La Guerra del Pacífico en la Historiografía Peruana: Notas para su Estudio

La Guerra del Pacifico es, hasta hoy, fuente de controversias para la historiografía del vecino país. Condicionada inicialmente por factores nacionalistas, la  profesionalización del oficio del historiador, y la necesidad de entender el conflicto desligados de ideales patrióticos, han generado un debate que enfrenta las nuevas visiones con aquellos que, siguiendo modelos pasados, continúan percibiendo la historia como un instrumento ideológico.

La discusión en torno a los orígenes de la guerra comienza en la historiografía del Perú con la obra del italiano Tomás CaivanoTomasso Caivano, quien en 1882 publicó su: Historia de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia en 1882 y cuenta con 562 páginas, obra abiertamente favorable a los aliados y que se transformaría en una de las más influyentes de la historiografía de la guerra en el Perú.

Caivano plantea por primera vez la hipótesis de que la guerra emprendida por Chile a partir del 14 de febrero de 1879, al invadir territorio boliviano, no era contra Bolivia sino contra el Perú.

Para justificar su planteamiento, divide los orígenes del conflicto en causales aparentes y verdaderas:

1.- La causa aparente:

Se establece a partir del hecho que Chile manifestó no tener idea alguna del Tratado de 1873. Una vez ocupada la provincia de Antofagasta, el gobierno peruano ofreció su mediación amistosa, proponiendo a Chile abandonar el territorio conquistado previo al inicio del diálogo. En respuesta, Chile habría exigido al plenipotenciario Lavalle confirmar la existencia del Tratado, del cual Chile manifestó desconocer su existencia y contenido, pidiendo posteriormente que el
gobierno peruano garantizase su neutralidad.

En consecuencia, Chile supuso que el pacto era ofensivo y que una declaración de guerra contra Bolivia necesariamente debía arrastrar al Perú, lo que se avalaba en base a una supuesta entrega de pertrechos de guerra al país altiplánico.

Al negar la neutralidad por honrar el acuerdo previo, Chile se habría visto en la necesidad de declarar la guerra, y Perú de seguir adelante con lo establecido en el Tratado.

Caivano no justifica sus impresiones con documentos, lo que hace suponer que se hizo parte de los comentarios que circularon en el Perú respecto al supuesto desconocimiento del Tratado de 1873 por parte de Chile.

2.- Causas verdaderas:

Más fundamentadas, en cambio, fueron las «causas verdaderas», las que divide en varios ítems. Como era de esperarse, la principal motivación era la económica. A su juicio, las finanzas chilenas estaban quebradas, mientras la peruana tenía entradas que superaban en el sur los ocho millones de pesos anuales, entre pagos de derechos del salitre y el aumento de las rentas aduaneras. Sólo esto era equivalente más o menos a la mitad de la totalidad de rentas de Chile, por lo que tenía la motivación de apoderarse de las riquezas de Tarapacá.

La firma entre el Perú y Bolivia del Tratado de asistencia mutua de 1873 habría obedecido precisamente a la necesidad de proteger dicho territorio:
Si el Perú hubiese tolerado la progresiva penetración que venía realizando Chile en la provincia de Antofagasta desde mediados de siglo, corría el riesgo que ambos países consolidasen una alianza que se podía gestar a la luz de los acuerdos limítrofes y económicos de la década de 1870. De no firmar el tratado, era altamente probable que la política expansionista chilena hubiese conquistado sin mayor problema la provincia de Antofagasta, conducta que, según Caivano, hubiera sido la ruina del Perú y que más tarde habria asegurado el triunfo de todos los proyectos chilenos de engrandecimiento:

«Relativamente nula en una guerra con Chile, aliada con este último, Bolivia hubiera sido de gran importancia en una guerra contra el Perú, pudiendo con la mayor facilidad invadir las provincias limítrofes de Tacna, Punto y Moquegua, mientras Chile operaría por mar sobre los mismos puntos y sobre otros de la República;
la cual, obligada a dividir sus fuerzas y a luchar contra enemigos muy superiores numéricamente, habría debido indudablemente sucumbir‘».

El reconocimiento de la existencia del tratado, no obstante, habría dado a Chile una buena coartada para declarar la guerra e invadir Tarapacá:

«Al tener carácter de secreto, Chile podía presionar al Perú pidiéndole declarase su neutralidad ante un eventual conflicto con Bolivia. Ello no les daría tiempo de armarse y de salir de las dificiles circunstancias del momento, dando a Chile una ventaja logística indudable».

El punto anterior está directamente vinculado a la «causa estratégica«.

En marzo de 1879, la flota del Perú era muy inferior a la de Chile, independientemente del mal estado en que ésta se encontraba. Perú no tenía fondos disponibles ni suficiente crédito para hacer ninguna adquisición, y, por ello, urgía a Chile no dejar pasar el tiempo necesario para que su vecino aumentara sus fuerzas marítimas, arrastrando al Perú a la guerra lo antes posible.

Las gestiones emprendidas por el gobierno peruano para adquirir en Europa dos naves de guerra, además, habrian sido entorpecidas por gestiones diplomáticas chilenas en ese continente, avaladas por hábiles maniobras y por la imagen de orden proyectada por Chile. Enfrentados a un escenario favorable:

«El dilema que se había propuesto Chile no admitía términos medios: o debía batir la alianza Perú-boliviana separadamente y mediante la alianza misma, declarándose neutral el Perú, o debía batirla toda junta sin la menor pérdida de tiempo‘».

Ajuicio de Caivano, la hegemonía ejercida por Chile sobre Perú y Bolivia tenía sus raíces en el triunfo sobre la Confederación, y se amparaba en la continua inestabilidad política de ambos países, situación que Chile contribuía a fomentar al dar amparo a líderes revolucionarios e incluso financiando asonadas militares. Del mismo modo que intentó anexar parte de la provincia de Antofagasta en 1842, el Estado chileno fomentó la inmigración de connacionales con destino a las ricas regiones salitreras, en lo que parece ser una velada política expansionista proyectada al largo plazo.

Dos años después, en 1884, Mariano Paz Soldán publicó en Buenos Aires: «Narración histórica de la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia», donde reafirma la tesis de la causa de la guerra estuvo en el expansionismo chileno.

«Hoy es una verdad histórica comprobada con documentos oficiales de Chile y por sus mismos publicistas, que la «verdadera causa de la guerra» declarada por esta nación al Perú y Bolivia en 1879, la que precedió a todo juicio, a toda deliberación, la que daba cierto impulso a las relaciones políticas y comerciales de Chile con sus vecinos del norte, era la ambición de ensanchar su territorio a costa de estos, los huanos de la costa y las salitreras de Atacama y Tarapacá embargaron pues la codicia del gobierno y del pueblo chíleno‘».

Un parecer similar al de Caivano y paz Soldán tuvo el entonces coronel Andrés Avelino Cáceres. Partícipe importante de la campaña de resistencia a la invasión chilena, en especial tras la ocupación de Lima, Cáceres no dudó en asignar toda la responsabilidad a Chile de la agresión sufrida, sin mediar provocación, aunque también deslinda responsabilidades a la clase política. En sus Memorias, escritas los años inmediatamente posteriores al fin del conflicto, Cáceres deduce que la ocupación de la provincia de Tarapacá por parte de Chile formaba parte de una estrategia de Estado, largamente proyectada y que se valió para su éxito de lo que denomina «los medios más viles e inescrupulosos«.

La agresión habría contado, además, con la complicidad de la elite peruana, la que inspirándose más en sus personales ambiciones que en las supremas  conveniencias de la patria, se tornó en una eficaz colaboradora del invasor:

«Si nos cupo tan mala suerte, no se debió en modo alguno a la presión de las armas enemigas, sino que es más bien imputable al estado de desorganización en que se encontraba el Perú, a los desaciertos de sus dirigentes y a la menguada actitud de elementos pudientes que no supieron ni quisieron mantener firme hasta el
último extremo la voluntad de luchar por la integridad territorial de la nación’«.

Las teorías relativas al supuesto expansionismo chileno sobre las regiones salitreras de Perú y Bolivia planteadas por Caivano y Cáceres tuvieron amplia acogida en la historiografia peruana de inicios del siglo xx. Uno de los más reconocidos estudiosos del conflicto en aquel período, José María Valega, publicaría en 1917 «Causas motivos de la Guerra del Pacífico«, obra que junto con recoger los postulados económicos y estratégicos de Caivano, aporta nuevos antecedentes vinculados a factores sociológicosy morales.

A juicio de Valega, Chile necesitaba convertirse en un país productor para exportar en la misma proporción de sus importaciones, a raíz de su agricultura e industria incipientes y de su débil comercio internacional.

En caso contrario, seguiría siendo tributario de capitalistas extranjeros.

Más claramente, señala el autor, Chile enfrentaba el dilema de obtener,»o la riqueza o el bienestar próximos, encontrando la fuente productiva o la miseria y la ruina, vegetando en su propio territorio'».

A diferencia de Caivano, el predominio chileno sobre Perú y Bolivia no se inicia con el triunfo chileno en la guerra contra la Confederación, sino una vez asumida electo Aníbal Pinto, en 1876, quien recibió como herencia de su predecesor, Federico Errázuriz Zañartu, una sustancial mejora en las capacidad militar del país, incluida la adquisición de blindados y de avanzado armamento. Dueño del más completo arsenal del continente, Pinto debió hacer frente a la aguda crisis económica, producto del agotamiento del mineral de Caracoles y el descenso en el valor de la plata, que trajeron como consecuencia la exportación en masa del oro circulante y la inconvertibilidad del billete bancario en 1878, transformado después en papel moneda, ahondando con su depreciación la crisis económica.

Desesperado por la miseria reinante, Pinto, según Valega, habría «rememorado la historia de su Patria», comprendiendo que la solución a los males financieros de la República siempre, y necesariamente, había pasado por potenciar el dominio en el Pacífico sur. El ejemplo dado por la supresión forzada del Callao como puerto de depósito a favor de Valparaíso, la doble invasión nacional a territorio peruano entre 1837 y 1838, las victorias militares y los pactos favorables a sus intereses de
los años posteriores, habrían hecho ver al Presidente la necesidad de  recurrir, una vez más, al uso de la fuerza como medio de resolver una grave crisis económica, que además amenazaba con alterar el orden institucional de la nación».

En contraste a lo planteado por Caivano, Valega señala que el objetivo de conquista de Chile no era Tarapacá, sino la provincia boliviana de Antofagasta. Sin embargo, la existencia del Tratado de 1873  necesariamente obligaría a Chile a extender su dominio hasta Tarapacá.

Según el autor, la firma de aquel acuerdo fue un error grave, en especial porque en nada afectaba al Perú el hecho que Bolivia perdiese Atacama, De acuerdo a su planteamiento, si el objetivo del Perú era evitar la competencia en la explotación y producción del nitrato, más productivo habría sido unirse a Chile por un tratado comercial que a Bolivia con un tratado defensivo:

«Si el Perú, económicamente, ganaba más contratando con Chile una vez dueño del nitrato, que con Boliviaa la cual había que defender de la usurpación, ¿qué interés tenía para el Perú salvar a Bolivia con un tratado quijotesco? O ¿es que el Perú creyó que cinco mil bolivianos mal armados y peor dirigidos eran un contingente apreciable en caso de conflicto?«.

Fiel seguidor de las teorías eugenísticas (lindas) de su época, Valega no duda en explicar el éxito militar chileno en factores relacionados a la superioridad del pueblo chileno, en cuya formación habrían intervenido colonizadores vascongados en conjunción con la raza aborigen. El resultado de dicha combinación había generado un pueblo culturalmente homogéneo. Este factor resultaría clave, según el autor, debido a que la unidad de la raza era un factor indiscutible en el progreso de los pueblos:

«Las mismas tendencias, las mismas aptitudes psicológicas y la misma fortaleza material hacen más fácil la conquista de las aspiraciones colectivas. Chile, que, como hemos visto, ha conservado a través de su evolución, la unidad de su raza, tenía que inclinarse fatalmente del lado de la conquista ante el dilema terrible de morir por aniquilamiento o conquistar para vivir»‘.

De este modo, si la guerra era económicamente necesaria para Chile, sociológicamente el triunfo, más que posible y probable, era seguro.
Valega suma a la superioridad física e intelectual del pueblo chileno, una ambición racional de hegemonía que no duda en admirar. En su opinión, sumido en una profunda crisis, Chile actuó prudentemente al analizar todas sus posibilidades de éxito, eligiendo a sus víctimas, estudiando sus capacidades defensivas y sus limitaciones. El historiador sustenta su teoría al afirmar que Argentina, por ser un país rico y militarizado, no podía ser la presa codiciada. Bolivia, en cambio, con

su riqueza salitrera y mineral de Atacama, era un objetivo, al igual que Perú con surica provincia de Tarapacá.

El país del norte habría ofrecido, además, una oportunidad ideal para una posterior conquista chilena. A juicio de Valega, la descuidada fama de las riquezas peruanas, la deteriorada imagen internacional del país, la ausencia de una conciencia nacional, la anarquía que había corroído las instituciones, la heterogeneidad del pueblo, la escasa honradez de los funcionarios públicos, entre otros factores, habrían contribuido como estímulo a Chile. El Perú, concluye Valega, habría
sido el único culpable de sus desgracias, al no saber sacar partido de sus potencialidades y estimular la codicia de los vecinos que veían en él «la posesión inmerecida de tantos dones«.

 

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