófago gigante. Jamás un vencedor se rindió tanto ante un vencido. Lo que momentos antes fuera prepotencia en el enemigo, se convirtió en respetuosa admiración. Chile entero se rindió ante Grau muerto y se le tributaron honores, reconociendo su gran calidad humana, su valor como guerrero, su fidelidad en el cumplimiento del deber y su nobleza. Todo se había consumado.

Todo lo que tiene relación con Grau se nimba de nobleza. El ha  dado a los piuranos un blasón y un motivo de legítimo orgullo. Su figura inmortal es una imagen viva y una idea siempre presente, que hace de su vida y de su sacrificio, un ejemplo permanente a seguir y nos señala un deber por cumplir, como es la de mantener siempre la dignidad y nunca más vivir desprevenidos  y nunca más ser débiles.

Reynaldo Moya Espinoza