Llegan miles de armas para Chile mientras el «Huáscar» sigue haciendo de las suyas

Chile destituye a su comando general, y gracias a Inglaterra, recibe un millón de pesos en armas embarcadas desde puertos británicos. Mientras tanto, la marina de guerra del Perú, con Grau como líder, sigue avergonzando al enemigo. Lo reconoce en estas líneas insólitamente francas el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna. La cuarta persecución del monitor termina en otro fracaso.

James Blaine, secretario de Estado del presidente Gardfield, no tuvo dudas en llamar al conflicto del Pacífico
«una guerra de Inglaterra contra el Perú usando de instrumento a Chile».

 

El ministerio nombrado el 20 de agosto se consagró con noble e inteligente afán a su tarea, que era una misión.

«La guerra, hasta ese momento, había sido «mal hecha»  y era preciso comenzarla de nuevo».

Se necesitaba de todo lo que se había carecido, excepto de patriotismo.

Se necesitaba vigor, prontitud, decisión y hasta de la audacia de que los peruanos, contra toda previsión oficial, habían comenzado a darnos ejemplo.

Requería primordial atención la reorganización de la marina que, gracias a su fatal inacción, había sido desconcertada por un solo buque enemigo.

Por fortuna, el bloqueo de Iquique había terminado como termina la tisis (tuberculosis), por inanición, es decir, por falta de comida; y el 4 de agosto llegaban a Antofagasta, el Blanco Encalada , la Magallanes, el Abtao y el transporte Limarí barriendo en el fondo de sus hornillas las últimas cenizas de sus carboneras y apurando en el ánimo de sus tripulantes las últimas heces del desengaño.

Nunca hasta el presente día ha sido suficientemente esclarecido el levantamiento del bloqueo de Iquique.

Todos lo condenaban, incluso el mismo almirante, según una discreta carta que por esa época (julio 27) escribió desde esa rada al autor de este libro el inteligente comandante de la Magallanes, carta profética que en la época debida vio la luz pública(octubre de 1879).

Pero nadie tenía el coraje de ordenar su cesación, porque eso era condenar francamente el prolongado error padecido. Parece que se tomó el partido de no enviar carbón a la flotilla bloqueadora, y con este expediente de abogado o despensero se logró lo que la franqueza y el patriotismo no alcanzaban.

Todo lo qüe se supo en el puerto peruano fue que el día 2 de agosto hubo gran excitación en la escuadra chilena y consejo de oficiales en el Blanco, porque la nave almirante estuvo rodeada de botes de capitanes.

Pero cuando amaneció el día 3 todos los buques habían desaparecido del puerto y del horizonte, quedando como memoria solo la sombra de ciento veinte días (abril 5 – agosto 3) de funesta inercia, y en el fondo de la rada la sombra de la Esmeralda no vengada todavía.

Al propio tiempo que esto sucedía en el norte, el Cochrane, convertido en una verdadera embarcación de guerra, era llamado a Valparaíso a cuyo puerto llegaba, con un andar de cinco a seis millas, el 6 de agosto.

Pocos días más tarde se exhibían por curiosidad en los salones de Santiago algunos de los tubos de sus calderos, tan completamente atrofiados por el calcinamiento del bloqueo, que esos aparatos esenciales necesitaban ser cambiados casi en su totalidad.

Llevó a cabo esta operación con laudable celo y vigilancia el ministro Gandarillas, encargado de la cartera de la guerra ad ínterin (periodo provisional). Con este fin se traslada a Valparaíso, y allí prestó enérgica mano a las reparaciones especialmente de este buque y del Amazonas, transporte recientemente comprado a la compañía inglesa en 350,000 pesos.

Era esta la quilla de mayor andar conocida en el Pacífico, superior al Oroya, que había sido vendido al Perú hacía tres meses. Dispuso su armamento el capitán don Manuel Thomson, y este atrevido jefe habilitó el crucero con un fuerte espolón de abordaje destinado expresamente al esquivo monitor peruano.

Debido es agregar en esta parte que en estas transformaciones hacia prodigios la Maestranza del Ferrocarril del Norte con sus hábiles obreros. Y no era menos digno de notar el entusiasmo con que presidía a todos los embarques de artillería y limpia de fondos el patriota ciudadano don Pacífico Álvarez, contratista marítimo de Valparaíso.

Durante varios días se estuvo, en efecto porfiando en Valparaíso sobre la conveniencia de levantar la mole del Cochrane dentro de alguno de los diques de madera de aquel puerto; pero bajo la dirección de aquel inteligente ciudadano, unos pocos buzos chilenos resolvieron el problema, ejecutando en un mes y con mediano salario lo que antes había sido cuestión de un centenar de miles de pesos y de un viaje de seis meses a los arsenales de Inglaterra.

Después de desempeñar comisiones importantes en los mares del sur, el Cochrane estaba listo para la empresa que en breve consumara en Angamos y en esa fecha tenía ya a su bordo como jefe al caudillo feliz que lo conduciría al acierto y a la victoria.

En pos de los buques venía como precaución natural de la época el armamento del ejército. Retardado el convoy de armas y municiones por una previsión acumuladora que no era propia de la aflictiva urgencia de aquellos días, el digno ministro de Chile en Francia, funcionario lleno de celo y cauto,había confiado la primera remesa total a un solo buque a vapor, expuesto a fatal captura y a todos los peligros de larga y aventurera navegación.

Se llamaba este barco el Glenelg, y era un casco de buena arboladura, de máquina auxiliar, perteneciente a una línea de Australia y del porte de 1,500 toneladas. Venía fletado exclusivamente por cuenta del gobierno de Chile hasta Valparaíso, y desde este puerto seguiría rumbo a Sídney  o a Melboume (Australia).

Conforme a un itinerario convenido y ratificado por el cable de Europa, el Glenelg debería tocar la colonia del Estrecho el 1° de agosto; y para resguardarlo de todo evento, se despachó desde Valparaíso, el 23 de julio, él rápido transporte Loa, encomendando la empresa y su mando a un marino que había hecho pacto con la fortuna, al comandante Condell.

Navegando con mares procelosos, el Loa avistó el 30 de julio a las seis de la tarde el cabo Pilar, centinela del Pacífico, a la entrada occidental del Estrecho, y favorecido por la noche y por la luna dobló al día siguiente por el cabo Froward, esta avanzada de los dos océanos en el punto en que, coléricos, se juntan.

A las tres de la tarde de ese día (julio 31), el Loa fondeaba en la colonia de Punta Arenas (Chile), sumergida en esa estación entre elevados témpanos de nieve.

Su arribo no podía ser más oportuno, porque con puntualidad inglesa el Glenelg hizo su aparición al día siguiente a las cuatro de la tarde.

La cita de los dos océanos, a través de millares de leguas, no había discordado sino veinticuatro horas en el cronómetro de los dos buques: y esa divergencia era precisamente la de las opuestas latitudes de que ambos venían.

Se procedió en el acto a tomar medidas de seguridad contra todo asalto, y después de haber embarcado en el Loa los únicos cañones útiles que tenía la colonia (dos piezas de a 70), se hizo al mar el 5 de agosto, llevando el transporte chileno la delantera de una milla a su consorte.

El capitán Condell sabía que llevaba otra vez consigo, como en el día de Punta Gruesa, la fortuna de Chile.

Y así era la verdad, porque los peruanos, sabedores por sus espías o tal vez por los papeles interceptados en el Rímac que venía en viaje desde Inglaterra un cargamento de armas valorizado en un millón de pesos, despacharon desde Arica la corbeta Unión apenas hubo cesado su comandante de pavonear triunfos con el Rímac.

La Unión dejaba el apostadero del Morro el mismo día en que el Loa avistaba las altas costas del Estrecho de Magallanes el 31 de julio.

Pero contrariada por los mismos furiosos huracanes que habían fatigado al transporte chileno, la ágil corbeta logró apenas divisar a la distancia el cabo Pilar el 13 de agosto.

El capitán García y García, como en Chipana, había enmendado mal su rumbo, y llegaba con una semana de atraso.

Pasó, en consecuencia, la Unión el día 14 de agosto, capeando furiosos mares en las costas de la Tierra del Fuego y el 15 se ponía en asechanza contra el viento y los buques en la bahía de San Nicolás.

El 16 se acercaba a la colonia chilena enarbolando bandera francesa, y después de haberse apoderado de un poco de carbón y de víveres suministrados por los neutrales, mediante prolijas negociaciones con la autoridad local durante el día 17, puso su desalentado jefe proa al Pacífico, siendo portador de la nueva infausta, porque el buque esperado por los chilenos había ganado puerto de salvación hacía solo un mes.

La corbeta peruana, después de penosísimo viaje de regreso, ejecutado casi exclusivamente a la vela, llegaba el 14 de setiembre a Arica, habiendo gastado en su infructuoso crucero cuarenta y cuatro días de crueles mortificaciones.

 


El Glenelg (1875-1900)

En cambio el Glenelg había llegado con un mes de anterioridad a Lota (Chile), en cuya vecindad le salía al encuentro para convoyarlo una verdadera flota de buques de guerra. «El Cochrane», «Amazonas» y «la Covadonga» sin contar el «Loa»: ¡tanta era la inquietud con que era aguardado!

En ese mismo día, el 18 de agosto, y en orden más de batalla que de convoy, entraron todos esos buques a Valparaíso, agregándose en la punta de Caraumilla el transporte Copiapó, que había salido fuera del puerto aquella mañana para servirles de piloto.

Completó el acopio de armas que hacía el gobierno en esas horas una segunda remesa que trajo de Inglaterra el vapor Genovés, y que convoyaron desde el estrecho la O’Higgins y el Amazonas, conduciendo la expedición el jefe de este último buque, don Manuel Thompson.

Habiendo salido los dos barcos chilenos el 23 de agosto de Valparaíso y el 25 de Lota, llegaron a la colonia combatiendo deshechas tempestades invernales el día 29, y seguros de su hallazgo después de corta espera regresaron con el transporte inglés el 6 de setiembre, llegando el 13 de setiembre a Lota, y el 15 a Valparaíso. Era esta fecha, con diferencia de horas la misma en que la Unión, burlada por el destino, se refugiaba en Arica, así como por la diferencia de unos pocos días, había perdido la oportunidad de encontrarse con nuestros armamentos por haber llegado demasiado tarde respecto del primero y por haber vuelto demasiado aprisa respecto del segundo.

Tales habían sido las operaciones marítimas, venturosas para Chile en el sur, durante los meses de agosto y setiembre, recogiendo así el país el primer fruto de la movilidad de sus naves que le había devuelto la cesación del fatal bloqueo de Iquique. El país estaba armado, y la escuadra comenzaba otra vez a vivir.

No era señalado por la misma propia luz el surco de nuestros movimientos en el norte, pero la osadía que en esa dirección gastaban todavía nuestros enemigos sería precursora de su ruina, como en breve habremos de tener ocasión de recordarlo.

Mientras el pueblo de Iquique estuvo insensatamente bloqueado, los peruanos se pasearon en el Pacífico como dentro de su propia heredad. A nada temían.

Todo lo osaban. Y siendo la escuadra de Chile tres veces más poderosa como armamento militar, era objeto de su mofa y de sus intentos siempre impunes. De esta suerte, y pasada la primera embriaguez de la captura del Rímac, que fue intensa en todo el Perú y coincidió con sus días patrios, despachada además la Unión a Magallanes, cinco días después de su arribo con la encomiada presa, el Huáscar, a su tumo, puso su proa al sur en demanda de su tercera cruzada.

He aquí algunos de los telegramas inéditos que acusan el loco regocijo de los peruanos por el apresamiento del transporte chileno.

Son tomados del archivo de Iquique:

«(Coronel Suárez a Cáceres y Bolognesi.)

¡Viva el Perú!

Huáscar y  la Unión apresaron al vapor Rímac con un regimiento de caballería montado y equipado; está ya en tierra en Arica y dos buques más.

El campamento arde en entusiasmo. Tropa en sus cuarteles.

(Buendía a Suárez.)

Las bandas tocan diana por siguiente telegrama recibido:

(Prado a Buendía.)

El Huáscar y la Unión regresaron hoy trayendo apresados al vapor Rímac con su regimiento de caballería Yungay íntegro, con caballos, armamento, equipo y carbón; también ha hecho prisioneros a tres buques más, uno con carbón, otro con metales y otro con madera.

Los 150 hombres del regimiento de caballería han desembarcado y están en tierra.

(Cáceres a Buendía).

¡Viva el Perú!

Gran día para el 28 de julio. Hay verdadera locura en el campamento: se toca diana a porfía. Tropa en sus cuarteles.

La captura del Rímac sirvió admirablemente a los peruanos para realzar las fiestas de su aniversario nacional que ocurre el 28 de julio.

Hubo en consecuencia Te Deum en la iglesia parroquial de Arica, y dijo el sermón de gracias aquel padre Sotil, animoso agustino que se había batido en la Independencia y que era considerado por los peruanos como su “padre Madariaga”.

En cuanto a los demás buques de la infatigable marina peruana, el Chalaco descargaba municiones de boca y guerra en Pisagua, el Oroya cargaba pertrechos en el Callao, el Limeña había ido a Panamá el 29 de junio a traer el 6o o 70 cargamento de armas, el Talismán remolcaba desahogadamente hasta Arica el pesado monitor de río Manco Cápac, y aun el
transporte recientemente quitado a los chilenos salía a las pocas horas de su llegada ufano e ileso para conducir de Mollendo a Arica el batallón Arequipa.

El bloqueo de Iquique era ya a esas horas, más que un crimen, un acto de idiotismo, que el país soportaba junto con su vergüenza en la calma profunda de su secular resignación.

Dio la vuelta de Mollendo el Rímac tripulado por peruanos el 30 de julio, y el 1° de agosto salía a toda máquina por el sur acompañando al Huáscar.

Iba el monitor peruano en busca de aventuras como las que persiguió por su sola cuenta en mayo contra Antofagasta, cebado ahora por el éxito de su reciente crucero en consorcio de la Unión. Pero no acompañó al comandante Grau en esta vez su antigua estrella, porque desde que dejó el puerto comenzó a alborotarse el mar por su proa con fuertes ráfagas del sur, de tal manera, que navegando a treinta millas de la costa, podía avanzar el convoy sólo seis o siete millas por hora. Para mayor contrariedad, al amanecer del 3 de agosto, y próximamente frente a Antofagasta pero muy adentro del mar, los fuertes vaivenes del temporal que corría se desencadenaron  rompiendo una pieza esencial de la máquina del Rímac, y hubo este de volver en la tarde de aquel mismo día en demanda de los diques y fraguas del Callao. El transporte otrora chileno arribó a este puerto el 7 de agosto.

Continuó su excursión al sur el atrevido y bien manejado monitor, y en la mañana del siguiente día, lunes 4 de agosto, creyó haber encontrado amplia compensación a sus esfuerzos; apareció en efecto por el sur una vela en el horizonte y le dio caza, era el vapor alemán Ibis, que aprovechando fuerte viento del sur navegaba de Valparaíso al Callao.

Por la familia peruana y albergada en Chile hasta última hora del señor Von der Heyde, hermano político del presidente Prado, supo el comandante Grau, con el abultamiento que era natural, los sucesos provocados en Chile por la pérdida del Rímac, y esto acrecentó sus bríos y sus esperanzas.

Alas 11 de esa mañana enmendó en consecuencia su rumbo hacia la costa, gobernando hacia el sud este, y de esta manera, al caer la noche, los tripulantes del Huáscar gratificaron sus ojos en los destellos del faro de Caldera que les alumbraba el sendero de una feliz sorpresa.

El monitor peruano volvía a su codiciado oficio de ave rapaz de la noche.

Dos horas después de avistado el faro, esto es, a las diez de la noche, cuenta uno de sus tripulantes, se colocó el Huáscar tras de la punta donde se encuentra el faro, de modo que no pudiera distinguírsele, no sólo de tierra, sino tampoco de la garita de aquel.

Como aún no había salido la luna y la noche era brumosa, se consiguió el objeto o pareció al menos haberse conseguido.

La sensación que reinaba a bordo en esos momentos era grande.

Todo estaba preparado como para un combate: las falcas arriadas, los cañones fuera de batería, los artilleros, guarnición y ametralladoras listos; los jefes y oficiales en sus puestos, y todo se había practicado en medio de un solemne silencio.

Se hubiera podido percibir en esos instantes hasta el vuelo de una mosca.

No salía de a bordo el menor destello, la más insignificante luz, y a duras penas se escapaba por la chimenea del buque un humo mucho más tenue y blanco que el mismo vapor, e imposible de distinguirse, ni al costado del mismo buque.

Las luces de las baterías, lo mismo que las luces de la población, las teníamos a nuestra vista, y de vez en cuando se oían las voces de ¡alerta! dadas por los centinelas de los fuertes.

A las 10.30 p.m, se destacó un bote con seis hombres bien armados y a cargo del teniente segundo Fermín Díaz Canseco, después de habérsele designado el lugar donde debía encontramos, lo mismo que las señales que debiera usar, si se le había descubierto o perseguían los enemigos.

Mientras que el bote se dirigía a tierra, el Huáscar dobló la punta del faro y volteaba al sur, entre el primero y el Morro, cuya distancia es de 7 millas poco más o menos.”

(Julio O. Reyes. Correspondencia de la Opinión Nacional a bordo del Huáscar.)

El teniente Canseco no fue sentido, pero tampoco encontró nada digno de un asalto dentro de la silenciosa bahía. Solo al regresar tropezó con una canoa en cuyo fondo dormían dos pescadores felices con la noche y su amplio acopio de suculentos congrios. Pasaron estos a las sartenes del monitor, mientras los acongojados pescadores eran interrogados confiero ceño por sus capitanes.

Por fortuna los infelices changos nada tenían que contar, excepto la risible aventura del Cochrane, que persiguiendo días hacia al Huáscar había llegado remolcado a Caldera por el Itata.

A medianoche, desengañado el comandante Grau, continuó, al parecer, de mala gana, su derrotero, que era tal vez Coquimbo, tal vez Valparaíso.

Por los tripulantes del Ibis había sabido el comandante peruano que allí se le esperaba en pavorosa noche con asustados ánimos y ¡oh dolor! con las luces de su faro, encendido durante medio siglo sin una sola intermitencia, por la primera vez apagadas.

Pero el mar, siempre parcial a Chile, atajaría esta vez la proa del insolente invasor. El martes 5 de agosto el temporal del sur había arreciado desde las ocho de la mañana y en el curso del día hizo casi imposible su ascenso.

El mar creció de un modo notable y los balances del buque aumentaban instante por instante, dice uno que venía a su bordo.

Alas doce del día soplaba un viento sur extraordinario, poco común en tales latitudes.

Según los jefes y oficiales del buque y los mismos chilenos que venían bordo, sólo en Chiloé o Cabo de Hornos se experimentaban vientos sures de igual clase.

El temporal se había desencadenado de un modo amenazante.

El cuadro que se presentaba a nuestra vista era grandioso, sublime, aterrador.

El viento silbaba furiosamente por entre el cordaje (Conjunto de cabos de una embarcación) del buque, y formaba olas inmensas, montañas de agua que levantaban al buque hasta los cielos para sumergirlo después en un abismo profundo ¡negro!, ¡sombrío!

Los balances eran terribles: nadie podía tenerse de pie.

Sobre la toldilla y fuertemente asidos de los pasamanos y candeleras, contemplábamos la sublime escena en medio de las sensaciones más encontradas.

Había instantes en que remaba el más profundo silencio, silencio sepulcral, interrumpido tan solo por el rugir del viento y de las olas y por el ruido producido por los muebles de las cámaras que se trastornaban con los balances chocando unos con otros.

El agua entraba a torrentes por todas partes.

Las cámaras, el sollado, torre de combate y pañoles se veían casi completamente inundados. Por sobre la cubierta no se podía pasar.

Las olas encapillaban por el castillo de proa, pasaban por sobre la torre de combate y se precipitaban hacia la popa, encontrando muchas veces en su tránsito las que entraban por los costados.

Los balances eran en todas direcciones: muchísimas veces los botes amenazados en los costados tocaron con las olas llenándose de agua y destrozándose en parte.

Se temía una avería en la torre, paralización en la máquina o rotura del timón.

La escena era espantosa.

La máquina del buque parecía impotente.
Llevaba 32 revoluciones, lo suficiente para marchar a seis millas por hora y, lejos de avanzar, era llevada por la corriente.

Alas cinco el temporal había aumentado extraordinariamente, y se veía que era imposible avanzar. El buque trabajaba mucho y nos encontrábamos algo lejos del puerto de nuestro destino, que era Coquimbo y sólo habíamos llegado a la altura de Huasco.

Era necesario abandonar nuestro proyecto, a pesar del entusiasmo que había para realizarlo.

El comandante hizo cerrar herméticamente todos los cubichetes para practicar una maniobra a seguir después corriendo el temporal.

Se trataba de virar, acto peligrosísimo con temporal, y sobre todo, con buques de las condiciones del Huáscar.

La hora suprema se acercaba, instante por instante.

Cada una de las férreas portas y cubichetes que se entornillaban era una esperanza menos de un siniestro; pero nada podía arredrar a los que posponían todo por la salvación de la honra de la patria.
Las cámaras y demás departamentos ofrecían un aspecto lúgubre, sombrío. Estaban con los muebles caídos, cubiertas de agua e iluminadas con lámparas.

A las seis de la tarde, sonó la campanilla telegráfica de la máquina para estar lista: un minuto después anunció media fuerza, e instantáneamente se sintieron extraordinarios balances, y el agua, a pesar de estar cerrado todo, penetraba por las pequeñas aberturas.

Aquello parecía el juicio final.

Los muebles rotos se precipitaban de un lado a otro, mientras varios oficiales se agarraban fuertemente en las columnas y otros caían y rodaban por el pavimento.

El agua apagó las luces y un crujir infernal se oía en todo el buque.

Aquello no era ya balance sino movimientos vertiginosos, capaces de crispar los nervios y atemorizar al hombre más valiente.

Cinco minutos duró la virada, pero que parecieron un siglo.

Hubo un instante en que el buque estaba completamente tumbado hacia babor, a tal extremo, que los botes de ese costado estaban dentro del agua, y vino una ola por ese mismo lado, inmensa, extraordinaria, como de veintidós pies de altura, que pareció iba a darle el último golpe, la vuelta de campana, pero por fortuna salvamos.

(Cronista peruano Julio O. Reyes. Correspondencia citada.)

Los pescadores de Caldera, cautivos en medio de esta lacrimosa batahola, se contentaban con llamar al Huáscar el chivateador: tales habían sido sus terribles vuelcos entre los espumarajos del huracán.

El interior del buque era solo un inmenso charco, y las blasfemias acompañaban al viento en sus desgarradores silbidos.

Navegando al norte y corriendo el temporal, el monitor tomó ahora alguna estabilidad, y enseguida calmado un tanto el tiempo, al día siguiente, 6 de agosto, intentó de nuevo el comandante Grau ganar camino hacia Coquimbo, pero en vano. El vendaval del sin se lo estorbó al fin por completo y a las 3 de la tarde de ese día se resolvió a intentar un golpe de mano sobre Caldera.

Al caer la tarde se acercó con este fin el monitor a la boca del puerto, y como en la noche del 4, envió un bote de reconocimiento al interior de la bahía. Cupo esta comisión al inteligente oficial don Jervasio Santillana.

Menos afortunado que el teniente Canseco y traicionado por la luna que a esa hora (las 9 y media de la noche) comenzaba a destacarse en el horizonte el bote explorador del Huáscar fue columbrado desde la garita del faro, y en el acto se hicieron en el circuito de las baterías las señales de inteligencia y de alarma.

El plan del comandante peruano era zafar de su fondeadero al transporte Lamar, que había arribado a ese puerto, y que en ciertos momentos los marineros peruanos habían confundido con el Valdivia, vapor de carga de la línea del Pacífico. Pero el transporte chileno había sido arrastrado a la playa; y si bien podía ser destruido a bala, no sería llevado en triunfo como el Rímac a los puertos del Perú.

Por lo demás,los sucesos de aquella noche están contados, como los de la del 20 de julio, en esta serie de lacónicos telegramas de la medianoche recibidos en Valparaíso por el intendente Altamirano y trasmitidos inmediatamente a la Moneda.

“Valparaíso, agosto 6.

(ll hs. 30 ms. p.m.)

El gobernador de Caldera me dice lo siguiente:

El Huáscar está en la bahía. Valdivia, que estaba cerca, salió al sur.”

E. Altamirano.


Valparaíso, agosto 6.

(11 hs. 30 ms. p.m.)

Intendente de Atacama me dice:

A estas horas anuncian de Caldera que Huáscar está en la bahía.

Lamar cerca del muelle. Medidas tomadas para defenderlo. Hay serenidad y energía en todos.

E. Altamirano.

•••

Valparaíso, agosto 6.

(nhs. 50 ms. p.m.)

Intendente de Atacama dice a las 11 hs. 45 ms.

Gobernador de Caldera comunica que el Huáscar no hace demostración hostil ninguna.

Estamos listos para contestar en caso de provocación

E. Altamirano.

• ••

Valparaíso, agosto 7.

(12 hs. 15 ms. a.m.)

Gobernador de Caldera me dice:

Hurtar está seguro contra espolonazo. Tiene su quilla tocando la arena. Lo que le podría hacer mal serían balas; pero no lo llevarán ni menos espolonearán, todavía no han hecho demostración ninguna hostil«.

E. Altamirano.

•••

Valparaíso, agosto 7.

(2 hs. 55 ms. a.m.)

Gobernador de Caldera me anuncia lo siguiente:

Huáscar salió de la bahía y parece tomar rumbo sur. Al menos salió en esa dirección.”

E. Altamirano.

•••

La visual de la noche había engañado sin embargo a los telegrafistas. El Huáscar no se dirigía al sur, sino al rumbo opuesto. A las 11 y 5 minutos de la noche del 6, ponía en efecto el monitor su proa al norte en demanda de su puerto de recalada, necesitado ya de combustibles y de reposo contra las borrascas.

Más, al pasar el día 7 frente a Taltal, a las dos de la tarde, se le ocurrió a su comandante visitar esta ensenada y destruir sus elementos de embarque, como lo efectuara en la excursión anterior en todas las caletas y puertos del desierto.

Mandó el comandante Grau con este objeto a tierra al valiente oficial limeño, don Enrique Palacios, cuya rubicunda fisonomía y dorada juvenil cabellera hizo suponer a los del puerto que era alemán; y mientras este notificaba a los pobladores la quietud a trueque de la impunidad, procuraban los últimos atraerle con halagos, llevándole de una parte a otra de la ciudad en busca del subdelegado.

¿Por qué tal empeño?

Era que el almirante Williams había sido avisado por el telégrafo de la aparición nocturna del monitor en Caldera, y subía a esas horas en su demanda desde Antofagasta acompañado por el Itata a fin de cortarle el paso. He aquí los telegramas subsiguientes que llegaron de varios puertos del litoral de Atacama que por fortuna habían sido puestos en comunicación con el centro de la república en esos mismos días:

Caldera, agosto 7.

(A las 2 ha. 20 ms. p.m.)

Huáscar entrando a Taltal en este momento una y media p.m. Nada ocurre aun.
G. Matta.

•••

Caldera, agosto 7.

(Alas3hs. 45 ms. p.m.)

Subdelegado de Taltal me dice:

Son las tres y cuarto y dos botes del Huáscar se ocupan en tomar lanchas y botes. El pueblo tranquilo y listo para impedir desembarco.

G. Matta.

•••

Caldera, agosto 7.

(A las 3 hs. 55 ms. p.m.)

El subdelegado de Taltal anuncia:

Blanco a la vista.

Huáscar que arrastraba lanchas se prepara a huir.

Va arrancando.

Esperamos que el Blanco le cierre el paso.”
G. Matta.

•••

Caldera, agosto 7.

(A las 4 p.m.)

Subdelegado de Taltal dice:

A la vista Blanco, Huáscar dejó su fondeadero y escapó con rumbo al sur, muy a la costa.

No ha hecho ningun daño.”

G. Matta.

•••

Caldera, agosto 7.

(Alas 4 hs. 15 ms. p.m.)

Blanco y transporte siguió rumbo al sur en persecución del Huáscar que tomó igual rumbo.

Huáscar va a toda fuerza de máquina.

Tal vez a estas horas se prepara un desenlace feliz para la causa de Chile.

G. Matta.

Caldera, agosto 7.

(Alas4hs. 50 ms. p.m.)

El subdelegado de Taltal dice:

Se han sentido tres cañonazos, sin duda el Blanco bate al Huáscar al sur de aquel puerto.”

G. Matta.

•••

Caldera.

(Alas 7hs. 10 ms. p.m.)

“El intendente de Atacama, señor Matta, comunica que dicen de Taltal que el vigía vio que el Huáscar, al verse perseguido por el Blanco, tomó rumbo mar adentro.

El Blanco le iba ganando la distancia y es probable le dé caza.

Se agrega que el Itata acompaña al Blanco, sirviéndole de guía en la persecución del Huáscar.”

Ignoraba el comandante Grau en ese momento, que el bloqueo de Iquique hubiese sido levantado, de suerte que pudo imaginarse iba a vérselas con uno o dos transportes, por lo cual, soltando sus colleras de lanchas, se lanzó a toda máquina en demanda del Itata que traía la delantera. Más, al reconocer al Blanco que venía en pos, torció ágilmente su rumbo, y comenzó la cuarta e infructuosa caza del monitor que el almirante chileno nos ha contado en un lacónico despacho. ¡Y aquella, sin embargo, no sería todavía la última! El Huáscar no caería en bien armada trampa sino en su quinta arremetida.

He aquí, entre tanto, el parte del jefe chileno:

A BORDO DEL “BLANCO ENCALADA”

Antofagasta, agosto 8 de 1879

Señor general:

“Tan pronto como recibí la nota de usted y los telegramas en que se me avisaban la presencia del Huáscar en Caldera, emprendí mi viaje al sur, a la 1 a. m., en convoy con el transporte Itata, a quien ordené navegar a vanguardia, y a una distancia conveniente, a fin de que, sin ser sospechoso al enemigo, nos lo pudiera señalar.

En efecto, poco antes de las 4 p.m. el Itata nos señaló vapor al sur, el que enseguida reconocimos ser el Huáscar, que como de antemano me lo había presumido, navegaba frente a la punta sur de Taltal en demanda del puerto del mismo nombre, ostentando al tope mayor y a popa dos grandes banderas peruanas, y navegando a toda fuerza sobre el Itata; más, apenas reconoció al blindado, cesó en la persecución del transporte, cambiando inmediatamente su rumbo al oeste y arriando en el acto sus banderas.

Eran las 4 p.m., y desde ese momento principiamos a perseguirlo,navegando por la cuerda del arco que él describía, acortando por este medio la distancia que nos separaba; pero habiéndolo notado, alteró nuevamente su rumbo al sur, y desde entonces, a causa de su mayor andar (siendo el del Blanco de 10.5 millas constantes), comenzó a alejársenos hasta aparecer al anochecer como un punto en el horizonte. Todo el día había estado nublado y calinoso (cargado) y la noche muy oscura, por lo que a las 8, habiéndose ya perdido de vista, e ignorando el rumbo que siguiera, suspendí la caza haciendo rumbo al norte, con la esperanza de volverlo a avistar, pues era de esperar que nuestra presencia en aquellas aguas lo haría alejarse al norte, prevalido de la oscuridad de la noche, y en tal caso nuestra persecución al sur sería ineficaz.

Acabo de fondear en este puerto con el doble objeto de renovar el carbón consumido y obtener nuevas noticias del sur respecto de este u otro buque enemigo.”

Dios guarde a U. S.

J. Williams Rebolledo.

Al señor general en jefe del ejército del norte.

Como el jefe de la escuadra chilena evidentemente bajo la influencia de un astro adverso, se dijo que aquella noche el buque almirante había estado a punto de echar a pique al Itata (que le mostraba el camino) por una falsa maniobra.

Pero si este episodio sacado de las sombras debe ponerse a la cuenta de su opaca estrella, es más justo y más grato recordar que durante la persecución de Taltal el jefe de la escuadra chilena ofreció a los maquinistas del Blanco (según por esos días se refirió) una prima de mil pesos de su bolsillo si lograban dar alcance, apurando sus fuegos, a la esquiva nave peruana.

El Blanco había recibido el aviso telegráfico de la aparición del Huáscar en Caldera el 6 de agosto a las 10 de la noche; pero solo pudo emprender su viaje cerca del amanecer del 7.

El 8 de madrugada estaba otra vez de regreso y burlado en el puerto de su partida y de su guarda.

El afortunado monitor seguía su rumbo aquella noche al norte, y tranquilamente, casi perezosamente, arribaba a Iquique el 9 de agosto, después de haber visitado en su trayecto a Cobija y Tocopilla.

Recibido con ovaciones de triunfador el infatigable comandante Grau continuó aquella misma noche su rumbo a Arica y convoyando al transporte Oroya, que venía a desembarcar cañones en Pisagua y en aquel puerto.

El Oroya conducía de retomo a Arica a nuestros gloriosos mártires de la Esmeralda que en ese puerto serían transbordados al Talismán para ser conducidos al Callao y de allí a Tarma.

Este transporte peruano acababa de llegar de Arica mostrando el camino al monitor Manco Capac, y daba la vuelta al Callao para ser empleado én nuevas excursiones de acarreo.

La actividad marítima de los peruanos durante los seis primeros meses de la guerra habría sido para Chile una lección útil si no hubiera sido una imponderable vergüenza.

 

Fuente:

  • José Carlos Ballón,
  • 2003.  UNAM, «Martí y Blaine en la dialéctica de la Guerra del Pacífico (1879-1883)»,México D.F. , página 188 – 191.

Periódico:

  • César Hildebrandt
  • 2016. «Hildedrandt en sus Trece»., Viernes 1 de julio del 2016, páginas 22 al 25.