Grau – El peruano del milenio: Angamos (X)

1.- Los últimos días en Arica

2.- Los Chilenos deciden dar caza al «Huáscar»

3.- ¿Fue de Prado la iniciativa para atacar?

4.- La última noche en Arica

5.- El Camino hacia la Gloria

6.- Angamos según partes oficiales

7.- Angamos según los historiadores

8.- Lo que dijeron los chilenos

9.- Nuestra palabra

Pintura de Muniz que se encuentra en el Museo Naval del Callao.

El combate de Angamos

El combate de Angamos, pintura de Fernando Saldías, se encuentra en Palacio de Gobierno

Torreon despúes de combate

Mariano Ignacio Prado

Pintura del «Huáscar» en llamas

Elías Aguirre, 2º Comandante del «Huáscar»

 

1.- Los últimos días en Arica

En 1880 debían de celebrarse elecciones generales para la transmisión del mando a realizarse en agosto. Los dirigentes políticos de Lima habían empezado a moverse buscando el mejor candidato para presentarlo por su agrupación. Es decir, que la clase dirigente de Lima con irresponsabilidad, trataba de ignorar la gravedad con que se iban desarrollando los sucesos del sur, como si la guerra no fuera también con ellos. Fue por eso, que aprovechando los triunfos de Grau y la popularidad que había logrado, el Partido Civil pensó en él para candidato a la Presidencia de la República y de alguna manera se le hizo conocer la idea a doña Dolores Cabero esposa del contralmirante, la cual escribió al marino, sobre esa propuesta. La reacción de Grau fue inmediata y contraria y eso se puede apreciar en la carta que envió el 27 de Setiembre a doña Dolores.

Quizá los civilistas hubieran insistido con Grau, si éste no hubiera muerto heroicamente días después. Entonces pensaron en el contralmirante Lizardo Montero, cuando ya los chilenos habían ocupado Tarapacá. Fue así como le enviaron una comunicación y le pedían el máximo esfuerzo de lograr una victoria sobre Chile para afianzar su popularidad, es decir, que no se invocaban los sagrados intereses de la patria para lograr la victoria, sino los mezquinos de la política. Sucedió, sin embargo, que Montero y el Presidente boliviano, General Campero fueron vencidos por los chilenos en el Alto de la Alianza y luego vino la debacle nacional.

A continuación damos la carta que el contralmirante Grau envió a su esposa Doña Dolores Cabero de Grau.

Monitor «Huáscar», Arica Setiembre 27 de 1879.

Muy queridísima esposa:

Ayer tuve el grato placer de recibir tu ansiada y esperada cartita del 19 en curso, cuya lectura me llenó de contento porque me anunciabas que tú, vida mía, y los niños se conservaban a Dios gracias sin novedad. Te aseguro esposa querida, que tanto como tú, lamento la inseguridad que hay ahora con la venida y salida de los vapores; pues me parece que sólo cada siglo recibo carta tuya, razón por la cual más me aburro de estar separado de ti tanto tiempo.

Sin embargo, tu crees que no te extraño y que cuando te escribo, es sólo el momento en que me acuerdo de ti, lo que te prometo no es exacto, porque te tengo siempre presente en mi memoria y en el corazón.

Hoy tengo que salir acompañando al “Chalaco” que lleva tropa para Iquique; regresaremos mañana a este puerto, donde espero al vapor que debe llevarte esta carta, anunciándote que yo sigo bien de salud.

Se está moviendo el buque con el balance, que apenas puedo escribir. Tu mamá me ha mandado una gorra muy lujosa. Salúdala y dale las gracias en mi nombre. Parece que ella te ha ocultado que me la enviaba, porque creías que era regalo de Dolores.

Había resuelto no contestarte nada respecto al asunto Presidencia, porque francamanente, me parecía era una broma, pero al ver que me lo repites nuevamente con cierta seriedad, debo decirte, que no pienso en tal cosa; por lo menos por ahora, que aún conservo la razón.

No recuerdo si en alguna de mis anteriores te he dicho que he resuelto definitivamente quedarme de simple comandante del Huáscar y al tomar esa medida, ha sido obligado por varias razones entre otras la de tener que huir a la vista de un blindado como lo hago ahora, con mi insignia izada; cosa que no podría soportar sin morirme de vergüenza como almirante. Segundo: que yo no veo un solo jefe, para comandante del «Huáscar», que maneje este buque como lo hago yo, por la larga experiencia que tengo de él. Esto puede ser vanidad o todo lo que se quiera, pero es la pura verdad.

Luego el Gobierno al remitirme el despacho, ha debido también mandarme el nombramiento de Comandante General de la escuadra y no dejarme de simple jefe de la ridícula división que tenía a mi cargo, en fin hay otras circunstancias más que sería largo enumerar. Hazme el favor de reservar esta, porque no conviene todavía que se sepa. Sólo a mi hermana Dolores se lo puedes referir, con la indicación conveniente.

Para proceder con decencia en este asunto, renuncié también al sueldo de contralmirante, pero el director de la Guerra no ha aceptado esta parte.

No dejes de darle a la madre del barbero Flores, treinta y dos soles que me ha entregado por este mes .El Colán se ha gastado todo su sueldo, pues poco rato después de haberle pagado, dijo que ya no tenía, dale, sin embargo, los nueve soles a María.

No olvides de decirle a Gómez que vaya a la “Paternal” a cobrar la inscripción ya vencida de María Luisa. Con parte de este dinero puedes complarle a los muchachos un poco de ropa de paño y blanca.

Necesito un retrato grande para la Municipalidad de Sucre. Mándalo hacer donde Courret. Te mando un barrilito de aceitunas para que me hagas el favor de enviárselo a Rosita Orbegoso a mi nombre y sin que nadie lo sepa para que no se resientan otros.

Ahora cuatro días cuando estuve en Ilo, me dijo Vicente Vico (alias) Garibaldi, que te había mandado por conducto de su agente un barrilito de aceitunas, pero que ignoraba si lo has recibido o no porque nada le has contestado

Creo vida mía que me olvidé darte las gracias por el riquísimo dulce que me mandaste con Ferreyros, recíbelas pues, aun que sea tarde.

En mi cámara nada puedo tener, porque como somos tantos de mesa, se consume todo lo que se compra, al instante. Dile a mi hermana Dolores, que después de cerrada su carta, me acordé de pedirle que cuando haya guayabas, me haga un poco de dulce de esa fruta.

Setiembre 28

Son las 12 y media del día y acabo de fondear de regreso de Iquique. Aquí me he encontrado con un vapor alemán, que probablemente saldrá hoy día directo al Callao, así que felizmente vas a recibir esta carta con más anticipación que lo que yo había pensado, pues el vapor de la carrera tiene ya dos días de atraso, y no está aún a la vista.

También he encontrado otro vapor del norte, que seguramente me habrá traído carta tuya. Ya he mandado un bote a tierra por ella. Ojalá no sufra alguna decepción, pues es el único consuelo que tengo por acá, es ver tus cariñosas letras.

No dejes de mandarme hacer un terno de ropa de uniforme, con sus respectivas insignias, menos presillas y gorra que ya me han regalado.

Mis cariños a los muchachos y tú vida mía, recibe un abrazo junto con el corazón de tu esposo que te idolatra. Miguel

Saluda a todos los amigos. He leído tu cariñosa cartita del 23, en estos momentos, y por ella sé que a Dios gracias, que tú, vida mía y los niños quedaban sin novedad. No te digo más,porque temo se vaya el vapor alemán……..(ilegible)..

.siempre borracho, ayer lo castigó Aguirre bañándolo porque se emborrachó y nos dejó sin almorzar.. Recibe un millón de caricias en premio a tu deseada y larga cartita.

Miguel

El mismo día que Grau partió de Arica al Sur, escribió apuradamente otra carta corta a su esposa. Sería esa la última comunicación que enviaría a doña Dolores Cabero de Grau.

Monitor «Huáscar”, Iquique, 30 de setiembre de 1879

Muy querida esposa:

Esta tarde llegué a este puerto convoyando al transporte «Rímac» que ha desembarcado la tropa aquí. En este vapor creí recibir carta tuya, desgraciadamente no ha sucedido así, lo que me ha contrariado, pero comprendo que no lo has hecho, porque seguramente ignorarías la salida de esos buques del Callao

El “Huacho” va a salir para el Callao y he querido vida mía, aprovechar esta oportunidad para ponerte cuatro líneas, saludándote y mandándote un millón de cariños, lo mismo que a los niños.

Reservado.-Esta misma noche voy a salir con la «Unión» a una corta excursioncita por el sur. No hay peligro ninguno, por consiguiente, no tienes porque alarmarte, ni menos asustarte. Saluda a mis hermanas y a Gómez, lo mismo que a Misia Luisa y demás familia.

Con un fuerte y cariñoso abrazo, se despide tu constante esposo que te idolatra y recuerda a cada instante.

Miguel

P.D. A Justiniano no lo he visto

Con esta carta, Grau no sólo se despide de su esposa e hijos, sino también de sus hermanas y de su cuñado en tnte. coronel Gómez. Sería la última. Lo que llamó pequeña excursioncita, epilogó en Angamos.

 

2.- Los chilenos deciden dar caza al «Huáscar»

El 30 de setiembre de 1879, el Ministro de Guerra chileno Justiniano Sotomayor que se encontraba en Antofagasta, supo que desde hacían varios días el «Huáscar» se encontraba anclado en Arica, por lo cual consultó con el Presidente Pinto, la conveniencia de atacarlo con la escuadra. El mandatario respondió que era mejor consultarlo con los jefes de la escuadra, por cuyo motivo el Ministro los convocó el 1ª de octubre a una reunión a bordo del acorazado «Blanco Encalada». La idea fue aceptada, y se dispuso que al día 2 a la l.20 de la madrugada, los barcos zarparan, incluyendo los que se encontraban en Mejillones La escuadra debía de anclar a 6 millas de Arica, y desde allí lanzar las lanchas torpederas contra el «Huáscar», mientras que el resto de la flota avanzaría lentamente y rompería sus fuegos sobre los demás barcos y sobre las baterías de tierra, en caso de fracasar este ataque, los blindados dirigirían sus fuegos exclusivamente sobre el «Huáscar», mientras el resto de la escuadra atacante cañonearía a las baterías del puerto. En caso de no encontrar al «Huáscar» y a “La Unión» en Arica, los barcos retornarían La escuadra chilena se presentó ante Arica al amanecer del día 5 y se aprestaron a lanzar las lanchas torpedo, pero el día clareó y los defensores de Arica descubrieron a la escuadra y a los torpedos, por lo cual éstos no fueron activados y como por otra parte no encontraron en la bahía ni a al «Huáscar» ni a la «Unión», tuvieron una reunión de jefes a bordo del «Blanco Encalada».y tras de un frustrado ataque a la “Pilcomayo”, se retiraron hacia el sur. Esta nave peruana siguió a la escuadra chilena a prudente distancia y logró alcanzar a la O’Higgins, con la cual se trabó en combate, retornando a las 12 del día a Arica.

 

3.- ¿Fue de Prado la iniciativa para atacar?

Hay dos versiones entre los historiadores, con relación al último viaje del Huàscar y Grau, pues mientras unos dicen que fue Grau el que solicitó en forma espontánea hacer el viaje y Prado resistió, hay otros historiadores que aseguran, que la iniciativa partió del Presidente

El historiador don Rubén Vargas Ugarte, en Historia General del Perú, La República, dice: Mientras tanto, el Presidente Prado continuó con su plan de servirse del «Huáscar» para hacerle al enemigo todo el daño posible, únicamente se le previno a Grau que debía de evitar un encuentro con los blindados chilenos, pero esta instrucción en la práctica no era de fácil ejecución y desde el momento en que la escuadra chilena tomó la ofensiva, podemos decir que era casi imposible. Grau, lo sabía y, sin embargo, no hizo objeción alguna a este plan y se dispuso a hostilizar a sus contrarios mientras fuese posible.

El historiador Guillermo Thorndike en “1879”, asegura que “El Supremo Director de la Guerra insistió en descargar un golpe por sorpresa al enemigo…..Una vez que el «Rímac» descargue pertrechos en Iquique, el «Huáscar» y la “Unión» seguirán si es preciso a Coquimbo a torpedear al buque insignia chileno, de noche y en puerto”. Grau estuvo en desacuerdo con las órdenes y consiguió rectificarlas. Imposible atacar por sorpresa en tiempos de luna llena. Planteó que sería mejor descargar el torpedo e ir al Callao a limpiar fondos y calderas y proveerse de granadas Palliser que llegarían al Callao desde Panamá a fines de octubre. El Almirante también quería blindar la cofa, para proteger a los servidores de su única ametralladora. Decía Grau: Si el «Huáscar» puede recuperar su primitiva velocidad de doce nudos, si con nueva munición puede perforar el más grueso blindaje enemigo, si cada día progresa la puntería de sus cañones, si la escuadra chilena sigue dividida en dos cuerpos, con un blindado al frente de cada uno, si es posible separarlos, para combatir de frente con cualquiera de ellos, si la orden de ataque nocturno con torpedo ha sido revocada ¿ porqué insiste el alto mando en enviar al monitor a quinientas millas al sur?

El Historiador Jorge Basadre en “Historia de la República del Perú”, expresa: “Se ha creído por algunos, a base de varios testimonios orales, que la orden para el último viaje de Grau emanó de Prado bajo la presión pública anhelosa de aplaudir, más y más hazañas, sin otorgar la debida importancia a las reparaciones que necesitaba el monitor. Prado en su manifiesto de Nueva York, fechado en agosto de 1880, desmintió esta versión. Al referirse a la fatal e inesperada pérdida del «Huáscar», afirmó que “ en ella si alguna culpa me cabe es únicamente mi condescendencia con el malogrado contralmirante Grau quien, como es público, solicitó de mí repetidas veces esa comisión, hasta que al fin tuve que ceder, no sólo por la absoluta seguridad que me daba el contralmirante, por la fe que me inspiraba su pericia y su valor, y por la ilimitada confianza que en él tenía, sino porque a la vez se presentaba la necesidad de convoyar y proteger a la división del general Bustamante, que pasó a Iquique, la misma noche de su llegada a Arica.”

El historiador Felipe Paz Soldán en “Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia , 1er.Tomo, dice: “En estas circunstancias fue cuando el Director de la Guerra, ordenó ( 30 de setiembre ) que después de convoyar al transporte «Rímac» que llevaba a la División, Bustamante a Iquique, pasara de allí directamente al Callao, pero el comandante Grau le manifestó su deseo de ir en seguida a Iquique para hacer un ligero reconocimiento, como de costumbre, en la costa enemiga, después del cual regresaría con derechura al Callao El General Prado, así como el Secretario General don Mariano Álvarez y el general Daza, se opusieron a esta expedición, en que no veían sino un gravísimo peligro, sin objeto alguno determinado que obligase a arrostrarlo, y sólo al ver el empeño que el comandante Grau tenía por emprenderla, permitió que se llevara a cabo, en convoy con La «Unión».

El historiador chileno Jorge Hinostroza en “Adiós al séptimo de línea”, II Tomo, expresa: “El almirante Grau, había desembarcado a tierra (Arica) para mostrar a su Presidente los mismos diarios chilenos (adquiridos de los barcos mercantes ingleses). Se le veía algo cansado, muy pálido y con la mirada brillándole afiebrada, cuando decía al general Prado: Lea aquí Excelencia. Los barcos chilenos zarparon de Valparaíso el 21, luego han debido desembarcar esos cinco mil hombres en Antofagasta el 24 o 25 recién pasados. Estamos todavía a tiempo Excelencia. Mis informantes me han hecho saber que en Antofagasta se preparan aceleradamente transporte más transporte para trasladar esas tropas a un punto de desembarco de nuestro territorio. El Presidente Prado se mostró alarmado y dijo: les opondremos nuestro ejército que está entre Iquique y la Noria. El almirante Grau movió la cabeza y dijo: hay algo que podemos hacer antes Excelencia, una acción positiva y de relativo riesgo para un mando experto. Luego prosiguió Grau: salir con el «Huáscar» al encuentro del convoy con soldados destinados a desembarcar en nuestro territorio, y al amparo de la noche cañonearlo, desordenar sus unidades y hundirle el mayor número de barcos. El Presidente Prado se quedó mirándolo espantado. Lo que le proponía el almirante era de una temeridad loca, casi un suicidio y expresó: ese convoy irá ciertamente protegido por los blindados y toda la escuadra enemiga. Grau le replicó: no les temo excelencia, aún más, ansío de todo corazón realizar este intento. Pero había en su voz, un tono desconocido, se expresaba con un acento tan hondo, grave y melancólico, que parecía estuviera dominado por la videncia de su fin y se resignara a salirle al encuentro. Luego continuó Grau: póngase en mi lugar Excelencia, la guerra naval seguramente pasará a un plano secundario al comenzar la campaña de tierra ¿ Puedo resignarme a dar por terminada mi labor sin antes echar a pique a unos cuantos barcos enemigos ?

¡No puedo aceptar su plan, almirante ¡ protestó el General Prado tratando de disuadirlo. Es muy expuesto, los blindados chilenos están reparados y ….Grau lo interrumpió: Le suplico esta autorización Excelencia, y le prometo que una vez más el «Huáscar» no dejará mal puesto el honor del Perú.

El Presidente Prado, agachó la cabeza. No tuvo ánimo de oponerse a la personalidad avasalladora del almirante. Además, Grau siempre había cumplido sus promesas y siempre tuvo éxito.

¡ Está bien ¡ aceptó en voz baja. Lo autorizo para intentar ese ataque, aunque me da pavor pensar en que esta pueda ser la última empresa del «Huáscar».

¡ Gracias Excelencia! El rostro tenso del almirante se relajó y hasta ensayó una sonrisa forzada.se puso de pie, se inclinó rígidamente y dijo: ¿ Hasta la vista Excelencia! Zarparé mañana al alba. Grau salió con paso lento. Ya Prado no lo volvería a ver más.” Todo esto corresponde a la narración del historiador chileno.

 

4.- La última noche en Arica

Habiendo decidido Prado la partida del «Huáscar», que se encontraba en Arica; el 30 de setiembre el Presidente y su Secretario Mariano Álvarez dieron a Grau precisas instrucciones sobre la conducta a seguir en diversas circunstancias. Estas instrucciones eran las siguientes:

1ª El Monitor «Huáscar», la corbeta «Unión» y el transporte «Rímac» saldrían inmediatamente en convoy bajo las órdenes del Contralmirante Grau.

2ª.-Se dirigirán a Pisagua y desembarcarán allí a los jefes, oficiales y bultos pertenecientes al ejército boliviano.

3ª.- Concluido el desembarque se dirigirán inmediatamente a Iquique y desembarcarán las fuerzas que lleva el «Rímac», en el que se embarcará toda la madera que allí existe con destino este puerto de Arica. Una vez embarcada la madera, el «Rímac», se vendrá inmediatamente a este puerto.

4ª.- Concluido el desembarque, el «Huáscar» y la Unión a las órdenes del Contralmirante Grau, zarparán con rumbo a Tocopilla, a donde llegarán en la noche y si existiera allí algún blindado enemigo, el Almirante Grau mandará aplicarle el torpedo que con tal objeto va embarcado a bordo bajo la dirección de D.N. Waigh, encargado de su manejo y aplicación.

5ª.- Si no hubiese blindado en Tocopilla, pero sí algún otro buque enemigo, el Almirante Grau, lo tomará, lo inutilizará o echará a pique, según las circunstancias.

6ª.- En cualquiera de estos dos últimos casos, el Almirante Grau resolverá si conviene dirigirse a Antofagasta en busca de algún blindado sobre el cual aplicar el torpedo o en caso de no encontrarlo, cometer o no, alguna hostilidad, según su juicio.

7ª.-En ningún caso comprometerá el Almirante Grau ninguno de los buques a su mando y si encontrase buques enemigos en tránsito, sólo se batirá con fuerzas inferiores, salvo de encontrarse en imposibilidad de retirarse ante fuerzas superiores, en cuya circunstancia, cumplirá con su deber, Julio O. Reyes corresponsal de “La Opinión Nacional” había hecho toda la campaña bélica a bordo del «Huáscar». El 30 de setiembre por la noche Grau estaba con un grupo de oficiales del monitor y entre ellos se encontraba Reyes, el que después de Angamos escribió lo siguiente:

La noche que zarpamos de Arica, el comandante Grau estaba pensativo y sombrío, cosa muy rara en él. Encontrábamos como de costumbre, reunidos en su cámara, con nuestro amigo y compañero el Doctor Santiago Távara, y no se manifestaba tan comunicativo como otras veces, El comandante Grau que tenía en los momentos del combate la valiente altivez del león, se mostraba después con el corazón franco y sencillo del niño y se enternecía fácilmente.

Estoy muy triste, algo cuya causa ignoro, me tiene atormentado desde la mañana”, nos decía nuestro querido y respetado jefe, y reclinando su cabeza sobre las manos, permaneció mudo y silencioso, comunicándonos también su tristeza.

¿ Qué pensamientos cruzarían entonces su mente? ¿ Qué terribles y espantosas tormentas se agitarían en su corazón para arrancarle las doloridas quejas que oyeron escapársele de su pecho?

La sonrisa que vagaba siempre por sus labios había desaparecido por completo. Y lo que pasaba con el comandante, pasaba también con la mayoría de los oficiales. Se entristecían un momento, pero luego, muy luego, unos y otros vencían los secretos impulsos de su corazón y reanimaban su espíritu, con la idea d marchar en defensa de la honra de la Patria.

Cuenta Reyes, que decían: Vamos en camino a la inmortalidad, nos decíamos unos a otros y agregaba un tercero: “Sí, vamos en camino a la inmortalidad, en pos de la gloria póstuma.

 

5.- El Camino hacia la gloria

El «Huáscar» llegó a Iquique a las 4 y 30 de la mañana del día 30 de setiembre, con el «Rímac», y la «Unión» desembarcó al resto de la división Bustamante y a las 4 a.m. del 1ª de octubre zarpó hacia el norte, aparentemente retornando a Arica, pero a la hora de navegación, dispuso que el “Rímac” continuara navegando al norte, mientras que el «Huáscar» con la «Unión», penetraban mar adentro y luego volteaban al sur, rumbo a las costas de Chile. Como hemos dicho, la escuadra Chilena partió el 2 de octubre rumbo a Arica y en búsqueda del «Huáscar”, pero los barcos peruanos y enemigos se cruzaron en alta mar, a la altura de Chipana, sin verse, por estar muy distanciados

A las 7.30 de la mañana, la escuadrilla peruana pasaba por las proximidades de Mejillones y el vigía chileno situado en Punta Angamos, dio la voz de alerta. Las autoridades de ese puerto de inmediato telegrafiaron a Antofagasta que estaba un poco más al sur, la presencia de los dos barcos peruanos. La noticia causó desconcierto y preocupación en el campamento militar chileno de Antofagasta. Mientras tanto Grau seguía penetrando en mar chileno. El 4 de octubre a las 3 de la tarde se recibe en Antofagasta, otro telegrama que decía: teniente de Peña Blanca, envíame mensajero anunciándome «Huáscar» y la «Unión» están frente a la

caleta de Chépica, conversando con vapor “Chala” del servicio de pasajeros, Exigida confirmación noticia, mismo teniente Aduana amplía diciendo que «Huáscar», apoderóse de una goleta en Sarco y pasó el día en acecho en Punta Leones.- Guillermo Mata, Intendente de Atacama,

Es decir, que en esos momentos la flotilla peruana estaba al sur de Caldera, muy adentro del mar chileno. Pero no se detuvo y siguió avanzando. El 5 de octubre, desde Coquimbo a las 2 de la madrugada las autoridades chilenas enviaban a Antofagasta el siguiente telegrama: «Huáscar» entró silenciosamente en bahía, recorriéndolo en busca de buques nuestros. No hallándolos prosiguió navegando al sur.”

La información que tenía Grau, era de que uno de los blindados enemigos se encontraba inmovilizado en Caldera y por eso se aventuró tanto y de forma tan temeraria en mar chileno.

El mismo día 5 de octubre, desde la caleta de Tondoy, se anunciaba telegráficamente: «Huáscar», apareció al amanecer frente al puerto.”. La flota peruana avista al “Cotopaxi”y abordó a las 12.30 p.m. al vapor Illo, que navegaba al sur. Una hora más tarde continuó Grau navegando también al sur, hacia los Vilos.

Luego a las 12 de la noche, se envían telegramas tanto a Antofagasta como a Valparaíso, cuyo contenido era el siguiente: «Huáscar» llegó este puerto a las 10 de la noche, fondeó unos minutos, observó y virando en redondo, regresó rectamente al norte.»

 

La audacia de Grau había llegado a límites extremos en su desesperación por encontrar algunos barcos chilenos inmovilizados para torpedearlos. Vilos, sólo se encontraba a pocas horas de Valparaíso, pero en este puerto no hubo alarma, porque el telegrama decía que Grau ya estaba de regreso. A lo mejor Grau hubiera llegado hasta Valparaíso a no ser por una información maliciosamente tomada frente a Vilos, cuando el 5 detuvo al mercante “Cotopaxi” de la compañía inglesa, en donde un pasajero le dijo malintencionadamente, que el general Erasmo Escala, nuevo jefe chileno de las fuerzas en Antofagasta estaba ya listo para iniciar la invasión del Perú por Iquique. Esta mala información a la postre significó el sacrificio de Grau, pues cayó en la ratonera de Antofagasta. A toda máquina Grau regresaba al norte cuando el día 7 a las 9 de la mañana, a la altura de Coquimbo, el «Huáscar» tuvo desperfectos en su maquinaria, lo que lo obligó a ingresar mar adentro para reparar las fallas y para evitar el encuentro de mercantes que pudieran dar a conocer su posición. A la l y l5 de la tarde continuó su viaje al norte. Sin embargo, el mercante inglés “Cotopaxi” que iba de norte a sur, se cruzó con el «Huáscar» a las 10 de la noche y llevó la noticia a Valparaíso, lo cual permitió al Ministro de Guerra chileno trazar planes para hacer caer al monitor en una trampa.

El 2 de octubre, el jefe de la flota chilena Galvarino Riveros, después de salir de Arica, tuvo una reunión con sus jefes y se trazó una estrategia para perseguir al «Huáscar», pero como recibieran otra orden de Santiago de Chile, y la información de que la flotilla peruana tocaría pronto en Mejillones, se volvieron a reunir el 5 de octubre y acordaron dividir a la flota en dos grupos, con un acorazado en cada grupo y distribuidos de tal forma que los barcos peruanos no pudieran escapar Con las noticias del Cotopaxi, el Gobierno chileno se reafirmó en sus planes..Mientras tanto Grau navegaba hacia el norte completamente ajeno a los preparativos que se hacían

 

6.- Angamos, según partes oficiales

Vamos a dar varias versiones de lo que fue el Combate de Angamos que tuvo lugar el 8 de octubre, de 1879, en donde Grau, sus heroicos compañeros y el «Huáscar» se cubrieron de gloria.

Parte del Teniente Pedro Gárezon, último comandante del Huáscar, que cayó prisionero de los chilenos.

Comandancia accidental del monitor «Huáscar», a bordo de vapor “Copiapó” Antofagasta, octubre 10 de 1879

Señor

Capitán de Fragata Manuel M. Carvajal. S.C.

Tengo el honor de poner en conocimiento de Usted, los hechos ocurridos a bordo del monitor «Huáscar»,durante el combate que sostuvo con los blindados chilenos «Blanco Encalada», “Cochrane» y goleta «Covadonga», el 8 del actual, frente a Punta Angamos, y después de la lamentable pérdida del Contralmirante don Miguel Grau, de haber Ud. caído herido; y muerto el 2ª Comandante, Capitán de Corbeta Elías Aguirre, el Oficial de Detall don Diego Ferré Teniente 1ª y el de igual clase don Melitón Rodríguez. En este momento el «Huáscar» se encontraba sin gobierno por tercera vez, pues las bombas enemigas penetrando por la bovedilla, habían roto los aparejos y cáncamos de la caña, lo mismo que los guardines de combate y los varones de cadena del timón. Estas bombas al estallar, ocasionaron por tres veces, incendios en las cámaras del comandante y oficiales, destruyéndolas completamente. Otra bomba había penetrado en la sección de la máquina, por los camarotes de los maquinistas, produciendo un nuevo incendio y arrojando los mamparos sobre los caballos, que pudieron continuar en movimiento por haberse aclarado, con la debida actividad, los destrozos que cayeron sobre ellos. También tuvimos otros dos incendios, uno bajo la torre del comandante y otro en el sollado de proa.

En este estado se me dio parte de que una bomba había roto la driza de nuestro pabellón, pasé entonces a popa y ayudado por el artillero de preferencia Julio Pablo, la icé personalmente, entre las vivas entusiastas de la gente.

Los blindados hacían entonces fuego nutrido de artillería y ametralladora, el uno a veinte metros de distancia por la aleta de estribor, el otro por la cuadra de babor, y la «Covadonga» por la popa, más o menos a igual distancia.

La torre se encontraba ya completamente inutilizada por las bombas Palliser, que atravesaron su blindaje; sacaron fuera de combate al cañón de la derecha, destruyendo uno de los muñones, e inutilizando el compresor. Un casco de bomba penetró en las ruedas y plancha de la torre, destrozando dos cigüeñas y dejándola completamente sin movimiento,

Otras dos bombas penetraron por las portas, y dieron muerte a todos los sirvientes de los cañones, quedando sólo el marinero Manuel Proaño que acababa de reemplazar a los sirvientes puestos fuera de combate, por los proyectiles recibidos anteriormente.

En este estado, y siendo de todo punto imposible ofender al enemigo, resolví de acuerdo con los tres oficiales de guerra que quedaban en combate, sumergir el buque antes de que fuera presa del enemigo; y con tal intento mandé al alférez de fragata Ricardo Herrera, para que en persona comunicara al primer maquinista, la orden de abrir las válvulas, lo cual fue ejecutado en el acto, habiendo sido para ello indispensable parar la máquina, según informe que acompaño de dicho maquinista. Eran las 11 y diez minutos a.m. cuando se suspendieron los fuegos del enemigo. El buque empezaba ya a hundirse por la popa y habríamos conseguido su completa sumersión, si la circunstancia de haber detenido el movimiento de la máquina no hubiera dado lugar a que llegaran al costado, las embarcaciones arriadas por los buques enemigos, a cuya tripulación no nos fue posible rechazar por haber sido inutilizadas todas las armas que teníamos disponibles. Una vez a bordo, los oficiales que la conducían, obligaron a los maquinistas revólver en mano, a cerrar las válvulas cuando ya teníamos cuatro pies de agua en la setina y esperábamos hundirnos de un momento al otro, luego procedieron activamente a apagar los varios incendios que aún continuaban, y nos obligaron a pasar a bordo de los blindados, junto con los heridos.

El número de proyectiles que ha recibido el buque no se pueden precisar, pero apenas ha habido sección que no haya sido destruida, haciendo imposible un examen detenido, por la conglomeración de destrozos, y el poco tiempo que hemos podido disponer para ello.

Antes de concluir, creo de mi deber, manifestar que todos los oficiales y tripulantes del buque, se han distinguido por su entusiasmo, valor y serenidad en el cumplimiento de sus deberes

Debo igualmente manifestar que cuando los oficiales y tripulantes de los botes subieron a la cubierta del buque, encontraron el pico caído por haberse roto la driza de cadena que lo sostenía, de manera que el pabellón pendía de él y que había sido izado por segunda vez, se encontraba en la cubierta, cuya circunstancia hice notar al teniente 1ª Señor Toro del «Cochrane» y a otros oficiales cuyos nombres no recuerdo

Todo lo que tengo el honor de poner en conocimiento de Ustedes para los fines a que haya lugar. Dios guarde a Ud. señor comandante.

Pedro Gárezon

Este parte fue elaborado el 10 de octubre a bordo del “Copiapó , al ancla en Antofagasta donde estaba detenido Gárezon, el mismo que fue enviado al campamento de prisioneros de San Bernardo, el día 16.

Gárezon dice en su parte, que estaba acompañando el Parte del 1er. Maquinista que era el Ingeniero inglés Samuel Mc Mahon. Dicho parte dice lo siguiente:

A bordo del vapor “Copiapó”, al ancla, Antofagasta, octubre 10 de 1879.

Señor .-

Comandante accidental del monitor «Huáscar», S.C.

En cumplimiento de mi deber tengo el honor de comunicar a Ud. todo lo ocurrido en el departamento de la máquina durante el combate con los blindados chilenos y la goleta «Covadonga», el 8 del presente.

A las 4 hs. a.m. recibí orden de ir a toda máquina, porque algunos humos estaban a la vista, aumenté el andar a sesenta revoluciones, teniendo de veinticinco a veintiséis libras de vapor. A las 5 y 40 a.m. recibí orden del Contralmirante Grau, para disminuir el andar, desde esta hora hasta cerca de las 8 a.m., la máquina iba de cincuenta y dos a cincuenta revoluciones por minuto. El blindado «Cochrane» y dos buques más, se avistaron por el Norte cerca de las 7 y 30, pero a distancia que sólo se veían los humos y no muy claros, por eso el señor Contralmirante Grau, creyendo sin duda pasar claro sin aumentar el andar, no me dio orden para ello.

A las 8 y 30 a.m. me llamó el señor Contralmirante y me ordenó que hiciera tres o cuatro revoluciones más; después de dar las órdenes necesarias subí a la cubierta para ver la posición de los buques enemigos, y vi en efecto que el blindado «Cochrane» nos ganaba notablemente. Volví a la máquina y di órdenes Para hacer todo el vapor posible teniendo ya bien seguras todas las válvulas de seguridad para dar la mayor presión y entonces tuvimos de veinticinco a treinta libras de vapor, lo que con 26 a 27 pulgadas de vacío daba a la máquina de sesenta a sesenta y tres revoluciones, en este estado si el buque no hubiera estado con sus fondos sucios, hubiera andado doce o más millas en lugar de once que en mi concepto es lo que más ha andado el buque.

La primera bomba que tuvo efecto en el departamento de la máquina fue por el costado de babor de mi camarote, rompiendo la lumbrera y echándola encima de los caballos; (H-P-) así como también una porción de tornillos y pernos del blindaje, produciendo un incendio en dicho lugar.

La segunda se llevó el cubichete de la máquina, arrojando encima de los caballos una lluvia de trozos de madera.

La tercera vino de popa por la cámara de oficiales trayendo una gran cantidad de astillas y mamparos rotos de la máquina.

La cuarta vino por el costado de estribor al centro del departamento reventando dentro, rompiendo los camarotes de dicho lado y destruyendo todo el departamento; esta bomba dejó algunos muertos e hirió a otros, entre los cuales se encontraba el doctor Távara y el señor John Griffith, capitán de la presa “Coquimbo”, en este momento la máquina estaba completamente cubierta por trozos de madera, fierros y camas, gracias a la Providencia, no hubo ninguna avería en la máquina, Durante este tiempo todo el departamento estaba lleno de humo, procedente del incendio ocasionado por las bombas.

En la sala de fuegos no hubo material avería, pero por el número de bombas que habían reventado en el interior de la chimenea, estaba llena de humo y de hollín haciendo imposible ver los indicadores de vapor y de agua de las calderas.

Como las cámaras estaban demolidas, fue necesario mandar abajo a los heridos, la mayor parte de ellos fueron puestos en la carbonera de proa, el capitán de fragata Carvajal, fue conducido con dos o más al peñol de la máquina.

En este estado, y viendo los oficiales que era imposible la salvación del buque, recibí orden personal y privada del alférez de fragata don Ricardo Herrera para abrir las válvulas y echar el buque a pique, cuya orden ejecuté en el acto con toda la actividad y deseo posibles, sacando los heridos de abajo, y después de esto tuve que parar la máquina para sacar las puertas de las condensadoras, pero no tuve tiempo suficiente para concluir de sacarlas, pues fuimos abordados y tomados prisioneros; en este momento el buque tenía tres o cuatro pies de agua en la setina inferior, y en pocos momentos iba a empezar a entrar el agua por los agujeros hechos por las bombas enemigas y el buque se hubiera ido violentamente a pique.

Yo y el segundo ingenieros, fuimos amenazados con revólveres al pecho, diciéndonos que moviésemos la máquina y sacásemos el agua. Nosotros rehusamos hacerlo por ser prisioneros de guerra, pero nos dijeron que los ingenieros del «Rímac» habían sido forzados a entrar a la máquina bien, y nosotros teníamos que hacerlo, por pena de morir. No concluiré sin manifestarle que he tenido gran placer al ver el entusiasmo, valor y disciplina de mi gente. Todos han cumplido con su deber hasta el último momento, particularmente el segundo ingeniero Thomas Hughs a quien había encargado todo el cuidado de las máquinas y de la gente de la parte de abajo, y no subió hasta que el agua estaba cerca de las hornillas. Es cuanto en verdad y justicia puedo decir para los fines consiguientes.

Dios guarde a Ud.

Samuel Mc Mahon, primer ingeniero.

Parte del Capitán de Fragata Manuel Carvajal, desde San Bernardo, en Chile lugar donde estaba prisionero, que enviaba al Contralmirante Lizardo Montero, jefe de la plaza de Arica.

San Bernardo octubre 16 de 1879.

Señor Contralmirante, Comandante General de las baterías y fuerzas de la plaza de Aricas. S.C.G.

El 30 del mes pasado, a las 4 .50 a.m. zarpamos de ese puerto en el monitor “Huáscar”,con transporte “Rímac” convoyando, hasta el de Iquique al transporte “Rímac” que conducía la división al mando del señor general Bustamante.

Encontramos durante el trayecto al vapor de la carrera, frente al puerto de Mejillones y fondeamos en Iquique a las 4 y 20 p.m. Inmediatamente se procedió al desembarque de la división y terminado éste, zarpamos a las 4 a.m. del 1ª del corriente en compañía del “Rímac” y de la “Unión” que había entrado al puerto en la tarde del día anterior. Una hora después de acompañar al “Rímac” en su viaje al Norte, el “Huáscar” y la “La Unión” hicieron rumbo al O y después de separarnos algunas millas de la costa, se dirigieron al sur.

El 4 del presente a las 9 a.m. avistamos un vapor que navegaba por el N próximo a la costa. Fuimos a su reconocimiento y resultó ser el “Chala” de la compañía inglesa.

Terminado el reconocimiento hicimos rumbo a Sarco y llegamos a éste a las 10 y 30.m. En dicha caleta se encontraba fondeado el bergatín-goleta “Coquimbo” con pabellón inglés, pero registrados sus papeles se vino en conocimiento, de que anteriormente al estado actual de la guerra, este buque enarbolaba la bandera chilena y había obtenido del Cónsul británico en Coquimbo, con fecha posterior a la declaratoria de guerra, el certificado provisional de registro, para enarbolar el pabellón inglés.

Por estos motivos y continuando el buque en el ejercicio del mismo tráfico que había tenido antes del cambio de pabellón, fue remitido al Callao a cargo del teniente Graduado Arnaldo Larrea, con dos aspirantes y siete individuos de tripulación, a fin de que en ese puerto, se le someta al juicio de presa respectivo. El capitán del buque y cuatro individuos de tripulación, fueron trasladados al “Huáscar” por vía de precaución. A las 3 y 30 p.m. dejando el bergatín a la vela con rumbo a su destino, continuamos para el sur.

El 5 del presente a la 1 y 50 a.m. estuvimos en el fondeadero del puerto de Coquimbo y permanecimos en él una hora, sin que nuestra presencia fuese descubierta. Se hallaban allí fondeados la fragata de guerra norteamericana “Pensacola” y la corbeta de S.M.B. “Thetis”. Después de este reconocimiento, salimos del puerto y nos dirigimos al sur, haciendo rumbo a Tongoy, donde encontramos y reconocimos al vapor “Cotopaxi” de la Compañía Inglesa, que pocos momentos después se dirigió al sur. A las 12 y 30 p.m. avistamos un vapor que atravesaba por la boca del puerto indicado y salimos en su demanda.

A la 1 y 30 p.m. nos comunicamos con él, y resultó ser el vapor “Ilo” de carrera que se dirigía al N.. Después de este reconocimiento permanecimos aguantados frente la punta de Coquimbo, con el objeto de hacer algunas recuperaciones en la máquina del Huáscar y terminada dicha operación a las 3 p.m navegamos algunas millas hacia el NO para separarnos de la costa, y en seguida hicimos rumbo al N.

A las 9 a.m. del 7 detuvimos otra vez nuestra marcha para hacer nuevas reparaciones en la máquina del “Huáscar” y tomamos 300 sacos de carbón de la “Unión”, pues estábamos escasos de combustible. Concluido el transbordo a la 1.5 p.m. continuamos nuestra derrota al Norte.

A las 10 p.m. del mismo día se avistó una luz por la proa, nos aproximamos a ella y teniéndola al costado, media hora después, pudimos reconocer que era un vapor de la carrera que se dirigía al sur.

A las 12 h. del 8 del que rige, divisamos las luces del puerto de Antofagasta e hicimos rumbo sobre ellas.

A la 1.a.m. arribamos al fondeadero y después de reconocerlo durante una hora, salimos de la bahía a reunirnos con La “Unión” que había quedado en la boca del puerto, lo que conseguimos a las 3.15 a m. y nos poníamos rumbo para el norte, cuando avistamos por la proa tres humos, nos acercamos lentamente a ellos para reconocerlos y comprendido que eran buques enemigos entre los cuales se cambiaban señales, hicimos rumbo al S.O. para separarnos de la costa y de la dirección de ellos.

Al amanecer pudimos reconocer perfectamente al “Blanco Encalada”, la “Covadonga” y el Matías Causiño, del primero de los cuales nos separaba una distancia como de seis millas. El “Blanco Encalada” y la “Covadonga” nos siguieron en caza, habiéndose dirigido el Matías Causiño para Antofagasta. Puestas las máquinas a toda fuerza, el “Huáscar” con un andar de 10 ¾ millas logró pronto hacer proa sucesivamente al O.y al N. quedando con su derrota libre hacia este lado, pero siempre perseguido por los buques mencionados.

Así continuábamos, cuando a las 7 h. 15 a.m. avistamos por el N-O. a tres humos que pocos minutos después pudimos reconocer entre ellos al “Cochrane”, la O’Higgins y el “Loa”, que hacían rumbo a cortar nuestra proa. Se mandó entonces forzar la máquina para evitarlo, ganando camino hacia el N. Antes de ser cortados. La “Unión” que venía por nuestra cuadra de babor pasó a la de estribor y merced a su andar avanzó al norte.

No sucedió así con el “Huáscar”, a pesar de los esfuerzos que se hicieron con tal objeto, de suerte que a las 9 h. 40 m. siendo inevitable el encuentro, afianzamos nuestro pabellón, disparando los cañones de la torre sobre el “Cochrane” a 1.000 metros de distancia. El “Blanco Encalada” y la “Covadonga” venían a seis millas por nuestra popa; la O’Higgins y el “Loa” se dirigieron a cortar el paso a La “Unión”. El “Cochrane” no contestó inmediatamente a nuestros disparos sino que estrechó la distancia merced a que traía mayor andar que nosotros, de manera que sólo cuando estuvo a 200 metros por babor hizo sus primeros disparos. Uno de ellos perforó el blindaje del casco de la sección de la torre a un pie sobre la línea de agua y el proyectil estalló dentro de la sección sacando a doce hombres de combate; otro de ellos cortó el guardín de babor de la rueda de combate y nos obligó a gobernar con aparejos.

Como diez minutos después de haber sufrido esta avería, sufrimos otra de mayor consideración, un proyectil chocó en la torre del comandante, la perforó y estallando dentro hizo volar al Contralmirante Señor Grau, que tenía el mando del buque y dejó moribundo al Teniente 1ª Diego Ferré que le servía de ayudante. Entonces tomó el mando del buque, el 2ª Comandante Capitán de Corbeta don Elías Aguirre y bajo sus órdenes se continuó el combate, cada vez más tenaz y sostenido.

Las dificultades de gobierno, no permitían al “Huáscar” mantener una dirección constante, de manera de manera que solo aprovechaba parte del andar que le producía la máquina; esto fue causa de que el Blanco y la “Covadonga”, llegasen a estrechar su distancia hasta ponerse a 200 metros por la aleta de estribor. En esta situación no contando ya el “Huáscar” con la ventaja de su andar y encerrado entre los blindados, a la par que dirigió sus fuegos sobre el Blanco, viró para embestirle con el espolón, ataque que fue prontamente evadido y que dejaba al buque a merced de las buenas punterías de los blindados y aun de la “Covadonga”.

En esta circunstancia, el que suscribe que se encontraba al costado del cañón derecho de la torre, fue herido por los destellos de una bomba que penetró en la torre y estalló dentro de ella, imposibilitado para continuar apreciando por sí mismo las demás circunstancias del combate, fue conducido (Carbajal) a la sección de la máquina, donde se le prodigaron las atenciones que su estado exigía.

El parte adjunto del Teniente 1ª Pedro Gárezon en quien recayó por ordenanza el mando del buque a consecuencia de la muerte del 2ª comandante Aguirre y del estado en que se encontraba el que suscribe, dará a Ud. los detalles de la manera como llegó a su fin, este reñido y desigual combate.

El “Huáscar” cayó en poder del enemigo, cuando no le fue posible ya continuar su resistencia, inutilizados sus cañones, roto el timón y diezmada su tripulación. Pero como último recurso se abrieron las válvulas, para sumergir al buque y se hubiera conseguido este resultado si al llegar al costado del Huáscar las embarcaciones del enemigo, hubiera sido posible resistirlas de algún modo.

No siendo esto así, sus tripulantes (los chilenos) tomaron posesión del buque, detuvieron su sumersión cuando ya tenía cuatro pies de agua en sus fondos; extinguieron algunos incendios que aun se conservaban a proa y popa del buque y finalmente lo condujeron a Mejillones, no sin algunas dificultades, favorecidos por la tranquilidad en que se encontraba el mar. Todos los tripulantes que, heridos en su mayor parte, sobrevivían fueron tomados prisioneros y transbordados a los blindados donde se les prodigó la más exquisita consideración y asistencia.

Antes de terminar, séame permitido expresar a Ud. el profundo sentimiento que me ha causado a los oficiales y demás tripulantes del monitor “Huáscar”, la irreparable muerte del valiente Contralmirante don Miguel Grau y de sus dignos subordinados, el Capitán de Corbeta Elías Aguirre y los Tenientes 1ª don Diego Ferré y don Melitón Rodríguez, a quienes he tenido ocasión de ver desaparecer, cumpliendo hasta el último con su deber y recomendar así mismo a la consideración de Ud. el valor, entusiasmo y serenidad que durante este desigual combate ha distinguido a los oficiales y demás tripulantes del “Huáscar”. Adjuntas encontrará Ud. las listas de los presentes a bordo durante el combate, igualmente que la de los muertos y heridos.

En el puerto de Mejillones quedaban el Teniente 2ª don Enrique Palacios, el cirujano mayor doctor don Santiago Távara y varios de los tripulantes que por el estado de sus heridas, no ha sido posible trasladarlos a este lugar. Los demás heridos se encuentran en Valparaíso, en Santiago yen esta población conforme al estado de su gravedad.

Todo lo que tengo el honor en dar conocimiento de Ud. a fin de que por su digno órgano, llegue el Excelentísimo Señor General Supremo Director de la Guerra. Dios guarde a Ud. S.S.C.G.- Manuel Melitón Carvajal.

 

7.- Angamos según los historiadores

Don Rubén Vargas Ugarte en el X Tomo de la “Historia General del Perú” relata el cruento suceso del siguiente modo:

A las 12 de la noche se divisaron las luces de Antofagasta. El monitor entró en el fondeadero, mientras la «Unión» seguía a Punta de Tetas. A las 3 y 30 a.m. volvieron a unirse las dos naves y prosiguieron hacia el norte, navegando a dos o tres millas de la tierra. Según A. García y García, comandante de la «Unión», que seguía las aguas del «Huáscar», el monitor se desvió rápidamente hacia el O. y luego al SO. haciendo la señal de buques enemigos. Así era en efecto, el humo de cuatro buques se veía distintamente hacia el Norte y muy cerca de los barcos peruanos- Eran las 4 y 30 hs. Y aunque la luna estaba fuera, el tiempo estaba brumoso, el viento fresco del sur, desfavorable al «Huáscar», y la «Unión» maniobró a fin de colocarse entre el «Huáscar» y los enemigos, los cuales se dirigieron a la «Unión» cuyo humo divisaban, en tanto que el «Huáscar» continuaba hacia el norte, en la dirección más favorable a su marcha. A las 5 y 30 había aclarado bastante y entonces se dio cuenta Grau que sus perseguidores, eran un blindado y tres barcos más. En cuanto fuimos reconocidos – dice García y García – estando el «Huáscar» como tres millas al norte, los barcos chilenos gobernaron todos a su demanda. La «Unión» pasó a colocarse entre unos y otros, manteniendo una distancia de cinco a seis mil metros.

En el «Huáscar» se dieron perfecta cuenta de la aproximación del enemigo e hicieron rumbo al S.O. para alejarse de la costa y de la dirección que seguían los contrarios: el «Blanco Encalada», la «Covadonga» y el” Matías Causiño”, y del primero de los cuales lo separaba una distancia de 6 millas, emprendieron la caza del «Huáscar», pero poco después el “Matías Causiño” se dirigió a Antofagasta; según la narración de Carvajal se dio toda la fuerza posible a las máquinas, con un andar de diez y tres cuartos de milla, con lo cual el «Huáscar» quedó con su derrota libre hacia el norte, siendo perseguido por los buques citados

Continúa don Rubén Vargas Ugarte narrando la acción de Angamos según el parte de Carvajal hasta un poco después de la muerte de Grau, y luego dice: La Torre, comandante de esta nave (el «Cochrane») al ver caer la bandera del palo mayor del «Huáscar», creyó que se rendía, pero como esta nave prosiguiera sus movimientos y poco después el oficial Enrique Palacios reponía el pabellón bajo los fuegos del enemigo, intentó espolonear al «Huáscar», este pudo evitar el encuentro, pero vino a quedar entre el «Cochrane» y el «Blanco Encalada» que se acercaba rápidamente; este último, sin dejar de hacer fuego, intentó también de echarse sobre el «Huáscar», pero el monitor logró esquivar el golpe y no pudo hacer otra cosa sino enderezar su proa hacia el norte. Los primeros disparos del «Cochrane» habían perforado el blindaje de la sección de la torre del monitor, un pie sobre la línea de agua. Otro proyectil estalló dentro de esta sección poniendo fuera de combate a doce hombres. Otro destrozó las cadenas de la caña del timón de combate y hubo que gobernar con aparejos. Diez minutos después, refiere Carvajal, un proyectil chocó en la torre del comandante, la perforó y estallando dentro hizo volar al contralmirante y dejó muy mal herido a su ayudante Diego Ferré. Sigue el Historiador Vargas Ugarte la narración de Carvajal, hasta el momento en que Gárezon asume el mando y envía al Alférez Ricardo Herrera, a decir al jefe de máquinas que abra las válvulas, lo cual se ejecutó en el acto, habiendo sido necesario para ello parar las máquinas. Eran las 10, 30 y el buque empezaba a hundirse por la popa y estando detenida la nave, se acercaron a ella los botes enemigos, a los cuales no pudimos rechazar por haberse inutilizado las armas que poseíamos. Cuatro tripulantes se lanzaron al agua y perecieron ahogados. Los restantes 165 fueron hechos prisioneros, en su mayoría heridos, muchos de gravedad.

En Mejillones fueron enterrados 31 cadáveres del «Huáscar» y también desembarcaron los heridos graves entre ellos Enrique Palacios con 19 heridas

El historiador Jorge Basadre, relata el combate de Angamos del siguiente modo: Al amanecer del 8 de octubre de 1879 entre Mejillones y Antofagasta fueron vistos el «Huáscar» y la «Unión» por una de las patrullas en que estratégicamente se había dividido la escuadra chilena.( «Blanco Encalada», «Covadonga» y “Matías Causiño) Habían esquivado las naves peruanas este peligro, cuando tres humos más aparecieron en el horizonte. Eran en «Cochrane», el “O’Higgins y el “Loa».El combate se hizo inevitable para el monitor. La «Unión» se retiró empleando la mayor rapidez de su andar. Si no había logrado escapar, Grau hubiese al menos podido hundir o embarrancar a su buque. No lo hizo así y afrontó la lucha que empezó a las 9 y 18 minutos. Los disparos del «Huáscar» hacían poco daño en el «Cochrane», el pesado y robusto blindado de 3.600 toneladas, con gruesa armadura, cuyas balas (Palliser) causaban terrible estrago en el viejo monitor. A poco el «Blanco Encalada» participaba en la acción haciendo su primer disparo ya a 600 yardas. Una granada reventó en la torre de mando del «Huáscar» a las 9 y 35 minutos y Grau quedó hecho pedazos, así como su ayudante Diego Ferré. También murieron luego su sucesor, en el comando, el Capitán de Corbeta Elías Aguirre y el Teniente 1ª José Melitón Rodríguez que lo reemplazó. Otro de los jefes, el Teniente 2ª Enrique Palacios, que recogió la bandera caída en medio del combate y la restableció en el tope del pabellón, llegó a sumar en su cuerpo catorce heridas para sucumbir más tarde. “Luchando en condiciones que en repetidas ocasiones llegaron a ser desesperantes, a causa de que la artillería chilena llegó a destruir dos veces los aparatos de gobierno del blindado peruano y del defecto del espolón del «Huáscar» (dice Ekdahl, historiador militar de la guerra al servicio de Chile), el buque no sólo supo librarse de los repetidos ataques al espolón de los dos blindados chilenos, sino que tomó resueltamente la ofensiva como en el momento oportuno de intentar espolonear al «Blanco Encalada». Durante todo el tiempo usó el «Huáscar» su artillería con bastante provecho y persistió a la vez con energía incansable en buscar el camino libre hacia el N.O.” dice Ekdahl.

Hubo un momento en que la driza que sustentaba al pabellón del monitor fue cortada por una bala, pero arreglado el daño inmediatamente, como ya se ha anotado, el pabellón volvió a ser izado al tope. Dice una versión chilena que fue una estratagema para atraer a uno de los blindados cerca del espolón; porque ninguna señal dio de abandonar el combate. He aquí una descripción del aspecto del buque, según el historiador chileno Ekdahl: “Botes hechos pedazos, igual el pescante, ventiladores, cadenas, mamparas, sobreestantes, la torre de mando, las falcas, retorcidas o pulverizadas y en confusa mezcla con cascos de granada, trajes de marinero, cabos rotos, regueros de sangre que en ciertos sitios formaban verdaderos charcos. La cámara de oficiales era una mezcla confusa de cadáveres, fusiles rotos, astillas, medicamentos y vasijas”.

El cuarto oficial, Teniente Pedro Gárezon., dio la orden para que se abrieran las válvulas como medio de inundar el buque y hundirlo. Revólver en mano los marineros chilenos que abordaron al monitor, obligaron a los maquinistas de nacionalidad extranjera a cerrarlas. El combate acabó después de las 10 de la mañana, cuando el «Huáscar» tenía al Estado Mayor exterminado, la tripulación reducida a una cuarta parte, fuego a bordo y la artillería paralizada. Si el mar no hubiera estado en calma, el monitor se habría hundido aún después de haber sido capturado, debido a sus averías. Ellas, sin embargo, no habían malogrado el motor, ni las vías de agua. De las 216 personas que había a bordo del buque peruano, murieron peleando no menos 31.y otros tantos tenían heridas graves. Ningún oficial entregó su espada porque momentos antes de llegar los chilenos, las habían arrojado al mar.

El periodista chileno Enrique Montt pintó de la siguiente manera el camarote de Grau a la llegada del «Huáscar» a Valparaíso “En un rincón, hacia el lado de babor, vimos el lecho de Grau: este rincón estaba sencillamente arreglado; a la derecha, el lecho colocado sobre una especie de aparador o cómoda que le servía de catre; al lado y cerca de la cabecera, un humilde lavatorio de palo de álamo, barnizado de negro, el suelo estaba tapizado con un encerado de regular calidad; una elegante espada colgaba de la pared junto con otras armas, por el piso se veían desparramadas las hachas de abordaje, sables mohosos y algunas lozas del servicio particular y doméstico del comandante del «Huáscar». Recién fue tomado por nosotros el monitor, estaban colgados a la cabecera los retratos de su señora esposa y de sus hijos”. Los chilenos no tuvieron la generosidad, que sí tuvo Grau en Iquique cuando envió los retratos familiares y efectos de Prat a su viuda.

La publicación francesa L’ Annee Maritime que estudió en 1880 con lujo de detalles esta campaña, llamó al de Angamos un combate entre las corazas y la artillería. El «Cochrane», lanzó 46 tiros y el “Blanco Encalada» 31 y el “Huáscar» 40.

 

8.- Lo que dijeron los chilenos

El comandante general de la escuadra de Chile, Almirante Galvarino Riveros envió en el mismo día a las 11 de la mañana, un corto informe sobre el combate de Angamos, apenas terminó el combate. Decía:

“A las 9 a.m. se trabó un combate entre el «Cochrane» y el «Huáscar». A las 10 entró al combate el «Blanco». A las 10 y 50 el «Huáscar» hecho pedazos se rindió. El comandante Grau muerto; igual 2ª y 3ª comandante. La tripulación del blindado peruano resistió tenaz y heroicamente. Por el estado en que ha quedo el buque, creo que no podrá servir. En el «Blanco» y en el «Cochrane», ninguna desgracia.

La “O’Higgins” desde el principio del combate persiguió a la «Unión» a toda máquina. El «Loa» siguió a la “O’Higgins” en esa caza. Ordené después del combate que el «Cochrane» marchara en la misma persecución. El combate tuvo lugar un poco al norte de la bahía Mejillones.

El «Huáscar» y la «Unión», estaban a las 3 a.m. en la boca del puerto de Antofagasta. El «Blanco» los sorprendió y huyeron al norte. El «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa», cruzaban frente a Mejillones. En la huida los buques enemigos se encontraron cortados.

La «Unión» pudo escapar merced a su rápido andar. El «Huáscar» tuvo que presentar combate. Espero que la O’Higgins y el «Loa», hayan dado alcance a la «Unión» y no dudo que la habrán vencido.

Oficiales y tripulación de estos buques se han mostrado valientes y serenos. Voy a Mejillones a enterrar muertos del «Huáscar» y dejar allí los prisioneros. Felicito a Vuestra Excelencia por esta victoria.-. G. Rivero.”

Con relación al informe telegráfico de Rivero, hay que decir, que el «Huáscar» no se rindió sino que fue tomado por asalto. Mientras sus oficiales y sus tripulantes tuvieron un hálito de fuerza, lucharon.

El «Huáscar» fue reparado en Valparaíso y después se sumó a la escuadra chilena, pero le faltaba el alma que era Grau, por eso ya no volvió a protagonizar las hazañas heroicas y legendarias de antes.

Versión de “El Mercurio” de Valparaíso

El corresponsal de guerra de “El Mercurio” de Valparaíso, que estuvo a bordo de uno de los barcos de guerra y por lo tanto presenció el combate, redactó el 12 de octubre una información minuciosa y bastante larga del combate que el diario chileno publicó el 18 del mismo mes. Decía el corresponsal:

A las 10 de la noche del 7, salían con rumbo al Sur, el «Blanco», la «Covadonga» y el «Matías Causiño” en cumplimiento de órdenes anteriores y a las 5 de la mañana del día 8, se ponían en movimiento el «Loa», el «Cochrane» y la O’Higgins para cruzar hasta 20 millas al O. de Mejillones.

A las 6.10 de la mañana de ese mismo día, el «Loa» que se había destacado un poco más al Sur del «Cochrane» y de la O’Higgins, avistaba dos humos al sur. Aunque podía suponerse que eran los de nuestros barcos, el Comandante Molinas hizo señales al «Cochrane» anunciando la noticia y avanzó a reconocerlos.

Poco después avistó otros tres humos más al sur de los dos primeros y calculando que estos últimos buques eran peruanos perseguidos por los nuestros, corrió inmediatamente a reunirse con su división, anunciando con dos cañonazos la noticia.

El «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa», se pusieron entonces en marcha hacia el oeste y a las siete de la mañana se reconocía a los buques peruanos «Unión» y el “Huáscar» perseguidos por el «»Blanco Encalada”, la «Covadonga» y el «Matías Causiño”.

Inmediatamente se tocó zafarrancho de combate en el «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa» y se colocaron en actitud de cortar el paso a los buques enemigos, navegando el «Loa» hacia el suroeste, algo destacado de los otros dos y el «Cochrane» y la O’Higgins al oeste. Este buque iba a la retaguardia del primero. El «Blanco Encalada» mientras tanto maniobraba hábilmente a fin de obligar a los buques peruanos a ceñirse a la costa para allí fuesen estrechados por el «Cochrane». El «Huáscar» había sido avistado, por la nave capitana a las 3.55 de la mañana a la altura de Antofagasta. En esos momentos pasaba por punta Tetas y era esperado por la «Unión» como a diez o quince millas de la costa.

Los dos buques enemigos principiaron a navegar juntos para el Norte, mientras el «Blanco Encalada» haciéndose al Oeste los impulsaba hacia el punto en que calculaba debían encontrarse los buques chilenos, el «Matías Causiño” que al principio de la caza había recibido órdenes de regresar a Antofagasta, quiso también, sin embargo, tomar parte en la función y haciéndose el desentendido continuó navegando hacia el norte a estribor del «Blanco Encalada». La “Covadonga” cerraba el ala por el lado opuesto y echaba al viento su velamen, para aprovechar la brisita de la mañana y poder de ese modo sostener la marcha.

El Huáscar al ser avistado por el «Blanco Encalada», venía de regreso de una infructuosa entrada a Antofagasta, a donde había llegado a las diez de la noche del siete. Entró sin ser notado por los botes de ronda, ni por los buques anclados en la bahía, salió de nuevo a las 3 de la mañana con toda tranquilidad para reunirse con su compañera de expedición

Cuando el «Blanco Encalada» avistó al «Huáscar», en vez de ponerse inmediatamente en su persecución hacia el oeste, que era dirección en que viajaban los buques peruanos, continuó navegando sin desviarse de su rumbo, hasta que poco a poco logró arrojarlos o arrearlos directamente al norte. Solo entonces se principió a forzar sus máquinas y a tomar las primeras disposiciones, haciendo que la tripulación se pusiera en son de combate.

El «Huáscar» por su parte, navegaba con mucho descuido, al avistarse el “Blanco”, no se preocupó mucho con la noticia, ni siquiera mandó apurar la máquina, Temían que el estado de suciedad de sus fondos, impidiera dar al «Huáscar» una marcha tan veloz como en otras ocasiones, el monitor con sus fondos limpios hubiera podido dar una milla más de andar.

Tampoco hizo Grau tocar zafarrancho de combate hasta no avistar al «Cochrane» y reconocerlo. Al principio creyó que aquellos humos que se divisaban al Norte, serían de algunos transportes chilenos.

La «Unión» por su parte, más segura aún que el «Huáscar» de no ser alcanzada por los buques chilenos, se entretuvo durante las primeras horas de caza en describir grandes círculos, pareciendo querer distraer la atención del “Blanco” en perseguirla, mientras el «Huáscar» se echaba sobre la desamparada y débil «Covadonga» o al menos apresaba al «Matías Causiño», que tantas veces se le había ido de las manos.

Pero al reconocer al «Cochrane» y ver que le cortaba el camino en compañía de la O’Higgins y del «Loa», el Comandante Grau conoció que se hallaba perdido. García y García (el comandante de la «Unión»), debe haber estado de muerte y pasión, porque ya no siguió haciendo diversiones con su buque, sino que puso proa al sur, queriendo escapar por entre el «Blanco Encalada» y el «Loa».

La «Covadonga» que a pesar de haber largado todas sus velas se iba quedando más y más atrás, gobernó entonces para colocarse a babor del “Blanco”. El «Loa» por su parte viró hacia el blindado, estrechando la distancia que lo separaba de éste y la «Unión», no se atrevió entonces a poner en práctica su tentativa, sino que se dirigió aceleradamente hacia el norte.

Eran las 3 y 45 de la mañana. Los buques peruanos habían caído, pues, en hábil ratonera y a donde quiera que se dirigiesen se encontraban cortados por los nuestros, que iban estrechando cada vez más sus distancias.

Al Noroeste, les cortaban el paso el «Cochrane» y la “O’Higgins” que hacían rumbo directo hacia la costa, mientras el «Loa» los cerraba por el Oeste. La «Covadonga», el «Blanco Encalada» y el «Matías», desplegados por el sur, impedían toda esperanza de salvación por esa parte y a los enemigos sólo les quedaba abierto el lado norte, apegándose a la costa..

Pero no había momento que perder pues el «Cochrane» estrechaba cada vez más su distancia por ese lado. Así debió de comprenderlo el comandante Grau, porque sin duda con la intención de que el «Cochrane» despejara ese camino por seguirlo, puso su proa al sur, como si intentara forzar la línea por el mismo punto que lo había hecho la «Unión», mientras este buque continuaba navegando al norte.

El “Blanco”, el «Loa» y la «Covadonga» efectuaron la misma maniobra que anteriormente y el «Cochrane», también, dejando que sòlo la O’Higgins se ocupara de La «Unión», torció su rumbo más al sur siguiendo paso a paso los movimientos del monitor enemigo.

Este conoció que toda tentativa por ese lado era inútil y a las 9 y 15 de la mañana, se volvió aceleradamente al norte y se puso al habla con la «Unión».Poco después este buque continuaba su viaje al norte a revienta caldera, mientras que el «Huáscar» virando a estribor, se dirigía al sur al encuentro del «Cochrane». Fue aquel un hermoso movimiento, que manifestaba la decisión y el arrojo del comandante Grau. A las 9 y 20 de la mañana disparó el «Huáscar» con dos o tres segundos de intervalo y a unos 2.800 o 3.000 metros de distancia, sus dos cañones de 300 contra el «Cochrane». En seguida viró hacia el norte y emprendió como antes una desesperada fuga. Los ingenieros del monitor peruano aseguran que en esos momentos elevaron tanto la presión que pusieron los calderos en eminente peligro. La máquina dio más revoluciones que en la prueba, pero a pesar de eso, el «Cochrane» ganaba siempre terreno, haciendo prodigios de celeridad.

El blindado chileno colocado entonces al sur del «Huáscar» y directamente por su popa, avanzaba más y más sin hacer ningún disparo, aunque estaba ya a unos mil metros de distancia del enemigo. El «Huáscar», cinco minutos más tarde, viró un poco al Oeste para dar campo de tiro a sus cañones y lanzó otras dos balas de 300 a su perseguidor. Los proyectiles peruanos habían pasado por alto lo mismo que los anteriores

El «Cochrane» avanzaba siempre sin disparar estrechando cada vez más la distancia que lo separaba del enemigo. Aquella majestuosa mole que avanzaba inflexible en medio de aterrador silencio, infundía pavor aun a los simples espectadores de aquella inolvidable escena. Al fin, a las 9.27 de la mañana, encontrándose a unos 500 metros del enemigo, disparó el «Cochrane» sus dos cañones de proa. Una de las balas pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia del monitor y la otra le dio en el castillo de proa.

Por el alcance de los cañones pudo verse que ya el «Huáscar» era buque perdido y que no podría escapar en ninguna dirección, antes de ser destrozado por los cañones del «Cochrane». A las 9 y 30 habiéndose estrechado aun más la distancia, disparó el «Cochrane» un nuevo cañonazo. El proyectil dio de lleno en la proa del enemigo, entrando por el lado de cubierta y al estallar levantó una humareda de color gris o ferruginoso, como el del moho, que abarcó toda estas parte del «Huáscar»..

A las 9 y 32 disparó nuevamente el «Huáscar» sus dos cañones de 300 y se notó que una de las balas había levantado un enorme penacho de agua, junto al costado de estribor de nuestro blindado.. Efectivamente dio en el centro de la parte superior del reductor, removiendo toda esa plancha del blindaje y dejando en ella estampada su forma y sus cascos al estallar. Por fortuna no perforó la plancha, ni causó ninguna desgracia personal. Esta avería fue inmediatamente vengada.

No bien habían transcurrido dos o tres segundos, lanzó el «Cochrane» dos afortunados tiros a su enemigo y sus terribles efectos fueron visibles, para todos los que absortos y anhelantes contemplaban aquel imponente espectáculo. Uno de ellos dando de lleno en el torreón, lo perforó de parte a parte, destrozó la guardera y rompió el muñón del cañón de la derecha, e hizo explosión allí, matando diez artilleros.

De los doce hombres que había en el torreón, sólo quedó uno sin heridas graves. Otro de los cabos de cañón, salió gravemente herido y no pudo continuar prestando sus servicios. El cañón de la derecha quedó entonces inutilizado para seguir funcionando.

Los efectos del otro proyectil fueron todavía más terribles. Dando de lleno al lado de estribor de la torre de combate del comandante, hizo en ella un gran agujero y fue a azotar contra la pared del lado opuesto. Allí hizo explosión, derribándola por completo sobre la cubierta y barriendo con cuanto encontró dentro de la torre.

Al comandante Grau que estaba en esos momentos dentro, lo destrozó instantáneamente. Todo lo que quedó de él fue el pié derecho y una parte de la pierna, algunos dientes incrustados en el maderamen interior y menudos trozos confundidos con los hacinados restos de la torre. Los cascos de la granada hirieron también a uno de los ayudantes del comandante, encargado de transmitir las órdenes al timón.

Después de este tiro, a las 9 y 35 el «Huáscar» disparó con su cañón de popa y habiendo acudido nueva gente a la torre, hizo otro disparo con el cañón de 300 que había quedado servible. Las punterías sin embargo pasaban por alto, a pesar de la proximidad de los combatientes.

A las 9 y 36 hizo el «Cochrane» dos nuevos disparos al «Huáscar», que le penetraron por la popa, causando grandes destrozos al interior del buque. Uno de ellos después de atravesar la cámara de oficiales, sembrándola de escombros y de cadáveres al hacer explosión en ellas, cortó los guardines del timón, dejando al buque sin gobierno. La otra, penetrando por la misma parte a poca distancia de la anterior, voló la cabeza del segundo comandante del buque, Capitán de Corbeta don Elías Aguirre, que había tomado el mando al morir el comandante Grau y que acababa de ser trasladado a la cámara gravemente herido en el brazo y la pierna derecha por los proyectiles de las ametralladoras del «Cochrane».

El blindado chileno al mismo tiempo estrechaba a cada momento la distancia que lo separaba del enemigo y a los 300 metros había roto nutrido fuego con su ametralladora de proa, últimamente colocada. Al mismo tiempo los tiradores de las cofas, no cesaban un momento de sus disparos y la cubierta del buque peruano era cruzada en todas direcciones por las balas de rifle, que causaron numerosas bajas en la guarnición del «Huáscar».

Alrededor del buque peruano se veía el mar salpicado de penachos levantados por las balas de las ametralladoras y fueron tan certeros los disparos de esta terrible arma que la cubierta del «Huáscar», poco después de principiado el combate, quedó despejada de enemigos. Los que no cayeron muertos o gravemente heridos fueron a refugiarse en el torreón.

A las 10 de la mañana eran cada vez más lentos e inseguros los disparos del Huáscar, como si reinara a bordo el desorden y la confusión. Había tomado el mando del buque el tercer jefe, oficial del detal don Diego Ferré que pocos minutos más tarde caía muerto por los cascos de una granada chilena.( Esto es un error, Ferré murió junto a Grau)

Otra bala del «Cochrane», cortó de nuevo los aparejos que se habían colocado a toda prisa para manejar el timón y otra vez quedó el «Huáscar» sin jefe y sin gobierno. En estos momentos estaba el «Cochrane» a unas 50 yardas por la popa del «Huáscar» y cansado ya de aquella resistencia, se fue sobre el enemigo resuelto a atacarlo con el espolón. Entonces lo creyeron irremediablemente perdido, porque el «Huáscar» falto de gobierno, no había podido aun reponer los destrozados aparejos del timón. Pero esta misma circunstancia los salvó providencialmente, porque teniendo el buque la tendencia a caer sobre su costado de estribor, viró en ese sentido y escapó así de la embestida del adversario, que le pasó a sólo cuatro metros de distancia por la popa. Pero por otro lado se encontró el «Huáscar» en la más critica situación. El «Blanco Encalada» que a toda fuerza de máquina había ido avanzando hacia el norte con un andar que llegó en ocasiones hasta diez millas y media, a pesar del mal estado de sus calderas, se encontraba a unos 3.000 metros del «Huáscar» durante los últimos momentos del combate, sin que todavía hubiese tenido la oportunidad de disparar sus cañones. Pero entonces al verlo cerca por la proa, avanzó aun durante algunos segundos y le lanzó su primer disparo con uno de los cañones de proa. El proyectil pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia y en ese instante el «Huáscar» puso proa hacia el norte, para escapar de aquel nuevo y poderoso enemigo. El «Cochrane» mientras tanto que había seguido los movimientos, se encontraba con la proa al oeste y un poco a estribor del «Blanco Encalada».

Dos nuevos disparos hizo casi instantáneamente la nave capitana chilena y el último con tan feliz éxito, que dio de lleno en el costado del «Huáscar», levantado al estallar la misma polvareda ferruginosa que notamos después del tercer disparo del «Cochrane». El proyectil había penetrado en la sección dela máquina y después destruyó los camarotes de los ingenieros situados a babor, e hizo explosión al chocar interiormente con el costado opuesto. La máquina quedó sembrada de toda clase de despojos, pero felizmente sin recibir lesión alguna. Eran las 10.15 de la mañana.

El «Cochrane» había recuperado su anterior posición por la popa del «Huáscar» y dos minutos más tarde a las 10.17 de la mañana nuevamente avanzaba sobre el enemigo, quizá para embestirlo con su espolón. Esta situación era de lo más comprometida y entonces vimos distintamente desde el «Loa» que el «Huáscar» arriaba bandera.Semejante maniobra fue efecto de los proyectiles chilenos al cortar la driza. Sin embargo, el «Huáscar» continuaba su desesperada fuga hacia el norte y poco después izaba en el mismo sitio que la anterior una nueva bandera.. En ese momento había una confusión espantosa a bordo del monitor enemigo.

Apenas tuvo al tope por segunda vez su pabellón, le lanzó el «Cochrane» una granizada de balazos. Uno de los proyectiles penetró por la popa, cortó de nuevo los aparejos del timón, dejando otra vez al barco sin gobierno y matando a los timoneles. El «Huáscar» viró a estribor, como lo había hecho anteriormente y fue recibido al instante por el cañoneo del «Blanco Encalada» que parecía estar acechando la ocasión de dar otros golpes al enemigo.

El «Huáscar», rehuyendo el encuentro con este formidable adversario, puso inmediatamente proa al sur en dirección a la bahía de Mejillones, lanzándose con toda fuerza sobre el indefenso «Matías Causiño” que en esos momentos pasaba frente a la bahía con dirección al norte, siguiendo a poca distancia las huellas del «Blanco Encalada».

Al ver el «Blanco Encalada» el peligro del «»Matías» Causiño”, viró rápidamente al sur para interponerse entre el monitor peruano y el transporte chileno, al mismo tiempo que éste torcía presuroso rumbo al Este, con dirección a la bahía y emprendía la fuga a toda fuerza de sus máquinas.

La maniobra del «Blanco Encalada», aunque embarazó los movimientos del «Cochrane», que se vio obligado a virar en redondo, quedando a 1.200 metros del «Huáscar»; evitó que el «Matías» fuera víctima del enemigo.

El «Huáscar» al notar la presencia del «Blanco Encalada», varió su rumbo más al Oeste, alejándose del «Matías»; y el «Blanco Encalada», al mismo tiempo que le dirigía nutridos y certeros disparos, le dio una arremetida con el espolón. Con su buen gobierno, evitó el buque enemigo el choque del «Blanco Encalada» que pasó casi rozándole la popa. Eran en esos momentos eran las 10.30 de la mañana y el combate duraba ya una larga hora.

Al virar el «Huáscar» hacia el Norte se encontró frente al «Cochrane», intentando los defensores del Huáscar un último y extremo recurso, enderezaron la proa en dirección a él, y embistieron a toda fuerza de su máquina.

Los dos buques estaban a una distancia de 300 metros y al notar el comandante La Torre la maniobra del enemigo, le puso también la proa y avanzó a su encuentro. Durante algunos minutos pudimos contemplar embargados aquella grandiosa escena en que las naves luchadoras semejando en esos momentos dos toros bravíos y furiosos, se acercaban por momentos más y más, dispuestas a darse la última arremetida que habría sido muerte segura para ambas. Pero a pocos metros del punto de reunión, flaqueó el arrebato del «Huáscar» y torciendo a estribor, pasó rozando con el «Cochrane», costado con costado. En esos momentos el enemigo disparó este buque dos cañonazos, casi a boca de jarro, aunque con tan mal tino que pasaron por alto, a pesar del enorme blanco de nuestro blindado y fueron a rebotar a gran distancia.

Desde este momento, las 10. 35 de la mañana el combate no fue ya más que una especie de lenta agonía del maltratado «Huáscar» que sólo por instinto parecía huir de nuestros buques, sin siquiera tratar de oponer resistencia. A esta hora tenía su proa al sur y huía en esa dirección, pero acosado de cerca por los dos blindados, que lo cañoneaban sin cesar, y haciendo fuego muy de tarde en tarde y sin fijeza, pronto se vio acorralado por ellos y obligado a detenerse.

Entonces, en medio del torbellino de humo de los cañonazos, vimos por un instante que el Huáscar se dirigía hacia el Oeste y poco después a las 10.40 de la mañana huía a toda prisa hacia el norte. Parecía estar sin gobierno y describía un gran círculo sobre su costado de estribor. A las 10.53 se ponía al alcance de los cañones de la «Covadonga» que no desperdició la ocasión de largarle un tiro y dos minutos más tarde a las 10.55 cayó prisionero.

Inmediatamente, habiendo detenido su marcha, se arriaron los botes del «Cochrane» y del «Blanco Encalada» para ir a tomar posesión del buque.

Los Oficiales del Cochrane fueron recibidos por el teniente 1ª Señor Gárezon que tenía en esos momentos el mando del «Huáscar» e inmediatamente acudieron a custodiar la máquina y la Santa Bárbara haciéndose notar el señor Warner por la actividad y oportunidad de las medidas que adoptó. Pocos minutos después abordaba también al «Huáscar» un bote del «Blanco Encalada». Llevaban 15 marineros y 15 soldados de la guarnición del «Blanco Encalada» y una bomba para apagar los incendios que pudiera haber en el buque, la que prestó excelentes servicios.

Al abordar el «Huáscar» el primer bote chileno, estaban todos los oficiales peruanos sobre cubierta, pero ninguno de ellos entregó su espada, porque momentos antes las habían arrojado al agua, Algunos de ellos entre los cuales se cuenta el oficial de la guarnición, gritaban “Los peruanos no se rinden”. El capitán Peña iba animado de la intención de dejarlos en posesión de sus espadas, pues bien lo merecía aquella porfiada resistencia, les dijo en tono seco: Tienen Uds. cinco minutos para embarcarse en el bote. Todos se apresuraron a cumplir aquella orden, aunque un oficialito llegó al «Blanco Encalada» echándola de loco y gritando ¡El Perú no se rinde¡

Los ingenieros peruanos habían recibido orden de echar a pique al buque dejando las válvulas abiertas, y cuando el Teniente Simpson llegó allí ya estaban anegando la máquina.

Era verdaderamente aterrador el espectáculo que presentaba el buque. La cubierta y sobre todo a popa y proa, no era más que un montón informe de despojos, trozos de madera, v cascos de granadas pedazos de hierros de las falcas u obra muerta del buque, gorras y vestidos de marineros, cabos rotos, astillas de mil formas y tamaños y todo surcado por regueros de sangre, que en algunas partes formaban verdaderos charcos. En el interior eran aun más terribles los destrozos. La cámara de los oficiales situada a popa del buque y donde se había instalado el hospital de sangre, no era más que un hacinamiento de cadáveres, de menudas astillas, de medicamentos, de vasijas, de miembros humanos y de toda clase de restos, como que aquella fue la parte más expuesta a los tiros de los blindados chilenos.

En el departamento de la máquina, no eran menos desoladores los desastres; los estrechos pasajes que comunicaban ese departamento con los otros de proa, estaban de todo punto impracticables, (sic), porque desde el piso al techo se hallaba repleto de escombros.

Por todo el interior del «Huáscar» no se podía dar un paso sin tropezar con algún resto humano y materialmente se chapoteaba en la sangre.

La estrechez del buque, unida a la buena puntería de nuestros artilleros y el excesivo número de tripulantes que tenía a bordo, 204, explica el gran número de muertos que tuvo en el combate. El número de estos no ha sido aún averiguado con fijeza. Esta enorme mortandad y aquellos terribles destrozos, fueron sin duda alguna, causa de las escenas de desorden que tuvieron lugar a bordo del «Huáscar» durante el combate.

Aunque los oficiales del buque se han concentrado para afirmar lo relativo a la cortadura de la driza la primera vez que el «Huáscar» arrió su bandera, la verdad es que algunos tripulantes aseguran que partió de un oficial la orden de arriarla, en circunstancias en que, muertos los tres jefes, se encontraba el Huáscar sin comandante. Agregan que al ver esto el Teniente 1ª Señor Gárezon, que es uno de los prisioneros y él que tenía el mando al tiempo de rendirse, reunió a sus compañeros, y recordándoles el ejemplo del Comandante Grau y sus últimas palabras que fueron para recomendarles que no se rindieran, logró hacer cambiar de opinión a los que no querían continuar resistiendo, y mandó de inmediato de nuevo a izar la bandera.

Las principales averías del «Huáscar» son las siguientes:

En el Castillo.- Dos balazos que destruyeron los pescantes de las anclas, las bitas del bauprés y destrozaron toda la parte superior.

En la torre. Uno que después de romper las planchas de blindaje dio en el muñón de la derecha del cañón del mismo lado, destrozó la guardera y mató diez hombres. Otro que también perforó la torre, rompiéndole los baos y desquiciando tres planchas de blindaje. Otra granada barrió por completo con los nuevos sirvientes de los cañones. Otra penetró 1 ¾ de pulgadas y desquició una plancha y un gran número de rasmilladuras causadas por los cascos.

Costado de babor.- Frente a la torre una granada en el canto del blindaje, que hizo explosión allí, matando varios hombres en la cubierta.

Torre de combate del comandante.- Dos cañonazos que la destrozaron por completo.

Chimenea. Dos agujeros de bala de cañón e innumerables de ametralladora y rifle.

Cabestrante.- El que sirve para levantar anclas, desapareció por completo.

Falcas.- Destruidas y retorcidas en gran parte.

Pañoles de timoneles de popa.- Desaparecieron por completo.

Botes.- No quedó ninguno. Los pescantes de un bote, cortados

A popa.- Cuatro balazos destruyeron otras tantas veces los guardianes del timón. Estos mismos destrozaron por completo las cámaras del comandante y oficiales. Seis baos de la cámara del comandante, rotos.

Costado de estribor.- Uno que penetró en el departamento de la máquina, sin causar daños en ella, pero destrozaron los camarotes de los ingenieros.

En la cubierta.- Uno frente a la chimenea, a estribor, no penetró. Otro a babor, a proa de la torre, que hizo grandes estragos en el interior del buque. Otro a proa del palo mayor, que no penetró.

Como se ve, fueron terribles los efectos causados por los proyectiles de nuestros blindados., y algunos prisioneros dicen que estaban muy lejos de figurarse tamaños destrozos. La granada Palliser que fue la que exclusivamente usaron nuestros buques, ha confirmado con ésto su terrible reputación

Los tiros más notables por el efecto producido fueron: uno que cortó a cincel en la caña un cañón de a 12 libras Armstrong del lado de babor, el primero que dio en el reducto del comandante y que perforándolo por babor en todo su espesor de tres pulgadas de blindaje, cinco de masera y un forro interior en forma de almohada para amortiguar el ruido de los disparos, tuvo todavía fuerza suficiente para arrancar por completo, el lienzo de pared del lado opuesto y echarla sobre cubierta a algunos metros de distancia, y por fin, uno de los dos que perforaron la torre de los cañones, el que tuvo aun poder para romper las guarderas del cañón y para haber ido a estallar en el lado opuesto de la torre.

El «Blanco Encalada» disparó durante el combate 28 tiros, todos con sus cañones de grueso calibre y empleando granadas Palliser de acero enfriado.

El «Huáscar» alcanzó a hacer de 40 a 45 disparos con sus cañones de 300 y unos cinco o seis con los de cubierta, fuera de los tiros de ametralladora y de rifle cuyo número no se ha podido calcular.

El «Cochrane» tiró 45 cañonazos con sus piezas de grueso calibre, 12 con los de 20, 16 disparos con los de 7 libras y unos mil disparos de rifle.

Uno de los primeros cuidados de los oficiales que abordaron al «Huáscar», fue el recoger y reunir los restos mutilados del valiente y caballeresco comandante Grau.

Todo lo que pudo encontrarse después de muchas pesquisas, fue el pie derecho con una parte de la pierna, algunos dientes y una parte del cráneo, todo lo cual fue cuidadosamente embalsamado por el doctor del «Blanco Encalada» y después encerrado en una lona, para ser enviado a su desventurada viuda. (Nota: esto no se cumplió)

Cuando se tomó posesión del «Huáscar», uno de los primeros cuidados de los captores fue apagar los incendios que los disparos de los blindados habían causado en distintas partes y en cuya operación prestó inapreciables servicios la bomba llevada en el bote del «Blanco Encalada».

La torre de combate del comandante, era una enorme hoguera que amenazaba comunicar el incendio al interior de la nave. La paja del colchón interior se había incendiado con la explosión de los proyectiles y comunicado el fuego al maderamen del blindaje y a los trozos de madera esparcidos por la cubierta. Fue necesario, pues, atacar con vigor al nuevo enemigo, tanto en esta faena como en las que demandaron otros cuatro incendios en distintas partes del casco y que amenazaban tomar cuerpo. El comandante Peña y su gente hicieron prodigios de actividad y acierto.

Al fin, al cabo de dos horas de trabajo rudo, quedó el «Huáscar» libre de toda amenaza y se pudo dedicar la atención a otras faenas.

Las averías que sufrió el «Cochrane», que fue el que sostuvo lo más recio y la mayor parte del combate, estuvieron muy lejos de estar, ni relativamente a la altura de las que sufrió el «Huáscar».

Una de las balas del monitor dio a popa de la batería, en el blindaje y rebotó sin hacer daño Otra se llevó el pescante de la gata de babor. Una tercera penetró por la aleta de estribor, después de rebotar en el blindaje del reducto de babor, en su trayecto destruyó el cubichete de la cámara de oficiales, la botica, la camiseta del cubichete de la máquina, las mamparas y parte de la cantina del comandante y la puerta de la cámara de guardias marinas, sin embargo, no hizo explosión y como una curiosidad se guarda “vivita” en el «Cochrane».

Otra que produjo en el buque un daño más serio que las anteriores, fue la que dio en el costado de estribor, en el centro de la plancha superior del reducto. Dejó su forma estampada en ella y removió toda la plancha.

Otra bala dio más arriba del blindaje, a proa a estribor, se llevó la cocina, rompió un estallador y cayó después sobre cubierta, donde hirió a algunos hombres.

Un sexto proyectil dio en la jarcia mayor, cortando un obenque y un cabo de maniobras; un séptimo proyectil dio en la jarcia de mesana a babor, cortando parte de la maniobra

Los tiros de ametralladora y rifle, perforaron algunos botes y el tubo de escape. La chimenea tiene 22 agujeros del rifle

El «Blanco Encalada» no recibió el más leve rasguño, durante todo el combate.

Volvamos ahora a la «Unión» que dejamos abandonada por el «Cochrane» al principio del combate y perseguida únicamente por la “O’Higgins”.

A las 9.50 de la mañana, en circunstancias de que el «Cochrane» estaba empeñado en lo más recio del combate con el «Huáscar», y cuando el «Blanco Encalada», no se hallaba en posesión ni aun de tomar parte en esta refriega; la «Unión» se encontraba a una diez millas de los blindados y a unos 6.000 metros de la “O’Higgins””. En ese momento la corbeta chilena, al mismo tiempo que continuaba en su persecución hacia el norte, disparaba un cañonazo de desafío a su enemigo, pero éste siguió hacia el norte,

El «Loa» que se encontraba entonces a unas diez millas de la O’Higgins” hacia el sur, calculando que ya era inútil su presencia en el lugar del combate, puso también proa al norte siguiendo la estela de la «O’Higgins» y comenzó a forzar la máquina con la intención de alcanzar a la «Unión» y obligarla aceptar combate con la nave chilena. García y García (comandante de la «Unión»),corría y corría a más y mejor, fingiendo no haber oído el cañonazo, a pesar de que los blindados ya se habían perdido de vista y que, aun cuando se hubiesen destacado inmediatamente en su búsqueda, no podían llegar hasta ella, sino después de tres o cuatro horas de su caza, tiempo demasiado para definir la contienda con la «O’Higgins». A las 2.y 22 de la tarde estaba el «Loa» a unos 4.000 metros de distancia por la popa de la «Unión», mientras la «O’Higgins», se había quedado unas diez o doce millas atrás. Entonces el «Loa» para obligar a la «Unión» a que le presentara combate, hizo un disparo con el cañón de proa, cuyo proyectil cayó a poca distancia del costado de estribor de la corbeta enemiga. Al ver este desafío, el buque peruano pareció sacar fuerza de flaqueza y continuó con más desesperación su fuga. En ese momento el «Loa» viraba hacia babor para hacer fuego con su cañón de 150 libras, pero notando el comandante Molinas (del «Loa») que para disparar con este cañón se veía obligado a perder mucho camino, continuó haciendo fuego con el cañón de proa. A las 2,30 y 2.40 disparó el «Loa» dos nuevos tiros. A esa hora el comandante Montt de la «O’Higgins», temeroso por la suerte del «Loa» al ver el arrojo del comandante Molinas, hacía a este buque señales con bandera y con espejos, a causa de la gran distancia para que no comprometiera más su buque y detuviese su marcha, En efecto, el buque pequeño (La «Unión») habría podido torcer rápidamente hacia el sur, hacer frente al «Loa» con sus catorce cañones y echarlo a pique o inutilizarlo en media hora de combate, quedándole aun tiempo suficiente para escapar de la «O’Higgins». Pero el «Loa» continuó avanzando siempre y a las 3.17 disparaba contra la «Unión» un nuevo cañonazo. La «O’Higgins» se había quedado tan atrás, que temeroso el «Loa» de perderla de vista, al caer la tarde se decidió a esperarla, convencido de que la «Unión» no haría frente. Los buques chilenos habían llegado a la altura de Huanillos y a las siete de la noche, torcían su rumbo al sur, mientras la «Unión» se perdía de vista por el norte.

Cuentan los prisioneros algunos rasgos del comandante Grau, que hacen aún más lamentable su muerte y más simpática para nosotros su memoria. Durante el combate de Antofagasta, a cada instante recomendaba a sus artilleros que no hicieran daño a la población y que se limitasen a disparar únicamente sobre los buques y los fuertes.

Fueron terribles los efectos de las ametralladoras chilenas. Con los 450 disparos que con esta arma hizo el «Cochrane», barrió por completo la cubierta del «Huáscar», siendo tan terribles sus efectos, que todos los tiradores de la cofa de este buque y los hombres que estaban a cargo de la ametralladora peruana, fueron muertos por nuestros proyectiles.

Ha terminado de esta manera gloriosa para Chile el primer combate entre blindados y artillería moderna, que registra los anales de la historia contemporánea.

No hay duda que esta prueba es decisiva respecto del empleo de los proyectiles de cabeza acerada (Palliser), para romper planchas de blindaje, y una nueva recomendación a favor del cañón Armstrong que fue exclusivamente empleado por los combatientes. Esta clase de artillería ha confirmado todas las cualidades que se le atribuían, como precisión, largo alcance y fuerza de penetración del proyectil y sus terribles efectos podrán pronto apreciarse en Valparaíso por los especialistas, al ver los flancos del «Huáscar» y sobre todo su torreón perforados como a barreno. Esta prueba ha dado también muy felices resultados para los buques de batería circular, como la de nuestros blindados, pues el «Cochrane» no se vio obligado un momento a desviarse del camino del «Huáscar», para perseguirlo, al mismo tiempo que le hacía continuado fuego con sus cañones de proa, mientras este buque (el «Huáscar») se veía en la precisión de presentar su costado para hacer fuego, y perdía por lo tanto mucho camino. Además, examinando la colocación de los cañones de la torre, se ve que sus artilleros (del «Huáscar» ) necesitaban ser sólo una especie de máquina para apuntarlos, porque difícilmente podían mirar el objetivo, de manera que se apunta como por carambola. Pero debemos agregar que el aparato que mueve la torre, ha demostrado increíble estabilidad, pues a pesar de los terribles estragos que sufrió y de haberse desquiciado varias planchas, ésta gira aún con entera facilidad y se halla en situación de sostener un combate. Sin embargo, las ventajas quedan siempre para nuestros blindados, cuyos cañones pueden apuntar mejor (y mejor apuntaron en efecto) y disparar sin pérdida de tiempo en cuanto están cargadas las piezas, cosa que en el «Huáscar» no es posible hacer, porque hay que estar moviendo a cada rato la torre.

Lo que dice el historiador chileno Inostroza

El historiador chileno Jorge Inostroza, da a conocer como el omandante Grau, dio las órdenes precisas cuando se vio encerrado entre los seis buques chilenos y no podía dirigirse a mar adentro para escapar por tener sólo 15 toneladas de carbón. Luego dice Inostroza: “ Cuando los barcos estuvieron a una distancia de 2.900 metros, el jefe del «Huáscar» dio a los artilleros la orden de alistarse, mandando que los cañones de la torre apuntasen a las baterías de proa para eliminar a sus sirvientes y desmontar las piezas. La batería Nª 3 de popa, debía apuntar bajo la línea de flotación. Después de un momento de pausa y aprovechando una calma de las olas dio la voz de fuego. Los dos grandes cañones de la torre blindada dispararon al unísono, la pequeña pieza de popa lo hizo un segundo después. Los proyectiles de 300 libras rasparon la chimenea del blindado chileno y fueron a caer por la aleta de estribor a un costado de la estela”.

Bajar las alzas¡ ordenó el almirante, inmutable y los sirvientes ingleses se aprestaron para una segunda andanada. ¡Atención……fuego¡ gritó Grau y las gruesas balas describieron su mortífera parábola. Uno de los proyectiles dio en el pescante del ancla del «Cochrane» y los otros levantaron turbiones de espuma en el mar.

¡ Prepararse para una tercera andanada¡ volvió a gritar el almirante, viendo correr sobre la cubierta enemiga a los sirvientes de los cañones; y dando tiempo apenas para cargar los cañones, de la torre blindada, ordenó la descarga. Esta vez el efecto fue visible. Una gran nube de vapor escapó por un costado del «Cochrane» y el blindado se bandeó notoriamente. El teniente Ferré saltó alborozadamente, ¡Bravo, le dimos, exclamó y los artilleros se felicitaron a gritos, Le hemos destrozado la máquina, comentó satisfecho el almirante Grau y acto seguido dio orden de poner proa directamente al norte, confiando en que el blindado chileno ya no podría perseguirlos. Quizá logremos salir, después de todo, agregó ¡ A toda máquina al norte¡

Pero el comandante Latorre no estaba dispuesto a dejarlo escapar tan fácilmente. En medio del desconcierto que provocó el impacto del monitor, mantuvo la serenidad para ordenar que se aprestaran todos los cañones de la banda de estribor, en tanto que el segundo comandante Miguel Gaona, medía la magnitud de los daños.

-Un proyectil, parece que dio en la máquina y otro rebotó en el blindaje de una batería provocando la trepidación del barco, le había dicho antes de descender a la setina.

Sin preocuparse más de la máquina y absorto por completo en el temor de que el «Huáscar» se le arrancara, el comandante Latorre acudió junto al teniente Juan Simpson que dirigía una de las baterías de proa. Creyendo que nos han inutilizado, dijo apresuradamente, van a intentar, salir hacia el norte. ¡Obsérvelos, hay que detenerlos a cañonazos, antes que aumenten la distancia. Disparen contra sus puntos vitales: timón, torre de guerra, puente de mando……Hay que detenerlo…¿ Me comprenden artilleros ?. Todos los sirvientes de las piezas de proa aprobaron decididos y se inclinaron sobre los tubos de sus cañones. La orden del teniente Simpson fue precisa: Apuntar sobre la torre de combate, ¡Atención…fuego¡. Cuatro cañones dispararon uno detrás de otro atronando el espacio. Durante unos segundos se sintió silbar los proyectiles en el aire y enseguida, una apagada explosión brotada en el «Huáscar», respondió como un eco. Uno de los gruesos proyectiles había dado de lleno en la torre de combate provocando la explosión de una de las balas que tenía en sus brazos un artillero. Los doce hombres que dirigían la torre de combate, volaron hechos polvo.

El comandante Latorre, ordenó una segunda descarga. Apuntar sobre el timón y piezas de gobernalle, advirtió antes de dar la voz de fuego. En ese instante el segundo comandante Gaona volvía a subir a cubierta y lo interrumpía para decirle; Me comuniqué con las máquinas comandante Latorre, no hay daños. El escape de vapor se debió a la brusca inclinación que sufrió el barco al recibir la descarga. ¡Magnifico¡ Aplaudió Latorre

– Timonel once, hacia el Este. ¡Vamos tras la estela del monitor! Y enseguida ordenó ¡Fuego¡ Un feroz chivateo de alegría corrió por el «Cochrane» al observarse los efectos de la descarga. El monitor cogido por la popa, comenzó a girar visiblemente sin control. ¡Se fregó el «Huáscar»¡ comentó Latorre con una sonrisa crispada. Le dimos en el timón ¡Artilleros, rápido, volver a cargar las piezas¡

A bordo del monitor, comenzaba a reinar la inquietud. Uno de los proyectiles había cortado el guardín del timón y la nave estaba sin gobierno. Que los ingenieros lo reparen en el acto- dispuso el comandante Grau sin perder la calma, para no asustar más a su ayudante, que lo observaba desencajado.! Aún nos distancian mil setecientos metros! Rápido, rápido teniente ¿ Qué hace Ud. que no se mueve? El teniente ( Ferré) lo contempló atónito, paralizado.- Perdóneme Señor- tartajeó por fin- que serenidad la suya. ¡Nos están despedazando y Ud. sigue imperturbable¡ -¡Basta de tonterías ayudante¡ exclamó el señor Grau sin exaltarse- Corra a ordenar la reparación del timón.

Pero en cuanto el Teniente hubo desaparecido hacia popa, el almirante se asomó fuera de su torre de mando y llamó al segundo comandante, haciéndole señas de subir al puente. – Escúcheme bien capitán Aguirre- le dijo cuando estuvo a su lado- Los artilleros del «Cochrane» están demostrando una puntería terrible. Creo que nos pueden causar daños irreparables. Aún más, creo difícil que podamos salir de esta situación. Pero, óigame bien Ud. que es el que debe de tomar el mando en caso de que yo sea eliminado: este barco no coronará su carrera de triunfos con una rendición ¿Me ha comprendido?. Mientras yo o Ud. capitaneemos el «Huáscar», no habrá rendición.

El capitán Elías Aguirre afirmó con una inclinación de cabeza, gravemente.

¡Bien, que los artilleros sigan disparando de preferencia contra las baterías enemigas ¡

-Usted ordena señor.

Pronto el «Huáscar» estaba envuelto en un conjunto horripilante de estampidos. Los gruesos cañones de su torre blindada y de sus baterías de popa respondían incansablemente el fuego enemigo, mientras los ingenieros luchaban por romper la cadena del timón.

El teniente Ferré regresó después de promover el arreglo del timón, y miraba a su comandante desde abajo. El almirante estaba parado sobre un enrejado de hierro y a través de los barrotes se veían las suelas de sus botines. -Ya está reparado el guardín del timón, le comunicó el teniente con voz trémula ¿Volvemos apegarnos a la costa?. – No ayudante, le respondió la voz lejana del jefe, impregnada ahora de una profunda melancolía y de un fuerte fatalismo.- seguimos a toda máquina hacia el norte. Allá está nuestra patria. Allá nos esperan..

En aquellos instantes, los tres cañones de estribor del «Cochrane», se enfocaban siniestramente sobre un mismo punto: la torre de mando del «Huáscar». Como adivinándolo, el almirante Grau se inclinó de pronto hacia la reja sobre la cual asentaba sus pies y llamó al teniente Ferré con tono paternal: – Ayudante, ¿está Ud. allí? – Sí, señor almirante, le respondió el muchacho emocionad -Empínese en la punta de los pies y deme su mano Diego. El jefe del «Huáscar» se agachaba para meter su mano entre los barrotes y estrechar la de su ayudante, que estiraba la suya hacia lo alto, cuando sobrevino el terrible impacto de los tres proyectiles del «Cochrane».Uno entró de lleno en la torre de mando y con espantoso ruido de fierros destrozados y de esquirlas que chocaban contra la cubierta y contra los mástiles, salió por la otra banda del barco. El almirante Grau alcanzado por la mitad del cuerpo, reventó pulverizado. El teniente Ferré sacudido por la terrible conmoción que provocó el estallido del proyectil, quedó muerto instantáneamente en su sitio. Un impresionante alarido, en el que se mezclaban las voces de los heridos, conmovió al barco. El capitán Elías Aguirre trepó a la carrera a la torre de mando y se quedó alelado. Dentro de ella no quedaba ni rastros del almirante, sólo una enorme mancha de sangre. Pero de pronto desde cubierta se alzó un grito desgarrador. El teniente Palacios se inclinaba espantado sobre un cuerpo caído hacia el lado de estribor. Era un pie, sólo un pie calzado con un botín negro. Y en aquel momento, el capitán Aguirre, hacía otro descubrimiento pavoroso. ¡Miren¿ ¡Miren¡ exclamaba estremecido indicando con una mano, un trozo del tabique que estaba detrás de la torre de mando. Frente a sus dedos se extendía una gran mancha de sangre y en medio de ella, rodeados por trozos de masa encefálica, estaban clavados los dientes del almirante Grau. Así, en el puente de mando del Huáscar, en donde se le vio siempre, solitario y victorioso, verdadero señor del mar, había caído para siempre el almirante Miguel Grau, fiel al cumplimiento del deber hacia su patria. El mar recibió en su seno los restos de su cuerpo pulverizado, como si el destino hubiera querido guardarlo entre las olas.

La suerte del «Huáscar» parecía sellada. Y quizás en aquella hora 8.10 de la mañana, era el resultado de la guerra total el que se estaba decidiendo. El monitor que se había burlado de toda la escuadra chilena, había quedado ya sin alma, sin cerebro director.

Rápidas como el viento corrían las naves entonces frente a Punta Angamos, extremo de la bahía de Mejillones. Muy lejos se veía perderse a la corbeta «Unión», la consorte infiel que abandonaba a su compañero de campañas, en el momento de peligro. La perseguían el «Loa» y la «O’Higgins», mientras tras del «Huáscar» se ensañaban, robándole la distancia, cable a cable, el «Cochrane» y el «Blanco Encalada».

Sobre la cubierta del primero de los blindados se procedía como en un día de maniobras. La voz del comandante Latorre sonaba tan clara y potente, que hasta el capitán Elías Aguirre, nuevo comandante del «Huáscar» podía oírla, cuando ordenaba: – Artilleros, sobre las baterías y sobre la rueda de gobierno, ¡apunten…..fuego!

Los seis cañones de 250 libras del «Cochrane», se descargaban en sucesivas andanadas y barrían la cubierta enemiga. El capitán Elías Aguirre fue tronchado en dos por uno de esos proyectiles y quedó convertido en una masa sangrienta junto a la torre de combate. Por sucesión de antigüedad tomó el mando el capitán Melitón Carvajal, quien comenzó a dirigir la defensa desde cubierta, junto a la entrada de la cámara de oficiales. – Llame a mi lado al teniente Pedro Gárezon- ordenó al ayudante teniente Enrique Palacios, al asumir el mando. Y éste corrió hacia popa en donde estaba el oficial solicitado, que dirigía los tiros de una pieza pequeña de la aleta de babor. – ¡El capitán Carvajal te llama¡, le gritó Palacios sobreponiendo su voz al estruendo de las detonaciones.- Ha muerto el capitán Aguirre y él ha tomado el mando. Si cae también, a ti te corresponderá seguir defendiendo al «Huáscar».- ¿ Seguir defendiendo?- protestó alteradísimo el teniente Gárezon-

-¿ Acaso no se dan cuenta Uds. de que es imposible esta defensa?- Los artilleros del «Cochrane» están tirando al blanco con nosotros. Destrozaron la torre de mando, la torre de combate, la rueda de gobierno, el telégrafo para dar ordenes a las máquinas, los guardines del timón…..- ¡Calma Gárezon ¡ le espetó el ayudante sacudiéndolo de un brazo, pero su compañero estaba muy excitado.- ¡Calma, calma¡ seguía vociferando – ¿ Porque no abrir las válvulas de una vez y hundirnos todos honrosamente, con nuestro buque ? dijo Gárezon.. – Si la tripulación estuviera siquiera formada únicamente por peruanos, podríamos pensar en terminar todos heroicamente, pero gran parte de los artilleros son ingleses, son mercenarios. ¿ Obsérvalos como se cuchichean en su enrevesada lengua!.- Les adivino el pensamiento. A ellos no les importa la honra del Perú. Cumplen con su deber de guiar el barco y disparar los cañones, pero no cometamos la estupidez de pedirles que rindan la vida en defensa de nuestra bandera.

Con estruendo ensordecedor, una granada le cortó la palabra. Los gruesos proyectiles cayeron de lleno en la obra muerta del monitor y barrieron los compartimentos de cubierta. Una bala arrancó de cuajo los mamparos de la cámara de oficiales, justamente en el sitio en que estaba el capitán Carvajal. Los dos oficiales se volvieron al mismo tiempo y miraron hacia allí. Luego corrieron alocadamente sobre cubierta. El capitán Carvajal cayó luego, manando sangre por una ancha herida en el costado. Palacios y Gárezon se arrodillaron a su lado. -Fue una de las esquirlas de la granada; murmuró el herido, ahogándose de dolor y haciendo un último esfuerzo, alzó los ojos hacia el teniente Gárezon, diciéndole: tome Ud. el mando teniente. No rinda el barco…no lo rinda. El ayudante Palacios se volvió hacia su compañero y le clavó una mirada dura, mientras sentenciaba: El Huáscar tiene una trayectoria gloriosa que no admite la rendición ¿ No es verdad Gárezon? El aludido se irguió pálido como el marfil y asintió mordiéndose los labios pero con gesto decidido – Descanse tranquilo capitán Carvajal. ¡Marineros, conduzcan al comandante al entrepuente! Dos hombres se acercaron presurosamente al herido y tomándolo de brazos y piernas se lo llevaron al interior del barco.

El Teniente Pedro Gárezon, siguió dirigiendo la defensa del monitor, con un estoicismo impresionante. Había logrado la más difícil victoria: la de vencer su propio instinto de conservación. Moviéndose de un extremo al otro del barco, alentaba a los artilleros a contestar el fuego. Pero, mientras mayores daños causaban los disparos chilenos, más inminente era la deserción de los tripulantes ingleses.

Para colmo de males, repentinamente, el barco, como si se rebelara contra sus conductores, se cargó de golpe sobre estribor y se cruzó sobre el rumbo que traía el «Cochrane». -Por la Virgen ya pasa otra vez, exclamó espantado el teniente Gárezon. Es el espolón que quedó torcido desde que hundimos a “ La Esmeralda”, Cada vez que fallan los aparatos de gobierno, el barco se inclina hacia ese lado; y acercándose al oído del teniente Palacios, le recomendó en secreto: Permanece aquí vigilando a los ingleses, mientras yo corro a la rueda de respeto. Cruzando la cubierta a saltos, Gárezon se acercó a la rueda del timón que reemplazaba a la que destrozaron los disparos que dieron muerte al almirante Grau

Entre tanto, el comandante Latorre, al ver que el Huáscar se cruzaba frente a su proa, frunció el seño extrañado, primero, pero reaccionó en el acto y dio orden de acelerar aún más la marcha para coger al monitor por el medio del flanco y espolonearlo. El blindado levantando una masa de espuma, cargó vertiginosamente sobre el adversario. Pero el teniente Gárezon, empleando todas sus fuerzas en ayudar al timonel, conseguía enderezar su nave, justamente en el momento en que el acorazado enemigo les daba alcance, Logró evitar el espolonazo, pero no así la descarga a toca penoles de los cañones y los fusileros del «Cochrane». La mortandad en el «Huáscar», fue pavorosa. Los cuerpos volaron por los aires despedazados o rodaron sobre cubierta, aventados por la conmoción de la atmósfera.

Entonces fue que los ingleses se sublevaron. Uno gritó abandonando la pieza que servía ¡Nos van a matar a todos¡ ¡Nosotros siendo ingleses no tenemos porque dejarnos matar¡ Ello bastó para que la totalidad de los artilleros prorrumpieran en protestas y se agruparon en el centro del barco, dejando los cañones El teniente Palacios sacó su revolver decidido a dominarlos, pero en aquel momento otros cañonazos disparados por la banda contraria, sacudieron al buque de proa a popa.

Un artillero aterrado mostró hacia popa por babor. Allí estaba el blindado «Blanco Encalada» que venía a sumarse al combate..- ¡Rendirse, rendirse¡ gritaban los ingleses y varios corrieron hacia el palo de mesana, en cuyo tope ondeaba la bandera del Perú. -¡Nadie se rinde en este barco¡, vociferó furioso el ayudante Palacios, corriendo tras ellos revólver en mano. Determinado a impedirles tomar las drizas. Pero no alcanzó a cumplir su propósito. Una descarga de fusilería proveniente del «Cochrane», lo alcanzó en la mitad de la carrera y lo arrojó de bruces, haciéndolo rodar sobre su cabeza. Los ingleses cogieron las drizas que sustentaban la bandera y comenzaron a desatar los nudos, mientras el oficial caído balbuceaba desde el suelo ¿Nadie arríe nuestra bandera¿ ¡Déjenla allí, a lo alto¡. Como un pájaro fulminado en mitad del vuelo, la bandera bicolor del Perú, cayó en pliegues desordenados sobre la toldilla de popa.

A bordo del Cochrane, el comandante Latorre dio un salto de contento al ver caer la bandera enemiga y alzando los brazos gritó a sus hombres: ¡ Se han rendido¡ …..!Se han rendido¡ ¡Cesar el fuego¡. Un vocerío delirante acogió sus palabras y al mismo tiempo los gruesos cañones dejaron de tronar. Durante unos instantes sólo se oyó el grito de las tripulaciones de los dos blindados chilenos que asomaban a la borda para contemplar al monitor vencido.

Pero súbitamente una figura tambaleante se alzó sobre la cubierta del «Huáscar» y marchó dificultosamente hacia el palo de mesana. Era el teniente Palacios que haciendo un esfuerzo sobrehumano (tenía 18 heridas y una en la mandíbula inferior), vencía su debilidad y acudía a izar nuevamente la bandera de su barco. Cuando la vio flameando de nuevo y hubo anudado la driza, se abrazó al palo de mesana y resbaló por él hasta el suelo, vomitando sangre. Desde la toldilla del «Cochrane», el comandante Latorre, observó la escena con el ceño fruncido. Luego se sumió la gorra hasta las cejas y con un ademán brusco ordenó al teniente Simpson, roncamente y con cierta tristeza: dispare todas las baterías contra el casco del monitor «Huáscar», merece hundirse honrosamente con la bandera al tope.

El «Blanco Encalada» había también abierto sus fuegos y las balas se cruzaban destructoramente sobre la nave fugitiva. El desenlace no podía demorar. Los dos blindados daban alcance visiblemente a su perseguida y disparaban sobre seguro. Pero una vez más el monitor realizó la extraña maniobra que había desconcertado a Latorre momentos antes, se cargaba a estribor y se cruzó ante la proa del «Cochrane». ¡Caramba¡ exclamó el comandante chileno asombrado.- Segunda vez que lo hacen y no lo entiendo.- Al espolón mi comandante, gritó el segundo Gaona.!Cierto capitán¡ aprobó Latorre y voceó: ¡Adelante, la máquina¡ ¡A todo vapor!. El «Cochrane» se lanzó recto como una saeta hacia el monitor, pero cuando estaba apenas a doscientos metros, inexplicablemente el «Blanco Encalada» que corría a parejas, desvió el rumbo y se venía encima de su compañero de persecución. ¡Cuidado mi comandante Latorre¡ alcanzó a gritar uno de los vigías.- El “Blanco” se nos viene encima.

-¡Timonel, cierra a estribor¡ vociferó urgido el comandante Latorre y se aferró al pasamano de la toldilla, con los ojos fijos en el “Blanco”, que caía escorado sobre el «Cochrane». Afortunadamente, este blindado obedeció al instante al timón y se hizo a un lado esquivando el choque con el “Blanco”

Latorre se asomó furioso a la borda del «Cochrane» cuando los dos blindados pasaron muy próximos y gritó frenético algo que el ruido del mar cubrió. Luego volvió a su puesto murmurando entre dientes. –

Ya hablaré con el comodoro Riveros, cuando el combate termine.

Pasado aquel peligro, aunque los dos blindados perdieron terreno al esquivarse, se reanudaron los fuegos con mayor intensidad que antes. Abrumado por aquel doble cañoneo, el «Huáscar» llegaba al término de su carrera. Eran las 10.55 de la mañana y su situación ya no podía ser más insostenible. Su casco estaba perforado en seis partes, la chimenea `parecía una criba, sobre cubierta rodaban sacudidos por el balanceo sesenta y nueve cadáveres.

El teniente Palacios caído junto al palo de mesana había recibido diecinueve heridas. La desmoralización introducida por los tripulantes extranjeros llegó a su culminación a esa hora. Saltando sorpresivamente sobre las drizas de la bandera, varios de los ingleses se apresuraron a arriarla y rindieron el barco. Nadie pudo oponerse. El teniente Palacios que tenía alma de héroe, estaba caído y apenas logró gritar hacia la sala de máquinas su ‘última orden: ¡Abrir las válvulas……!Abrir las válvulas y hundir la nave ¡

Retorciéndose de dolor y encharcado en su propia sangre, seguía repitiendo con los ojos llenos de lágrimas de desesperación e impotencia: ¡Abrir las válvulas….morir con honra¡. Minutos más tarde el monitor «Huáscar», terminaba su fulgurante carrera de señor del mar. Arriada la bandera, abandonadas las armas, alineados los ciento cuarenta y cuatro sobrevivientes sobre cubierta, el barco fue abordado por una lancha mandada por el teniente 1ª Juan Simpson, acompañado de ingenieros, médico y guarnición armada.

El Teniente Enrique Palacios tenía un fiel asistente de nacionalidad ecuatoriana, llamado Félix Torres, que en ningún momento se apartó de su lado y lo asistió estando gravemente herido. Lo seguiría hasta sus últimos momentos.

Mientras los tripulantes ingleses rodeaban a Simpson implorándole que no los degollaran, pues habían oído decir que los chilenos asesinaban a sus prisioneros, el teniente Palacios volvió hacer un último esfuerzo por honrar la memoria del almirante Grau, hundiendo el barco. Arrastrándose por una escotilla bajó a la Santa Bárbara y aplicó una mecha encendida. Cuando los ingenieros chilenos bajaron a cerrar las válvulas que estaban inundando la cala, lo encontraron tumbado en un pasillo y un hombre lo llevó a cubierta, dejándolo sentado con el dorso apoyado en un tabique. Al verlo desangrarse el teniente Simpson preguntó a uno de los artilleros ingleses: ¿ Quién es ese oficial herido?. – Es el teniente Palacios, señor, respondió el mercenario, él mismo que ordenó abrir las válvulas y hundir el barco. -Y el mismo que ha puesto una mecha en la Santa Bárbara, agregó el aludido, irguiendo la cabeza en un penoso esfuerzo. – ¡Vamos a volar por los aires¡ exclamaron los artilleros aterrados, – ¡A los botes, a los botes¡ Pero el teniente Simpson hizo una seña a sus hombres y los fusiles chilenos, rodearon a los que intentaban huir.

¡Quietos todos¡ gritó Simpson ¡Nadie baja a los botes¡ Y permaneció con las piernas abiertas, tenso, esperando la explosión. El teniente Palacios la esperaba también con los puños crispados, los ojos cerrados y la nuca apretada contra el tabique que le servía de respaldo.Y pasaron diez segundos…..veinte….treinta…esperaron todos en el más impresionante silencio y la explosión no se produjo. El teniente Palacios dobló la cabeza sobre el pecho y comenzó a llorar, comprendiendo que habìa fracasado en su último intento de hundir al «Huáscar». -Se apagó la mecha, murmuró desesperado, ¡ Mala suerte….mala suerte¡ ¡ Perdón señor almirante Grau ¡

El teniente Simpson se acercó a él y le dijo caballerosamente – Parece Ud. malherido, teniente. Voy hacerlo transbordar a mi barco para que lo atiendan allí. Segundos más tarde, dos marineros lo recogieron en una camilla y lo embarcaron en la lancha de ordenanza del «Cochrane».

En el mismo momento llegaba a la cubierta del monitor, el comandante del “Blanco Encalada”, capitán de corbeta Guillermo Peña, quien venía a tomar posesión del barco en nombre del comodoro Riveros. Enterado de la muerte del almirante Grau, por el teniente Gárezon, le pidió lo llevara hasta el sitio donde el bravo marino sucumbiera. Llegado al sitio manchado por la sangre del jefe de la escuadra peruana, se volvió hacia su corneta de ordenes y le ordenó: ¡Atención, firmes¡ ¡Presenten, armas¡.Mientas los marinos chilenos, respetuosamente rígidos, rendían honores al héroe caído y la corneta tocaba el son de funerala, el comandante Peña, se descubrió y dispuso:- Los restos del señor almirante Grau, serán llevados en el que fue su barco, hasta Mejillones con el respeto que se mereció por sus virtudes de marino, de patriota y de caballeroso guerrero.

Información Complementaria del Combate de Angamos

A las 9,30 balas enemigas rompen la driza y cae el pabellón, siendo izado por el artillero Julio Pablo, que fue herido. A las 9.50 a.m. murió Grau; y Ferré estando gravemente herido, preguntó por Grau, e inmediatamente murió. En carta que un sobreviviente del Huáscar envió a sus padres aseguraba que una primera bomba había arrancado una pierna a Grau y que moribundo dijo: No rendirse. Fue llevado al entrepuente y allí otra bomba lo pulverizó Años más a tarde Elías Bonnemaison otro sobreviviente del «Huáscar» dijo lo mismo

Habría que suponer entonces, que estando Grau en la torre de mando, un proyectil le arrancó una pierna, sin matarlo y en el mismo lugar ordenó no rendirse. Sería entonces cuando un segundo proyectil, lo destrozó y unos pocos restos suyos quedaron desparramados en la cabina de mando.

El médico Santiago Távara, resultó con una pierna rota y el rostro acribillado, pese a lo cual insistió en seguir atendiendo a los heridos. Quedó cojo de por vida. El 2do. comandante Elías Aguirre ordenó espolonear al «Cochrane» y casi lo logra. Eran las 10.15 cuando el pabellón cae por 2da vez y el artillero francés Francois Mazé sube a izarlo, fue herido y cayó al mar, siendo rescatado Aún estaba en el mando Aguirre. Los Tenientes Santillana y Enrique Palacios son heridos y llevados al entrepuente. Palacios tenía la mandíbula inferior destrozada, y la sostuvo con un pañuelo y alfileres siendo ayudado por su fiel servidor Medina. El Mayor José Ugarteche Jefe de la Columna Constitución, de guarnición en el «Huáscar» fue herido y reemplazado por el paiteño capitán Manuel Arellano al que a las 10.30 se le acabaron las balas A esa hora habían caído sobre el «Huáscar» 30 granadas Palliser, además 16 de segmento y 12 shrapnell que habían descuajado 20 planchas de blindaje. Los chilenos habían intentado espolonear al «Huáscar» 7 veces.. A las 10.45 el teniente Melitón Rodríguez, 3er. Jefe del barco, reunió a la gente y les comunicó que se habían acabado las municiones y se iba a hundir al «Huáscar».. Aun mal herido, Santillana toma un pabellón, lo envuelve en una bala de cañón y lo arroja al mar. A las 10.55 paran las máquinas para hundir el barco y los chilenos aprovechan para abordarlo minutos después de la 11. La cubierta del «Huáscar» sobresalía muy poco de la línea de flotación, por eso el abordaje fue fácil. Entonces Gárezon, hace constar al teniente chileno Policarpo Toro, que el pabellón está sobre cubierta por haberse roto la driza que lo sostenía. Después Gárezon pide permiso al Tnte. 1ª Goñi, de Chile para buscar los restos de Grau, los que luego los envuelve en una bandera peruana y los entrega al chileno.

Hay que recalcar, que el «Huáscar» no se rindió, pues tras de caer la bandera por tercera vez por haberse roto la driza, el monitor siguió combatiendo. Hay una versión poco conocida, dada por un periodista inglés que desde un barco de guerra de su nación presenció el combate muy de cerca y asegura, que los chilenos hicieron un primer intento de abordaje, pero fueron rechazados por la tripulación del monitor con hachas y revólveres y fue necesario un segundo intento, para tener éxito, lo que se vio favorecido por que la cubierta del «Huáscar» estaba muy poco por encima del nivel de las aguas.

 

9.- Nuestra Palabra

Y sucedió lo que tenía que suceder. Angamos y el 8 de octubre, fueron el lugar y el día. de la cita escogida por el Destino, para el encuentro de Grau y sus valientes compañeros con la Gloria.

Al igual que los héroes y los dioses de la mitología griega o de los grandes adalides de la legendaria Troya, Grau, llegó al lugar donde murió, por que era un imperativo que muriese, dentro de ese marco de grandiosidad y de profundo dramatismo que le habían preparado los Hados

Desde el comienzo de la guerra, la figura de Grau, tomó caracteres de leyenda. Su nombre ligado a sus hazañas, asumió dimensiones mundiales. La inferioridad física, de poder de fuego y de corazas, de nuestra marina de guerra, fueron suplidas por una tremenda fuerza espiritual de Grau, que se manifestaba en su valor sereno y reflexivo, en la resolución inquebrantable de cumplir con el deber, a su sentido del honor y a sus nobles sentimientos, que la guerra no logró avasallar.

Grau fue un hombre fuera de serie. Nada lo heredó. Todo fue fruto de su autoformación y de los atributos con que Dios lo adornó. Tomó a la guerra con un sentido de lucha franca, civilizada y humana, por eso se le llamó «El Caballero de los Mares», como lo reconoce y lo llamó, la viuda de Prat cuando le escribió, diciendo: “Es altamente consolador en medio de las calamidades que origina la guerra, presenciar, el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen revivir en esta América las escenas y los hombres de la epopeya antigua.”…”con la hidalguía del caballero antiguo”

En una guerra, en la que se desataron toda clase de odios, de furia y de brutalidad; Grau puso siempre una nota de humanidad y de nobleza, que por desgracia no sirvió de lección al enemigo.

Al despuntar el alba del 8 de octubre, en un recóndito lugar del Pacífico Sur y cuando las brumas empezaban a despejarse; el Hombre y el Destino tuvieron un encuentro con la Eternidad. Allí, como otro Gólgota, el espíritu del marino deja este mundo terrenal y físico, para ingresar a la morada de los Inmortales.

Tras su muerte, el Huáscar se convirtió en un despojo de hombres y de fierros retorcidos, pero esos hombres mutilados, desangrados y agónicos, siguieron fieles al mandato de su Jefe, de no rendir al «Huáscar» y cuando ya todo estaba perdido, no titubearon en ordenar el hundimiento del barco, con todo su cargamento humano, para en la sima de los mares, unirse con Grau.

El cuerpo de Grau voló en mil pedazos, por que el cielo y el mar, sus compañeros de siempre, con los que se identificó desde niño; celosos, no quisieron compartirlo.

Todos los peruanos, de todos los niveles y condición, fueron conscientes, de que con la muerte de Grau, el Perú había perdido la guerra y que el territorio nacional muy pronto sería invadido. La gran tragedia nacional iba a comenzar, sembrando de destrucción, caos, desolación, muerte y luto a toda nuestra patria.

Hay épocas en que parece que todas las fuerzas aciagas del destino, se conjugaran, para abatirse sobre los pueblos. Son esa clase de golpes terribles y fieros, de que nos habla Vallejo ¡ hay golpes en la vida….yo no se! Momentos tremendos en la Historia de las Naciones, en que se beben como cien Cristos de Agonía, las últimas gotas del cáliz de amargura. Pero también algunas veces, esas fuerzas inescrutables que rigen la vida de los hombres y de los pueblos, se arrepienten de golpear tanto y tanto, y a modo de consuelo, buscan reconfortar al caído poniendo en el escenario de la tragedia a hombres excepcionales. A predestinados que fulguran, como estrellas que iluminan todo el firmamento. Son hombres símbolos, que tienen la virtud de hacer olvidar nuestros padecimientos, y hacen revivir en lo más recóndito de nuestro ser, nuevas esperanzas, produciendo un renacer de fuerzas, donde antes todo parecía perdido.

El Perú, durante la Guerra con Chile, vivió una de las etapas más trágicas y dolorosas de su Historia y tuvo en Grau, al hombre mítico y predestinado. La Guerra fue una etapa de episodios desgarradores, de sacrificios personales sublimes de un pueblo que luchó desesperadamente, casi sin esperanzas y sólo por el sentido del honor y de la dignidad; pero debemos de hacer un mea culpa y reconocer que todo fue fruto de la imprevisión, de la ceguera de los hombres públicos y también del pueblo, a todo lo cual se sumó la improvisación y la incompetencia, ambición de no pocos que antepusieron sus apetitos personales y sus ansias de poder a los sagrados intereses de la Patria

Fueron horas negras que nunca faltan en la vida de los pueblos. Horas de luto, duelo y tragedia, en donde se ponen de manifiesto las grandes fuerzas morales. Momentos cruciales, en que frente al anonadamiento de la derrota y cuando la victoria se muestra esquiva, nos vemos recompensados con la gloria. Son las noches de la Historia, que exige el tributo de sangre joven y noble, tragando en sus abismales entrañas, todo lo buen que puede tener un pueblo, todas sus esperanzas, todas sus ilusiones, dejándonos heridas tremendas que no se curan ni con el correr de los siglos.

Selección negativa y maldita la guerra, que fertiliza los campos con sangre generosa y viste de luto a madres, esposas y niños, convirtiendo en una fría losa y en una cruz, todo lo que antes fue nuestro pequeño y a la par inmenso mundo familiar. Selección maldita la guerra, que exige que primero llegue el caos, para que luego se produzca el renacer de una nueva aurora, sobre un panorama de desolación y muerte. Y así llegamos a 1879. Recuerdo siempre doloroso para nosotros, herida aún sangrante, caos, destrucción, muerte y luto. Todo fue un cortejo negativo y nefasto. Hubo imprevisión, irresponsabilidad y hasta banalidad y frente a la agresión criminal y al despojo territorial, el mundo fue sólo un testigo mudo e indiferente, que no movió un solo dedo para impedir tan incivilizada conducta del agresor. Todo eso fue 1879.

La Historia es el relato de la verdad. No nos hacemos más grandes por ocultar nuestros episodios oscuros, para que afrentosamente nos puedan ser revelados por extraños. Por eso las cosas hay que decirlas como fueron y no como hubiéramos querido que fueran. Pero frente a todo lo negativo que en esa guerra hubo tanto de nuestra parte como de la parte contraria, hay que hacer una valoración de todo lo positivo, que también es Historia, como el valor y sacrificio sin límites de los peruanos y sus lucha sin esperanza. Hay que resaltar los grandes recursos morales que demostró tener nuestro pueblo y su fantástico poder de asimilación a la desgracia. Pueblos así no pueden desaparecer. Nunca fue más grande nuestra Patria, que cuando más abatida estaba. Nunca más libre, que cuando el enemigo hollaba su suelo, por que como dijera Nietzche, al hombre libre se le conoce, al pie de las gradas del tirano.

Es pues libre, no el pueblo que plácidamente disfruta de las comodidades de un estatus mantenido sin méritos y obtenido sin lucha y sacrificio; sino el pueblo que con el opresor encima, se siente libre, y lucha y muere por su libertad, por que la libertad es más preciada, cuanto más difícil es ganarla.

Es justo que como peruanos, nos sintamos orgullosos de tener la misma Patria de Grau, pero su vida y su sacrificio debe iluminar nuestras vidas, para tratar de imitarlo y que nos pueda servir un poco de lección. No buscar pretextos para rehuir el cumplimiento de nuestros deberes. No justificar lo poco o lo malo que podamos ser, echando la culpa a otros. Hacer que nuestras reservas morales positivas, se sobrepongan a todo lo negativo y ancestralmente primitivo que podamos tener. Sólo así mereceríamos llamarnos paisanos de Grau.